Parábola del hombre y del misterio

Carlos Sabat Ercasty

Después de muchos días y muchas noches en que fueron discutidas las ocultas esencias y los misterios más hondos del Universo y del Hombre, y ya en la seguridad en que cada uno acudía con la verdad obtenida de la siembra y de la cosecha propias en su breve predio, aquel temerario y desconforme grupo de amigos que vivía en permanente discordia ideológica, resolvió, por último, formar un sólo frente, y sumando todas sus energías espirituales, marchar unidos hasta hacer hablar al obsesionante misterio y obtener de él la solución perfecta de todos los problemas. Si la Creación era una, uno también debe ser su misterio, y una su verdad. Mas ellos eran cinco, cinco los misterios, y cinco las verdades.

El más viejo era el Teólogo, seguíale el Filósofo, a éste lo continuaba el Sabio de las ciencias concretas, sin separarse, mas un poco como evadido, veíase el Poeta en un sensible contacto de imágenes, y por último, dentro del grupo aunque casi solitario, surgió el Místico en la aventura sobrehumana de los éxtasis.

Tras mucho dialogar lograron ponerse de acuerdo, mas sólo con el fin de encaminarse, desde la hora del alba al término de la noche trepando sin separarse, la difícil y silenciosa montaña de la Sabiduría, y de hacerlo de una vez, sin treguas al esfuerzo ni ahorro de voluntad.

Si los hombres habían vencido tantos obstáculos, si sobre el mundo primario habían conseguido una civilización y una cultura casi inconcebibles, ¿cómo podría subsistir aún el obstáculo terrible del misterio, origen de tantas discordias y de tantas separaciones entre alma y alma? Era necesario escuchar la voz más elevada, lograr así la revelación de los remotísimos orígenes, saber, sin vacilaciones, al Dios o al no-Dios, obtener la clave para que sólo el bien asistiera a los hombres, comprobar si la muerte era ella misma o sólo un puente de tinieblas que precede a la eterna inmortalidad, reducir la pluralidad aparente y efímera a la Unidad inalterable, posesionarse del Ontos mediante el signo absoluto de su revelación y por último, experimentar a la verdad como verdad, para destruir luego toda duda o todo escéptico nihilismo.

Al comienzo de la marcha, al rozar la aurora sus múltiples alas sobre las frentes y los torsos de la cordillera, los cinco amigos eran cinco pensamientos opuestos, cinco rostros de la perdida Unidad. Ya antes habían buscado al hombre único, al hombre universal, pero no lograron liberarse de la discordia. Parecería que eran más ellos mismos en la parcialidad y en la separación, que en la totalidad y en la unión identificadora. El deseo los hacía trepar por la aspereza del monte, pues a pesar de todas las oposiciones, el corazón los unía en el coraje de ser y de luchar, y por necesitarse para ejercitar cada uno su propia originalidad. En el fondo, se reconocían y se admiraban, pero a la vez se rechazaban aferrándose cada uno a lo exclusivamente suyo. El Metafísico en su plano abstracto; el Teólogo, conectando y armonizando Revelación y Conocimiento; el Científico, ahincado en la realidad, y afirmándose en las leyes de la materia y la energía; el Místico, adherido a la Unidad absoluta mediante su inmersión en Dios; el Poeta, sin llegar a una separación, era absorbido por la belleza sensible y sembraba la montaña de imágenes y cantos.

Al llegar a mitad del día y encontrarse casi en la mitad del camino, los cinco exploradores notaron que sus diferencias desaparecían lentamente, pero con extraña y sorpresiva evidencia. Eran menos y cada vez menos ellos mismos en su originalidad y en su carácter, y se aproximaban íntimamente a una especie de hombre modelo, de hombre integral, de desencarnado arquetipo abstracto, síntesis de totalidad y esencialidad. Jamás habían imaginado una igualdad tan serenadora, ni siquiera en los dioses, que siempre fueron un tanto copia de los mismos hombres.

Aquellos peregrinos de la verdad, se miraban, se contemplaban con rara estupefacción, y en cierto modo se conocían y se desconocían, cual si en ellos se desvaneciera la personalidad. Las vehementes polémicas iniciales al pie de la montaña de la Sabiduría, iban atenuándose como olas que pierden su fuerza y vientos que no encuentran más su impulso. Se preparaban así para la gran recepción. Notaban que en cierto modo crecían y ascendían, no ya sólo en la montaña, sino también en los ámbitos secretos del espíritu. Pero también sentían, con íntimo tacto, que se iban borrando en ellos los signos de la Tierra, las sinuosidades de toda vacilación, el calor pasional, los matices delicadamente sensibles de lo diferenciado, la tensión afirmadora de la individualidad.

No obstante la alarma que todos estos cambios produjeron en los cinco exploradores de la verdad unitaria, de estos cinco héroes que a la vez beberían en el mismo vaso toda la revelación del misterio, eliminando la lucha, el encono, la diferenciación, el carácter singularizante, el juego peligroso de los opuestos y de las desarmonías en medio de un destino tan inexplicable, las contradicciones espirituales llevadas a veces a extremos excesivos, de común acuerdo resolvieron, en la luminosa vertical del mediodía, proseguir la ascensión hasta llegar a la cumbre de la sublime Unidad. ¿Por qué no ser todo el hombre, si como microcosmos, es posible reunir en sí la totalidad de la Creación?

Al continuar su empresa se hicieron más sutiles, cual si adquiriesen la virtud del aire de las nevadas cimas; más alejados a cada paso del centro de la Tierra y más próximos a las movibles nubes, se aligeraban de su propio peso y en sus movimientos adquirían algo de la ubicuidad de los dioses; eran cada vez menos las ideas que movían en los paisajes del alma, pero las sentían de una amplitud y una universalidad que las despojaban de toda particularidad terrestre o humana; se veían los unos en los otros como en transparencia hasta que por instantes se desconocían como individuos y se identificaban como si el uno, el dos, el tres, el cuatro y el cinco, sólo fuesen el uno. Sus conocimientos se iban interpenetrando, confundiéndose, como en un mar se unen hasta no saberse las aguas de todos los ríos. El místico se consideró teólogo; éste confluyó en el hombre de ciencia: el filósofo abstracto se fusionaba a todos; al igual del poeta, que que fue el primero en notar ante esa Unidad que iba aniquilando a la Esfinge, que él ya no podría volver a la creación de su obra, pues eliminado el misterio, la poesía habría de desaparecer en el acto. ¿Cómo excitar el fuego de un corazón con una llama que es nada más que la abstracción de una llama? ¿Cómo sugerir y qué sugerir? ¿A qué penetrar en un alma para no llevarle nada más que una luz vacía? ¿Cómo ofrecer en la transparencia total, la flor ya sin perfume, ya sin matiz, ya sin el apasionado polen donde la corola quema su amor? ¿O yo sugiero como sugiere el abismo, el misterio y la estrella apresada por la sombra, o mato en mi lengua la fuente de las imágenes y detengo en mi frente el vuelo de la música?

Cinco horas de sol se deslizaron desde la nevada cima al pétreo apoyo de la montaña en los curvados desniveles del valle. Cinco horas de transmutación, de elevamiento y vuelo, en amplísimos círculos espirituales y de profundas identificaciones. En la Tierra y en el Cielo se dilataban los horizontes, y en cada alma también prolongaban su curva los horizontes de la purificación. Lo profundo del hombre era ya paradojalmente lo elevado del Universo.

Por fin los cinco exploradores del misterio se detuvieron sobre la virtud y la frialdad de la nieve. ¡Habían llegado!

Todo era quietud y silencio. Diafanidad que trasparentaban las sombras más lejanas. Perdidos, y ya como en el olvido, los pueblos de los valles humanos vivían el encantamiento de la hora, o el drama de una noche cribada de peligros, o los rayos de la pasión y los celos, o la disputa de las ideas contrapuestas, o los sueños contradictorios que mueven su alaje vibrándolo en la esperanza, o los cuidados y vigilancias de la codicia, o la estremecida tensión y oposición de las ideas y de los intereses en implacable lucha.

Y entraba más y más la noche y ocupaba las distancias doradas del crepúsculo. Sus penumbras parecían gravitar menos que la luz en el azaroso guijarro y la detenida flor. Pronto vendría el sueño. La paz, la uniformidad de la sombra, la desaparición de las imágenes, los silencios del aire aquietados, todo parecía conducir a los espíritus hacia la unidad del Infinito. Era como una lección para la plural multiplicación de la mañana y de la tarde. Pero a la hora del alba, todos los hombres se erguirían horadando los velos del sueño, cada cual en su amor o en su odio, en su afirmación o en su negación, en su anhelo o en su angustia. La vida trae siempre, junto al pan de la carne, la batalla de cada día. Desde que amanece, cada hombre es sólo un hombre, es el mismo en sí mismo y no lo olvida cuando se coloca en la fila de los combatientes. Cada amanecer es un parto en el entrecruzamiento y la fluencia de los hechos. Es necesario sufrir y a la vez gozar mientras comienza la creación humana de las horas.

Ya entrada la noche hasta los lindes insondables, los cinco viajeros del Misterio creían haberle dominado todos los signos y todas las potencias del inmortal silencio. Y fue entonces, sólo entonces, cuando se sintieron ya más sobrehumanos que humanos. De pronto, entre el Cielo y la Tierra el enigma escribió sobre el cuerpo de la noche utilizando las letras de las constelaciones. Fue entonces que los ojos sedientos de los exploradores leyeron en los astros la ley de los destinos infinitos. ¿Y qué fue lo que leyeron? Porque en efecto, el Enigma manifestaba por fin: —Ahora sois hombres totales. Habéis sido despojados de vuestro carácter. Ninguno es ya quien fue en el contacto de su nacimiento terrestre. Estáis difundidos y absortos en la sublime Identidad y diseminados en el Todo con la máxima amplitud. Dad por aniquiladas las pasiones, las batallas, las discordias en todos los órdenes del corazón, los amores limitados y los egoísmos de gloria y de poder. Imposibles ya los errores y los aciertos. Una verdad y un silencio de aceptación para todas las almas. Ahora sois los hombres llegados a la suma abstracción, sois los perfectos, los reales y supremos arquetipos del hombre, y hasta si queréis, casi dioses por lo que habéis logrado. Esta es la lección que en su cumbre da el Misterio en la cima del monte de la Sabiduría.

Luego la noche fue absorbiendo sus tinieblas, y al extenderse vital y poderosa, la luz de la aurora, las águilas primeras de la mañana vieron descender, pero ahora separados, a los cinco exploradores del Misterio que antes se hablan unido en la tremenda aventura de destruir la separación de los hombres, y de armonizar, como estrellas, todas las almas. Cada uno tomó un camino distinto. El Teólogo bajó por la teología; el Filósofo, descendió por los pensamientos abstractos; el Cientista, apoyaba firme su paso en las rocas apretando la mirada a la realidad concreta de la montaña; el Místico, apenas podía descender mientras volaba por el éxtasis; el Poeta traía a la Tierra baja todo el Misterio y con él la única potencia poética inagotable. Cada uno con su alma, cada uno con sus sentidos, cada uno con la más íntima propiedad de sí mismo, cada uno con sus anhelos, con su carácter, con su individualidad, y con el anhelo de ser y de vivir el hombre que eran en su realidad más auténtica.

Entraron como por cinco puertas distintas a la humana concavidad del valle, y cada uno trajo también a la sorprendida grey, su verbo único. Regresaron idénticos a la hora de la partida, como el sol y cada estrella regresan a su turno con el día y con la noche, en la eterna identidad de su luz. Y así prosiguieron incesantes, en la eterna, la fecunda, la vitalizadora polémica de todos los hombres y de todos los pueblos grandes.

Y el poeta escribió después en todas las almas de los que aguardaban tras la prodigiosa aventura.

Hay sólo una paz digna para la Humanidad. Y esa paz debe ser la libre tolerancia viril y el continuado combate en la luz, pero jamás, la muerte.

No borréis al hombre que existe en cada hombre en lo que es él mismo. La unidad verdadera es no dejar de ser hombre nunca, es la fértil pugna y unidad de los contrarios en el oleaje dramático del Devenir. Un poema, una idea, una experiencia, una revelación y hasta un Dios, pueden ser una alianza y a la vez un problema, un vuelo que asciende a la verdad, pero no la verdad de toda su Esfinge.

"Lo humano vale como impulso, como conquista, como disconformidad y esfuerzo, como lucha, como incompleta pero porfiada creación. El Misterio será eterno. El misterio nos hizo, nos hace y nos hará. No es una negación, sino una afirmación. Es nuestro creador porque es nuestro obstáculo, nuestra tentación, nuestro destino. No nos deja morir sobre lo logrado. Se opone a la muerte. Nos dinamiza y nos acucia. Debe subsistir como una sublime y magistral potencia. Llegar sería el más triste modo de morir. Mejor la selva crispada, dinámica y plural de vida, que la infecunda perfección de los desiertos".

Carlos Sabat Ercasty
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - Vol. 166
Ministerio de Educación y Cultura
Montevideo, 1982

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