Hubo un tiempo en que las hadas fueron reales |
Yo era tan pequeña, que apenas si tengo un vago recuerdo de la casa en que vivíamos en aquel lejano pueblo. Recuerdo el pozo de agua, una avenida de paraísos en su frente y al fondo unos álamos que incrustaban sus puntas blanquecinas en el espacio azul. Todos los recuerdos son difusos, excepto el cañaveral que se recostaba por un lado en unos frondosos árboles, y a sus pies en la bajada, corría transparente una cañada, ese cañaveral tenía misterio y un no se qué, de fantasía, era el paraíso donde vivían las hadas. Mi infancia transcurrió en aquel tiempo cuando los cuentos de Blancanieve y duendes traviesos eran el mejor entretenimiento y casi la única forma de dormirnos en las largas noches de invierno. Aquellos cuentos trabajaban durante la noche mi pequeña cabeza hasta hacerse vivos y llenos de magia. Yo no sé como hice, pero un día en mis travesuras, durante la siesta pude escaparme hasta esconderme entre esas cañas que todas unidas se elevaban hasta el cielo, formando en su centro como un castillo encantado. Ese lugar era fantástico, ¡sí!, allí habitaban las hadas de los cuentos, sentía sus voces en el viento que silbaba en las cañas; había descubierto un mundo nuevo, maravilloso. Las voces de los pájaros se oían distintas en ese lugar, tenían otro encanto, las cañas se movían suavemente a veces, y sus voces eran tenues. Y cuando el viento las mecía con fuerza sus voces eran agudas, estridentes, no me cabían dudas, las hadas estaban en una conversación acalorada, había bullicio en el castillo. El suelo del cañaveral estaba cubierto de plantas con hojas alargadas y brillantes, de un verde intenso que se cubrían de flores azules, aquel era sin duda, el jardín de las hadas. Jamás vi flores más hermosas que esas, con una belleza que me llegara tan hondo, y jamás encontraré otras iguales. Mis visitas al castillo de las hadas se hicieron frecuentes, apenas mis mayores se entretenían en algo, mis pasitos presurosos se dirigían al cañaveral. Allí había creado otro mundo para mi, igual al de los cuentos pero real. Cuando la brisa mecía suavemente las cañas yo creía oír música, entonces las hadas cobraban movimiento y bailaban a mí alrededor entre flores azules. Los cuentos dejaron para mi de ser cuentos y fueron ciertos en esa dimensión a la que me transportaba. No sé cuanto tiempo duró aquel ensueño, quizás fue breve como todo lo bello y lo mágico. Recuerdo que un día mi padre volvió del campo trayendo la noticia de que nos mudábamos a otro paraje bastante alejado de allí. En breves días se hizo la mudanza, yo recién me percaté que había perdido para siempre aquel mundo fantástico. Luego que estuve instalada en mi nueva casa y no encontré más el cañaveral, ese día fue para mí, el día que murieron las hadas. Con ellas murió también algo dentro de mí, pero hasta ahora el recuerdo vivo de ese lugar, me hace creer que: hubo un tiempo en que las hadas fueron reales. |
Celina Santos
De "Voces en viaje"
Taller Literario Aníbal Sampayo
Casa De Cultura - Intendencia De Paysandú – Uruguay
Coordinadora y compiladora de los textos María del Carmen Borda
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