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Andresillo 
Ángel María Cusano

 

En su vida luminosa el poeta fue fiel, sin una sola claudicación, a la musa obrera vestida de percal. Su amor a los desventurados brilla en su glorioso destino.

Pero donde en verdad fluye esa grande pasión y se inmortaliza, es en el poema que nos emocionó desde niños, en el "Andresillo", el más sincero, el más fino canto a los humildes que se haya escrito en nuestra tierra americana:

 

 "La Libertad", "El Pueblo", iba gritando 
Por calles y por plazas, 
Cuando el jardín se cubre de heliotropos, 
De azules lirios y de rosas pálidas. 
"La Libertad", "El Pueblo", repetía 
Sobre el fango y la escarcha 
Cuando tiemblan los árboles desnudos 
Y se encorvan las ramas.

Descalzo, el cuello al aire, mal prendido
El pantalón que a la rodilla alcanza;
Sobre el cabello inculto, vieja boina
De dudoso color y rota malla;
Trigueño, endeble, sin descanso y ágil,
Por calles y por plazas,
A la lluvia y al viento,
Sobre el fango y la escarcha
Iba gritando con su voz ya ronca:
"La Igualdad", "La República", "La Patria".

II

Se llamaba Andresillo y contaría
Diez primaveras a lo más; su infancia
Fué una penumbra dolorosa y triste,
Como aurora de un día de borrasca;
Un pasaje del Dante; una tragedia
Escondida en la bolsa de una larva.
Recogido del suelo del suburbio,
Hijo de la embriaguez y de la infamia,
Creció entre golpes y denuestos, sólo,
Sin escuchar jamás esas palabras
Que parecen el salmo de las cunas
Y que las madres verdaderas cantan.

No le vieron jamás sus compañeros
En los alegres corros de la playa;
Ni precedió a las tropas en revista,
Al vivo son de la marcial charanga;
Ni merodeó jamás en los frutales
Que la ciudad circundan, ni su charla
Hizo sonreír al viejo transeúnte
Que junto al grupo de chicuelos pasa.

Creció en un antro, conociendo el hambre;
Junto a un hogar sin llamas,
Y apenas supo andar, sus manecitas,
¡Sus manecitas por el frío cárdenas!
Ofrecieron temblando al pasajero
Esas hojas inmensas en que vagan
En orden apiñado
Las líneas negras y las líneas blancas.
Vendiese poco o mucho, eran los golpes
La recompensa diaria;
Y fuerza fue agotar la mercancía;
Gritar "El Porvenir", "La Democracia",
"El Progreso", "La Idea", con voz ronca,
Bien estridente, alta,
Para aplacar la furia del verdugo,
De la mujer salvaje y sin entrañas,
Que adoptó porque sí, por hacer algo
Al hijo del misterio y de la crápula.

Si el niño - ¡Perdón madre! - le decía
Deshaciéndose en lágrimas,
Aquella furia contestaba alzando
Su diestra de giganta:
-iTu madre fue una horrible mujerzuela!... 
¡No me llames así!. . . ¡Duérmete y calla!- 
En tanto un hombre, que paseaba ebrio 
Por la mísera estancia, Azuzaba a la bruja murmurando:
-Haces bien: ¡que se duerma o que se vaya!- 

Así pasó del huérfano
La dolorosa infancia:
¡La infancia de Andresillo, un condenado
De que el Dante no habla!

III

Una noche de invierno, triste y fría;
Noche de lluvia sepulcral y opaca,
Andrés enfermo, pero alegre y ágil,
Volviendo a su prisión cruza una plaza.
No es fácil que le peguen; ha vendido
Cuanto quiso vender, y aun cuando se halla
Con fiebre y muy cansado, sólo el frío
De la lluviosa noche le acobarda.

De pronto oye un sollozo; es una niña 
Huérfana como él; como él oleada 
Del fango, de la sombra y compañera 
De oficio y correrías. -¿Qué te pasa? 
¿Por qué lloras?- le dice, y sollozando 
La pequeñuela exclama:
-¡Que no pude vender todos los números 
Y me van a matar! - ¡Mi pobre Paula! 
¿También a ti te pegan? -¡Es por eso 
Que tengo miedo de volver a casa!

-¿Cuántos números tienes? - Andrés dijo
-¡Ocho! - responde la pequeña. ¡Oh santa 
Compasión del insecto por el átomo! 
Andresillo infeliz la frente baja, 
Compra los ocho números y sigue 
El camino que lleva a su morada, 
Calculando los golpes que le esperan, 
Llena de angustia el alma, 
¡Mientras que de rodillas en la noche. 
Sobre las nubes pardas, 
La madre de la niña sin ventura 
De gratitud y de dolor lloraba!

IV

Llegó Andrés a su cueva; vio en lo oscuro
El gastado jergón de húmeda paja,
Y sobre tosca fuente junto al fuego
El humo de las viandas.
-¡Si te queda algún número a la calle!- 
La mujer le gritó - ¡La noche es mala
Y no pude vender! - Con ronco esfuerzo 
Del niño balbucea la garganta
Ya llena de sollozos. - ¡A la calle!
¡A dormir en los bancos de la plaza!
-¡Estoy enfermo y la ventisca sopla!
-¡A la calle, repito! - Y la giganta
Hecha una furia de cabellos rojos
Dejó al niño y la sombra cara a cara.

Lo que el niño y la sombra se dijeron
Es un misterio aun; tal vez el alma
Enternecida de la pobre madre
Sobre el niño tendió las leves alas.
Lo cierto es que al venir el nuevo día
Los quinteros que entraban
En la ciudad, rigiendo adormecidos
Con mano floja, las carretas tardas,
¡Le vieron con asombro
En el umbral oscuro de la casa,
Lívido, inmóvil, azulado, muerto,
A la confusa claridad del alba!

Héroe universal y perdurable

La supervivencia de "Andresillo" se parangona a la de aquel hermoso "Lazarillo de Tormes", que Diego Hurtado de Mendoza dejara como florón de la literatura picaresca española, o como aquellos "Rincoriete y Cortadillo", que Miguel de Cervantes pintara, en tono menor, pero no por ello menos vivo y grácil que su inmortal Quijote, o como los otros bellísimos personajes de "Corazón", de Edmundo de Amicis: "El vigía lombardo", "El escribiente florentino", "El tamborcillo sardo", o como el héroe minúsculo de las barricadas de París, el "Gavroche", que el genio de Víctor Hugo descubre en "Los Miserables".

Roxlo extrae "Andresillo" del fango, de la escoria. Su mano rebosando piedad, acaricia al sucio pajarito enfermo. Antes que él nadie vio el resplandor que surgía de esa pobre carne aterida entre harapos. Los otros que pasaron cerraron los ojos... Igual que en el episodio de Cristo y el perro muerto: "Había una vez tirado en las calles de Jerusalem un perro muerto"... Cruzaban publicanos, levitas y fariseos junto al cadáver, mirando con desprecio y asco la carroña para dar enseguida vuelta la cara con violencia; en la corriente humana que se perdía a lo lejos, no había un solo gesto de amor o de lástima... Pero se detuvo al fin un hombre de barbas rubias y blancas vestiduras que contemplando -¡el único!- con bondad los restos informes de la pobre bestia, exclamó: ... "y sin embargo, son bellos como perlas los dientes de este perro!..." Sólo El pudo percibir en aquella gusanera algo hermoso. Así el poeta, el poeta nuestro, con lucidez cristiana, extrajo también de la podredumbre y de la mugre, de la miseria, del dolor y de la muerte, una reluciente estrella de plata: el sacrificio de "Andresillo", su heroísmo oscuro y silencioso, salvando para la inmortalidad su alma y su corazón generosos y limpios en el engarce lamentable, en el cuerpo dolorido del niño paria!

Carlos Roxlo
Estilo y destino de su vida
Angel María Cusano
Editorial Florensa & Lafon
Montevideo - 1950

 

 

 

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