Scheherazade ya no cuenta |
I
(Nadine, de mediana edad, con vestido lujoso pero algo anacrónico, frente a su toilette con gran espejo, donde se verán frascos de perfumes, un porta inciensos con varita de rosa encendida, una cajita musical. Al encenderse foco sobre Nadine, ella está mirándose al espejo, una mano apoyada en la mejilla. Lánguidamente abrirá la cajita musical y se oirá una estilizada pero grata musiquita. Se prueba alguno de los collares que allí están pero no se decide, los vuelve al lugar y cierra la cajita que finaliza su tintineo.)
NADINE. (Sonriente al espejo, sentada) Probablemente, y por la hora que es, esta noche tampoco vendrá. Aunque continuamente me parece oír sus pasos en la escalera. No, no los imagino, los oigo realmente, y sé que son sus pasos, sus grandes zapatos, su forma de caminar. Diego es único. Esos zapatos negros son únicos, yo se los regalé, ahora están con el taco disminuido en la parte de adentro, donde los gasta primero. Y debo estar algo loca, para haberme fijado en lo más bajo… en lo más debajo… más abajo… ¿Cómo se dice…? La expresión correcta es… ¡A la putísima madre con la gramática…! Estoy nerviosa, eso es lo que pasa. Son las once y diez de la noche. No, las once y siete minutos, veo. Y lo espero desde las siete de la tarde. Esto rebasa a cualquiera, sobrepasa, rebasa o sobrepasa serán sinónimos, en la escuela, en la escuela… (Pausa, se pone de pie). Lo que no sé realmente es para qué me maquillé y me perfumé con lo último que quedaba de este perfume que costó doscientos dólares. Hace años que yo se los di para que él, Diego, me lo regalara. Se terminó como se terminan todas las cosas. ¿Y para qué me puse este vestido de seda, por sobre el que él me palpaba toda, tantas noches? (Se palpa los senos, las caderas, mirándose. Con ira creciente.) ¿Para qué, para qué, para qué? Eres una estúpida. Necia. Condescendiente. Servil. Ser vil, mira esta palabra, servil, se desdobla en otras: Ser y vil. Y sigues con la gramática… ¡cuando te han humillado, ninguneado, explotado, y vejado! ¡Te ha usado y te ha tirado alternadamente, durante veinte años! ¿Y por qué sonreías entonces, al probarte esa chafalonía que él te regaló, comprada en la feria, sin duda? (Pausa) Estás caminando en círculos, infradotada Nadine. ¡No entiendo cómo puedes mostrar esa sonrisa que parece sacada de una propaganda de Colgate! (Se mira odiándose, se señala ante el espejo con el índice) ¡Colgate, colgate, colgate, colgate, colgate, colgate, colgate! Oh, oh, oh, desaparece el sentido de la palabra, queda hueca, como el hueco… como el hueco… como todo hueco. Pero dentro del hueco, ese verbo imperativo “colgate”, al desaparecer, da lugar a… a otro significado, a otro referente. ¿Referente a qué? Sí, a que me cuelgue yo, lisa y llanamente. Lo oí dentro, como oigo sus pasos allí otra vez, ahora. (Señala la escalera. Ojos agrandados. Pausa.)Tú me estás diciendo que me cuelgue, que me ahorque, ¡casi nada! Para completar de tirar por la borda, con la cuerda y a la mierda…a la loca ninguneada, usada y descartada mil y una veces, en mil y una noches. Como la de aquel libro que inventaba cuentos para salvarse de la horca o el hacha, no sé… (Vuelve a sentarse frente al espejo) ¿Qué estás pensando, divagante Nadine? O más bien Eva Andreina, como te puso tu madre, y Diego rebautizó en Nadine, seguramente porque eras Nadie más Ine: Nadine. “Nadita” es en lo que te transformó entre tus veinte y tus cuarenta años este Pygmalion al revés. Nada, eso es lo que eres, a causa de su obra. Te usó y te desechó como… los profilácticos, como sus corbatas o sus slips. Material descartable. Nadine desechable (Se dobla, apoyando el torso sobre el toilette. Pausa.)¡Pero levántate, seca tus lágrimas! El “colgate”, que me pareció una orden, fue eso: una orden. ¡Pero vale para él también! ¡Y la noche recién empieza! (Luces.)
II
(Pasada la medianoche. Nadine viste un largo y desaliñado camisón, el pelo revuelto. Va descalza. Hay menos luz en la escena.)
NADINE.- (Otra vez frente al espejo, pero de pie. No hay frascos, ni inciensos. Queda sólo la cajita musical, pero cerrada.) Te molestaba tanta luz. Pero te veo con mejor semblante. Y menos necia. Menos tarada. En puntuación de uno a diez, antes estarías en diez. Ahora andarás por seis. O seis y medio. O siete, que es el número redondo. ¡O bien que ya estás para el siete, que es como quien dice para el culo! El traste quedaba mejor, dirían en aquella escuela para señoritas…O allí donde la espalda pierde su honrado nombre, como decía humorísticamente mi abuela Abigail, la pobre, que tenía cierta fama de bruja…(señala al espejo) ¡No, no te me rías, no te burles también tú! ¡Y menos después de lo que… de lo que…! ¡Y no me acuses! ¡No me acuses con tu dedo índice! ¡No tengo nada de lo que deba arrepentirme, ni existe nada que justifique tu gesto acusatorio! Sí, es verdad lo que te dije de mi abuela Abi. Y a ella sí, la denunciaron, la acusaron dos malditos vecinos de aquel barrio apestoso donde vivíamos en la más desoladora pobreza, ¡caminando sobre un piso de tierra, Señorita Acusadora! ¡Baje su índice! ¡Pobre abuela Abigail! Se la llevaron de noche como se estilaba entonces, cuando…se volvía o no se volvía. Ella volvió, cinco años antes por buen comportamiento. Le habían enchufado quince años de cárcel por ejercicio ilegal de la medicina. Año 1977: titular de diarios, “Un aborto con dos muertes: una mujer y su hijo.” (Se sienta otra vez.) ¡Me enferma que te rías, frente a lo que te estoy contando, como si yo hubiese heredado aquel crimen! Por favor, por favor, no te rías así, mostrando esos dientes que parecen guadañas de marfil. (Aterrada, desorbita los ojos, se levanta, retrocede, aparta con los brazos algo que solo ella ve.) Oh, oh… (Huye hacia un rincón más oscuro) Debe ser solo el reflejo de esta mala luz, un reflejo feo, ¡apártalo, apártalo! No lo vuelvas a mostrar. (Pausa, respira entrecortado, escucha algo que sólo ella oye.) ¡Sus pasos de nuevo! Sus zapatos inconfundibles. Hay algo… hay algo que salió mal… pero tú eres la culpable, perra. Tú diste la orden. ¡Y además sonreías, luciendo tu linda dentadura de modelo decadente, como esas pobres aspirantes que solo consiguen trabajo de publicidad para algún dentífrico! Modelos a las que nos matan de hambre antes, durante y después del trabajo en la pasarela o en el set… ¡Como a mí, pero ahora arrinconada por la aplanadora de los cuarenta años!… “¡Colgate”!, me sugeriste brutalmente. Pero yo me cansé no solo de las pasarelas: también de las órdenes, los avisos y los consejos unilaterales! (Sentada otra vez frente a su imagen) ¡Colgate, le dije, y se la pasé! ¡Como jamás me hizo caso, entonces lo colgué a él! (Cambio de luces.)
III
(Amanece. Nadine tiene los cabellos aún más desordenados, el camisón entreabierto, un seno al aire, sentada en el suelo, cerca de un gran lienzo que oculta el ropero. Está en postura fetal.)
NADINE.- (Levanta la cabeza, mira hacia la ventana.) La primera luz del día. No soporto esta ropa, ni soportaba las pulseras, el anillo, las caravanas, los collares, no entiendo como he podido hasta ahora… (Mira el espejo). Esa, me ha dejado un rato tranquila, ha bajado la guardia. Dejó de hostigarme. Aunque creo que se hace la dormida y tiene los ojos entreabiertos. Veo dos líneas rojas en el sitio de sus ojos de fiera. Y es curioso…el espejo…refleja una línea negra, larga (señala al aire). Debe ser el ropero negro ese... donde…(Se yergue despacio, intrigada. Pausa.) Claro, debe ser la hoja mal cerrada, la hoja del espejo biselado…¿qué se verá si pongo los espejos frente a frente? No. No empieces otra vez. Ella te dio un respiro. Acéptalo. Piensa en algo lindo. Búscale otra arista al asunto. Sí, voy a pensar…en los recuerdos que allí están guardados. Cartas, postales, fotos añosas, alguna filmación casera. ¡Nuestras ropas, sus… zapatos! (pausa.) Oh, no, no quiero ver nada de eso, ni recordar… (Mira por una ventana). Esas otras mujeres, allí afuera, están locas, esquizoides, alienadas, ¡enfermas! Atadas a esa noria donde van sonrientes, mostrando una felicidad que no existe, ni existirá jamás. ¡Y no ven lo que sí existe y se palpa muy tangiblemente como yo lo descubrí hoy! (Camina hacia el ropero) ¿Por qué vuelves a mirarme? ¡No me acusas con el índice, pero si con tus ojos! ¡Y no me digas más ese nombre! Ya no soy Nadine, mi nombre es Eva Andreina. Ya no soy la Nadita que él hizo de mi: la descartada, la use-y-tire. ¡La empalada! ¡La enterrada viva como en un cuento de Poe, la que pedía ayuda a gritos y nadie hacía nada! Sí: Eva Nadine acaba de morir, entre gallos y medianoche.
(Camina hacia el lienzo que cubre el ropero. Mira hacia arriba y luego mira el espejo, dos veces.) Desde este ángulo no te veo, solo veo mis pies descalzos… (recuerda algo) Yo me subía sobre sus pies, sobre sus pies descalzos, enormes y él me paseaba riéndose como un niño grande. Y su risa se volvía carcajada cuando decía “Plumita Nadine”, un paso, “Evita Plumita”, otro paso, “Nadine Nadita”, y otro paso…¡Y yo me reía también, como loca, en ese juego donde parecía derretirme como cera sobre sus pies descalzos! (ahora queda estática, siente horror, hay un gran silencio) Basta, debo salir de acá…debo huir… pero antes… Oh, oh… ¡Mañana, hoy no! Mañana… una crónica policial dirá: “La asesina del 2º B”. Por mí, por Eva Andreina, la más dócil, la más querible, la más ayudadora de todos, hasta de los gatos y los perros abandonados… (Ahora recordará relatando la reciente medianoche, pero antes camina hacia la cajita musical y la abre dejando oír su música tintineante. Luego va hacia un mueble, en la semi penumbra.) Oí sus pasos, sentí la puerta que se abría, hicimos el amor por última vez. Después se durmió profundamente, como siempre…y luego, aquellas fuerzas como de leona, pero de leona herida… (Se vuelve y señala el espejo) ¡Tú me dijiste diez veces “colgate”, pero no quise: lo colgué a él, de una araña! Aquí, detrás de este mueble. El lo compró hace veinte años, el día aquel que comparó mis dientes a perlas, plagiando una canción cualquiera. ¡Y yo no soy una cualquiera! Solo tuve momentos…¡que cualquiera puede tener! (Descorre un lienzo ante el mueble, mira hacia arriba, allí se ven los piernas y pies de un hombre colgando, calza grandes zapatos negros muy lustrados. Nadine pone una mano en cada mejilla, con la mirada de patético amor hacia el muerto, y se dirige a él:)
NADINE.- Ohh, pero no a cualquiera puede dársele ese amor, que me hizo tocar el cielo con las manos… ¡hundiendo mis pies en el infierno! No querías destruirme y me destruiste. Yo no quería…eso…eso… (Tono muy bajo, casi susurrado.) Ya estamos iguales los dos. Ambos en sitios distintos, pero ahora de igual a igual. Tú erguido, y yo de pie, nunca antes estuvimos así. Y veo…que el amor no ha muerto…aunque…irán a decir…ellos… ¡y esa, esa! (señala su espejo). ¡Y es una ladrona, quiere robar mis cosas, mis mejores recuerdos! (Erizada, ojos desorbitados, corre hacia su toilette y toma la cajita musical. La abre dejando oír su música tintineante. Vuelve con ella junto al ropero y la pone en el suelo, bajo los pies del hombre.) Es nuestra música, Diego, ¿recuerdas? (Se escuchan pasos de más de una persona.) ¡Diego! ¡Diego! De nuevo oigo pasos. Pero son dobles. ¡No, triples! Suben por la escalera. Son ellos. Los mismos que se llevaron a la abuela Abi, aquella noche…¡pero está amaneciendo! ¡Esta fue la del 2º C, que nos odia! ¡Que no me vean así… debo arreglarme! (se arregla el pelo, se alisa el camisón.) La primera impresión que causamos en los demás es la que perdura para siempre… ¡Y no me he cepillado los dientes! (Ensaya una sonrisa desmesurada, casi una mueca, frente al espejo.)
El decía…las perlas…de mi boca… las perlas…de…mi…
(La sonrisa se va transformando en espasmódica carcajada que tapará el sonido de la cajita musical, con su bailarina en miniatura bailando en tutús.)
CORTINA DE LUCES F i n |
Víctor H. Silveira
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Noviembre/2010
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