Artigas en su Bicentenario

José G. Artigas en la poesía uruguaya

Crónica de Dora Isella Russel
(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Montevideo, 14 de junio de 1964 Año XXXIII Nº 1639

Imponente aspecto ofrecía la Plaza Independencia, en febrero de 1923, al inaugurarse el monumento de Artigas.

Los viejos edificios, en su mayoría demolidos hoy, que la encuadran, prestan singular nostalgia a este interesante documento del Concejo Departamental de Montevideo.

Una estrofa de Valdenegro, de un poema en el que celebra el ímpetu emancipador de la Revolución de Mayo, nos da la medida, escasa por cierto, de su estro:

“La Patria exclamando

Dice en sus acentos: 

Hijos, despertad,

Levantad el vuelo;

¿Y a tan tiernas voces,

Hermanos, qué hacemos?

Vamos a vivir

con honor eterno.

 

Patria, honor, ya se incorporan en las conciencias.

Retenemos, de los “Cielitos” de Bartolomé Hidalgo, unas estrofas de singular trascendencia por su contenido: '

'Cielito, cielo que sí.

No se necesitan Reyes

Para gobernar los hombres,

Sino benéficas leyes.

Libre, y muy libre ha de ser

Nuestro jefe, y no tirano;

Este es el sagrado voto

De todo buen ciudadano

Observemos cuántos elementos encierran tan pocos versos; hablase en ellos de legislación, de libertad, de ciudadanía. He ahí un ideal perfectamente definido en las postrimerías del siglo XVIII. Muchas décadas antes de que se escriba el poema, ya se ha luchado y hasta rendido la vida; pero lo decisivo es que el hombre lo asuma en su conciencia tan tempranamente, como enunciación de un alto anhelo.

Convengamos que hay en la Banda Oriental, desde un comienzo, poesía patriótica; tal fue la túnica de la primera musa; mas no definidamente, poesía artiguista. Debería adelantar mucho el siglo XIX para que Artigas logre en el verso, el lugar que irá haciéndole la historia. Los poetas toman con preferencia el gran tema histórico del desembarco de los Treinta y Tres en la Agraciada: los inspira más esta aventura, que la gesta de sacrificio y abnegación de Artigas. Francisco Acuña de Figueroa no le dará tampoco atención preferente; escribe las “Canciones guerreras de los batallones de negros”; escribe el “Lamento patriótico”; y, florón de su obra, que le asegura la eternidad, a él débese la letra del Himno Nacional. Pero la silueta de Artigas en el verso no se perfila aún, o, si aparece, es sólo como un asunto más, pero no un tema de primer plano. En cambio, la empresa hazañera de los Treinta y Tres conmueve la imaginación; Aurelio Berro, por ejemplo, la canta así:

“Pisan les héroes la humillada tierra

y al primer resplandor del sol naciente,

con voz robusta y ánimo valiente

el grito arrojan de venganza y guerra.

 

¡Ciegos! ¿A dónde van? El alta sierra,

el bosque umbrío, la llanura ardiente,

hierven cuajados de enemiga gente

y el henchido cañón la muerte encierra.

 

¿Qué importa? ¿No es ¡a patria quien los llama?

Da la orilla cercana a la remota

la sublime locura se derrama.

Patria es el nombre que a los labios brota; el caro acento al oriental inflama,

¡y lanza al viento la cadena rota/”

Advirtamos, pues, que es la patria lo que se ensalza: la libertad, lo que se predica; y si hay alusiones a hechos de guerra en los que Artigas fue factor principalísimo, a fechas que por él son memorables, son referencias ambiguas e indirectas, como sucede en un poema en el que Alejandro Magariños Cervantes evoca la Batalla de Las Piedras. Buscaremos en vano, casi, el nombre del héroe en medio de toda esta literatura retórica, convencional, recargada a ratos —para utilizar la pintoresca expresión de Zum Felde — de "cachivachería mitológica”; a veces, en el aluvión de versos patrióticos de la época, rueda e] nombre de Artigas, pero solamente como una piedra más en el lecho del río sobre el cual corren estas caudalosas aguas románticas. No se trata de desmerecer cuanto produjo la literatura de ese tiempo dentro de aquella modalidad, que a cien o más años, muchas composiciones logran conmover todavía, por su patetismo y su ardorosa sinceridad. Pero en su grande mayoría, la noble intención de muchos cantos no esté a la altura de la ingenua realización.

La ausencia de la figura prócer de Artigas en las generaciones más cercanas a él, se explica fácilmente por un fenómeno común de falta de perspectiva histórica, y porque aún permanecería hasta las décadas iniciales del siglo XX bajo el cono de sombra que proyectaron sobre su memoria, la polémica y la diatriba en torno de su nombre.

Empero, algunas estrofas escritas muchos lustros antes de que la silueta del Jefe oriental asuma su resplandor perdurable, logran salvarse en medio de la hojarasca verbalista de su tiempo. Por ejemplo, esta referencia de Manuel Bernárdez, evocando a los héroes patrios:

‘‘El primero, el más alto visionario,

el que a toda la grey capitanea,

aquel de la cabeza encanecida

cuya pupila azul, aun encendida,

bajo el rugoso párpado chispea,

cuando vencido su tesón de hierro,

la espada rota, el alma dolorida,

pisó el negro camino del destierro,

dejó detrás de sí la santa idea

redentora, sangrando por la herida

de la última pelea

¡Y acaso, a solas, la lloró perdida!

Y ahora la ve, radiante y vencedora

como una joven Dea,

llena de gracia, rebosando vida...”

Y en un libro de 1894, Alcides de María escribe su poema “En la tumba de Artigas” alentando un aire de profecía en algunas estrofas:

“Ah, ya el viejo adalid con cuyo nombre

se engalana la historia

no dormirá los sueños del olvido;

del polvo deleznable

ya puede alzar su frente venerable

escuchando en la tumba conmovido

apoteosis rendida a su memoria.

Nadie luchó por libertar la patria

con tanta abnegación ni tantos bríos;

nadie arrancó del árbol de la gloria

más ricos atavíos

como Artigas, el hijo del denuedo,

cruzando montes y vadeando ríos,

nadie condujo la legión de bravos

que alcanzó la victoria

en San José, Las Piedras y Guayabos".

Tiranía de la rima: claro está que fue Rivera y no Artigas quien estuvo en esta última batalla; ¡pero caía tan bien Guayabos!

Insistamos en que todo esto tiene un valor relativo, valor que proviene de su significación como antecedente histórico-literario, más que de su categoría estética; y su interés no pasa del aspecto informativo en que se pronunció sobre el asunto una época determinada.

*

Pero en 1879 hay un advenimiento poético de trascendencia. La inauguración, en la Florida, de un monumento conmemorativo de la Independencia oriental, promovió un certamen literario del que salieron victoriosos los poemas de Aurelio Berro y Joaquín de Salterain; pero lo que confirió celebridad, en nuestros anales históricos, a aquella fiesta magna, fue un tercer poema descalificado por excederse de la extensión estipulada en las bases del concurso: era “1a Leyenda Patria” de Juan Zorrilla de San Martín.

El público congregado en la Florida dióle la preferencia y consagró para siempre con su aplauso el poema de aquel muchacho bajo, delgado, de ojos iluminados por una llama oculta e imbatible. En Juan Zorrilla de San Martín comienza la más alta tradición lírica de nuestro país; a partir de él, la poesía trasciende las fronteras nacionales. En su vasta obra, tomará muchas veces a ocuparse de la figura del prócer, y su prosa arrebatada y elocuente será la más a propósito para la exaltación de quien tuvo el aliento bíblico de los elegidos.

Un año después de su lírico triunfo en la Florida, escribe “El sueño de Artigas”: es la visión del desterrado, del solitario; evoca a Artigas aislado, en la hora del recogimiento, que hace propicia la visión profética:

"El viejo duerme, el de la frente cana,

el de una edad de piedra;

el de la frente que formó la patria

para llevar laureles en la tierra..."

Artigas, el Artigas de la verdad histórica, el Artigas redivivo y redimido de enconos y agravios, ha echado a andar, en nuevo éxodo. Y esa reafirmación de valores que se insinúa en estos dos grandes poemas de Zorrilla, de 1879 y 1880, culmina años más tarde en el alegato histórico del Dr. Eduardo Acevedo, así como en la “Epopeya de Artigas”, también de Zorrilla de San Martín.

Esta obra nació con el objeto de informar acerca de la dimensión moral del héroe, a los artistas que presentarían al gran Concurso Nacional, sus bocetos para un monumento “a la inmortal memoria del General José Artigas, precursor de la nacionalidad oriental, prócer insigne de la emancipación americana”, según reza el decreto de 1907 suscrito por Williman. Pero el libro de Zorrilla sobrepasó sus miras, para convertirse en un aporte duradero para el artiguismo. Concibe a Artigas como una afirmación idealista, como símbolo de una conciencia continental. No es el guerrero ni el batallador ni el estadista; es el Protector de los Pueblos; es el héroe civil, tal cual lo lleva al bronce en 1949, su hijo José Luis Zorrilla de San Martín, en la estatua que se alza a la entrada del Banco de la República; a cuya izquierda, casi inadvertida, una placa señala que en ese lugar exacto estaba la casa en donde viviera desde 1900 a 1916, José Enrique Rodó.

*

En 1923 se inauguró por fin, en la Plaza de fe Independencia, la estatua ecuestre de Artigas, obra del escultor italiano Zanelli; y de nuevo se alzó la voz de Zorrilla, infaltable en ceremonias de este rango; dirá del héroe de bronce:

“Ese jinete no tiene prisa como lo véis; nunca la ha tenido; no espolea su caballo; lo ha puesto al paso; al paso de la multitud invisible’*. Y añade: “Eso es todo Artigas: la fe en el pueblo americano, en la materia cósmica, en el sagrado fango con que, según Esquilo, el rebelde Prometeo modelaba las estirpes, y con que América se construyó su casa propia. Y eso es democracia; eso es la América a que hoy se refugia el mundo: la casa hecha de barro vivo, de la misma tierra, amasada con sangre y secada al sol”.

Y en ese mismo día de febrero de 1923, en la Plaza, ante el monumento que acababa de inaugurarse, se leyó el poema vencedor en un gran certamen organizado por el diario “El País”; era su autor el Dr. José María Delgado, espíritu culto, fino y sensible. Su poema a Artigas sigue vivo y vigente, a tantas décadas de su nacimiento, y su alta inspiración, su “pathos”, su elocuencia, le ganaron el fervor popular, como si en la garganta de varias generaciones hubiera adquirido la consagración solemne de los himnos o de los salmos. ¿Quién no recuerda sus versos rotundos del comienzo:

“En ti estábamos, por ti fuimos.

Nos forjaste a golpe de alma y escoplo.

Éramos anónimos limos, nochizo espíritu y carne tu soplo.

Una sola palabra puede llamarte:

Padre... ”

Desde entonces hasta ahora, ha continuado integrándose ese disperso romancero heroico que gradualmente centró en Artigas el tema fundamental del canto. Los poetas no han hecho sino confirmar que siempre ha vuelto Artigas. Ha vuelto para predicar desde el pasado su evangelio republicano, vencedor de olvidos, diatribas y calumnias, erigido en símbolo del anhelo más alto que un día despertó a nuestra América a la conciencia de su destino histórico: la Libertad.

Nota:

Inspiración ardiente del poeta o del artista.

 

Crónica de Dora Isella Russel

Suplemento dominical del Diario El Día

Montevideo, 14 de junio de 1964 Año XXXIII Nº 1639

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                      Héroe nacional, Gral. José Gervasio Artigas en Letras Uruguay

 

                                                 Dora Isella Russell en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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