Perdido en su mundo interior y sin
establecer ningún lazo de firme armonía con el mundo que lo rodeaba,
sintiendo absurdo su destino, descoloridos sus días y sus noches,
inconexos todos sus actos, el astrónomo de mi relato se consideró a sí
mismo, ante su amigo el poeta, como un desterrado del cosmos, pese a sus
estudios, pese a su poderoso telescopio, pese a sus inmensas
exploraciones.
Algo hay en mí, confesaba, que puede más que toda mi voluntad, y todos
mis deseos y pensamientos. La noche entera me atrae cuando con mis ojos
penetro en ella, y percibo la palpitación de los astros. Se diría que
viven... Pero mi modo de saber es fragmentando todo lo que estudio y
como enfriando el fluir de los abismos. Veo una sola estrella entre las
estrellas, como sólo me veo a mí mismo entre los hombres. Rompo, muelo,
pulverizo la realidad, y acabo, ante el Universo, por percibirme
como un átomo de vida extraviado en sus mil soledades. Ansió anudarme,
estrecharme, y destrozo de inmediato el vínculo que podía unirme e
infundirme en la creación. Y esa es mi más auténtica y triste fatalidad.
Así todo se empequeñece, añadió el astrónomo. Comprendo en su majestad
la gravitación de los mundos, la familia del Sol con sus planetas, la
hermandad de las constelaciones, la sinfonía de la noche astralizada
descendiendo hasta mis internos oídos, pero cuando el torrente musical
me penetra, se destroza en mis propios nervios. Igual me ocurre con todo
lo que forma el vario y prodigioso paisaje de la tierra. Lo presiento,
pero no llego en acorde emocional hasta él. Ni veo la ciudad en el
dinámico conjunto de sus hombres y en la fusión de todas sus voluntades.
Para mi la realidad está hecha de islas y de cumbres solitarias que no
son más que las imágenes de sus propias soledades.
Sí, soy un simple y desolado fragmento, un guijarro perdido en el
torrente desarticulado del devenir. Y no obstante, sospecho el esplendor
de la Unidad, los ritmos y las geometrías de las grandes leyes, la mutua
compenetración de cada ser en el ser infinito, la solidaridad de todas
las vidas y de todos los mundos.
Junto al astrónomo estaba el poeta que escuchó sus confesiones y sus
quejas. Ya cerrada la última frase del sabio y corridos unos instantes,
el poeta dijo:
Hay muchos modos de saber, como existen muchos modos de ser hombre.
Jamás competiría contigo en tu ciencia de las estrellas, pero
contémplame como a un enamorado de la vida, y como a un intuitivo
sentidor de la inifinita Unidad. La vida debe ser todo en un todo para
quien a su vez es una vida en la infinidad del Universo.
La vida es superior al sueño, a la esperanza, a la verdad, al éxtasis, y
al arte mismo que la canta en su lírica exaltación. Y si no, ¿cómo
podríamos sentirlos y crearlos?
La vida es superior a la luz, al sonido, al sol, a los astros y a la
misma Tierra en su mineral y misterioso silencio. Y si no, ¿cómo
podríamos sentirlos y crearlos?
La vida es superior a las letras y a las palabras en sus mágicos
símbolos, a los números, a las líneas del cosmos en sus errantes
geometrías. Y si no, ¿cómo podríamos sentirlos y crearlos?
La vida es superior a todas las leyes que aspiran a regirla, a todas las
escalas y los planos del Ser, a las potencias del océano, a las mismas
tinieblas del abismo nocturno, a las fuentes del sumo origen de las
cosas. Y si no, ¿cómo podríamos sentirlos y crearlos?
La vida es sólo igual a sí misma, y en mí y en ti es la misma potencia,
la misma revelación, el mismo genio de la sed universal. Y es por eso
que yo tendí mis manos hacia las otras vidas, oh hermanos en el
prodigio, oh hermanos hombres. Y abracé entera mi ciudad, y en ella, a
todas las ciudades de la Tierra.
Y dije, desde la intuición de mis entrañas —Hundíos más en vuestros
propios seres para penetrar más en el Ser universal. ¡Sentid! Algo
fraternal y amoroso baja al alma del hombre desde todos los mundos.
¡La Vida! Penetrad más a fondo aún. Rozad la Unidad fluyendo el torrente
de las imágenes, el oleaje de la pasión cósmica, el tacto vehemente de
la totalidad.
Es preciso perderse de sí mismo, dar las más altas horas a la fusión,
evadirnos de este breve fragmento que somos y expandirnos en la vida
total.
Que dance la selva infinita en la frente entregada, y toda la Creación
gravite en el pensamiento, y la misma sangre se irradie por todas las
fuentes vitales de los mundos.
Jamás he sido más yo mismo, dijo aún el poeta, que en esos instantes en
que me fundí, por identidad y suma entrega, a todos los seres que
emergen de la vida en su expansión ilimitada.
Y la vida misma no es más que la Unidad en el crecimiento de la
multiplicidad, el Uno generando todas las cifras de la vitalidad astral.
¡Oh, nupcial penetración, todo en mi yo, y mi yo compenetrado por el Yo
cósmico sobre el haz de los abismos!
Heroico, sufrido, astrónomo, hermano mío, vuelve a tu centro y haz ahora
mismo la meditación de tus bienes sublimes. Considera mis palabras,
hazlas tuyas. Ahora sabes y sientes que todo es uno y has llegado así al
supremo nacimiento. Bebe sin fin en la fuente de la vida, y aprende que
toda la Creación es la fuente de la vida.
Terminadas las palabras del poeta, el astrónomo se irguió en un
saludable impulso, se aproximó a su telescopio, colocó sus ojos ante la
lente y recorrió la noche entera poseído por el éxtasis. Luego se
aproximó al poeta, y vibrando en nervio y alma, exclamó:
¡Gracias, hermano mío! Sólo por ti he penetrado en la más profunda
astronomía! Ahora lo sé, la noche vive, los astros viven, hasta las
mismas tinieblas viven. ¿Dónde está ahora el triste fragmento, el
perdido guijarro que era en mi espantosa soledad? Penetro más y más en
la Unidad. La vida del hombre no admite dimensiones. El que la bebe
hasta el fin, se reintegra al infinito amor.
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