Las palabras caen
bienamado Darío
de los cálices muertos
y el poema es una lengua torturada
en la complejidad de los sueños.

Los jueces se sientan

detrás de sus cabezas

y esperan
sobre las brasas del instante

que diga
frente a toda esta tierra

como el dolor nos cubre

desterrados

inermes.

Pero aunque siento

sembrar de sal mis oraciones

y arrodillada
me empapo en la sangre del prójimo

que crece

Mi voz trabaja
la sobrenatural incertidumbre

cuando el alma fue vista desnuda por el cielo.

Antes que la caída

arrastrara su sombra

detrás de sus pisadas

hasta el dolor del suelo

su destino.