La Troupe Jurídica
por Víctor Soliño

Como los gitanos, sin residencia fija y acampando donde podía, asi andaba el Atenas por 1922, cuando ya hacía cuatro años que un grupo de muchachos optimistas y entusiastas, que se habían tomado a pecho lo de "'men sana in corpore sano", lo lanzaron a la circulación en la Plaza de Deportes No 3 del Parque Rodó.

Cuando nació Confucio, dicen los historiadores que el cielo dio inequívocas señales anunciadoras del trascendental acontecimiento. Cuando nació el Atenas yo, que viví el momento con el nerviosismo de los padres primerizos en esta clase de trances, puedo asegurar que no pasó nada extraordinario. Y sin embargo, el botija, con el correr del tiempo, sea en los campos de deportes, sea en los escenarios teatrales, trató de no pasar desapercibido. Y lo consiguió plenamente.

La idea del local propio que nos perseguía y y nos atormentaba con insistencia policial estaba todavía en la categoría irreal de los sueños. El café Welcome era la sede. Allí se reunía la Comisión Directiva, se daban las instrucciones, se discutían los problemas y pe hacían los escotes para la solución de las grandes dificultades. Y en La Blanqueada, en la cancha de football de Dublín, se movían los atletas preparándose para los grandes eventos.

El tema primordial de la rueda era, lógicamente, el deporte; pero no se descuidaba ninguno de los acontecimientos políticos, sociales o de cualquier índole que estuvieran en ese momento en el candelero montevideano.

Una tarde alguien llegó con un pedacito de papel recortado de uno de los diarios. Eran las bases de un llamado a concurso del Centro de Estudiantes de Derecho para la obra con que habría de festejarse la entrada de la inminente primavera. Y aparecieron tres valientes dispuestos a enfrentar el fallo de un tribunal integrado con nombres que daban escalofríos: los doctores Emilio Frugoni, Dardo Regules y Carlos María Prando.

César Gallardo era estudiante de Derecho, Roberto Fontaina ya había abandonado su pretensión de empuñar el bisturí y arremeter contra los apéndices ciudadanos y yo había dejado muy atrás los días en que gritábamos contra Lapeyre por un "quítame de allá ese plan" que nunca supe qué significaba.

Ya en la primera reunión surgió el título, el argumento y el esquema de la revista. Estaba de moda por esos días una de esas frases que no se sabe quien las lanza al mercado, que no dicen nada y que lo dicen todo; pero que la gente repite con cualquier motivo y que viven un auge de dos o tres meses para desaparecer luego sin dejar el más leve rastro. Todo el mundo preguntaba en la calle, en la oficina, en el hogar, un poco estúpidamente: "¿Estás ahí?". Y eso nos dio el título de la obra: "¿Estás ahí, Montevideo?".

Decidimos que el protagonista fuera el Estudiante de Salamanca. Don Félix de Montemar, aburrido y nostálgico en el infierno, le pedía autorización a Satanás para "bajar" a Montevideo y revivir, junto a los estudiantes de estas épocas, recuerdos de las aulas salmantinas. Herrera Carbajal, aquel pobre loco que disparó el revólver contra Monseñor Aragone, era el cicerone que el diablo le recomendaba para orientarlo en su visita por nuestra capital.

Aunque éramos novatos en estos menesteres, la obrita quedó terminada antes de lo previsto. Y una tarde depositamos en el torno del Centro de Derecho aquel primer vástago de nuestras inquietudes, encomendándolo a la piedad incierta del jurado.

A las pocas horas el episodio estaba olvidado y -padres desnaturalizados- ya no nos acordábamos de la criatura. Pero una noche, cruzaba la barra la Plaza Independencia en tren de catanga, cuando nos detuvieron los gritos de un grupo que se desplazaba hacia nosotros por Sarandí. Eran estudiantes que venían del Centro de Derecho donde acababa de expedirse el jurado y nos traían la grata noticia: "¿Estás ahí, Montevideo?" había sido seleccionado como el menos malo de los engendros presentados.

Veinticuatro horas después se leía la revista a las autoridades del Centro y a los posibles integrantes del elenco, se tomaban disposiciones para comenzar los ensayos y se hacía un primer reparto de papeles, sujeto a rectificaciones porque las probables condiciones de los actores surgían de impresiones, de pálpitos o de golpes de vista que no ofrecían todas las seguridades. Pronto se completó el elenco estable, integrado por estudiantes con una capacidad histriónica insospechada y unos pocos elementos del Atenas que se prestaron a colaborar en la cruzada.

Como se había ensayado con entusiasmo y responsabilidad, la noche en que se levantó el telón en Solís el 26 de setiembre de 1922, se vivía en el escenario el clima eufórico del éxito. Más viva que los presagios y que las esperanzas era la realidad. El teatro recordaba las grandes soirées con las localidades totalmente ocupadas por los nombres de más resonancia en todos los círculos montevideanos y la clientela más frecuente de ese signo claro de tilinguería que se llama crónica social.

Y cuando cayó el telón y los aplausos estallaron frenéticos y el público entusiasmado no quería abandonar la sala, la emoción de los actores improvisados echaba a vuelo todas las campanas.

La prensa también fue pródiga en elogios y si basta un botón como muestra, he aquí un párrafo de la critica que le mereció el espectáculo a "El Otro", seudónimo que ocultaba al cronista teatral de "La Defensa", doctor Víctor Pérez Petit: "Desde luego, la obra o revista "¿Estás ahí, Montevideo?" está construida con mucha habilidad y gracejo. Muchos de nuestros seudo autores nacionales, esos paupérrimos y desamparados escritores que no saben imaginar una revista sin sacar a luz un cabaret, presentar un tipo de turco y tocar el Himno de Garibaldi, podrían aprender del autor anónimo de esa revista representada anoche por segunda vez, cómo se hace y se escribe una revista interesante, alegre, movida, bien coordinada y mejor desenlazada. Sin guaranguerías, sin chistes espesos, sin astracanadas, sin buscar el aplauso fácil del público ignaro sacando banderas italianas o presentando tipos de compadres en escena, el joven estudiante que compuso "¿Estás ahí, Montevideo?" nos ha revelado cómo se puede hacer pasar al público unos instantes de solaz y esparcimiento. Observador, ha caracterizado muy bien los tipos que ha querido sacar a las candilejas y, espiritual y regocijado, nos ha divertido y hecho reír sin ofender ni agraviar a las personas que ha caricaturizado".

Sin sospecharlo siquiera esa noche nacía la Troupe Ateniense y empezaba a tomar formas de realidad, en consecuencia, el sueño de la casa propia.

No fue posible resistir las presiones amistosas y hubo que repetir el plato. Esta vez a beneficio de una institución meritoria y simpática "Pro matre", que presidía la señora Celia Alvarez Mouliá de Amézaga.

Nuevamente el público se regocijó con las andanzas de don Félix de Montemar por las aulas y las calles de Montevideo y el conocimiento de los personajes y episodios más jugosos del momento.

Las clases de Carlos María Prando, que se comentaban con música de los couplets de "Bocaccio :

En la clase de Sociología
ya van treinta lecciones y pico
que nos dicta Carlitos María
sobre "Corsi e Ricorsi" de Vico.

Y en las alusiones de Melitón Romero:

En verdad no tiene explicación
el que a un profesor tan chiquito
hayan dado en llamar Melitón
en lugar de llamarlo Melito.

Y el couplet que con música de "La tierra de Carmen" se dedicaba a Serapio del Castillo.

Los padres de Del Castillo
al llevarlo a bautizar
buscaron para el chiquillo
algún nombre original.
No les gustaba Esculapio
ni les gustaba Procopio
y le pusieron Serapio
cuando en realidad es Seropio.

Y las imitaciones de Escalada y de Salgado y de Segundo, perfectas hasta lo inconcebible. El general Mangin, embajador especial del Presidente Millerand que visitó Montevideo y tuvo oportunidad de comprobar en la recepción que ofreció a las autoridades que no era tan exagerado aquello de "les sauvages" de que le habían informado antes de partir, cantaba sus cuitas con música de "La Madelon":

De los asaltos que yo presencié 
cuando en Verdún cumplía mi misión 
ninguno iguala al que llevó al buffet, 
lo más chic de la reunión.

Y su colega italiano Caviglia, con las corcheas de "La campana de San Giusto", relataba un episodio que, en su momento, sirvió de tema a la chacota:

Para dársela con queso a los franceses
que quisieron epatarlos con Mangin 
me ha pedido Vittorio Emmanuele Terzo 
que viniera yo también.
Y a mi arribo, de repente 
se me apareció un pariente 
y como los dos nos llamamos Caviglia 
dice que es de la "famiglia".

Y en el desfile, Benavente, Madame Rassimi, Randall, Monseñor Aragone, el jazz, la prensa, todo lo que alcanzó algún grado de notoriedad en el trajín montevideano del año.

Una fiesta desaforada en el Victoria Hall con la participación de autoridades, autores, artistas e hinchas que por un milagro terminó más o menos normalmente, fue el último eco de los festejos de primavera.

Y aquí terminaría nuestro recuerdo si un hecho que desconocíamos entonces no le agregara un epílogo.

Al año siguiente -ya era la "Troupe Jurídico - Ateniense"- el éxito de "Tut Ankh Amon" pasó la barrera del sonido. Terminados los espectáculos, el Centro de Estudiantes de Derecho y el Club Atenas celebraron los triunfos alcanzados con un banquete que se sirvió en el Hotel del Prado y al que fueron especialmente invitados el doctor Carlos María Prando, Ministro de Instrucción Pública, y el doctor Lagos Mármol, embajador de la Argentina.

Esa mañana, los tres autores recibimos una invitación del Ministro Prando para tomar un copetín en el Hotel La Alhambra, en su compañía, dos horas antes de la fijada para la cena del Prado.

Cuando llegamos, un poco sorprendidos por la gentileza inesperada, el ministro ya estaba saboreando "su cocktail", una especialidad preparada de acuerdo con una receta personal e intransferible. Una vez cambiados los saludos usuales y después de llenar nuestras copas, nos dijo sonriendo:

-Les agradezco que me hayan proporcionado la satisfacción de expresarles mi reconocimiento, porque hace ya un año que les debo este momento.

Y mientras la jarra de cocktail perdía contenido aceleradamente nos contó el episodio.

En los altos círculos sociales se destacaba un grupo de figuras conocidas que tenía un sentido moderno de la vida y trataba de vivirla alegremente. La maledicencia, la envidia y la mojigatería echaban leña en la hoguera del chismerío que había tomado al grupo como blanco de sus mentiras y de sus exageraciones. Se le conocía con el nombre de grupo Bataclán y a Prando se le señalaba como integrante.

Durante los ensayos de "¿Estás ahí, Montevideo?" se habían hecho algunas modificaciones en el libreto original. Randall, el chansonnier de Madame Rassimi, había hecho popular una canción titulada "Je n' peux pas vivre sans amour". En nuestra revista, en el cuadro del Bataclán, Randall se había transformado en Prandall y la canción famosa en "Oh, si votara la mujer".

Aquella tarde, entre cocktail y cocktail, Prando nos relataba que el día de la función en el Solís, un amigo lo visitó para decirle que, de acuerdo con una información insospechada que había recibido, si quería evitarse un momento amargo, convenía que no asistiera a la función de la noche. Siempre según esos informes, se le caracterizaba ridículamente y en una canción malintencionada y llena de alusiones groseras se le presentaba en una posición incómoda.

"Cuando al atardecer de ese día -seguía diciéndonos- llegué al Club Uruguay, inquieto y apesadumbrado por aquella actitud de los estudiantes que yo no merecía, ya había tomado la determinación de no concurrir al teatro. Y le pedí a Blas Vidal que ocupara mi butaca y en cuanto terminara la función corriera hasta el Club a traerme las noticias".

"Eternas y angustiosas resultaron las dos horas y media de expectativa; pero compensadas por la alegría que me invadió cuando vi llegar a Blas Vidal riendo y agitando los brazos, mientras me decía:
-A esos muchachos tenés que levantarles un monumento. Con sentido amistoso, con elegancia, con gracia, te han hecho una propaganda esta noche que no se paga con nada.

Un cocktail todavía y salimos para el Prado. El banquete estuvo a la altura del acontecimiento que se celebraba. Y llegó el momento de los discursos.

Por razones de oficio debo ser una de las personas que en este país ha tenido el poco apetecible privilegio de aguantar miles y miles de discursos. Aquella noche escuché uno de los más hermosos que haya oído nunca. Se levantó Prando en el momento de los brindis y dirigiéndose al palco de la orquesta, ordenó suavemente: Música, maestro!

Y mientras el piano y los violines le ponían un fondo lírico a las palabras, Prando le cantaba un himno jubiloso a la juventud, al optimismo, a la alegría de vivir.

 

por Víctor Soliño

De "Mis tangos y Los Atenienses"
Libros populares Alfa
Editorial Alfa. Montevideo, 1967

 

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