El gallo |
Iba y venía a su casa de hombre solo con esa filosofía del espacio que comienza a provocar la cama cuando nadie incomoda ya, y uno puede dormir a lo ancho, abriendo brazos y piernas. Porque, al fin y al cabo, ¿qué? La mugre comienza a prenderse de las sartenes en ausencia de la mujer no es tal cosa, sino grasa. Y la grasa curte el metal, mejorando las frituras. Su finada madre siempre lo decía: Los ricos no saben lo que son los gustos de las comidas, de tanto limpiar el culo de las ollas... Aquella mañana, a pesar de cumplirse treinta días de abandono, se levantó más alegre que nunca. El perro y el caballo le dieron ese golpe de luz interior que no proviene de ninguna fuente lumínica, porque puede sentírselo aún en medio de la noche. Miró hacia el sitio donde en general pululaba el gallo abandonado pozos y no lo vio. Rayos, no lo había oído cantar, era cierto. Ni tampoco defenderse de nada. Un bicho de esos es como una nación cuando se conmueve. Por investigar la cosa, ensilló con toda la paciencia con que se puede alargar el placer de hacerlo, montó y salió a recorrer el campo a lo largo de la vía, seguido por el perro. Y allí, a una media legua más o menos, lo vio, caminando quién sabría hacia dónde, como un hombre primitivo en pos de las tierras fértiles, sin importársele ya de los recuerdos de aquellos días de maíz, que luego se hicieron solo migas de mantel, pero que eran algo. Y que después, cuando a nadie se le hubiera ocurrido dejar migajas, se transformarán en largas jornadas de lombrices, de más en más escasas, hasta llegar a cero. Cada vez se hallaba el hombre a menos distancia del animal, que seguía la línea férrea como un sonámbulo en los pretiles. Iba ya dos pasos de su cola, cuando de pronto recapacitó. Pero no en simple dueño de un gallo trashumante, sino en sí, de su propio libre albedrío llegado el caso de largarse. Un gallo que se va porque se agotaron los pozos donde buscar lombrices, pensó. Pero si era igual que un hombre hasta para marcharse sin saber adónde, cuando la necesidad aprieta mucho y los días amanecen y se gastan sin soltarnos prenda... |
cuento de Armonía Somers
de "Historia en cinco tiempos"
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