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Parábola de la propia creación por Carlos Sabat Ercasty Suplemento dominical del Diario El Día Año XXXVII Nº 1909 (Montevideo, 8 de febrero de 1970) .pdf
Helios en su cuadriga Schliemann en Troya |
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Desde su adolescencia no hubo día de sus días en que mi amigo Helios no ascendiera desde el valle hasta las grandes rocas que daban fundamento a aquella montaña vigorosa, que aún la imagino, ya tan lejos, en el ímpetu de su elevación. La última vez que vi a Helios, antes de arrojarse a todos los caminos del mundo en natural impulso y confiado en si mismo, como jamás me pareció posible, se encaminaba al monte llevando su infaltable vasija de barro, destinada todos los días a colmarla de agua en la fuente más próxima que manaba en los ciclópeos contrafuertes de la montaña. A pocos pasos de aquél tributo liquido de las rocas, se detuvo Helios, como lo hiciera otras veces, más que para descansar, para entregarse a una obstinada reflexión. Promediaba la mañana. El cielo, bañado por el sol, había adquirido ya su más limpia altitud. El aire tenía una sensible pureza de espíritu, y abrazándose a la montaña, como si soñase, parecía subirla en un elástico temblor. La luz descendía desde su extrema diafanidad, y allí mismo, donde brotaba el incesante chorro de agua, al resplandecer en la roca, la vería como acariciando si pensamiento de una frente. Fluía el agua con una voluntad invariable, la misma con que el monte gravitaba sobre la tierra y sostenía la atrevida culminación de la cumbrera. El caudal transparente se abría en dádiva espléndida. Jugaba en la luz a los colores y los matices. Entre los tajos de las piedras y las pulidas guijas, prodigaba el nervioso canto de su fuga. La bebían el musgo y el pájaro, la raíz del árbol y la sed de la cabra. Se daba entera en la naturalidad de su gracia, y no admitía más compensación que la de verse rodeada de vida. Aquella fuente representaba para Helios una diosa cuyo templo fuese la montaña y la luz. Ver en ella tanta belleza y voluntad. lo detenía. La testimoniaba tenaz e infatigable. Manaba en una fiesta vital. Vivía más que él mismo, no obstante su sangre y sus nervios de hombre. Jamás en su arteria azul una sola vacilación. Di érase aue la llamaban desde lo alto, y que ella acudía desde las sombras profundas del planeta para gozar sensiblemente la transparencia de los días, y sorber las estrellas de la nocturnidad. —¡Ah. cómo la envidio, se decía Helios a sí mismo. tratando de identificarse a ella y no lográndolo nunca! La admiro, la venero, con cierta conmoción religiosa, la hago mía hasta donde me es posible. Pero muy allá, en lo más profundo, me siento rechazado, no por ella en verdad, sino porque su ejemplo me avergüenza y me retiene. Creación es la vida, y ella lo proclama atravesando las rocas, trabajando desde las entrañas de la madre, abriendo su permanente flor azul entre la rigidez de los minerales, sustentando a los seres que la rodean, y arando un cauce de fecundidad en las tierras del valle. Jamás reposa. Vive por igual en las cuatro estaciones. No ceja ni cuando la sequía tuesta las campiñas y viste de fuego a la montaña. ¿Es que la fuente misma crea su torrente, y bastan su deseo y decisión para trasmutar la quietud de la piedra en la nerviosa fluidez del agua? Y, además, qué purificación de sí misma, como si se quisiera besar con los labios espirituales de la luz, y nivelar diafanidad con diafanidad: ¡ah, llegar hasta ahí!” Y yo..., árido como la espiga que no rindió su grano, sumergido en mi soledad inútil y triste, siempre igual a mis ruinas y como si sólo viviese para ellas. ¿Cómo no soy también una fuente? ¿Es que no me sostengo en mis píes, columna viva entre el aire y la luz, y aún entre las sombras y los fantasmas de la noche? ¿No avanzo por la montaña, como para dilatar los horizontes de mis ojos? ¿No corren mil fluidos vitales en las arterias de mi sangre y mil sensibles vuelos por la nerviosa red de mis sensaciones? ¿No respiro las potencias del aire v no se me ofrecen todas las imágenes del Universo? ¿No me vibran todas las emanaciones de la Creación? ¡Ah, todo es absorción y todo es desprendimiento de sí mismo! ¿No vive el sol hondamente la luz que expande? ¿No hay un desprendido pulso laminoso en el corazón de las estrellas? ¿No han llegado hasta mí y golpeado mi pecho los oleajes marinos? ¿No se desprende el perfume desde el interior de la rosa? ¿No hay millones de vidas en gestación que estén aguardando la hora del alumbramiento? ¿No se desgarran las nubes en fecundas lluvias? Todo emana y surge, crea y procrea, vive su destino a pesar de la muerte, gesta su acción y su obra, y se gesta a sí mismo renovándose, trasmutándose en el tenaz devenir, en una riqueza que es como el lujo de la Creación. Después de este monólogo interior, Helios se aproximó más a la fuente, y casi como en una plegaria, le dijo: —Puesto que eres tan generosa, y al brotar no te reservas nada para ti, y sólo compensa tus dádivas el júbilo de crearte, incesante, a ti misma, y puesto que no te aprisionan nunca los eslabones del egoísmo, y naces sin tregua para regalarte en don casi divino, dime tu secreto, confiésame cómo aplicas tu voluntad y creas tu trabajo desde el instante en que comienza tu nacer en las rocosas entrañas. ¿Qué conmoción, qué ascendente anhelo te arranca tan diáfana, de los oscuros litros y los opacos peñascos? ¿Cómo tu fervor y tu entusiasmo, creadores, no se consumen nunca y no caduca jamás el salto vital de tu líquido? Crear, suprema e inigualable felicidad, es la dicha que yo desconozco. En poco tiempo aniquilé mi parvo tesoro. Estoy cercado por mis propias ruinas, y no con el jubiloso jardín con que tú misma te has rodeado. No sé buscar y hallar lo que tú logras como jugando entre la belleza y la fecundidad. ¡Escúchame! Ruego tu voz. Suplico tu verbo de luz. Ya no soy, y mi muerte ni siquiera será una verdadera muerte. Eres para mi una diosa, como lo eran las antiguas fuentes de los ríos, divinizadas por los mitos paganos. Si aún es tiempo, ¡sálvame! ¿Escuché, mi oído escuchó la lección de la fuente? Mis oíos permanecían casi cerrados. Se diría que en la hendidura de donde saltaba el agua se hubiese formado, por oculta magia, una boca humana o divina. ¿Pudo la inflexible roca metamorfosearse en carne, sangre y nervio, y a su vez el agua surgente en un vital aliento, capaz de la palabra? Todo es posible cuando anhelamos apasionadamente lo imposible. Es cuestión de intensidad y de vehemencia. No pude dudar. Mis oídos oyeron. El verbo de la fuente me penetró, no como un sueño, sino como una sensible evidencia Y me dijo entonces la fuente: —Eres incalculablemente más de lo que tu experiencia y tu deseo te han revelado de ti mismo. No hay números ni dimensiones para los que indagan su tesoro real y sus energías creadoras. Eres en lo espiritual tanto como es el sol en las potencias de su fuego y de su luz. En el origen de todo lo creado siempre hallarás la infinita palanca, la generadora voluntad. ¿Sabes desde dónde vengo? Soy una raíz de fuerza que absorbe el agua que impregna el rudísimo cuerpo de la montaña, y los húmedos limos empapados por las nubes. ¿A qué descansar? Sólo soy dichosa creándome, contemplando el ritmo de mi propia creación, saltando de un mediodía hasta el otro mediodía, derramándome en la isla vegetal que yo misma he fecundado con mi hermana, la luz. No ya las raíces, las hojas, los musgos y líquenes, los insectos y las aves hasta las mismas rocas me usan porque han dejado de ser estériles en la fiesta de mi total donación. Una voluntad profunda jamás puede agotarse. Hacia abajo donde eres tu más entrañable realidad, todo es infinito porque todo se une en la suprema Unidad. Tu tesoro está casi intacto. Sé como soy yo, hambre y sed de creación, trabajo y búsqueda en honduras siempre reales y generosas. Desde hoy tienes que decirte: Yo también, como la vida entera, soy una fuente. Mi profundidad es el Universo, y mi voluntad es la irradiación de ese mismo Universo, y puedo y podré siempre, porque ansío inmensamente, mi propio poder. Mi voluntad de hoy es mi voluntad de ayer y mi voluntad de mañana. Mi elevación es como la montaña y mi hondura, la tierra. No detendré jamás el tributo de mi esfuerzo. Sí, también soy una fuente inagotable entre el vigor y la rudeza de las rocas. Complácete por las noches en descender por ti mismo hasta sobrepasar el linde de la noche anterior. Bebe allí la eterna niñez del tiempo, y cuando hayas henchido tu corazón, súbete hasta la vida del mundo al instante mismo en que surge la aurora. Siempre habrá en tu diestra un puñado de simiente para dispersarlo en los surcos cuando la nueva luz bese los paisajes de la tierra. La fuente, en el hombre, es creación de sí mismo, y creación que se vierte en los hermanos. No pidas más. La creación es lo más de lo más. ¡Ningún placer la iguala! No hubo una palabra más. Un gran silencio subía desde la tierra a los cielos, y bajaba desde los cielos a la tierra. Era todo el amor de los mundos. Y Helios meditó: Acabo de nacer, rayo de mi propia nube. Siento subir la fuente, creyéndome. ¡Venid, hermanos, porque toda fuente es regalo y ofrenda! |
por Carlos Sabat Ercasty
(Especial para EL DIA)
Suplemento dominical del Diario El Día
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Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
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