La Pampa

poema de Carlos Sabat Ercasty

                                                                                                         Para el Doctor Alfredo Palacios.

 

                             I


Se incendia el horizonte como un gran pensamiento.
La aurora siega mundos en el trigal celeste.
Urge el arco del sol desde el arco del Este,

y el vaho de la Pampa se diluye en el viento.

 

Como un sueño alza el río su estupor tenue y lento.
Rayan pájaros líricos la soledad agreste.
La pradera empurpura su florecida veste,

y el buey blanquea el aire con su nivoso aliento.

 

Flotas de oro, las nubes curvan de luz sus velas.
Se nervia en la llanura la ansiedad femenina,

y rojo, el sol derrama en ellas sus afanes.

 

Muele trigo el molino con sus pesadas muelas.

Hacia el trébol el toro su ruda testa inclina,

e incendian su carrera salvajes alazanes.
 

                            II
 

¡Ah, despiertas del sueño, fuentes de la mañana!
Luz de los crecimientos palpa los anchos prados.
Una cósmica fuerza enhiesta los ganados,

y de las densas ubres la leche viva mana.

 

La tierra es una fruta de mil frutos, lozana!
Bebe su jugo virgen el árbol sazonado.
Huele a miel la distancia. Abre el mundo un arado.
En el templo del ceibo el ave es la campana.

 

Toda la Pampa goza como una piel sensible.
Late el cálido limo, vibra el polvo inasible,

y en las perfectas horas vuela un amor sereno.

 

Trabajo azul del sol, santa luz que acrecienta

la dádiva fecunda que la cosecha aumenta,

igual que un pecho núbil cuando amanece el seno!
 

                             III


En el cenit, el ojo de las ebrias miradas.
¡Mediodía! Deliran las zarzas en el fuego.
Llueve amor en la Pampa. Cae el copioso riego.
El trigo mueve en olas sus mareas doradas.

 

Palomas como brasas se unen apasionadas.
Muge el toro, fecundo en el instinto ciego.
La vaca es la esperanza que se entrega. En un juego

de zig-zag, van los pájaros en lúbricas bandadas.

 

Lejanamente humea el rancho de humildades

tranquilas. Y hay un árbol, y una rústica hoguera.

Un relincho de púrpura la dulce paz desgarra.

 

La plenitud erótica vibra en las soledades.
En la sangre del gaucho ruge la primavera,

y una mujer de chispas salta de su guitarra.

 

                              IV

 

Calientes soledades. Es la tarde en los llanos.
Vibra un oleaje fino sobre las prietas gramas.
El ombú redondea su cúpula de ramas

y el aire lo acaricia con invisibles manos.

 

Solo en la plenitud, arcano en sus arcanos,

rojo el contorno vivo como tallado en llamas,
—sol de la tierra—, el toro de enardecidas bramas,

es el altar de fuego de los campos lejanos.

 

Promedia en el azul el paso de la tarde.
La piel del toro fértil en los silencios arde.
Miran sus vastos ojos las jocundas praderas.

 

Cien vacas sobre el trébol. Cien hijos en los prados.

De pronto muge, enorme, los ojos extasiados,

y el sol frota sus nervios quemando primaveras.


                                V
 

Voy por la Pampa virgen, mar de verdes pastaras.

Besa el labio del sol el horizonte inmenso.
La luz sobre los prados reclina su descenso,

y el crepúsculo abraza las abiertas llanuras.

 

En éxtasis, un ave planea las alturas,

y en un ala de brisa vuela el vital incienso.
Hay un potro profundo sobre el trébol, suspenso,

y cimbrea una yegua sus ariscas dulzuras.

 

Sueño los gauchos. Sueño los indios. Al instante,

una estrella apresura su flecha primorosa.
Después, mil, en las pampas celestes. Se oye un grito,

 

y un silbo, y una huida en la grama fragante.
Abre luego el silencio su enorme y negra rosa

y a lo largo del alma se escucha el infinito.

 

                               VI

 

¡Noche, cuanto más alta la noche, en alto vuelo!

Celosos los abismos, y las sombras, avaras.
La láctea vía encumbra sus soledades, claras

como un camino blanco en el pavor del cielo.

 

El alma de la Pampa sube un místico anhelo,

árbol espiritual de espirituales varas,

sublime y extasiada abre sus flores raras

mientras el hombre aguza su sed y su desvelo.

 

Llana y muda la tierra, silentes sus entrañas,

el infinito yace bajo el temblor humano,

y curvo de infinito cierro el cielo sus claves.

 

El arcano estimula las heroicas hazañas.
Doble pampa de sombras, y un solo, inmenso arcano

en el silencio agónico de mis perdidas aves!

 

                               VII

 

He abolido en mis horas los estilos del día,

los zumos de la sombra, los vinos del ocaso.
Mi Pampa es el silencio, el impedido paso,

el color que no existe, la trunca melodía.

 

Hombre de las esencias, la desnudez tardía,

hija del tiempo largo y el estéril fracaso,

me ha bruñido en un bronce de fuego, donde acaso

como jamás, profunda, sea esta llama mía.

 

Soy el llano y el cielo, simple, tranquilo, fuerte.

Tengo el tacto indecible de la ganada muerte,

y una altísima noche, y una ardiente llanura.

 

Ni auroras ni mañanas. Ni el ocaso y la tarde.

Nada sensible resta. Mas en mis pampas arde,

sobre el yermo despojo, una esperanza pura!


poema de Carlos Sabat Ercasty

 

Publicado, originalmente, en: Revista Nacional : literatura, arte, ciencia / Ministerio de Instrucción Pública Segundo ciclo. Año III - Montevideo, abril-junio de 1958 - N° 196. Tomo III

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/60412

 

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