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Parábola del cielo, de la tierra y del hombre por Carlos Sabat Ercasty Suplemento dominical del Diario El Día Año XXXVIII Nº 1976 (Montevideo, 23 de mayo de 1971) .pdf |
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Aquel día la Tierra se sintió satisfecha de su dignidad planetaria, ante un sol, amoroso de luz. Todo en ella era fértil y generoso de vida. Las especies vegetales y animales hablan adquirido ya la plenitud y la perfección de su forma, y eran tantos sus modos y sus estilos en el genio de la naturaleza, que hasta la madre se perdía en la incontable variedad de sus hijos. ¿Qué número el del mar, qué número el de la tierra, qué número el del aire? ¿No se iba desde la liebre al león, desde los cangrejos a los delfines, desde las alondras a las águilas ¿No subía la savia, en creciente vitalidad, desde las praderas a las selvas, y las algas no penetraban hasta el fondo de los océanos? La misma Tierra, en la potencia de su salud cósmica, ¿no era, a su vez. un gigantesco organismo en esa otra vida de la sustancia universal, que tiene como expresión la voluntad de la ola, la respiración de la brisa y del viento, la circulación arterial de los ríos, la nerviosidad de los rayos y de los relámpagos, el pensamiento de las montañas o de la verde soledad de las Islas? ¿Y no era también vivo en su vida el abrazo infinito del sol, de cuya fecundidad emergían todas las formas condensadas en las simientes? Más, pensaba la tierra, es imposible. He terminado mi obra ascendente, y sostengo con orgullo, en mi potencia astral, la inmensa creación de mi voluntad amorosa. Mas de pronto vibró como nunca el contorno de toda su esfera. Por primera vez un hombre había pisado sus praderas, sus selvas, las orillas de sus mares. Aquel nuevo ser del planeta era recto como la prolongación de un radio que, partiendo del centro de la Tierra, se proyectara hasta el infinito cielo. Se diría predestinado a unir lo más profundo de la verdad terrestre con lo más elevado de la verdad celeste. Una flecha recta entre dos verdades y dos misterios. La Tierra presintió de inmediato que había llegado un hijo de la sabiduría. Y al verlo de pie intentando el pensamiento, exclamó: ¡Sube! Y de inmediato una idea prolongó el radio terrestre y humano hasta los cielos orgullosos. ¿Qué so? Interrogó entonces el planeta. Y aún dijo: ¡Compárame! También cielo, asi eres. Contestó el hombre. ¿Como el del sol, como el de las estrellas? Insistió el planeta. Exactamente, contestó el hijo. Y mejor todavía. ¿Y por qué ahora no ardo y no fulguro, y devuelve así una luz igual a la que recibo? Ante esta pregunta, contestó otra vez el hombre: Es que ya has ido mucho mas lejos. No te comprendo, hijo, ¿de qué modo pude superar esa luz? Y respondió el hijo: ¡Piensas! Y ella: ¿Es posible lo que me dices? SI, le contestó el hijo, piensas con nuestro pensamiento humano y planetario, por cuanto nosotros, los hombres, formaremos el extremo arriesgado hasta donde tú llegues. ¡Ah! ¡Tu frente!, lo comprendo, mi obra maestra! ¿Cómo pude llegar hasta ese prodigio? Pero tu pensamiento, ¿es mío? Todo lo de la Tierra, lo de tu esfera, es tuyo. Te pertenezco como el mar, como la ola, como el cóndor, como el árbol. Soy inseparablemente tuyo, y cada idea de mi frente es también una idea de tu frente. Nos has creado para crear a la vez la conciencia de tu astralidad. Por muy separados que nos vean a veces, puedes estar segura de que te pertenecemos. Y la Tierra: Dime, hijo mío, ¿cómo haces para concebir esas extrañas y prodigiosas ideas y revelarme a mi misma en lo que nunca supe? Crece mi orgullo cuando te siento uno con tu madre, y cuando considero que pienso como astro gracias a tu propio pensamiento. Te multiplicaré por todas las praderas y montañas. Todo te obedecerá. Seréis millones y formaréis la única frente de mi mundo. Pera antes diré, ¿cómo supiste todo lo que has contestado? No lo averigües, madre. Eres lo que haces. No nos separemos, pues, y todo el sublime mito del cielo, será superado. Aquello huele a Caos todavía. ¡Qué distancia desde la llama estelar a nuestras frentes! En el correr de la edad, tendrás tantos cielos como hijos, cielos idealmente superados, cielos incrustados en almas! ¡Así han de ser nuestros cielos interiores! |
por Carlos Sabat Ercasty
(Especial para EL DIA)
Suplemento dominical del Diario El Día
Año XXXVIII Nº 1976 (Montevideo, 23 de mayo de 1971) .pdf
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
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