Después de muchos días y muchas noches en
que fueron discutidas las ocultas esencias y los misterios más hondos
del Universo y del Hombre, y ya en la seguridad en que cada uno acudía
con la verdad obtenida de la siembra y de la cosecha propias en su breve
predio, aquel temerario y desconforme grupo de amigos que vivía en
permanente discordia ideológica, resolvió, por último, formar un sólo
frente, y sumando todas sus energías espirituales, marchar unidos hasta
hacer hablar al obsesionante misterio y obtener de él la solución
perfecta de todos los problemas. Si la Creación era una, uno también
debe ser su misterio, y una su verdad. Mas ellos eran cinco, cinco los
misterios, y cinco las verdades.
El más viejo era el Teólogo, seguíale
el Filósofo, a éste lo continuaba el Sabio de las ciencias concretas,
sin separarse, mas un poco como evadido, veíase el Poeta en un sensible
contacto de imágenes, y por último, dentro del grupo aunque casi
solitario, surgió el Místico en la aventura sobrehumana de los éxtasis. Tras mucho dialogar lograron ponerse de
acuerdo, mas sólo con el fin de encaminarse, desde la hora del alba al
término de la noche trepando sin separarse, la difícil y silenciosa
montaña de la Sabiduría, y de hacerlo de una vez, sin treguas al
esfuerzo ni ahorro de voluntad.
Si los hombres habían vencido tantos obstáculos, si sobre el mundo
primario habían conseguido una civilización y una cultura casi
inconcebibles, ¿cómo podría subsistir aún el obstáculo terrible del
misterio, origen de tantas discordias y de tantas separaciones entre
alma y alma? Era necesario escuchar la voz más elevada, lograr así la
revelación de los remotísimos orígenes, saber, sin vacilaciones, al Dios
o al no-Dios, obtener la clave para que sólo el bien asistiera a los
hombres, comprobar si la muerte era ella misma o sólo un puente de
tinieblas que precede a la eterna inmortalidad, reducir la pluralidad
aparente y efímera a la Unidad inalterable, posesionarse del Ontos
mediante el signo absoluto de su revelación y por último, experimentar a
la verdad como verdad, para destruir luego toda duda o todo escéptico
nihilismo.
Al comienzo de la marcha, al rozar la aurora sus múltiples alas sobre
las frentes y los torsos de la cordillera, los cinco amigos eran cinco
pensamientos opuestos, cinco rostros de la perdida Unidad. Ya antes
habían buscado al hombre único, al hombre universal, pero no lograron
liberarse de la discordia. Parecería que eran más ellos mismos en la
parcialidad y en la separación, que en la totalidad y en la unión
identificadora. El deseo los hacía trepar por la aspereza del monte,
pues a pesar de todas las oposiciones, el corazón los unía en el coraje
de ser y de luchar, y por necesitarse para ejercitar cada uno su propia
originalidad. En el fondo, se reconocían y se admiraban, pero a la vez
se rechazaban aferrándose cada uno a lo exclusivamente suyo. El
Metafísico en su plano abstracto; el Teólogo, conectando y armonizando
Revelación y Conocimiento; el Científico, ahincado en la realidad, y
afirmándose en las leyes de la materia y la energía; el Místico,
adherido a la Unidad absoluta mediante su inmersión en Dios; el Poeta,
sin llegar a una separación, era absorbido por la belleza sensible y
sembraba la montaña de imágenes y cantos.
Al llegar a mitad del día y encontrarse casi en la mitad del camino, los
cinco exploradores notaron que sus diferencias desaparecían lentamente,
pero con extraña y sorpresiva evidencia. Eran menos y cada vez menos
ellos mismos en su originalidad y en su carácter, y se aproximaban
íntimamente a una especie de hombre modelo, de hombre integral, de
desencarnado arquetipo abstracto, síntesis de totalidad y esencialidad.
Jamás habían imaginado una igualdad tan serenadora, ni siquiera en los
dioses, que siempre fueron un tanto copia de los mismos hombres.
Aquellos peregrinos de la verdad, se miraban, se contemplaban con rara
estupefacción, y en cierto modo se conocían y se desconocían, cual si en
ellos se desvaneciera la personalidad. Las vehementes polémicas
iniciales al pie de la montaña de la Sabiduría, iban atenuándose como
olas que pierden su fuerza y vientos que no encuentran más su impulso.
Se preparaban así para la gran recepción. Notaban que en cierto modo
crecían y ascendían, no ya sólo en la montaña, sino también en los
ámbitos secretos del espíritu. Pero también sentían, con íntimo tacto,
que se iban borrando en ellos los signos de la Tierra, las sinuosidades
de toda vacilación, el calor pasional, los matices delicadamente
sensibles de lo diferenciado, la tensión afirmadora de la
individualidad.
No obstante la alarma que todos estos cambios produjeron en los cinco
exploradores de la verdad unitaria, de estos cinco héroes que a la vez
beberían en el mismo vaso toda la revelación del misterio, eliminando la
lucha, el encono, la diferenciación, el carácter singularizante, el
juego peligroso de los opuestos y de las desarmonías en medio de un
destino tan inexplicable, las contradicciones espirituales llevadas a
veces a extremos excesivos, de común acuerdo resolvieron, en la luminosa
vertical del mediodía, proseguir la ascensión hasta llegar a la cumbre
de la sublime Unidad. ¿Por qué no ser todo el hombre, si como
microcosmos, es posible reunir en sí la totalidad de la Creación?
Al continuar su empresa se hicieron más sutiles, cual si adquiriesen la
virtud del aire de las nevadas cimas; más alejados a cada paso del
centro de la Tierra y más próximos a las movibles nubes, se aligeraban
de su propio peso y en sus movimientos adquirían algo de la ubicuidad de
los dioses; eran cada vez menos las ideas que movían en los paisajes del
alma, pero las sentían de una amplitud y una universalidad que las
despojaban de toda particularidad terrestre o humana; se veían los unos
en los otros como en transparencia hasta que por instantes se
desconocían como individuos y se identificaban como si el uno, el dos,
el tres, el cuatro y el cinco, sólo fuesen el uno. Sus conocimientos se
iban interpenetrando, confundiéndose, como en un mar se unen hasta no
saberse las aguas de todos los ríos. El místico se consideró teólogo;
éste confluyó en el hombre de ciencia: el filósofo abstracto se
fusionaba a todos; al igual del poeta, que que fue el primero en notar
ante esa Unidad que iba aniquilando a la Esfinge, que él ya no podría
volver a la creación de su obra, pues eliminado el misterio, la poesía
habría de desaparecer en el acto. ¿Cómo excitar el fuego de un corazón
con una llama que es nada más que la abstracción de una llama? ¿Cómo
sugerir y qué sugerir? ¿A qué penetrar en un alma para no llevarle nada
más que una luz vacía? ¿Cómo ofrecer en la transparencia total, la flor
ya sin perfume, ya sin matiz, ya sin el apasionado polen donde la corola
quema su amor? ¿O yo sugiero como sugiere el abismo, el misterio y la
estrella apresada por la sombra, o mato en mi lengua la fuente de las
imágenes y detengo en mi frente el vuelo de la música?
Cinco horas de sol se deslizaron desde la nevada cima al pétreo apoyo de
la montaña en los curvados desniveles del valle. Cinco horas de
transmutación, de elevamiento y vuelo, en amplísimos círculos
espirituales y de profundas identificaciones. En la Tierra y en el Cielo
se dilataban los horizontes, y en cada alma también prolongaban su curva
los horizontes de la purificación. Lo profundo del hombre era ya
paradojalmente lo elevado del Universo.
Por fin los cinco exploradores del
misterio se detuvieron sobre la virtud y la frialdad de la nieve.
¡Habían llegado!
Todo era quietud y silencio. Diafanidad que trasparentaban las sombras
más lejanas. Perdidos, y ya como en el olvido, los pueblos de los valles
humanos vivían el encantamiento de la hora, o el drama de una noche
cribada de peligros, o los rayos de la pasión y los celos, o la disputa
de las ideas contrapuestas, o los sueños contradictorios que mueven su
alaje vibrándolo en la esperanza, o los cuidados y vigilancias de la
codicia, o la estremecida tensión y oposición de las ideas y de los
intereses en implacable lucha.
Y entraba más y más la noche y ocupaba las distancias doradas del
crepúsculo. Sus penumbras parecían gravitar menos que la luz en el
azaroso guijarro y la detenida flor. Pronto vendría el sueño. La paz, la
uniformidad de la sombra, la desaparición de las imágenes, los silencios
del aire aquietados, todo parecía conducir a los espíritus hacia la
unidad del Infinito. Era como una lección para la plural multiplicación
de la mañana y de la tarde. Pero a la hora del alba, todos los hombres
se erguirían horadando los velos del sueño, cada cual en su amor o en su
odio, en su afirmación o en su negación, en su anhelo o en su angustia.
La vida trae siempre, junto al pan de la carne, la batalla de cada día.
Desde que amanece, cada hombre es sólo un hombre, es el mismo en sí
mismo y no lo olvida cuando se coloca en la fila de los combatientes.
Cada amanecer es un parto en el entrecruzamiento y la fluencia de los
hechos. Es necesario sufrir y a la vez gozar mientras comienza la
creación humana de las horas.
Ya entrada la noche hasta los lindes insondables, los cinco viajeros del
Misterio creían haberle dominado todos los signos y todas las potencias
del inmortal silencio. Y fue entonces, sólo entonces, cuando se
sintieron ya más sobrehumanos que humanos. De pronto, entre el Cielo y
la Tierra el enigma escribió sobre el cuerpo de la noche utilizando las
letras de las constelaciones. Fue entonces que los ojos sedientos de los
exploradores leyeron en los astros la ley de los destinos infinitos. ¿Y
qué fue lo que leyeron? Porque en efecto, el Enigma manifestaba por fin:
—Ahora sois hombres totales. Habéis sido despojados de vuestro carácter.
Ninguno es ya quien fue en el contacto de su nacimiento terrestre.
Estáis difundidos y absortos en la sublime Identidad y diseminados en el
Todo con la máxima amplitud. Dad por aniquiladas las pasiones, las
batallas, las discordias en todos los órdenes del corazón, los amores
limitados y los egoísmos de gloria y de poder. Imposibles ya los errores
y los aciertos. Una verdad y un silencio de aceptación para todas las
almas. Ahora sois los hombres llegados a la suma abstracción, sois los
perfectos, los reales y supremos arquetipos del hombre, y hasta si
queréis, casi dioses por lo que habéis logrado. Esta es la lección que
en su cumbre da el Misterio en la cima del monte de la Sabiduría.
Luego la noche fue absorbiendo sus tinieblas, y al extenderse vital y
poderosa, la luz de la aurora, las águilas primeras de la mañana vieron
descender, pero ahora separados, a los cinco exploradores del Misterio
que antes se hablan unido en la tremenda aventura de destruir la
separación de los hombres, y de armonizar, como estrellas, todas las
almas. Cada uno tomó un camino distinto. El Teólogo bajó por la
teología; el Filósofo, descendió por los pensamientos abstractos; el
Cientista, apoyaba firme su paso en las rocas apretando la mirada a la
realidad concreta de la montaña; el Místico, apenas podía descender
mientras volaba por el éxtasis; el Poeta traía a la Tierra baja todo el
Misterio y con él la única potencia poética inagotable. Cada uno con su
alma, cada uno con sus sentidos, cada uno con la más íntima propiedad de
sí mismo, cada uno con sus anhelos, con su carácter, con su
individualidad, y con el anhelo de ser y de vivir el hombre que eran en
su realidad más auténtica.
Entraron como por cinco puertas distintas a la humana concavidad del
valle, y cada uno trajo también a la sorprendida grey, su verbo único.
Regresaron idénticos a la hora de la partida, como el sol y cada
estrella regresan a su turno con el día y con la noche, en la eterna
identidad de su luz. Y así prosiguieron incesantes, en la eterna, la
fecunda, la vitalizadora polémica de todos los hombres y de todos los
pueblos grandes.
Y el poeta escribió después en todas las almas de los que aguardaban
tras la prodigiosa aventura.
Hay sólo una paz digna para la Humanidad. Y esa paz debe ser la libre
tolerancia viril y el continuado combate en la luz, pero jamás, la
muerte.
No borréis al hombre que existe en cada
hombre en lo que es él mismo. La unidad verdadera es no dejar de ser
hombre nunca, es la fértil pugna y unidad de los contrarios en el oleaje
dramático del Devenir. Un poema, una idea, una experiencia, una
revelación y hasta un Dios, pueden ser una alianza y a la vez un
problema, un vuelo que asciende a la verdad, pero no la verdad de toda
su Esfinge.
"Lo humano vale como impulso, como conquista, como disconformidad y
esfuerzo, como lucha, como incompleta pero porfiada creación. El
Misterio será eterno. El misterio nos hizo, nos hace y nos hará. No es
una negación, sino una afirmación. Es nuestro creador porque es nuestro
obstáculo, nuestra tentación, nuestro destino. No nos deja morir sobre
lo logrado. Se opone a la muerte. Nos dinamiza y nos acucia. Debe
subsistir como una sublime y magistral potencia. Llegar sería el más
triste modo de morir. Mejor la selva crispada, dinámica y plural de
vida, que la infecunda perfección de los desiertos". |