Blanes, la cumbre artística: 1865 a 1879 |
Años de 1865 a 1879, los más
representativos del arte de Blanes. — Son de entonces los tres cuadros
ecuestres mencionados. Además, el "Bombardeo de Paysandú", el
"Retrato de la madre", el de Besnes Irigoyen, el del general
Venancio Flores el "Asesinato de Venancio Flores" (boceto y
cuadro distintos) y el de Florencio Varela (dos cuadros); el
"Autorretrato", "La fiebre amarilla en Buenos Aires"
(boceto y cuadro distintos), el "Incendio del América", (en
colaboración con Eduardo De Martino), la "Revista de Rancagua",
"Los últimos momentos de José Miguel Carrera" el "Ministro
Arrieta y su familia", el "Juramento de los Treinta y Tres
Orientales", el "Retrato de Latorre", "El
Baqueano", "Fructuoso Rivera", "El brigadier Orduña",
"Policía de la Patria", etc. La simple enunciación de las renombradas telas, evoca principalmente los sucesos de todo orden, —familiares, políticos, históricos y sociales,— corridos desde el arribo de Blanes a Montevideo (1864) hasta su nueva partida a Europa (1879). |
Primera pena grande para el pintor, inconsolable y retraído un tiempo sin trabajar, fue el fallecimiento de su madre, el 9 de mayo de 1870. Ocho días antes, el hijo, de tiernos cuidados, escribía: “Mama recayó, nos dio otro susto, y mejoró ya también, aunque no enteramente; hoy a las 8 de la mañana la traje a casa (Soriano 58 n/v) en un carruaje; está muy débil. . . Afloja mucho la pobre"[1]
Ya
no se incorporó más, y murió en brazos del pintor, a los noventa años
de edad y más del doble de fatigas, de sacrificios y de esperanzas. Murió
pálidamente en silencio, mirándose tal vez extraña y distinta, en el
retrato de ella misma, fresco, recién terminado casi, que su hijo
pintara, dando vida perenne al arte y al afecto más grande del corazón.
El artista y su pena no tuvieron entonces palabras, ni carta alguna que
escribir, como de costumbre. Acaso, lágrimas silenciosas. Las voces se le
quedaron prietas como congoja. Vistióse de luto riguroso, solitario
deambuló sin rumbo por el viejo Montevideo y luego reanudó heroicamente
su labor en el taller.
Puso en lugar preferente, como reliquia, el retrato de su madre, al que adosó escondidamente por el dorso de la tela, la querida prenda de una carta vieja y arrugada, que decía:
"Monto. Marzo 31 de 1864. Mi querido Juancito. . . He visto todas tus obras a la comunidad y he recibido con ellas el placer consig.te. al saber qe. tú y toda tu familia están sin novedad. Yo nada tengo mas que decirte sino qe.te extraño mucho, a ti, a tus hijitos, y a tu Esposa, y qe. espero qe. el Cielo me ha de conservar todavía pa. tener el gusto de abrazarte a ti, y a ellos. Yo voy viviendo como siempre. Recibe exprec.s. de Concep.on. y de tus hermanos, con el corazón de tu Madre qe.te desea felicidad.—Isabel Blanes". Retrato y carta vivieron juntos, abrazados tiernamente en la intimidad, hasta descubrirse la reveladora prenda a la muerte del artista[2]. |
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Los sucesos públicos del país, cuanto más clamorosos y trascendentes, le sumían en su labor con renovado afán. Salvo un corto viaje que hizo a la Argentina para ponerse al habla con Andrés Lamas al objeto de temas históricos y de la excursión a Chile en 1873, por el cuadro de José Miguel Carrera, permaneció en Montevideo ceñido al taller, en obstinado empeño de trabajo, el más fecundo y conspicuo de su vida. Harto sabía de disciplinas rigurosas por inclinación temperamental, refugio del alma y rudo aprendizaje de Florencia. En plena culminación de su talento creador, Blanes pisaba en 1875 los cuarenta y cinco años de edad. Había despuntado temprano y la madurez se le venía encima, tal que frutos de estación anticipada. En realidad, estaba a mitad normal del camino, con salud a toda prueba, complacido de sentirse lleno de energías, en posición holgada de propietario y colmado de experiencia con duelos y regocijos. Su mujer vigilante, de palabra corta y dulce aplomo; los dos hijos, muchachos ya formales, encaminados en las artes del padre y en la escultura, empezaban a discutir, a opinar por sí mismos, en bullente juventud más sincera que equitativa. El mayor, Juan Luis, parecía provenir de la templanza materna, en tanto que Nicanor, menos dueño de sí, más brioso e intemperante, prolongaba el carácter del padre. Uno y otro, con su educación, constituían la preocupación mayor de Blanes, celoso al extremo, como había sido la madre de Juancito y demás prole. Pensaba Blanes que, inclinados los muchachos a las artes plásticas y fielmente inducidos a ellas, no tendrían mejor destino que el de instruirse en Europa, a semejanza, de él mismo. Él les daba lo que podía, consejo y ejemplo, pero no lo imposible, que era esencialmente suyo, como la personalidad. Montevideo, el Montevideo de entonces, escasamente nada de lo que apetecían más allá de la "Escuela Especial de Bellas Artes", que dirigía D. José María Urquía, dictando clases a destajo, de "dibujo de figura, paisaje, adornos, pintura al óleo, al pastel, a la acuarela, escultura de figura y ornato", según los anuncios públicos que Blanes miraba receloso, como estorbo y competencia de sus proyectos educativos[3]. |
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Blanes. - La fiebre amarilla. (Óleo en tela: 2.30; L. 1.8o). Montevideo, 1871. - (Del Museo Nacional de Bellas Artes). |
Blanes. - "Asesinato de Florencio Varela". (Óleo en tela: A- 1.78; L- 1.46). Montevideo, 1870. - (Del Museo Histórico Nacional). |
Mientras
tanto, los muchachos ayudaban menudamente al padre, en su gigantesca labor
de construir, mediante modelos apropiados, retratos de personajes, héroes
a caballo, figuras de mujer, escenas campesinas, sucesos trágicos,
escudos y símbolos nacionales y cuanto de vario y desmesurado tomaba
forma y color en la paleta del pintor. Fue su primer gran cuadro,
apenas vuelto del viaje de pensionado (1864), un retrato de encargo para
el gobierno del Paraguay: la figura ecuestre de Francisco Solano López,
sujeto ya preponderante en la política internacional suramericana, quien,
al decir entusiasta de Carlos Pereyra, supo "abrir el cimiento de un Estado en
el fondo de una selva". Blanes, que miraba con simpatía la
proyectada alianza defensiva de Uruguay y Paraguay contra las
intervenciones de la Argentina y el Brasil, se puso en obra a toda máquina,
-como quien dice,- y ante el asombro general concluyó el cuadro en
el tiempo de un mes. ¡A qué apurarse tanto, si la tela habría de
perderse con la guerra cruenta de la Triple Alianza! Pero él no podía
prever tanto y en caso del conflicto internacional que se avecinaba, creía
ver el triunfo de López, espada en mano por los fueros del derecho propio
y del Uruguay también. No entendería la unidad de los pueblos en
superficiales términos de estado, de historia o de idiomas, sino en
mantener la misma filosofía, en situar los asuntos humanos y políticos
en parejo orden de importancia y en acordar las bases fundamentales de lo
bueno y de lo justo. Por
la parte de su oficio, Blanes ponía en juego el riesgo de erigir una
figura ecuestre, acreditando el vehemente deseo de variar formas y de ser
un "pintor histórico", un "pintor americano" como se
jactaba, y un pintor genuino de la patria de los Treinta y Tres
Orientales. Sobre
un denso fondo selvático de troncos, agua y vegetación, de tonos
luminosos, puso en primer plano la figura del personaje paraguayo
construida al detalle, montado y de gala en caballo blanco. En el conjunto de este cuadro de vastas
proporciones, —al parecer por las membranzas que han quedado[4],— y de
estilo romántico, se ve tan importante la imagen ecuestre como la
decoración convencional del ambiente. Una y otra, podrían lucir
separadas o prestarse a varias combinaciones. El asunto sirvióle a Blanes de iniciación
y muestra del género pictórico heroico, muy en boga entonces. Las
ilustraciones de los cuadros históricos de David, que Blanes había visto
a su paso por París y las que llegaban a Montevideo por la casa de
Eduardo Fermepín, en grabados o en láminas coloreadas, divulgaron los
modelos de la epopeya napoleónica y de los sucesos y personajes públicos
contemporáneos. Pintores clásicos de Versalles, en su galería de las
batallas, como Vouet, el mencionado David, Gros, Horacio Vernet
principalmente; Géricault, Aimé Morot, Meissonier, Detaille, tratadistas
de episodios militares estos últimos, "más como ilustradores
patriotas que como pensadores" (Reinach), mezclaron la tradición del
dibujo clásico con el idealismo escultural del período romántico. Sobre tales muestras del género histórico,
siguió la producción de Blanes en la figura ecuestre, también, de
Venancio Flores[5]. Con más aplomo y seguridad que en López,
con materia consistente y dibujo firme, la misma técnica académica de
virtuosismo, pero con menor impulso lírico, Blanes dio esta vez el realce
adecuado sobre todos los elementos del cuadro, —ayudante Caraballo y
soldados,— a la efigie majestuosa de Venancio Flores, vestido de gala y
montado en caballo oscuro de gran alzada, entre ponderado equilibrio de
luces. De una unidad de acción ceñida, la tela, bien noble por cierto,
es de rasgos más estáticos que animados, como algunas otras obras
maestras de baja temperatura pasional. Del mismo entronque artístico, fue la
tercera figura ecuestre de entonces. Representa al prohombre argentino y
antiguo amigo suyo, D. Justo José de Urquiza, en traje de fulgente gala,
a lo mariscal europeo y en exégesis de su vencimiento en la decisiva
batalla de Monte Caseros. Destruida la tela cuando el asesinato de
Urquiza, júzgasela hoy por reproducciones fotográficas de la misma. Sin
duda se muestra entre las ecuestres de Blanes como la de más débil carácter
de fuerza y originalidad, en cuanto a la concepción del tema. Parecen
patentes, —pero sin profundidad,— las huellas del David del imperio
napoleónico, (Bonaparte Premier Cónsul)
emperador él mismo de la pintura universal, por la enorme influencia que
ejerció. Posición espectable del jinete, ademanes amplios y brioso
caballo, varían poco de los cuadros, anteriores y representan el modelo
común de esta pintura de apoteosis. De cuánto mayor raigambre y sin aparato alguno, son les pingos enfrenados por los paisanos del terruño en las escenas campestres donde Blanes ensancha naturalmente la potencia de su personalidad. Pero es que el genio del pintor y él mismo, emitían de cuando en cuando manifestaciones grandilocuentes de la expresión, de boato muy a tono de una época solemne, de discursos campanudos, festividades y hazañas guerreras. Notas: [1] – Carta de Blanes a su hermano
Mauricio, sin data ni fecha. (Correspondencia citada, del Archivo Histórico
Nacional). [2]
Carta de Isabel Chilavert de Blanes (en Montevideo) a su hijo Juan M.
Blanes (en Florencia) descubierta en 1915 al depositarse y componerse e!
cuadro "Retrato de la madre" en el Museo Nacional de Bellas
Artes, por indicación del
propio autor, del 25 de mayo de 1901. (Ernesto Laroche,
"Algunos pintores y escultores", —del Uruguay,— págs. 208 y
209, Montevideo). [3]
"El Siglo", anuncios repetidos en los primeros días del mes de
marzo de 1872, Montevideo. [4]
Hoy no se conoce, al
parecer, el cuadro de Francisco Solano López, pintado por Blanes en la época
indicada. Esto sin embargo, aparece de cuando en cuando, en diversas
publicaciones, un retrato ecuestre de López, que se le atribuye a Blanes
tal como el que D. Carlos Warren reprodujo en su libro sobre el Paraguay
económico. — Las opiniones generales del Paraguay, coinciden en
expresar el desconocimiento acerca del cuadro de Blanes. El historiador D.
Juan E. 0'Leary, dice al respecto, en carta particular: "Debe haberse
perdido (el cuadro) Bien puede ser que fuese el gran retrato que llegó
hasta Cerro Cora (1870) y de allí Madame Lynch (mujer de López) lo llevo
a París, donde después de su muerte, desapareció. Quedé depositado con
las cosas de la heroína en un guarda muebles y por incuria de los suyos,
se perdió. Yo trate de encontrarlo en los años que pasé en París. Todo
inútil. Ni rastros. ¿No seria el de Blanes?" (Asunción, 26 de
abril de 1949). — El pintor paraguayo Roberto Holden Jara, manifiesta
que no tiene "conocimiento de dicha obra del pintor uruguayo"
(Ytacurubí de la Cordillera, 26 de abril de 1949). — El publicista
paraguayo D. Juan F. Pérez Acosta, expresa, a su vez: "Los cotejos
que he podido efectuar no me habilitan a afirmar o negar que el cuadro
ecuestre del Mariscal López pudiera ser debido al pincel de Blanes,
etc.". (Se refiere a la figura reproducida en el libro del Sr.
Warren). "Aurelio (¿Pantaleón?) García, pintó en París, por
encargo de Emiliano López, hijo del Mariscal, un cuadro bastante grande
del Mariscal y del padre (D. Carlos Antonio) los que quedaron como
recuerdo en poder de la familia. Los trajo el nombrado hijo a su regreso y
hoy están en Asunción; no son ecuestres, ambos están de cuerpo entero y
de pié. Esto quita la posibilidad de que se confunda este retrato del
Mariscal, hecho en París, con el otro allí existente, ecuestre,
presumiblemente el de Blanes, etc.". "Un escritor paraguayo, D.
Eduardo Amarilla Fretes, me ha referido que una de sus abuelas tenía una
reproducción, en daguerrotipo, del cuadro ecuestre dei Mariscal López,
en su caballo blanco, que, como era muy anterior al de Da Re, (pintor
veneciano de temas históricos paraguayos) tendría que ser el de
Blanes" (Buenos Aires, 14 de agosto de 1949). — Consultado,
igualmente, el director del museo de bellas artes de Asunción, expresó
por él, el jefe de la Biblioteca Nacional: "Retrato del Mariscal López,
pintado por el gran artista uruguayo Blanes, no es conocido, o por lo
menos no se tiene referencia en este Museo. Sólo es conocido el de
Pantaleón García, pintado en París" (Asunción, 26 de mayo de
1949). — Falta añadir que el nombrado pintor veneciano, Guillermo Da
Re, pintó un retrato ecuestre del mariscal López en compañía del
general José Eduviges Díaz, muy conocido hoy en el Paraguay, que se
supone inspirado en el cuadro luego perdido, de Blanes. [5] - Museo Histórico Nacional. |
por Eduardo de Salterain y
Herrera
Blanes: el hombre, su obra y la época
Montevideo, 1950
Ver, además:
Juan Manuel Blanes en Letras Uruguay
Eduardo de Salterain y Herrera en Letras Uruguay
Texto e imagen recopilado, escaneado y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay
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