Marosa di Giorgio, una gentil taumaturga Sylvia Simonet |
Marosa di Giorgio Medici vio la luz en 1932, en los alrededores de la ciudad de Salto, más precisamente en un paraje llamado San Antonio. Era la zona agraria de Salto, donde se afincaban familias de inmigrantes italianos que cultivaban la tierra en sus quintas. Una de esas familias, de origen toscano, era la familia di Giorgio Medici. La infancia de Marosa transcurrió en ese ambiente bucólico y familiar. Era una niña callada y seria que prefería la meditación y un cierto aislamiento, y a la que deslumbraban las flores y los frutos de los huertos así como los pequeños animales que allí medraban. En su adolescencia, ya trasladada a una vivienda más céntrica, asistió al liceo de Salto y también realizó cursos de arte escénico. Se sabe que ser actriz fue uno de de los deseos no cumplidos de Marosa. Empezó a escribir muy joven; a los 17 años ya revistas lugareñas publicaban sus obras juveniles. Para ese entonces ya era familiar en las calles de Salto la figura de Marosa: “…mirada siempre absorta,/ paso mitad en vela/ mitad sonámbulo/”, al decir de otro poeta salteño. Pero no sólo era característica su actitud, sino también su arreglo personal; siempre se atuvo a sus gustos propios y originales en lo referente a la moda y se vestía de uno modo que podía parecer algo extravagante. Por lo demás, era muy afecta a la bijouterie llamativa y de gran tamaño: anillos, pendientes, colgantes. También iba siempre maquillada y con su abundante cabellera crespa de color ticiano suelta sobre los hombros. Comenzó a reunirse con un grupo de artistas-Enrique Amorim, el famoso escritor, Artigas Milans, pintor y poeta, Gregorio Rivero Iturralde, intelectual y fino poeta, entre otros- en largas veladas de las noches salteñas. Días de vino y rosas, dirá alguien al recordar ese tiempo. Aquí nos referiremos a una particularidad del carácter de Marosa. Era tímida a pesar de su apariencia y ella misma confiesa que siempre sintió algo que la “separaba de los objetos y personas, una pequeña traba, una cosa leve, que la hacía sentir apartada del resto del mundo”. A causa de ello, cuando estaba con amigos muchas veces le era necesario tomar algo de alcohol para poder integrarse al ambiente. “El alcohol despliega algunas alas”, explicaba. No obstante, aclaraba que “para el trabajo no me agrega nada”. Su primer libro publicado fue “Poemas”, de 1954, al que siguieron numerosos otros: “Humo”, “Druida”, “Historial de las violetas”, “Magnolia”,”La guerra de los huertos”, “Está en llamas el jardín natal”, “Los papeles salvajes”, “Gladiolos de luz de luna”. Su obra le fue granjeando reconocimiento dentro y fuera de fronteras. Era dueña de un estilo personalísimo y exquisito. En sus poemas, textos que adoptan una forma muy similar a lo que entendemos por prosa, nos presenta un mundo mágico de deslumbrantes características. Ese universo es en el fondo, el mundo real de todos los días, pero transformado por la sensibilidad de la autora en un maravilloso despliegue. Estos poemas, nunca muy largos, son como relámpagos que iluminan brevemente el mundo maravilloso que le es dado ver a la poeta y han sido alguna vez descriptos como relatos oníricos. Por eso la obra de Marosa ha sido relacionada a menudo con el surrealismo. La similitud está en que, como en las obras surrealistas, sus composiciones semejan visiones del inconsciente y lo soñado, en las que lo irracional prima sobre lo que está regido por la razón. Sin embargo, es de recalcar que no estamos aquí frente a “el automatismo psíquico puro” del que nos habla Breton. Esta transformación de la realidad que, cual gentil taumaturga nos ofrece Marosa, no es desordenada, sino que en ella obra una dirección, sutil pero firme, que tiende hacia la amabilidad y la belleza En 1978 la poeta se trasladó a Montevideo, ampliando de este modo sus horizontes. Su fama continuaba creciendo y obtenía premios y becas. Así fue que pudo viajar y visitó Europa, Estados Unidos, Israel, Argentina, Chile. Su inspiración no le falló nunca y seguía publicando asiduamente. Nuevos títulos se agregaron a su obra: ”Clavel y tenebrario”, “La liebre de marzo”, “Mesa de esmeralda”, “La falena”, “Membrillo de Lusana”. Hacía un tiempo que había empezado a dar recitales basados en sus poemas, recitales en los que se presentaba descalza, vestida de negro y oprimiendo un ramo de flores rojas contra su pecho. Recitaba con su voz grave y llena de sugerencias, dando así parcial cumplimiento a su antiguo deseo de ser actriz. En 1993 aparece su libro “Misales”, que fue publicado con el subtítulo de “Relatos eróticos”. Esta obra marca un viraje hacia lo erótico, aunque los críticos han señalado que su literatura siempre estuvo “atravesada por un viento sexual”. Efectivamente, el universo que Marosa nos describe en todas sus obras, desde la primera hasta la última, es un universo eminentemente sensual, basado en las percepciones de los sentidos, y por lo tanto el componente sexual no podía estar ausente. En sus primeras obras, ese componente no aparece a primera vista, aunque está sin duda latente, como una fuerte corriente subterránea pronta a surgir en toda su potencia. A este respecto podemos recordar que Marosa expresó que “la escritura es una manera de vivir el sexo. Una vía como cualquier otra, tal vez más completa y honda. (…) Mi erotismo sucede en otras zonas que no son la realidad.” Sus últimos libros publicados fueron: “Camino de las pedrerías”, “Reina Amelia” (novela), “Rosa mística” y “La flor de lis”. Marosa fue una persona más bien introvertida. Nunca se casó .Permaneció soltera y sin hijos. En una interesante entrevista publicada en “Búsqueda” en 1996 expresa: ”Me gustaron algunos hombres, me enamoré alguna vez, pero siempre sin atreverme a cruzar la laguna infernal y edénica.” De lejos parecía orgullosa e inaccesible, pero esto era a causa de su timidez y su diferencia. En realidad era una persona cálida y de generoso corazón. Alguien que la conoció bien dijo: ”Después de todo, y a pesar de todo, Marosa tenía un alma de niña”. Falleció en Montevideo en 2004. Sus restos fueron llevados a Salto una tarde gris y lluviosa y ahora reposa en su tierra natal, adonde, ya sabiendo que no volvería en su presente envoltura, dijo que lo haría convertida en mariposa. |
Sylvia Simonet
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