Viaje interplanetario |
Viernes,
20:00 horas, año 2032. Mientras viajamos por la peor zona del planeta, casi a la velocidad de la luz, miro la luna por la ventanilla blindada. El viaje es demasiado largo. Me gustaría poder abrirla y que la brisa golpee mi cara, como cuando niña en otros viajes. El
calor intenso pareciera derretir tanto a los materiales plásticos, como a
los de metal. Pero no a los vidrios de las ventanillas herméticas.
Delante, sentada, ocupando un espacio y medio, va una criatura amorfa de más
de 150 kilos, con pajas secas y descoloridas por cabellos. De sus glándulas
sudoríparas, un vaho asqueroso y repugnante emana sobre todo el lugar.
Tanto debajo de su cara, como de su pecho, caen
unos enormes bultos flácidos. Enfrente,
alguien con nariz de cerdo y boca de cocodrilo, me mira de forma extraña.
Me hago la distraída y miro nuevamente la luna, ahora más grande. Afuera
el paisaje seco, árido y sucio me provoca asco. Guío la mirada por
dentro del vehículo. Los hierros, las luces tenues, los anuncios, las
instrucciones, las cuales leo detalladamente. Algo
gruñe detrás de mí. En forma rítmica salen los sonidos. Ni intento
mirar, me imagino la cosa, chorreando, babeando todo mientras los ruidos
golpean en mi nuca. Juraría
que mi acompañante de asiento es un demonio – por su mirada verde con
un halo rojizo- si no fuera porque parece más un marciano por su atuendo.
Una luz amarillenta tintinea cada tanto, la música de ambiente me tiene
harta. Los olores de tantos seres extraños y variados, me dan náuseas. Y
ni hablar de sus apariencias. Soy
simplemente una chica normal, como cualquiera. Humana, sensible, empeñosa
en todo lo que hago, estudiante universitaria, y sí; bonita y atractiva,
pero no soporto miradas lascivas. Tampoco los hedores penetrantes, cuerpos
pegajosos, babeantes, amorfos. ¡Todo un asco! Al
término del viaje, desciendo en la plataforma con una sola idea:
Jamás volveré a viajar en un ómnibus que pase por barrios
pobres. Estos están llenos de gordas con papadas enormes, tetas por el
piso, obreros pestilentes de pescaderías o con olor a sobacos, viejos
verdes que roncan y se babean encima de una. Y todavía viajar a dos kilómetros
por hora con las ventanillas cerradas y con cumbia a todo lo que da. ¡Maldición!, dos horas de viaje del centro a Carrasco en un 105. Todo por perder el D1. |
Lautaro Salgado
llautaros@gmail.com
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