Nina-Minina |
Hace mucho tiempo, en un rincón lejano de nuestro país, existía la Ciudad de los Gatos. Allí vivían felices muchísimos de estos animalitos, haciendo las cosas que acostumbran a hacer los felinos y sin que nadie los molestara. Los había de distintos tamaños- grandes, medianos, chicos y chiquititos- y de diferentes colores: negros, blancos, amarillos, grises, barcinos y todas sus combinaciones. La más bella de la ciudad era una joven gatita que se llamaba Nina-Minina; era toda blanca, muy elegante y coqueta y tenía unos hermosos ojos azules. Su madre, doña Ronga- Morronga estaba muy orgullosa de su retoño. Cuando ambas se tendían a tomar el sol a mediodía, la madre ayudaba a la hija a lavarse y acicalarse, pasándole por el suave pelaje su lengua rosada y áspera. Todos los gatos de la ciudad admiraban a Nina-Minina y muchos aspiraban a casarse con ella. Entre los más enamorados se contaba su vecino Lino-Felino, pero Nina-Minina no quería saber nada con él, porque, como les explicaba a sus amigas Licha-Micha y Nenusa-Micifuza: -Mi marido tendrá que ser todo blanco como yo, y Lino-Felino no sólo no es blanco, sino que además es barcino.” Como se comprenderá, Nina-Minina consideraba que el pelaje barcino era muy vulgar. Doña Ronga-Morronga, por su parte, pensaba lo mismo que su hija: -Con un marido blanco como ella, tendrá gatitos hermosos. ¡Parecerán bolitas de algodón!- decía con entusiasmo. Pero no encontraban al candidato ideal, hasta que un día apareció un forastero en la Ciudad de los Gatos. Se llamaba Tuno- Gatuno y al verlo todos pensaron que era la pareja perfecta para Nina-Minina: se trataba de un gato inmaculadamente blanco y además, lucía una hermosa cola, larga y espesa que lo hacía muy elegante. Cuando Tuno- Gatuno pasó frente a Nina- Minina, ronroneó con fuerza, a la vez que su cola se agitaba con movimientos serpenteantes, señal inequívoca de que se estaba enamorando. Ella, por su parte, quedó muy impresionada por la prestancia del forastero y le contestó con un suave ronroneo. En pocos días la relación entre ambos avanzó tanto que ya se hablaba de casamiento. Pero entonces sucedió que la gatita se enfermó. ¡Pobre Nina- Minina! No tenía fuerzas ni para arreglarse- ella que siempre había sido tan pulcra- y pasaba todo el día echada e inmóvil. Los cuidados de su madre y amigos no lograban curarla y todos estaban muy preocupados. Finalmente doña Ronga- Morronga llamó a la lechuza, que tenía fama de ser el animal más entendido en cuestión de enfermedades. Vino la lechuza con su aire solemne y después de examinar a Nina- Minina dijo: -“Es un caso grave; esta gatita corre el riesgo de perder sus siete vidas. Lo único que tal vez pueda curarla es un té de congorosa mezclada con mburucuyá.” -¿Y dónde se puede conseguir eso?”- se apresuró a preguntar doña Ronga- Morronga. -“Esas plantas crecen solamente en las grotas más apartadas, cerca del monte”- respondió la lechuza. Todos sabían que era ése un lugar agreste, donde merodeaban los temibles jabalís y sobrevolaban las grandes águilas y otras aves de presa. Doña Ronga- Morronga se volvió hacia Tuno- Gatuno, pensando que éste iría inmediatamente a buscar el remedio indicado, pero él dijo: -“Es un sitio muy enmarañado y peligroso. Si no me comen los animales salvajes, lo menos que me puede suceder es que me raspe y ensucie todo el pelaje. Además,” añadió como para justificar su falta de disposición, “no sabemos siquiera si esas plantas son un remedio seguro.” Doña Ronga- Morronga quedó muda de la indignación, pero Lino- Felino, que había oído todo, se adelantó exclamando: -“No hay que perder las esperanzas. Nina- Minina se puede salvar. ¡Yo iré a las grotas!”, terminó con resolución. Y fue a las grotas cerca del monte, sin temer a los jabalís ni a las aves de presa, caminó entre las piedras y las espinas y volvió con las hojas de congorosa y mburucuyá. Doña Ronga- Morronga preparó enseguida el té y se lo dio de beber a su hija. ¡Y qué alegría! Nina-Minina comenzó a mejorar y a los pocos días estaba sana otra vez. Todos quedaron muy contentos con la curación de la bella gatita y lo festejaron con un concierto de maullidos, pero a Tuno- Gatuno nadie lo vio. Avergonzado de su conducta se había ido de la ciudad y nunca más se supo de él. Nina- Minina tuvo oportunidad de reflexionar y comprendió que Lino- Felino era un gato que valía mucho: generoso, valiente y que además la quería de verdad. Poco tiempo después se casó con él y tuvieron muchos hijitos, todos igualitos al padre. Nina- Minina era muy feliz con su linda familia de color barcino y al cabo llegó a considerar que ése era el pelaje más bonito de todos. |
Sylvia Simonet
"Nina-Minina y otros cuentos", edición de A.U.L.I.
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