Le plugo al Hado invitarme
a la casa de columnas blancas,
allí daría su fiesta
una estirpe desterrada.
La mansión con su tocado
de luna, hiedra y rocío,
a sus jóvenes amantes
una vez más se ofrecía…
Pero abajo
en los jardines
el Otoño bruñía sus filos.
Y también la ingrata Selene
doradas hachas pulía.
Los relojes enmudecieron
cuando llegó otra Invitada…
Y ellos
se tornaron uno, todos.
O todos se fueron
y quedó solo uno:
Vi su mirada de cristal quebrado
hecha astillas y seca como piedra.
(Por pasillos tan sombríos
se pasearon
Angustia y Agonía, engalanadas.)
Y leí en sus ojos
-Dios sabe con qué miedo-
otros miedos inmensos,
la interdicción, los tabúes,
antiguas siemprevivas muertas
en los menhires del alma.
……………………………….
Y allá adentro,
desde alguna habitación
de la casa en sombras,
el Amo inmarcesible
-solemne, arcano, bello-
su extraña sinfonía
volvía a reiniciar.
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