La truqueada cuento de Serafín J. García |
Mientras trotaba aquel domingo rumbo a la pulpería del Tatú, donde se había dado cita con el Tigre, el Lobo y el Carpincho, a fin de truquear un rato, Juan el Zorro iba maquinando la forma de burlarse del prepotente felino y ganarle de paso algunos pataconcitos, que buena falta le hacían, pues andaba poco menos que en harapos y necesitaba comprarse urgentemente botas, bombacha, poncho y otras prendas de vestir, para esperar bien pertrechado el invierno que ya se aproximaba. Después de reflexionar en silencio largo rato preguntó al Ñandú, que como siempre servíale de pingo, y que acuciado por la insaciable voracidad que lo caracterizaba sólo pensaba en llegar cuanto antes a destino, con la esperanza de poder echarse alguna cosa al buche. -¿Sabés jugar al truco, Patas Largas? -¡Di ande, hermano! A la escoba'e quince, y gracias. Y eso mesmo porque me la enseñó la patrona cuando yo ricién había agarrao el nido, pa que no me aburriese demasiado de estar tanto tiempo quieto. -¡Si serás pajuate! Un juego tan lindo y tan criollo como el truco y nunca haberte dao por aprenderlo. ¡Eso es indigno de un oriental, canejo! -Vos pensás de ese modo porque tenés alma'e timbero, Juancito. Pero pa mí me resulta mucho más entretenido andar picoteando alguna cosita por ahi que perder la salú y el tiempo en las carpetas. Ya iba el Zorro a contestarle un disparate, fastidiado de verlo tan insípido, cuando lo desviaron del tema unos chillidos desesperados que procedían de un pajonal cercano. Y al aproximarse a averiguar la causa de ellos, vió una enorme culebra de las llamadas parejeras, que reptando sigilosamente avanzaba hacia un pequeño Ratón ya hipnotizado por sus malignos ojos, con el siniestro propósito de engullirlo. Sin vacilar un segundo, Juan enarboló su rebenque y le gritó al ofidio en tono amenazador: -¿No tenés lástima de ese pobre bichito, desalmada? ¡Déjalo en paz y mandate a mudar de aquí en seguida si no querés que te encaje una paliza! Al oír tales palabras, la Culebra cambió al punto de rumbo sin chistar siquiera, desapareciendo velozmente entre el albardón de pajas donde tenía su cueva. Entonces el Ratón, aún tembloroso a causa del mayúsculo susto recibido, se dirigió hacia Juan para expresarle su agradecimiento y ponerse por entero a las órdenes de tan providencial salvador. El Zorro, luego de restarle importancia a la gauchada que le acababa de hacer, preguntóle si sabia jugar al truco. A lo que contestó sin titubear el roedor, ya recobrado totalmente su aplomo: -¿Cómo no viá saber, amigo, siendo oriental legítimo como soy? Y hasta me tengo por uno de los mejores trúqueros de este pago, aunque me estea mal decirlo. -Pues entonces pronto tendrá ocasión de pagarme el favor que le empresté, compañero. Suba en ancas y vamos pa la pulpería, que yo por el camino le diré lo que usté tiene que hacer. Y hasta es posible que, si lo hace bien, se gane algunos riales pa comprarse un poco'e queso, tocino, o cualquier otro'e sus manjares predilectos. Sin aguardar que le repitieran la invitación, trepóse ágil el Ratoncillo por una de las patas del Ñandú y se enancó con Juan. Y mientras el zancudo reanudaba la marcha a un trote más ligero, árido por recuperar el tiempo perdido en la incidencia del camino, dió el Zorro minuciosas instrucciones a su protegido, que vivaracho como era, pronto comprendió el diabólico plan en el cual habría de ser el mismo actor principalísimo. Cuando Juan entró en la pulpería ya lo estaban esperando el Tigre y sus compinches, con quienes habíase confabulado de antemano el Overo para ganarle al truco de cualquier manera, aun a costa de trampas. El Carpincho, que sería el compañero del Zorro, incurriría en toda clase de chamboneadas, comprometiéndose hasta a negar alguna flor, si fuera necesario, y recibida por su colaboración un tercio de las ganancias obtenidas. Luego de los saludos de rigor, sentáse Juan en la rueda. Pero antes de comenzar a dar cartas dijo el Tigre: -El truco, como todos los juegos, señores, es mucho más divertido cuando se juega por plata, ¿no es verdá? Estoy seguro de que usté, compadre Carpincho, que es un criollo taura, no se va a andar achicando por peso más o menos que le puedan ganar en la carpeta. Y lo mesmo puedo decir de Juancito, que a más de su reconocida liberalidá es un truquero mentao, capaz de sacudirse mano a mano con el propio Mandinga y no dejarlo hacer baza ni con el dos de la muestra. ¿Qué les parece entonces si jugamos cada partido a cinco patacones por cabeza? -Yo, por mi parte, acepto la propuesta de compadre Tigre -respondió el Carpincho mientras liaba cachazudamente un cigarro. Y el Zorro, luego de echar una furtiva ojeada hacia el tirante, desde donde el Ratoncito -que habíase encaramado allí sin que nadie lo advirtiera- le hacía graciosos guiños de inteligencia, expresó también su conformidad diciendo: -Y yo no viá ser menos que mi compañero. Baraje y déame a cortar ese mazo, don Tigre, que estoy desiando alivianarle el cinto. Desde las primeras de cambio, Juan se puso a improvisar versitos ingeniosos, que los mirones celebraban con estentóreas risas, lo cual iba poco a poco agriando el humor del Tigre, siempre envidioso de cualquier éxito que no fuera el suyo. Deslizándose veloz por encima del tirante, el Ratón se desplazaba de uno al otro extremo, a fin de "orejear" sucesivamente las cartas del Overo y del Lobo y hacerle luego las señas respectivas a su cómplice, que dominando de esa manera el juego aceptaba o rehuía los envites, los retrucos y las contraflores, según su conveniencia, alardaando en cada oportunidad del buen "palpite" con que la Providencia habiale dotado. En cierta ocasión tocóle en suerte al felino una flor integrada por el dos, el "perico" y la "perica". Y satisfecho por tan magnífico obsequio del azar quizo a su vez lucirse con un verso, al tiempo que se "achicaba" para esperar el desafío de sus adversarios: -¡Contra flor el resto, maula! El Zorro miró el tirante, fingiendo meditar, y advirtió que el Ratoncillo le hacía desesperadas señas para que no aceptara el reto. Arrojó entonces sobre la mesa sus cartas y dijo muy campante: -Ya ve, don Tigre: le disparo con cuarenta y cuatro. Es un palpite, ¿sabe? Como usté es mano y lo veo tan resuelto, me ha dentrao el chucho. Si es de chambón esta aflojada, mi compañero me sabrá disculpar... Furioso al ver que el contrario se le había escapado, y que además mofábase de él, el Tigre vació de un trago su copa y le pidió otra al pulpero. Al cabo de un ratito "echó una falta con negras" solamente. Y el Zorro, que lo sabía por su aliado, aceptó el desafío y le ganó con sólo veintidós puntos, aprovechando que el Lobo y el Carpincho se habían "ido a baraja". Esto indujo al felino a seguir empinando el codo con mayor frecuencia, perdido ya por completo el contralor de sus nervios. En otra oportunidad en que el Overo intentó "mentir" de nuevo, llegó Juan a darse el lujo de ganarle el "valecuatro" con el as de copas contra un rey. Y así sucesivamente fuéle infligiendo derrota tras derrota y enardeciéndole con bromas cada vez más picantes, que los espectadores no cesaban de aplaudir. Ya muy borracho y con la sangre hirviendo, levantóse al fin el Tigre, pagó el montón de pesos que acababa de perder y se dirigió al palenque, donde su pingo "Rejucillo" lo aguardaba piafando con impaciencia. Pero antes de montar oyó la voz de Juan que le gritaba, entre grandes risotadas: -¡Mal pal juego, bien pal amor, don Tigre! ¡Consuélese pensando en ese viejo dicho! ¡Y si otra vez truquea por plata eche un vistazo p'arriba'e cuando en cuando, porque si es cierto que las paredes tienen oídos, suelen también tener ojos los tirantes!... |
Serafín J. García
Almanaque del Banco de Seguros del Estado - año 1959
Editado por el editor de Letras Uruguay
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