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Amanecer en El Bolsón: territorio liberado
Julio Saquero Lois
jslois@gmail.com

 
 
 

Los viernes al amanecer las calles céntricas de  El Bolsón se han ido transformando estos últimos años en tierra de nadie.  Quienes se arriesgan a transitar por  boliches o pubs, si están en la franja de 15 a 25  años, arriesgan su vida. Las  cicatrices en brazos, piernas, cráneos  o rostros, de varios de nuestros adolescentes, así lo atestiguan. Uno de ellos tiene una oreja cortada. Otro acaba “de suicidarse”, en una celda de la comisaría, con su propio cinturón dos horas después de ser detenido. Si el miedo está presente sólo en algunos de los jóvenes noctámbulos al avanzar la noche, la angustia es permanente en todos los padres de la Comarca, que esperan el amanecer para saber con certeza que no ha pasado nada a sus hijos. En nuestra aldea no hay guerra entre dos ejércitos. Sólo  individuos de uniforme que  rondan armados en territorio liberado, buscando presas fáciles entre los jóvenes. Lo novedoso, por estos días, es que también hay madres que, en la noche, enfrentando sus propios miedos, desafían con valor el poder de los oscuros, desechando  agravios y amenazas para proteger a sus hijos.

Los chicos en la tierra de nadie

Somos la autoridad, podemos hacer lo que queremos

C, 18, nació en Rawson. Cuando tenía dos años sus padres se radicaron en Golondrinas, a poca distancia del paralelo 42 .De allí en más comenzó a transitar por la Comarca andina. Cursó estudios en El Bolsón y en Chubut y actualmente trabaja en reparación de herramientas de bosque y jardín. Con sus amigos frecuentó los boliches de El Bolsón desde los 15 años. Al principio era Bar 442, después Life y Subcero. Finalmente en Absenta e Insomnia. De tanto en tanto el regreso a Life.

Me gusta hacer  todo lo que sea afuera de la casa, dice. Ni tele, ni compu. Moto, auto, esquí. Me gusta mucho la mecánica.

¿Amores? Sí, tengo novia. Voy con ella al boliche, a veces. Otras con amigos. En el boliche pasa de todo. Descontrol. Chamuyo, chicas, alcohol. Risas, peleas. Hay mucha gente diferente divirtiéndose. Mujeres, amigos. Algo para tomar.

 Hay muchas peleas por el alcohol. Uno pasó mirando mal a otro, te pechó al pasar. Dejan entrar a los menores de edad al boliche.  Están a la entrada los policías, pero no dicen nada. Para Navidad te piden la autorización.

¿Problemas? Sí, he tenido peleas. Es el único problema que podés tener. No soy de buscar ni me gusta que me busquen. Trato de no buscar problemas. Una vez, hace poco, se estaban peleando en Bar, yo estaba con mi novia. En los manotazos la empujaron a mi novia, casi se cae y ahí salté yo. Lo miré a uno, le dije algo y le revolée una mano, se me enojó, me tiró una patada en la panza, casi me caigo, me levanté y le pegué una piña. Esa fue una peleíta corta y adentro del boliche. La policía si te ve te saca para afuera. En otros boliches pusieron  guardias. En este caso nadie intervino. La pelea se calmó sola.

Te vas cuando no hay movida. Me iba después de las seis .Todo depende. Afuera, salís  y están todos borrachos, en pedo, algunos bardean otros están por pelear. La policía mirando. Si son más de cinco en la pelea espera que terminen. Cuando ven que estás sólo se aprovechan.  Siempre.

Los policías en vez de separar, se hacen los malos, o que no ven, capaz que se cagan de risa o apuestan por uno de los que se pelean. Hay que ir a filmar una noche, ahí sale todo.

El sábado 16 de  octubre, a las 4 de la mañana  no salí de un boliche. Salí  del cumpleaños de una amiga. Dábamos vueltas en tres autos. Yo iba con dos amigos en mi auto. En un punto  nos separamos. Uno iba a cargar nafta, otro iba a llevar a alguien. Al rato cuando me cruzo con uno me cuenta que al  otro auto lo habían chocado. Vamos al lugar del choque, frente a Jauja  y como no encontramos nada fuimos a la comisaría. En el trayecto, llegando a la comisaría, pasé un patrullero que iba en la misma dirección. Lo pasé apurado, pero no iba a gran velocidad. Y cuando llegué a la puerta se bajaron dos polis y me pidieron los papeles.

 ¿Qué hacés, sos pelotudo vos? me gritaron. ¡Mirá cómo me pasaste, casi me chocás!

Y yo les voy dando lo que me piden, quejándome, diciéndoles  que no me falten el respeto. En ese instante se acerca un oficial que estaba hablando con mis amigos que habían chocado (Mauricio Ovejero),  diciendo: Dale, dale, apurate, y me pegó con la mano abierta en la cabeza. Me pegó y se iba yendo a la comisaría, mientras yo le decía a los otros policías, ¡eh miren cómo me pegó, no me puede pegar! Dale, dale, hacela corta, me decía otro de ellos de apellido Gatica. Y mientras me pedía los papeles, de la misma forma que el otro, me pegó en la cabeza. Entonces empecé a llamar al que se iba y les pedí el nombre: ¡denme el nombre!¿quiénes son para pegarme? ¡Decime tu nombre! El, volviendo me dijo:

Ah ¿vos querés saber quién soy yo?

Y se acercó al auto. Yo que estaba parado apoyado en el auto, me subí y  cerré la puerta. El vino y la abrió y me empezó a tirar de los pelos para sacarme. Diciéndome:

¡Ahora vas a saber quién soy yo!

 Me agarré del auto y no me podía sacar. Uno de mis amigos me vino a ayudar y le agarró la mano al policía y lo frenó para que me suelte de los pelos. Entonces me soltó y se fue para adentro. Seguían pidiendo más papeles. Ya les había pasado el seguro y la tarjeta verde. Yo seguía protestando:¡ no me puede pegar así!.  ¡Somos todos iguales! ¿Qué se creen, que porque son milicos pueden hacer lo que quieren? Después se sacan ese uniforme y en la calle somos todos iguales. Gatica me dijo entonces:

No. Yo en la calle soy otra persona y a vos te conozco. ¡Ya te voy a cruzar! Somos la autoridad, podemos hacer lo que queremos.

¿La autoridad? Le respondí y me le reí en la cara. Ahí me agarró de la ropa y me tiró al piso. Los amigos nos separaron y me subí de nuevo al auto. Le pedí que me devolviera los papeles y no me los quiso dar.

No te los voy a dar, me dijo, vení a buscarlos mañana.

Allí se acercó de nuevo Ovejero al auto y me dijo:

¡Rajá! Te doy 10 segundos para que te vayas de acá o te llevo adentro.

Me  fui, me estacioné a metros de ahí y llamé por el celular a mis viejos, que vinieron pocos minutos después. Mientras llegaban me devolvieron los papeles.

Las primeras estrellas van apareciendo atrás del cerro. El silencio se instala entre nosotros. Estos manices son una adicción, dice, los vamos a terminar. Y es así, sobre la mesa una montaña de cáscaras, que sigue creciendo minuto a minuto,  confirma su decisión.

 

No me olvido de esto, ya me vas a encontrar

J, nació hace 19 años en el barrio de Costanera Centro, en El Bolsón. Desde los 13 años soy deejay comenta con orgullo. Mi viejo siempre laburó, haciendo música desde los 17 años.  Yo empecé en mi casa con un equipo que mi viejo  usaba de vez en cuando. En la primaria no me gustaba. Mi viejo hacía la parrilla los domingos y ponía los parlantes sin dejarme dormir. Después fui yo el que lo hice. Empecé en un cumple de 15. Fuimos con mi hermana, hicimos la música, mezclamos para bailar. Y después, al tiempo, con lo que íbamos ganando compramos más equipo, más música, más remixar.

De vez en cuando, desde muy chico, acompañaba a mi viejo y pasaba toda la noche encerrado en la cabina. En Subcero, de vez en cuando estábamos invitados en Life.

Me  gusta pasar el rato con los amigos en la noche, tomar algo. Salimos siempre en grupo, con mi viejo. Nos juntamos un toque antes, en una casa, y salimos todos, somos 15 o un poco más. Entramos todos juntos, a veces uno se va con la novia o con un amigo, pero igual queda el grupo.

Siempre haciendo la ronda y poniéndonos a huevear. Viernes y sábado, cuando no vamos al boliche, vamos a alguna fiesta  a trabajar. Por ahí me llaman a la cabina y paso unos temas. A mí me gusta ver a la gente feliz que disfrute con la música, con lo que hago.

Una vuelta, por una chabona, hubo un problema. Salía con una chica, después ella se fué con otro. Y me mandaba mensajes. Entonces volví con ella una noche y él se calentó. Estuve en el baño fumándome un cigarro. Cuando volvía a la pista él me pecha, y se le cae el vaso que llevaba. Me bardea pidiendo que le pague el trago y me quiere empujar, lo agarré contra la pared y lo revolée, cayó y me fui a la pista. Y él  apareció con otros más y me pegó de atrás. Después se metieron varios a defenderme . Se armó.   Me dieron un botellazo cerca de la nuca. No vino ninguno de seguridad. La pista un rato antes estaba llena,  cuando empezó la pelea, quedó vacía.

Esto pasó el día del amigo.

Hace unos tres meses, al salir de un cumple de 15, en el casino de gendarmería, a  la madrugada nos fuimos a Life a tomar unas cervezas. Estuvimos hasta las seis y media. Nos estábamos despidiendo en el guardarropas y mi viejo tenía un cigarrillo apagado en la boca cuando aparece Mauricio Ovejero, el oficial de policía, que en ese momento estaba de civil y  no  conocíamos. El le dice a mi viejo que por Ordenanza Municipal no se puede fumar dentro del local. Mi viejo le responde, estoy esperando a mi hijo y me estoy yendo. No importa, le dice el policía, bajá el cigarrillo o te tengo que sacar.

Entonces mi viejo le contesta, que no puede sacarlo por estar de civil. En ese momento el policía lo giró del brazo y lo agarró del cuello arrastrándolo para afuera. Ahí me le colgué yo del cogote. Entonces soltó a mi viejo y caímos los dos.  Cuando estábamos en el piso, me pegó dos codazos, y me agarraron otros  policías de los brazos y de las piernas. Ovejero lo agarró de nuevo a mi viejo y lo aplastó contra el detector de metales. Yo me safé de los policías y lo agarré de las manos, se soltó mi viejo y lo empujé al poli contra la pared de entrada. Salimos con mi viejo. Los otros policías impedían que mi padre, que estaba enojado,  volviera y trabaron la puerta.   Por último llegó el patrullero, bajó Gatica, que conocíamos y nos pregunta qué había pasado. Mi padre le dice:¿quién es este pendejo pelotudo para agarrarme así? Y Gatica le dice:

¡calmate!

Como mi padre seguía furioso, el poli le dice:

¡te dije que te calmes!

y lo agarró otra vez del cogote ,  torciéndole también el brazo. Entonces me solté del policía que me retenía y me le colgué a Gatica del pescuezo y caímos los dos.  Ahí me agarraron entre dos policías en el suelo y él me pateó en el estómago. Me cortó la respiración. Había ocho o diez policías y llamaron refuerzos. Un policía finalmente le habló bien a mi viejo y le dijo que nos retiremos porque venía otro patrullero y nos iban a meter presos.  Allí nos empezamos a retirar, mientras Ovejero nos gritaba desde la puerta del boliche:

¡Yo no me olvido de esto, ya nos vamos a encontrar!

Después nos fuimos a mi casa. Nunca hicimos denuncia. ¡Si acá hacés una denuncia y corre todo por el río…!

Ahora ya no se ven las montañas. La noche se cubrió de estrellas. Y en la mesa ya no queda un solo mani. Sólo cáscaras. Cáscaras vacías, quebradas.

 

No me manches de sangre la alfombra

L, 19 años, nació en Buenos Aires, Capital. Cuando tenía dos meses, cuenta, nos mudamos a Esquel,  pasamos por Trevelin y después El Bolsón. Inicié la  primaria en Trevelin y después cursé en la 41 de Golondrinas. La secundaria la empecé en la 765 de Lago Puelo y abandoné. Trabajé en albañilería en El Bolsón y ahora estoy buscando trabajo. Me gusta la construcción, pero se gana muy poco.

A los 13  o 14, empecé a salir. Iba  a Life y la matiné a la (escuela) 270,  a Bar, a la (escuela)140. Está bueno para   salir con los amigos, buscar minas, tomar algo. Ahora estoy de novio. Salgo pero no puedo hacer nada. Salgo con todos los chicos. Solo no salgo. Te cagás de risa. La pasas bien..

¿Querés que te cuente cómo empiezan las peleas? Se hacen el malo, te empujan, te patotean . Adentro y afuera es lo mismo. Adentro está oscuro salta cualquiera y te la pegan, policía o no.

Una vez nos peleamos adentro de Bar, salimos y nos empezamos a pelear de nuevo. Nos separamos. Los milicos miraban y no decían nada. Esperando que nos caguemos bien a palos. Cuando nos íbamos, vino uno del otro grupo y  pateó  el auto. Entonces vinieron como ocho milicos. Un patrullero se metió a contramano y nos encerró. Me dicen bajate y me bajé. No sabía que no podían sacarte del auto. Bajé y me preguntó

¿qué apellido tenés?, ¿sos el del Renault 12?

y me agarraron entre dos y me subieron a la camioneta, encerrándome atrás, con el grandote, con el que me había estado peleando. Todos gritaban que nos bajaran, que nos íbamos a matar ahí adentro. Cuando llegamos a la comisaría nos sacaron todas las cosas y  me empezaron a patear las piernas y me marcaron todo. Estaba con las manos apoyadas en la pared venían de atrás y me golpeaban la cabeza contra el muro. Tengo todavía las cicatrices. Mirá. Eso fue hace un año para Navidad. Estuve como 14 horas preso. Me hicieron firmar  otra hora distinta antes de salir. Mi vieja fue con un abogado, pero igual me tuvieron detenido por “disturbio en via pública”. Tenía 18 años. No me acuerdo de los nombres de los policías que me golpearon, eran todos gordos.

Después caí tres veces más preso. La última me había peleado con un grupo en la plaza. Esa vez me pegaron entre varios. Esa misma noche  ví en la puerta de “Bar” a uno de los que me había pegado y lo encaré y nos empezamos a dar y otros se metieron también. Nos separamos, nos encontramos de nuevo, nos enfrentamos y lastimé a uno. Me fui a Absenta y estaba en el baño, lavándome una herida en la frente, cuando llegó la policía. Me subieron a un patrullero, uno me  agarró de los pelos y otro me dio una trompada en la nariz y me fisuró el tabique.  Fue Mauricio Ovejero.

No me vas a manchar de sangre la alfombra, me decía, y me daba un palmazo en la cabeza.

Me bajaron y me pegaron de nuevo: manos apoyadas contra la pared y piernas abiertas. Patadas en las piernas. Me agarraban de atrás la cabeza y me la golpeaban contra la pared.  Después al calabozo. De vez en cuando traían a otro al encierro y ahí empezaban de nuevo a ponerte con las piernas abiertas contra la pared y a patearte.

El viento sacude las chapas del techo. El se arremanga los vaqueros y muestra las piernas: dos largas muescas rojizas recuerdan los golpes recibidos. Cuando sacude un mechón de su frente surge otra cicatriz. Tiene ganas de fumar un pucho. Y se acerca la noche. Los árboles silban vaya a saber uno qué canción, mientras los escuchamos en silencio. El silencio de los que ya no tienen nada  más que decir.

 

Las madres, al amanecer

Tenés que llevar al Fiscal la denuncia el lunes,  no te alteres

Los entredichos y  enfrentamientos de L con los oscuros de la noche bolsonesa no tienen fin.  Su madre, incansable, lo rescata cada tanto de los miserables calabozos  en que vomita la noche  y la sangre de los golpes recibidos  de alguna patota, o de la policía a la salida del boliche.  En el hospital las guardias nocturnas también la conocen. El registro de los médicos es reiterativo: heridas cortantes, contusiones, golpes en todo el cuerpo, fracturas. El camino doloroso para ella siempre es el mismo: llamada del celular de su hijo al amanecer, viaje a la comisaría, discusión con los agentes de consigna, acompañamiento al hospital, primeras curas en emergencia, constancia del maltrato recibido y comunicación con el fiscal Arrien. Todo termina allí. En la nada y a la espera del próximo enfrentamiento. Su bronca, dolor e impotencia sólo parece atenuarse cuando habla con otras madres que sufren un calvario similar.

Encima eso, pedís que te comuniquen con un jefe y te viene cuatro o cinco horas después. Cuando los chicos están en el calabozo solos le pegan. Entonces bancátela hasta que venga el comisario. Te sobran. Me pasaba horas y horas en la comisaría esperando, hasta 12 horas cada vez que caía preso. De 5 de la mañana a las 5 de la tarde. Si te quedás 12 horas y escuchás cada vez que llega un familiar y lo que cuentan es horrible, a todos les pegaron. No te lo largan. Y yo me quedaba para estar segura que no le pegaban.

A parte está la soledad y la impotencia que sentís. No entiendo por qué está pasando todo esto. A mí me reconocen los policías por mi trabajo. No le pegan a todos los pibes. Con algunos  no joden porque están armados con cuchillos. Se la dan a los chicos que saben que no tienen armas.

Los tienen fichados. Una vez los llevaron sin  estar peleando. El juez de Paz te dice:

Vos sabes que tenés que llevar a la fiscalía una denuncia. No te alteres.

No sé qué pasa con este Bolsón. Ya tengo un problema particular con El Bolsón, no sé. Tengo muchas ganas de irme. Esas ganas se las quiero pegar a mis hijos, pero ellos quieren quedarse.

Vine con muchas ganas a vivir aquí hace años,  pero ahora no me cierra. He llegado a entrar en depresión. Ya todo ha cambiado.

Recuerdo que me encantaba ir al boliche, empecé a los 15 y fui hasta los 19  cuando me casé. Me encanta bailar. Ahora no lo veo como en  la época nuestra en que íbamos a divertirnos. Ahora no le veo la gracia. Siempre hay peleas, producto del alcohol. Es inmanejable. Pelean  entre chicos y chicas. Cada vez más chicos.

Ese domingo después que lo soltaron, voy a la Anónima y me encuentro con Pérez, el policía que le había pegado a mi hijo, me mira y me dice :

Hola, ¿qué tal, cómo te va?

Una vez mi hijo  encontró  una chica tirada en la puerta de Bar, estaba inconciente, con un coma alcóholico, no reaccionaba, y decidieron con otro amigo llevarla al hospital. Después avisó a los padres. Los compañeros del colegio se enojaron con él por avisar a los padres. Lo trataron de buchón.

La tarde va cayendo, el mate circula. El sol se va ocultando atrás de la cordillera, acomodándose en El Pacífico. El dolor ahora está habitando las palabras.

Y Ud. Señora, créale a su hijo…

A, no tiene experiencia de la policía, ni de las guardias nocturnas del hospital, ni de fiscales o jueces. Es decir, no lo tenía hasta la madrugada en que su hijo, a través del celular, la despertó para decirle que un oficial de  policía lo había castigado en la puerta de la comisaría y ella corrió con su esposo a rescatarlo. Esta  mujer de edad mediana pertenece, como las  otras madres, víctimas de los oscuros, a una generación que no vivió la noche en los boliches, ni tuvo nunca problemas con la policía o la justicia. Ahora comienza a conocer esa nueva realidad a través de su hijo y se manifiesta dispuesta a confrontarla. Se muestra infatigable a la hora de reclamar justicia y castigo para los culpables. Y cuando habla de culpables señala claramente a la policía de El Bolsón, oficiales y tropa con nombre y apellido.

Son chicos  con fuerza y a veces no miden los riesgos. Es una mezcla de sensaciones. Ese contacto con el alcohol, con la noche, que ahora no es tan tranquila. Ahora hay un gran nivel de violencia. Hay barras que se enfrentan. Todos encuentran en la noche la forma de descargar su bronca. No solo los chicos, sino la policía que descarga toda su frustración y complejo de inferioridad. Son personas resentidas, muy resentidas. Ellos aprovechan la noche y el alcohol de los chicos para descargar todo lo que tienen de inferioridad . Sin la policía los chicos se enfrentarían igual tal vez, pero no buscan la pelea,  cuando los buscan, no evaden. No se van. Esto está alimentado por el inicio del consumo de alcohol. No saben cuál es el límite para actuar con conciencia. Es como jugar siempre con un límite. Como mujer nunca lo viví, nunca lo comprendí. ¿Qué necesidad de responder a una agresión?

C no hace parte de un grupo. Tiene amigos por todos lados. Un día observaba un grupo que  estaban campaneando a uno y decían vamos a agarrar a ese, sin nada personal. No necesitas tener un motivo para que te maten. Desde que empezó a salir le decía: donde haya un conflicto salíte. Igual no siento que le guste pelear. No sale a patotear. Entendió lo que le dije. Pudo comprobar que esto era así.

Fui poco a los  boliches porque me casé muy joven. Iba a los asaltos, allí bailábamos. No había consumo de alcohol,  en Rawson era muy tranquilo. Entré a Insomnia y Bar, para alguna fiesta particular. Me gusta bailar. Pero por cuestión generacional no voy a los boliches. Para mí la noche es un riesgo. Sobre todo la noche de los boliches de El Bolsón. Por todo: porque hay agresividad, porque hay falta de código, por la policía. Por otro lado, mi hijo es muy campesino, cuando hay música folklórica , “Los jóvenes rancheros”, va contento. Le gusta bailar cumbia.

No me había pasado antes. Que C llame a las 3 y media y me diga : mamá veni por favor que los policías me pegaron. Fue un mazaso. Llegamos con mi marido  y estaba mi hijo y otros amigos. Cuando llegamos el patrullero empezó a retirarse de la comisaría. Y él me gritaba: estos milicos me pegaron y se van. Nos contó lo que le había pasado. Entraron a la comisaría mi esposo y mi hijo. Pidieron hablar con el Jefe de la comisaría porque querían hacer una denuncia.  Respondieron que no le podían dar el nombre de los del patrullero. Dicen:

Tienen que ir a la Fiscalía. Van primero al hospital, piden un certificado y con ese papel van al Fiscal.

Fuimos al hospital, la médica nos explicó que todos los fines de semana vienen chicos con los mismos problemas: les pegan donde no dejan marcas, golpes con la palma abierta en la cara, tirones del pelo, marcas de los tironeos, de la ropa y de los cinturones. Nos dió el certificado y nos fuimos de nuevo a la comisaría, no había nadie en la entrada, en una habitación había un policía frente al televisor, durmiendo. Lo despierto y le digo: venimos a hacer la denuncia, y me dice: ya le expliqué que tiene que ir a la fiscalía. Se mete en otra oficina y habla con otro. En la puerta un cartel  decía “oficial de guardia”.  Pido hablar con él, y grita: que pase la señora sola. Entro a la oficina donde había un policía que con mucha arrogancia me pregunta qué quiero.

Nosotros no podemos tomarle la denuncia. No  puedo darle nada por escrito

y empezó a levantar la voz. Si no me tomas la denuncia tomame una exposición, le respondo. Y me levantó una vez más la voz. Ahí entraron mi esposo y mi hijo. Mi chico dice entonces: ¡ese fue el que me pegó! Decí ahora ¿por qué me pegaste?

¡Y ud. Señora créale a su hijo!, respondió.

Nos fuimos entonces. Al día siguiente, domingo, llamé al fiscal Arrien y le dije lo que había pasado.

Le informaron bien, véngase el lunes y le voy a tomar la denuncia, me contestó.

El lunes fuimos a ver a Arrien a las 9 de la mañana. El patrullero  con los dos agentes que golpearon a nuestro hijo pasó lentamente al lado nuestro cuando íbamos a la fiscalía. Uno de ellos era Gatica. Había otro policía frente a la entrada. Nos atendió el secretario del fiscal. Nos dijo que el fiscal estaba muy ocupado y que él nos iba a tomar la denuncia. Nos hizo pasar finalmente y le contamos todo. El nos derivó al secretario. Queríamos estar los tres en la denuncia y él nos dijo que sólo el chico podía hacer la denuncia. Volvió finalmente Arrien y leyó la denuncia. Pidió todos los datos del  auto. Me pareció todo sospechoso. Me preocupó  mucho la actitud del fiscal. No nos protegió. La policía estaba enterada de que estábamos haciendo la denuncia. Vino también un chico testigo de lo que había pasado.  Me quedé muy alerta. Cuando  fui para que me dieran la carátula del expediente, días después, le dije al secretario: ¿cuál es la función de la fiscalía? No está muy definida la función de esta fiscalía me respondió…

De todos modos y gracias a Dios el expediente con la denuncia ya está en manos del Juez Martín Lozada en Bariloche. Pero la carátula dice NN y eso no me gusta. Como que no se hubiera identificado al culpable…

 

El 13 de enero de 2011, mientras ordenábamos estas notas, al anochecer, cuando el cielo de El Bolsón se encendía de estrellas, se apagaba la  sonrisa luminosa de Coquito Guillermo Garrido, 24 años, cajero de un supermercado, en un calabozo de la comisaría de El Bolsón. Había sido arrestado  horas antes por una infracción de tránsito. Según el parte policial se ahorcó en su celda con su propio cinturón. Años atrás fue mi alumno en el Colegio Secundario de Epuyén.

Testimonios recogidos por Julio Saquero Lois
jslois@gmail.com
 

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