Ante aquella tan buscada fuente, los dos
peregrinantes amigos se detuvieron. Ambos bebieron de ella con verdadera
emoción, cuando se les dijo que era la fuente de la vida, y que allí
discernirían sus propios caminos. Luego de beber, se despidieron, y cada
uno marchó en sentido opuesto al otro. Uno se dirigió hacia Occidente, y
el otro, hacia Oriente.
Medio siglo corrió desde entonces, y otra vez volvieron a encontrarse
los dos peregrinantes amigos ante la fuente de la vida. Mas ahora, ¿a
qué beber? Todo estaba hecho, y ni los años ni los hombres, son
reversibles. ¡Todo, en verdad, estaba hecho! No quedaban más que el
ocaso y el trance final.
De ambos camaradas, el que marchó hacia Occidente, dijo entonces:
—No he vivido mi satisfacción y mi plenitud, y menos mi permanencia en
ellas. Me entregué, ambicioso y tenaz, a las tangibles realidades,
ansioso de dominarlas y hacerlas mías. Me impuse, fuerte, vigoroso,
desbordado de energías, y lo logré todo hasta donde el hombre es hombre.
Oro, mando, honores, gloria, pero la lucha me gastó, y toda la verdad
humana termina en la amargura.
Profundicé la realidad que me atraía, y me espantó el vacío. Ahora
vuelvo a la soledad. ¿Fui engañado por la fuente de la vida? ¿Lo que yo
mismo creía real, no sería, acaso, la más despiadada forma del sueño y
la mentira? Y con estas palabras, terminó su confesión.
El peregrino que se encaminó hacia Oriente, le contestó al camarada de
su juventud:
—Voy ha hablarte como si te relatara una leyenda o una fábula.
Escúchame:
De niño sembré en una tierra que no existe, un árbol que no existe. No
existían el limo, ni las raíces, ni el tronco, ni las ramas, ni flores
ni hojas. Sólo existía mi alma, libre como el aire. Pájaros que no
existían cantaban cantos que no existían. ¡Cuántas frutas que no eran
frutas! ¡Qué brisas y qué vientos que no eran brisas ni vientos! Las
auroras venían de mí mismo, y jamás estuvieron en ningún cielo. Las
noches deliraban estrellas, y no quemaban ninguna noche, ni eran
estrellas. Yo era el niño, sólo un niño. ¿Existía, acaso, yo mismo?
De niño sembré en una tierra que no existe, un árbol que no existe.
Nunca fue esa tierra, jamás fue ese árbol. Ahora evoco al árbol y sólo a
él, oh nostalgia...! Y lo traigo de nuevo a mis deseos y lo reensueño en
otra ensoñación. Y todo mi ser grita entonces: —Ese es el único árbol
verdadero que tú has visto? Porque yo afirmo: Lo único real del hombre
es el sueño del hombre. Eso es lo único profundamente suyo. Ningún árbol
existe fuera de mi propio sueño. Ser, es soñar y soñarnos. Lo que no es
mi sueño, no es mío, no existe para mí.
De niño sembré en una tierra que no
existe, un árbol que no existe. Entre su sombra, entre sus ramas, entre
sus hojas y sus flores, mis ojos subían hasta un cielo que no existe.
Eso era todo mi vivir, ascender desde un árbol que no existe a un cielo
que no existe. Sólo mi sueño era la verdad, y yo era la soledad de mi
sueño, la irrealidad de toda realidad. ¿Quién dijo que el Universo
existe? 0 lo sueño, o no es. He ahí el poema de todos los hombres, la
obra prodigiosa y oculta de todos los días. El árbol que existe porque
no existe, el cielo que existe porque no existe. La paradoja del Ser: el
sueño! El hombre es el creador de todo lo creado. Suprimidlo. ¿Y existe
algo si él no existe?
Después bebí contigo en la fuente de la vida, y por obra de ella, pensé
que el mundo era, sin mí, una realidad que yo no había visto. Yo era una
isla verdadera en un mar verdadero. Y entonces fui tragado por la
materia. El sueño fue robado, y morí en mi hombre. Mas yo seguía siendo
un niño, sólo el niño. Y olvidé y borré el verbo de la fuente de la
vida. Y el niño volvió de nuevo a incrustarse en mí. Y nunca fui más
sabio y más profundo. Vivía en mi única verdad: en el sueño del ser. Mas
de hora en hora, qué vacío inmenso, qué terrible oquedad del Universo..
.
Y el amigo contestó entonces al insaciable soñador:
—En lo profundo, no hay tanta diferencia entre ambos. Tal vez somos casi
iguales. Yo hice, ingenuamente, de la realidad, mi arrebatado sueño,
conquisté sus vanas imágenes, y no sus esencias.
Tú sólo soñaste tu aparente realidad, el
maravilloso árbol y el sublime cielo que no existen. Todo fue a tu modo
para ti. ¿Pero el sueño es algo más que sueño?
La fuente de la vida escuchó, entre tanto, a los dos peregrinantes
amigos, y les dijo:
Tú anhelaste más de lo que la realidad concede, y tú viviste los sueños
más de lo que realmente son. Daos la mano. Uniendo a los dos, está la
verdad. |