El Barbero  

Cuento de Serafín J. García

-¡Date prisa, Crispín, que hoy tenemos reunión en el Cabildo y ya se acerca la hora! ¡Mueve menos la lengua y más las manos, botarate!

Mientras de tal manera rezongaba, el empingorotado cliente mirábase de perfil en el espejo, para asegurarse de que el barbero le hubiera rizado a su gusto aquellas descomunales patillas de que tan orgulloso se sentía.

-Perdóneme, Excelencia. Estaba asentando la navaja para no irritar esa sensible piel que Dios le dio. ¿No me acaba de decir que la encontraba demasiado áspera?

Halagado por el distinguido trato que el buen Crispín dispensábale, y dándose por satisfecho con las excusas y razones de éste, el señor cabildante se repantigaba en el asiento a esperar, ya más tranquilo, que el parlanchín raspabarbas prosiguiera rasurándole el mentón y el labio superior, que eran las únicas partes del rostro que se afeitaban los hombres distinguidos, de acuerdo con la moda de entonces.

En tanto que, bacía y jabón en mano, llenaba de burbujeante espuma la faz de aquel solemne personaje, Crispín reanudaba su copiosa cháchara, que el otro oía en silencio o contestaba con monosílabos.

Todas las novedades de la aún aldeana población de San Felipe y Santiago parecían haberse concentrado en el magín del barbero, para de allí ir pasando, por riguroso orden de importancia, a su infatigable boca. Chismes, rumores, hechos verídicos, chascarrillos en boga, sucedíanse en ininterrumpida avalancha. Luego venían las preguntas, solapadas, astutas, ingeniosas, alternándose con oportunos y discretos halagos, que concluían invariablemente por desatar la lengua del interrogado.

Y así Crispín íbase enterando de cuanto quería saber. Qué planes tenía el Cabildo sobre tal o cual asunto de actualidad; qué noticias recientes habían llegado acerca de los problemas políticos y militares de España, qué acuerdos o desavenencias existían entre el Gobernador de Montevideo y el Virrey bonaerense. Todo aquello, en suma, que un barbero fiel a la tradición de su oficio ha estado siempre en la obligación de conocer, para después propalar y comentar a sus anchas, añadiéndole los aderezos que estime necesarios.

Salía de la barbería el señor cabildante, revoleando el bastón y pavoneándose paro llamar la atención de los transeúntes, y tocaba entonces el turno al señor boticario, o al señor pulpero de "La Zaragozana", o al señor Comandante del Cuerpo del Fijo, puesto que la clientela de nuestro fígaro procedía de lo más granado de la sociedad montevideana de aquellos tiempos.

-Hasta el propio Gobernador Ruiz Huidobro figura entre mis selectos marchantes- solía decir con orgulloso alarde Crispín-. Y bien satisfecho que está por cierto de mis modestos servicios.

Y decía verdad, según podíanlo comprobar personalmente cuantos concurrían a su establecimiento.

La "Barbería de su Majestad Carlos IV", que tal era el pomposo nombre del negocio, estaba a mitad de cuadro, sobre el lado sur, en la calle de San Pedro, entre las de San Felipe y San Francisco. Lástima que debajo de esa real denominación, escrita con verdadero primor caligráfico en el frontispicio de la casa que ocupaba, ostentaban su fealdad contrastante una enorme bacía de latón y unas tijeras del mismo material y de no menor tamaño, que pendían de un gancho de hierro empotrado en la pared.

Aparte de rasurar mentones y bigotes, de rizar patillas y de tijeretear y aceitar ilustres cabelleras, Crispín se dedicaba al no muy rendidor trabajo de extirpar muelas cariadas, sin perjuicio de las sangrías a lanceta que también practicaba, en amistosa competencia con don Luis Guzmán, el boticario de "La Estrella", u otros colegas de ambos, muy pocos, por lo demás, instalado; a la sazón en la muy Fiel y Reconquistadora ciudad.

Pero más que en sus habilidades profesionales, la prosperidad de su negocio radicaba en su verba pintoresca y en su siempre nutrida información, que lo convertían en un verdadero diario oral para los montevideanos de comienzos del siglo XIX.

cuento de Serafín J. García
Almanaques del Banco de Seguros del Estado - año 1977

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            Serafín J. (José) García en Letras Uruguay

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