Parábola del sueño y la realidad

Carlos Sabat Ercasty

Ante aquella tan buscada fuente, los dos peregrinantes amigos se detuvieron. Ambos bebieron de ella con verdadera emoción, cuando se les dijo que era la fuente de la vida, y que allí discernirían sus propios caminos. Luego de beber, se despidieron, y cada uno marchó en sentido opuesto al otro. Uno se dirigió hacia Occidente, y el otro, hacia Oriente.

Medio siglo corrió desde entonces, y otra vez volvieron a encontrarse los dos peregrinantes amigos ante la fuente de la vida. Mas ahora, ¿a qué beber? Todo estaba hecho, y ni los años ni los hombres, son reversibles. ¡Todo, en verdad, estaba hecho! No quedaban más que el ocaso y el trance final.

De ambos camaradas, el que marchó hacia Occidente, dijo entonces:

—No he vivido mi satisfacción y mi plenitud, y menos mi permanencia en ellas. Me entregué, ambicioso y tenaz, a las tangibles realidades, ansioso de dominarlas y hacerlas mías. Me impuse, fuerte, vigoroso, desbordado de energías, y lo logré todo hasta donde el hombre es hombre. Oro, mando, honores, gloria, pero la lucha me gastó, y toda la verdad humana termina en la amargura.

Profundicé la realidad que me atraía, y me espantó el vacío. Ahora vuelvo a la soledad. ¿Fui engañado por la fuente de la vida? ¿Lo que yo mismo creía real, no sería, acaso, la más despiadada forma del sueño y la mentira? Y con estas palabras, terminó su confesión.

El peregrino que se encaminó hacia Oriente, le contestó al camarada de su juventud:

—Voy ha hablarte como si te relatara una leyenda o una fábula. Escúchame:

De niño sembré en una tierra que no existe, un árbol que no existe. No existían el limo, ni las raíces, ni el tronco, ni las ramas, ni flores ni hojas. Sólo existía mi alma, libre como el aire. Pájaros que no existían cantaban cantos que no existían. ¡Cuántas frutas que no eran frutas! ¡Qué brisas y qué vientos que no eran brisas ni vientos! Las auroras venían de mí mismo, y jamás estuvieron en ningún cielo. Las noches deliraban estrellas, y no quemaban ninguna noche, ni eran estrellas. Yo era el niño, sólo un niño. ¿Existía, acaso, yo mismo?

De niño sembré en una tierra que no existe, un árbol que no existe. Nunca fue esa tierra, jamás fue ese árbol. Ahora evoco al árbol y sólo a él, oh nostalgia...! Y lo traigo de nuevo a mis deseos y lo reensueño en otra ensoñación. Y todo mi ser grita entonces: —Ese es el único árbol verdadero que tú has visto? Porque yo afirmo: Lo único real del hombre es el sueño del hombre. Eso es lo único profundamente suyo. Ningún árbol existe fuera de mi propio sueño. Ser, es soñar y soñarnos. Lo que no es mi sueño, no es mío, no existe para mí.

De niño sembré en una tierra que no existe, un árbol que no existe. Entre su sombra, entre sus ramas, entre sus hojas y sus flores, mis ojos subían hasta un cielo que no existe. Eso era todo mi vivir, ascender desde un árbol que no existe a un cielo que no existe. Sólo mi sueño era la verdad, y yo era la soledad de mi sueño, la irrealidad de toda realidad. ¿Quién dijo que el Universo existe? 0 lo sueño, o no es. He ahí el poema de todos los hombres, la obra prodigiosa y oculta de todos los días. El árbol que existe porque no existe, el cielo que existe porque no existe. La paradoja del Ser: el sueño! El hombre es el creador de todo lo creado. Suprimidlo. ¿Y existe algo si él no existe?

Después bebí contigo en la fuente de la vida, y por obra de ella, pensé que el mundo era, sin mí, una realidad que yo no había visto. Yo era una isla verdadera en un mar verdadero. Y entonces fui tragado por la materia. El sueño fue robado, y morí en mi hombre. Mas yo seguía siendo un niño, sólo el niño. Y olvidé y borré el verbo de la fuente de la vida. Y el niño volvió de nuevo a incrustarse en mí. Y nunca fui más sabio y más profundo. Vivía en mi única verdad: en el sueño del ser. Mas de hora en hora, qué vacío inmenso, qué terrible oquedad del Universo.. .

Y el amigo contestó entonces al insaciable soñador:

—En lo profundo, no hay tanta diferencia entre ambos. Tal vez somos casi iguales. Yo hice, ingenuamente, de la realidad, mi arrebatado sueño, conquisté sus vanas imágenes, y no sus esencias.

Tú sólo soñaste tu aparente realidad, el maravilloso árbol y el sublime cielo que no existen. Todo fue a tu modo para ti. ¿Pero el sueño es algo más que sueño?

La fuente de la vida escuchó, entre tanto, a los dos peregrinantes amigos, y les dijo:

Tú anhelaste más de lo que la realidad concede, y tú viviste los sueños más de lo que realmente son. Daos la mano. Uniendo a los dos, está la verdad.

Carlos Sabat Ercasty
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - Vol. 166
Ministerio de Educación y Cultura
Montevideo, 1982

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             Carlos Sabat Ercasty en Letras Uruguay

 

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