Aquella vez el viejo poeta de Chiraz,
Nohammed apodado Hafiz por saber el Koran de memoria, recibió a uno de
los más jóvenes discípulos y permaneció impresionado por la amargura y
la angustia que reflejaba su rostro.
¿Por qué tan triste?, le preguntó con dulzura y piedad.
No he dormido en toda la noche, contestóle, tanta ha sido la tortura del
pensamiento.
Escúchame entonces este relato, añadió el poeta de las gazeles. Y
modulando deliciosamente su voz, dijóle:
El águila rozaba las más alta nieve de la montaña, y preguntó hacia la
profundidad, los ojos vueltos hacia ella:
¿Dónde termina la voz de la Tierra?
Y una de las tajantes bocas del hielo, le contestó, desde el más alto
frío de la montaña:
Estás aún lejos del divino azul. No te bastará volar, pero vuela
todavía.
El ave orgullosa se sintió estimulada y contestó:
Me perderé sobre las alturas, si es necesario, pues mis alas crecen con
el esfuerzo. ¡Ay, como llegan desde los valles el rumor de la vida y el
rumor de la muerte!
Y la boca del hielo, respondió, de inmediato:
Intenta una aventura suprema, y traspasa la última y más delicada nube,
y desde allí, escucha.
Cuando, altísima el ave, era una leve sombra, aquietó las alas y aguzó
el oído. Y desde los hondos valles subían, intactos en el aire
sutilísimo, el rumor de la vida y el rumor de la muerte. Entonces, como
enloquecida, irrumpió hacia mayores alturas. Y nada era ya su sombra
sobre ninguna nieve. Y desde lo alto, sumergió esta pregunta hacia los
combados valles:
¿Qué puedo hacer aún si escucho aquí todavía el rumor de la Tierra, el
negro rumor de la Tierra?
Vuela más alto aún, más aún, mucho más... clamó la boca del hielo.
El ave se hizo invisible. Por momentos se desvanecían sus potencias.
He llegado a mi límite, en mí no hay más, gritó casi extenuada y aún
escuchó el negro rumor de la Tierra, el rumor de la vida, el rumor de la
muerte.
Y la montaña:
Tu experiencia ha terminado donde también tu ser ha terminado. El negro
rumor no sube ya a tu encuentro, pero está en tus hirvientes alas. El
vuelo es la rebeldía de la sangre, mas la sangre ea vida y es muerte. Si
ascendieras más, si sobrepasases el aire último, si ya ni las alas te
dijeran la tremenda verdad, aún escucharás cómo el rumor de la vida y de
la muerte, descienden también desde todos los mundos. Y el águila:
¿Y el Creador...? ¿Qué...?
Tembló la montaña y dijo:
¿Del creador? ¡También del Creador, acaso... ! Sólo resta la Eternidad y
su infinito silencio. Nada es posible y todo es imposible. Desciende,
pues las alas sólo sirven para soñar.
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