Metafísica de la caricia

por Mario Américo Silva García

“Piedad para las manos enguantadas de hielo...”
Delmira Agustini

El título utiliza el vocablo metafísica en su sentido originario. Implica, pues, ir más allá de lo físico. Trasciende también el desarrollo de los artículos anteriores sobre la mano. Pretende elucidar un contacto corporal que va más allá de lo corporal: sólo por analogía se habla de “caricia” cuando se tocan dos cuerpos inanimados.

Deliberadamente omití antes una función primordial de las manos: tocar aquello que siente que es tocado. La mano que toca da origen a una sensación inalcanzable para cualquier instrumento. Al sentir que toca, algo del objeto se le trasmite. Podemos avanzar en el camino de una experiencia singularísima, tocar nuestro propio cuerpo; experiencia que únicamente yo mismo puedo alcanzar; experiencia de un doble tacto.

La realidad se nos da por diversos sentidos. Pero no del mismo modo. La visión fue el sentido privilegiado de los griegos y de los filósofos del siglo XVII; el tacto fue preferido por los romanos. Creo muy verosímil la tesis de Humboldt, según la cual toda lengua implica una manera de abordar el mundo. La visión nos hace conocer el objeto globalmente; el tacto es analítico. Hay siempre un intento de apoderamiento, pero acaso en el tacto sea más profundo; se vuelca a lo tangible, lo domina una cierta codicia. Ya me referí a la metáfora de la mano de los estoicos; su cenit es la mano que aprisiona. Pero está también la mano pródiga, la que roza y se complace en la forma. Occidente ha vivido acaso demasiado en la modalidad gnóstica según Straust, aquella que se complace en el conocimiento. El Oriente se volcó hacia lo pático, a la experiencia del sentir. Y acaso de la infancia a la adultez se produzca un tránsito análogo. Pienso en una distancia que se da entre la sensorialidad y la sensualidad, y por ésta entiendo la complacencia que los sentidos extraen, el secreto disfrute, que alcanzan.

Hay una profunda diferencia entre el mero asir y el tocar, el tomar con la mano. Se muestra como el término final del desplazamiento de la voluntad; voluntad que sigue una superficie y abarca una forma. Es en función del, tacto que logró un modo más profundo de ser en el mundo. Se me revela una presencia, se me da un encuentro.

El tacto elude una distancia, se alimenta de cercanías. Hay que profundizar qué distancias suprime y qué cercanías consigue.

La discontinuidad de los seres

Somos seres esencialmente discontinuos. La existencia se dilata hasta un límite. El tacto aspira a una continuidad, a una imposible fusión, a corregir un sufrimiento. Sufrimos —escribe Bataille— de nuestro aislamiento en la individualidad discontinua.

Se trata de la búsqueda de un más allá o de un más acá de la objetividad, allí en el plano de lo interhumano. Es el privilegio del hombre —enseñaba Buber— oponer una infranqueable barrera a la objetivización. Lo interhumano se refiere a acontecimientos que, teniendo carácter de actualidad, se producen entre los seres humanos, en un clima de completa mutualidad. ¿El contacto será capaz de abolir la discontinuidad?

Se advierte un tránsito, a propósito de los sentidos, de lo literal a lo metafórico. Tener tacto, más allá del truismo, es una modalidad especial del trato. Etre touché, inevitable galicismo, designa la conmoción ante algo o ante alguien.

Cuando Jesús, en el momento en que prepara su ascensión rehúsa el contacto a Magdalena, pronuncia el Noli me tangere!, ¡No me toques! Y Mélisande defendiendo su existencia misteriosa,
. lo reitera a nivel profano: “No me toquéis”; defensa ante un contacto que amenaza.

La caricia, en cambio, no es invasión. Allí el tacto no tiene ninguna inquietud inquisitiva. Se manifiesta como movimiento reiterativo que apenas avanza. Allí lo pático se enseñorea sobre lo gnóstico. Trata de sentir y hacer sentir. Contacto suave, tenue, y movimiento moroso; eso es la caricia. Y aunque sea parcial, supone el cuerpo entero y vivo. Trasciende lo corpóreo y apunta al ser mismo. Supone el eco, la resonancia; allí los sentidos se conjugan.

Caricia deriva de carus (querido); de allí también deriva cariño. Y aunque la etimología no lo permita, está próxima a carnal. Es la mano desnuda, carnal, la que acaricia; y es carnal también lo acariciado.

Ella supone la sensibilidad, pero la trasciende. No hay un asir; solicita aquello que se evade sin cesar, io que se oculta, lo que aún no se posee. Busca, persigue lo intangible. Expresa el amor, aquel que no puede volcarse en palabras. Mucho más elocuente que el discurso, se orienta más allá de lo dado, a lo que se presiente, a lo que se adivina. Y, como el lenguaje ante las grandes cosas, tropieza con lo inefable. La caricia va a la búsqueda de lo intangible.

 

por Mario Américo Silva García

Montevideo, 25 de Mayo al 1o de Junio de 1984 Año I, N°24

 

Publicado, originalmente, en:  Jaque Revista Semanario N°24

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3074

 

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