Nina-Minina
Sylvia Simonet

Hace mucho tiempo, en un rincón lejano de nuestro país, existía la Ciudad de los Gatos. Allí vivían felices muchísimos de estos animalitos, haciendo las cosas que acostumbran a hacer los felinos y sin que nadie los molestara. Los había de distintos tamaños- grandes, medianos, chicos y chiquititos- y de diferentes colores: negros, blancos, amarillos, grises, barcinos y todas sus combinaciones.

La más bella de la ciudad era una joven gatita que se llamaba Nina-Minina; era toda blanca, muy elegante y coqueta y tenía unos hermosos ojos azules. Su madre, doña Ronga- Morronga estaba muy orgullosa de su retoño. Cuando ambas se tendían a tomar el sol a mediodía, la madre ayudaba a la hija a lavarse y acicalarse, pasándole por el suave pelaje su lengua rosada y áspera.

Todos los gatos de la ciudad admiraban a Nina-Minina y muchos aspiraban a casarse con ella. Entre los más enamorados se contaba su vecino Lino-Felino, pero Nina-Minina  no quería saber nada con él, porque, como les explicaba a sus amigas Licha-Micha y Nenusa-Micifuza:

-Mi marido tendrá que ser todo blanco como yo, y Lino-Felino no sólo no es blanco, sino que además es barcino.”

 Como se comprenderá, Nina-Minina consideraba que el pelaje barcino era muy vulgar. Doña Ronga-Morronga, por su parte, pensaba lo mismo que su hija:

-Con un marido blanco como ella, tendrá gatitos hermosos. ¡Parecerán bolitas de algodón!- decía con entusiasmo.

Pero no encontraban al candidato ideal, hasta que un día apareció un forastero en la Ciudad de los Gatos. Se llamaba Tuno- Gatuno y al verlo todos pensaron que era la pareja perfecta para Nina-Minina: se trataba de un gato inmaculadamente blanco y además, lucía una hermosa cola, larga y espesa que lo hacía muy elegante.

Cuando Tuno- Gatuno pasó frente a Nina- Minina, ronroneó con fuerza, a la vez que su cola se agitaba con movimientos serpenteantes, señal inequívoca de que se estaba enamorando.

Ella, por su parte, quedó muy impresionada por la prestancia del forastero y le contestó con un suave ronroneo. En pocos días la relación entre ambos avanzó tanto que ya se hablaba de casamiento.

Pero entonces sucedió que la gatita se enfermó. ¡Pobre Nina- Minina! No tenía fuerzas ni para arreglarse- ella que siempre había sido tan pulcra- y pasaba todo el día echada e inmóvil. Los cuidados de su madre y amigos no lograban curarla y todos estaban muy preocupados. Finalmente doña Ronga- Morronga llamó a la lechuza, que tenía fama de ser el animal más entendido en cuestión de enfermedades. Vino la lechuza con su aire solemne y después de examinar a Nina- Minina dijo:

-“Es un caso grave; esta gatita corre el riesgo de perder sus siete vidas. Lo único que tal vez pueda curarla es un té de congorosa mezclada con mburucuyá.”

-¿Y dónde se puede conseguir eso?”- se apresuró a preguntar doña Ronga- Morronga.

-“Esas plantas crecen solamente en las grotas más apartadas, cerca del monte”- respondió la lechuza.

Todos sabían que era ése un lugar agreste, donde merodeaban los temibles jabalís y sobrevolaban las grandes águilas y otras aves de presa. Doña Ronga- Morronga se volvió hacia Tuno- Gatuno, pensando que éste iría inmediatamente a buscar el remedio indicado, pero él dijo:

-“Es un sitio muy enmarañado y peligroso. Si no me comen los animales salvajes, lo menos que me puede suceder es que me raspe y ensucie todo el pelaje. Además,” añadió como para justificar su falta de disposición, “no sabemos siquiera si esas plantas son un remedio seguro.”

Doña Ronga- Morronga quedó muda de la indignación, pero Lino- Felino, que había oído todo, se adelantó exclamando:

-“No hay que perder las esperanzas. Nina- Minina se puede salvar. ¡Yo iré a las grotas!”, terminó con resolución.

Y fue a las grotas cerca del monte, sin temer a los jabalís ni a las aves de presa, caminó entre las piedras y las espinas y volvió con las hojas de congorosa y mburucuyá.

Doña Ronga- Morronga preparó enseguida el té y se lo dio de beber a su hija. ¡Y qué alegría!  Nina-Minina comenzó a mejorar y a los pocos días estaba sana otra vez.

Todos quedaron muy contentos con la curación de la bella gatita y lo festejaron con un concierto de maullidos, pero a Tuno- Gatuno nadie lo vio. Avergonzado de su conducta se había ido de la ciudad y nunca más se supo de él.

Nina- Minina tuvo oportunidad de reflexionar y comprendió que Lino- Felino era un gato que valía mucho: generoso, valiente y que además la quería de verdad. Poco tiempo después se casó con él y tuvieron muchos hijitos, todos igualitos al padre.

Nina- Minina era muy feliz con su linda familia de color barcino y al cabo llegó a considerar que ése era el pelaje más bonito de todos.

Sylvia Simonet 
"Nina-Minina y otros cuentos", edición de A.U.L.I.

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