Truco

por Fernán Silva Valdés

El pueblo crea o adapta sus juegos espontáneamente. Sin cálculos ni razones, improvisa, asimila o modifica, siempre a su semejanza, aquello que consuena con su ser colectivo. Siendo los juegos un aspecto de las costumbres del pueblo, sus orígenes habrá que buscarlos en el lugar y la edad en que ha madurado su raza. Pero cuando un pueblo, — apremiado por el ritmo de la vida, — necesita un juego que no existe en el haber de su raza, lo crea; y si no tiene tiempo, — históricamente, — para ello, lo asimila, devolviéndolo modificado, a la medida de su espíritu y de su físico. Tal ha sucedido con el "football", el juego "rubio", latinizado por los hispano - americanos, y latinizado, no de modo igual, sino con características propias, ya que los españoles lo volvieron todo empuje y nosotros todo gracia.

Mas no voy a referirme al juego físico de la raza fría, sino a un juego intelectual y representativo de estos pueblos, a nuestro viejo y amojosado juego de naipes denominado "truco".

El "truco" es, entre los juegos de naipes, el más criollo y el que siempre prefirió y sigue prefiriendo el hombre nativo de las tierras del Plata. Digo juego criollo en general, y no gaucho, en particular, porque si bien el hombre del campo y de otrora le imprimió su sello, era jugado indistintamente por éste y por el pueblero. Sus incidencias están pintorescamente salpicadas de refranes y decires criollos, tan de la boca del gaucho y paisano, como del mozo pueblero aquerenciado en la esquina del almacén, o como del señor de las ciudades del Plata de pura cepa criolla, que pitaba tabaco negro con chala y usaba al cuello, en forma de boa, aquel característico poncho de vicuña.

Si es el juego de barajas criollo por excelencia, es también, por sobre todo, el juego varón. Otros juegos de naipes son practicados por mujeres, como el "bridge", el "pocker", la "escoba de quince", etc., pero no conozco ninguna mujer jugadora de truco. El se adorna con todas las galas — positivas o negativas — del criollo: es taita, compadrón, decidor, florido... para jugarlo bien hay que poseer mucha vivacidad, concebir las jugadas con rapidez, tener buena memoria para llevar la guía de los naipes que han salido y también ser engañador y desigual. Es un juego bien latino.

Ignoro como llegó al Río de la Plata. De su origen ibérico no caben dudas. El Diccionario trae la palabra "Truco": juego con bolas de marfil. No es nuestro juego. Trae también: truque y truquiflor, juegos de envite, y por la descripción que hace se ve que se trata de nuestro truco, y más del "porteño" que del "oriental"; diferencia apreciable e interesante, sobre la cual más adelante trataré.

No he encontrado nunca artículo o estudio sobre el lema, verdad que tampoco lo he buscado mucho, pues la investigación no es actividad de mi resorte. Con todo, creo que el truco no ha sido tema preferido por los escritores criollistas, ni tampoco por los investigadores. Sólo he leído sobre el una descripción en verso de Ascasubi en su "Santos Vega" y unas décimas justas y jugosas del poeta Guillermo Cuadri.

Paso por alto, pues, la investigación histórica de sus orígenes, así como la de sus diferencias y semejanzas entre el que se juega en la Argentina y el que se juega en el Uruguay, trabajo que ya tomará a su cargo alguien con más dedicación que yo, y sigo refiriéndome al juego en si, cristalizado y clásico — en cualquiera de las dos maneras — como lo jugó el gaucho, como lo jugó el señor criollo de ayer, y como lo seguimos jugando muchos criollos de hoy.

Yo afirmo que entre los juegos de naipes, el "truco hasta el dos" es una obra maestra del género.

Vigoroso en su estructura, con ese vigor característico de lo español; y en ancas, pintoresco y florido en sus puntas.

No es juego de azar. Gana el que lo juega mejor, Tampoco es del género que llamaré timba; no en el sentido del azar, sino en el sentido correspondiente a la emoción de jugar dinero, como sucede con el monte, por ejemplo.

El "truco" es desinteresado. No se le juega por ganar plata, sino por entretenimiento, por descanso, — en el sentido de cambiar de actividad, como todo juego no profesionalizado,— por cultivar la vena gallarda y altanera que tenemos los hombres de vieja cepa; en fin voy a agregar que se juega por criollería.

Se dice: gané tanto o cuanto al monte. En primer término está la cantidad ganada. Y se dice: le gané a fulano un partido al truco. En primer término está el amor propio satisfecho. Una partida de monte o de gofo sin interés es aburrida; no se concibe. Una de truco, se concibe por el truco mismo, por imponer condiciones de jugador hábil. Y cuando por seguir la costumbre de "interesar" el juego, se le asigna algún interés material, éste es de otra índole: un "entero" de lotería, una cajilla de cigarros o un cordero "ensillado". Hombres que al monte se juegan hasta la camisa, se avienen a jugar al truco por un peso el partido. Es uno de los juegos en que entra en mayor grado el amor propio.

Hacer una chambonada, "cantar errado" es risible. Perder un "vale cuatro" es casi deshonroso, a menos que se pierda "bien perdido"; por ejemplo: con el "cuatro " contra el "dos" o con el "bastillo" contra la "espadilla". Y ganarlo tiene tal importancia intrínseca, que el afortunado "lo raya" en la pared o en la mesa.

"Aquí está Jacinto Amores!
Vengo, paisano Simón,
a ganarle un vale cuatro
y al grito rayárselo"
                                  Ascasubi.

El partido se hace de cuatro o de seis jugadores y por el sistema de compañeros: dos contra dos y tres contra tres. Se juega a un número determinado de tantos, en dos jornadas o "chicos"; a dos "treinta" o dos "veinticuatro". Los puntos para ganar se llaman: "flor", "envido" o "truco"; con sus derivaciones: "contra flor el resto", "la falta envido", "retruco" o "vale cuatro", etc.

Pero sería engorroso entrar en esos detalles. Vayamos ahora a puntualizar las diferencias del truco que se juega en la Argentina y el que se juega en el Uruguay.

El argentino es, seguramente, el mencionado en los diccionarios con la palabra "truquiflor", donde la "flor" se forma con el mismo palo en las tres cartas que se reparten a cada jugador en cada vuelta. Única manera de formar "flor". En el modo argentino no hay las cartas llamadas "piezas", ni se pone baraja indicadora del palo que es el triunfo. De este modo las cartas mis altas son "la espadilla", "el bastillo" y los dos "sietes bravos", siguiendo luego el tres, el dos, etc. En cambio, el modo oriental es más rico y amplio; hay cinco cartas superiores a la "espadilla" y se forma la "flor', no de una, sino de cuatro maneras distintas; utilizando esas cartas llamadas "piezas", que son: el dos, el cuatro, el cinco, el caballo (perico) y la sota (perica) del triunfo o muestra. La "flor" mayor en el truco porteño es de treinta y ocho, y en el oriental de cuarenta y siete. El envite mayor en el primero es de treinta y tres y en el segundo de treinta y siete.

Bien. Más rico o ampliado uno que otro, ambos tienen la virtud de interesar y apasionar a sus cultores, y ambos poseen el aspecto florido y pintoresco que le da la costumbre de jugarse entre versos y dicharachos.

La primera vez que presencié, siendo niño, una partida, fue en mi casa paterna. Jugaban mi padre y varios amigos.

Mi padre cantó "su flor" con estos versos:

"A visitarlo he venido
amigo don Salvador,
con una noche fieraza
y una helada: "de mi flor".

Otra vez, años más tarde, en una estancia a orillas del arroyo Casupá, escuché esto; el jugador que tenía "flor" la cantó o declaró así: "floreció mi esperanza", y un contrario, que también tenía, y flor grande, seguramente, lo abarajó en el aire replicando: "y la secó un yelo ..." Agregando luego: "contra flor el resto", que es la frase equivalente a decir: a la mejor le juego el resto de los tantos, o lo que es igual; el partido.

Muy conocido es lo siguiente, siempre para cantar flor, que es el punto más preciado:

Una flor en una tina
¿será "flor" o Florentina!

La mayoría de los versos que se usan en el juego son para cantar flor; pero también los he oído para envidar:

"Aquí está un mozo oriental,
paisano muy albertido;
viene a pasar un buen rato,
diciendolés: "real envido".

Puede suceder que si algún contrario tiene "flor", corno ésta excluye "envido", le conteste de esta manera:

"¿Y esta "flor" donde la tiro?"

Pero sólo una vez oí "querer" en verso. Habían trucado, y uno de los jugadores, en lugar de decir "quiero" a secas, como se estila comúnmente, replicó así:

Dicen que el ñandú es ligero,
y que se hace el muerto el zorro
y el gaucho dice: "te quiero",
cuando habla a su china al oído.

Palabra que se profiera durante el juego, y estando a la vista la carta del triunfo, así sea en conversación con los mirones de afuera, es palabra válida. Por eso es que los términos referentes al juego se insertan en versos, o decires, y al pronunciar éstos, queda ya planteada seriamente la jugada y, dicho sea de paso, de una manera pintoresca o socarrona, bien a propósito para torear al contrincante.

Salvo las excepciones de toda regla, cada partida de seis o cuatro jugadores, cuando son criollos de ley, es un torneo poético picaresco, una batalla, no sólo de naipes, sino de choques espirituales, donde rivalizan la flor episódica del juego, con el episodio florido de las palabras saladas de intención y campanudas de taitería.

Yo he visto a gentes que viven el día cotidiano en una corrida actitud de seriedad vulgar hasta el aburrimiento, transformarse y hasta ser brillantes y acaparadoras de la atención ele la "barra", — como ahora se dice, — durante un partido de truco.

Y antes de concluir, voy a relatar un caso que le aconteció a un amigo mío. Venía en viaje de regreso de Europa al Plata. Un grupo de pasajeros habían hecho rueda, con esa rápida, amistad hija de los viajes. Dicha rueda se componía de rioplatenses y algunos europeos con predominio de ingleses. En mitad de la travesía, a los ingleses se les ocurrió realizar un campeonato de "bridge", y como la mayoría de los criollos no lo sabía jugar, quedaron de mirones, mientras los extranjeros se divertían entre sí. Así pasaron tres o cuatro días fastidiosos para los platenses que habían quedado en una situación algo desairada. Pero, — me decía mi amigo, — a uno de nosotros se le ocurrió realizar, a nuestra vez, otro campeonato, y el tal fue un campeonato de truco. Yo había aprendido, — casualmente, vea que ironía, — a jugar al truco porteño en París! Metimos tal algazara, a punta de versos y refranes y carcajadas, que al final los ingleses abandonaron su bridge para convertirse, a su vez, en "barra" nuestra.

por Fernán Silva Valdés
Del libro "Leyenda (Tradiciones y costumbres uruguayas)
Montevideo 1936 - Imprenta Nacional.

Texto digitalizado, y editado, con el agregado de, por el editor de Letras Uruguay

Ver, además,

             Fernán Silva Valdés en Letras Uruguay

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