Preludio indiano

poema de Clara Silva

 

Alto azul ilusorio de la tierra

atravieso.
En el latir mecánico,

la hélice crea el tiempo.

 

Los nombres aprendidos
en los mapas borrosos de la infancia
los nombres fabulosos
en la orilla lejana de mi ser olvidados
recobran su presencia, su verdad, su sonido.
Toco la inmensidad del Amazonas.

 

Sustanciales de tierra,

en la cima del aire
suben como vapores de sales, de aromas, de reposos.

 

América se extiende
se derrama en sus ríos,
arde en el plasma vegetal de su delirio.
A veces es un bosque apretado de sombras,

a veces una ola de luz y de silencio

a veces cordilleras de eternidad segura.

 

Su mapa vertebral

de fermento y latido,

cuerpo sonoro, elemental, profundo,

abecedario vivo
en que a otro ser despierto
en la nativa, oscura rosa,
descifro las corrientes confusas de los sueños,
y el drama del poeta que te nombra.

 

Ser tuya, de tu tierra,

y siéndolo

no serlo.
¿Cómo sostengo el alba de esta fuente?

Desciendo de una luna occidental

cansada,
al racimo calcáreo de la raza

arraigado en la piedra y en el hueso

de tus siglos.


                 II
 

Ahora que por la calle de los muertos

entro en el movimiento ritual de las cenizas,

ahora que cada piedra agoniza o fulgura

en historias de sangre y de paciencia,

ahora que de lejos viene

el tambor de Cuahtémoc

despertando las máscaras superpuestas

descubro
—y me descubren—Nombras
en caminos de tierras rojizas y de cactus.

 

Del espacio desierto del Teocalli

de los oscuros dioses derribados

un pueblo permanece

separando
como un río de cólera y silencio
su semilla de soles enterrada

y el renacer violento de banderas

mañanas que en lo antiguo desembocan.

 

Todo me dice aquí de una tierra que amo

y vivo apenas
rozando con cuidado su misterio y su llaga;

meditabundos ámbitos de luces,

escaleras de obediente armonía,

esculturas crueles entre basaltos negros.
Y a media noche un niño

en Madero

ofreciéndome
su canasta de lágrimas y polvo amontonado.

 

Entre la flor y el niño —y la esperanza—

y la mano enguantada de malicia

hurgando los yacimientos del dinero,

y los raudos caudillos del escándalo

—y la vida y la muerte—

llevadas a la espalda como un cesto vacío,
hay una pausa rota que aspira su sonido.
Apunta un equilibrio entre el ayer y el día.
Serpiente azul
constelación en duelo
clave del ordenado laberinto
vigila los regresos.


                 III


Y otras tierras descubro

con su voraz guerrero.
Tu caballo, Pizarro,

es la noche del indio.
Tu momia arde en el oro de viejas catedrales

como en un fuego solitario y vacío.

Gobierna una tristeza de balcones leprosos

donde cuervos vigilan la culpa inacabada.


Rumorea el osario

como un panal caliente
y es un círculo ciego su obediencia de bronce.

¿Quién sostiene esta herencia

pasiva y obstinada?
¿Quién, de dos intervalos de codicia y codicia
—la Conquista, el Petróleo—
sostiene el origen del fuego,
plenitud del maíz
levantándose
en las manos abiertas de la vida?
Ni cruz ni espada
ni palabra nueva
derriban la garganta de su sangre
apagan sus hogueras.
Busco la vena rota
en su desnuda arqueología,
su lágrima callada,
su indestructible herida
su amor en movimiento
el alma de su quena en las montañas.

 

Busco en esta tiniebla la claridad de un alba

y la voz de Vallejo desgarrada;

el río subterráneo de su sangre;

en sus orillas
un pueblo mudo y triste se levanta,

afirmación total de piedra y hombre,

sustancia indestructible de la tierra

adherida a sus duros cimientos seculares.

 

                  IV

 

Un indio Tabaré tuvo mi infancia,

sombra errante
junto a un río de arpas sensitivo.
Qué despertar
qué rapto, qué escritura,
qué designios dormidos me descubrió la tierra

que yo cruzaba impávida

extranjera y nacida...?


Cómo decirte, huésped en mi canto sombrío,
cómo decir que palidecen solos
en la vaguedad de sus coronas
mis amados señores de la alquimia y el símbolo,
fantasmas de un parnaso
sin molienda ni aurora... ?


Inclinada a tu origen
mi sangre empieza a conocer tu sangre,
majada que en la niebla se perdía
Nace como otro canto subiendo por mi canto,
una pregunta abierta a tus caminos
donde me asomo
y pienso.

poema de Clara Silva

Publicado, originalmente, en: Clara Silva ANTOLOGÍA ARCA Editores - Nov 1966

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Ver, además:

             Clara Silva en Letras Uruguay             

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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