Auto de fe |
Comenzó con un juego tan sencillo y fácil. Era sólo interpolar dos o tres palabras. Hacerlas trizas y mezclarlas en un crisol. El aprendiz de poeta sacó de ahí un poema balbuceante y desgarbado pero bello como todo hijo. Luego ya no hubo retorno posible. Ahora sé muy bien que los verbos atan y desatan: lazos de seda y acero. Los vocablos metamorfosean rayos y saetas las conjugaciones. Esa alquimia manejamos los hombres vulgares. En las combinaciones -tal como en la Física- se dan algunas claves que lo incendian todo hasta a uno mismo. (Será que para tratar de dar luz hay que quemarse en la llama). Será. Pero hablé. Con lo callado que soy y hoy hablé. Sin embargo no me arrepiento. de este "auto de fe". |
Víctor H. Silveira
"El Cochero de Arjona"
Salto, nov. 1994
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