Cuervo bajo las nubes |
Usted quieta, quédese quieta, no se mueva. Y, sobre todo, no hable. Que si usted habla, él la muerde. ¡Y con esa criatura! Que Dios se la conserve. Vea que no vaya a despertarse, y si se llega a despertar, que no vaya a llorar, por lo que más quiera. Así como lo ve, con ese aspecto de bueno que tienen los Doberman, él es muy de morder. Pero si se queda quieta y no abre la boca él la gruñe. ¡Amenaza nomás! Cueervo... Mire, vecina, vea cómo cuando usted apenas hace un movimiento para abrir la boca ya él está mostrando los colmillos; mire, mire cómo se pone, listo para saltar. ¿Sabe? Es rarísimo, Cuervito. Muerde una sola vez. No suelta. Un tarascón y listo, no suelta. Aprieta cada vez más. Si llega a morderla, le aseguro que va a sangrar de lo lindo. Me dirá, bueno, si no sangro por un lado, sangro por el otro, y tiene razón, que para eso somos mujeres, ¿nocierto?, pero ¿este? Es terrible. Una vez me mordió a mí, y vea cómo me quedó el brazo: trece puntos tuvieron que darme. Casi me lo arranca. Tuvo que venir el veterinario y dormirlo con una inyección para que me soltara. Él estaba ahí, firme, haciendo lo suyo. Así que, como le digo, lo mejor es que usted no hable ni se mueva. Este perro es medio loco. ¡Morder a la gente porque habla! Pero esos aconteceres pasan cuando se la agarra con alguien, no siempre. Con ustedes, apenas vio que se me acercaban, ya le dio la viaraza. Pero no se me esté ahí parada al sol que está lleno de ozono, vecina. Venga acá la sombra... bueno, esta palmera mucha sombra no da que se diga. ¡Cuervo! Vaya moviéndose despacito.... ¡Cuervo te digo! Ya ni me animo a levantarle mucho la voz, y menos a tratar de sujetarlo, capaz se me abalanza, aunque sea la dueña. ¿Pero él? Qué dueña ni qué ocho cuartos. Ya van varias veces que me gruñe feo. ¡Le tengo un miedo! ¡Un miedo...! Muévase de a poco, doña, ¡Cuervo!, venga acá a escaparle al sol. Se pasó la tormenta, eh. El huracán, mejor. Vió qué manera de soplar y llover. Ah, los huracanes... eso es para el lado de Europa. Están estacionados y de repente empiezan a moverse, van bandiando así como para allá, arrasan y después van y se estacionan de nuevo. Yo no sé si usted sabe: hasta nombres tienen. Cada tanto, eso sí, cruzan, por el mar, del lado de allá y vienen así, como para acá. Ah, son de cumplir. Y bueno: es como un tipo de fenómeno. ¿Se toma un mate? Sírvase. ¡Cuervo! Tome, nomás, yo creo que él va a estar gruñéndole todo el tiempo, con tal de que no se mueva y no hable. Mire: la está pisando. ¡Uy! ¡Cuervo! Quédese quieta que le tiene unas ganas que se sale de la vaina. ¿Se quemó? Es que este termo es fabuloso. Yo no me explico cómo hace un termo para saber si tiene que mantener el calor o el frío. Porque si una le pone un refresco frío, por ejemplo, él lo mantiene frío y si le pone algo caliente... bueno: usted se dio cuenta, me parece. Hay muchos misterios en la vida. Como le venía explicando: los huracanes aciclonados. Yo he hecho muchas observaciones; yo actualmente estoy enterada de cosas importantes. Las nubes, vienen del lado de allá y vienen algodonadas, blancas, no sé si usted ha visto. Y, de repente, ya cuando ellas están encima de una: negras. O al revés. Y se va formando sobre el horizonte, de crecer, como una cuchilla, parejito. Una vez yo había entrado y estaba levantando trasmallos en el mar, con mi esposo. Ayudando, bah. Pescadito por acá, pescadote por allá. Merluza, tiburón, brótola. De ser posible ya en diferentes cajas. Yo lo ayudaba mucho por aquel entonces. Pero desde que le explotó la garrafa de supergás, ya no. ¿Cómo voy a ayudarlo? Usted me dirá: rezando. Pero yo creo que las almas deberán estar más cerca de Dios que los vivos, por lógica. Si él reza, Dios lo debe escuchar a él más que a mí. Y si no reza, él, que es el interesado...¿para qué voy a rezar yo? Él sabrá, ¿no le parece? A no ser que las almas no puedan rezar. Ahora, si las almas no pueden rezar ya ahí sí que eso me sobrepasa. Yo digo, ¿nocierto?, que tienen que poder rezar. ¿Qué mejor que un alma para rezar? Bueno, como le digo, miro para acá, como para la punta, y de pronto estoy viendo cómo se venía un nuberío rumbeando derechito para estos pagos, como ola lenta, como creciendo en el horizonte. Y por encima se formaba como una torre. Y miro para otro lado y vuelvo a mirar y ya había desaparecido, y otra al lado, formándose para arriba. ¡No! ¡Cuervo! Es que él se pone nervioso con los movimientos bruscos, ¿vio? Alcánceme el mate suavecito, así, gracias. ¡Quédate quieto, perro! ¡No la dejas ni hablar a una, loco! Y de repente, una bola de fuego, como bala, así, cruzando como para allá, y a los trescientos metros, ¿cuatro kilómetros?, ella va abriéndose, como dedos, tres, cuatro bolas de fuego y se van separando. Le digo a él, a mi marido: "Mira", y él mira, y no ve nada. Desaparecen, las bolas. Sí, pasan cosas. Y nunca supe, nunca vi nada igual. Se ve que era un fenómeno, pero ya de otro tipo, como de fuego. Y yo lo vi. En la tormenta que se venía. ¡Y cuando se vienen, se vienen! Si no es que la anda cortando alguna vieja. Yo no sé si usted conoce qué es cortar. En mis años de joven supe tener una tía, de mucho saber, de artes y contra daños. Fíjese que cuando venía tormenteando, ella agarraba una hacha y hacía una cruz en el aire, así, y otra, y otra, y la hacha la clavaba en el piso, contra el temporal. "Vas a ver" -me decía- "cómo no baja". Y no bajaba. Ah, no: uno veía el tormentón abrirse así por arriba, bandearse para allá, pero bajar, no bajaba. Si tía la cortaba, a la tormenta, ella al ratito nomás ya se estaba disolviendo. Yo no sé si no diría estas palabras: "En nombre del Padre y la Virgen María, que se paren los vientos de este día". Sí, usted atiende a lo que le está contando esta vieja que sabe. ¿Usted quiere saber? Escuche a alguien que sepa. ¿Yo sé? Me escucha usted; le cuento yo, mujer de trabajo. Siempre he trabajado. Pero, eso sí: me encanta ayudar. Siempre estoy ayudando. No es como antes. Yo era mala. Cagaba en las cachimbas de la gente, de noche. Por hacer daño, nomás. Ahora ya no. Una cambia. Ahora con Cuervo me basta. Y como ser, en estos momentos, contándole, la ayudo. ¿Usted de qué trabaja? ¡Cuervo! ¡No me conteste, por Dios y la virgen santa! No me diga ni una palabra. Cuervo, que parece tan buenito, es lo que está esperando para saltarle a la yugular. Y yo no sé qué podrá pasar entonces. Espere un momento: yo le doy lápiz y papel y usted escríbame dónde trabaja. ¡Cuervotón! Y dale. Cómo me hace rabiar éste. Eso, movimientos suaves. Ajá. Mire usted. Lo mío, es contar; ahora lo suyo... ha de ser escuchar, supongo, porque si no, no iba a estar ahí, atenta, sin interrumpirme. ¡Parando la oreja, como burro al que le chiflan! Ahora, yo no soy como esas personas que charlan y charlan sin parar. Ah, no, señora. Soy de pocas palabras. Pocas, justas. Las necesarias nomás. Nada de irme por las ramas, que no soy ardilla. Nada charleta. Y no le hablo a la gente, así como a usted, no se vaya a creer. No, si yo sé, yo conozco a la gente que se interesa por el saber, permítame que la distinga. Una vez, un juez, me dijo: "Si usted no se ofende, doña Eugenia, yo voy a venir a escucharla, por las cosas que usted sabe". Y yo entonces sabía, pero no tanto como ahora, que presto atención y me informo de cosas importantes. Pero, como le digo, eso, eran fenómenos de viento. ¿Pero esto? No, esto, vecina, esto es fenómeno de agua. Así como me ve, yo estaba yendo para el lado de lo de Martínez. ¿No conoce? ¡Cuervo! Mueva los ojos nomás, que yo la entiendo. La cabeza déjela quieta, por seguridad. Con este perro tarambana nunca se sabe. Hasta ahora nunca le saltó a nadie por mover la cabeza. Por hablar sí, y por movimientos bruscos también, pero por decir sí o no con la cabeza, nunca. ¡Pero! Está cada vez más rabioso y locazo este doberman. De repente puede no gustarle que usted mueva la cabeza. ¿Usted sabe lo que hacía? ¿En la playa? Él se iba a atorrantear por ahí, cerca de las rocas, y esperaba a que se juntaran quince, veinte perros, como se juntan dos por tres, usted habrá visto. Y, quiera que no, alguna trifulquita, tres, cuatro, siempre se arma, por algún hueso o algún pescado o alguna perra. Y Cuervo, virtuoso, a observar. Lo de él era esperar. En algún momento alguno de los perros quedaba con las patas para arriba de algún revolcón. Entonces Cuervo, ah Tololo, se le abalanzaba al perro que había quedado patas para arriba y mordía una sola vez. En los huevos. ¡Los gritos se oían hasta en las islas! Yo no sé cuántos habrá deshuevado este bobito. Así que nunca se sabe, usted mejor tenga cuidado. Siempre alguna vez ha de ser la primera, ¿no le parece? Por eso mejor usted diga sí y no, con los ojos solo. Claro, usted viene para acá de vez en cuando nomás. Yo a Cuervo lo compré por la Interné a través de un sobrino, de chiquito, y de chiquito lo crié. No puedo cambiarlo; ya tiene tres años y pico. Cada vez que trato hacerle entender algo, él ya me está gruñéndo, amenazando. No entiende. Al principio lo tenía atado. Una vez lo solté...¡para qué! Ya nunca más lo pude volver a atar. Apenas le muestro la cuerda él me mira fijo, me colmillea. Si insisto, me ataca. No sé qué hacer. Pero es guardián, eso sí, más que cualquier gato. Casi nunca ladra. ¡Pero cuando ladra! Una vez ladró y yo me desmayé, del ruidazo que hizo. ¡Cuervo te digo! Si la vecina está tosiendo nomás. Ya ni toser la deja. No, no se mueva que es peor. Ahora está furioso. Sé por la espuma que tiene en la boca, como una baba. Usted desde ahí no puede verlo pero yo se la veo bien. Lo mejor es que ni se mueva, y por favor no vaya a hablar porque le garanto que le salta. ¡Ah sí! ¡Le salta, a usted o a la criatura! Le decía que iba para lo de Martínez. Como quien va para lo del Lagarto, doblando el repecho. Usted me dirá: ¿Y qué iba a hacer a lo de Martínez? A traer una lechuga para un cliente. Así como me ve. La compré on lain, cargando mi tarjeta de crédito que me sacó mi sobrino. Yo no sé si usted sabe. Hay unos sitios en la Interné, fabulosos. Ya vienen con las fotos de las diferentes lechugas, la fecha en que fue cosechada... y van actualizando a medida que van vendiendo. El problema es que todavía no tienen servicio a domicilio, por eso la dejan en lo de Martínez. Pero la revendo bien, no se crea. Bisnes, pero no solo por bisnes lo hago, sino para ayudar al cliente también. Soy muy de ayudar. Me he vuelto una vieja ayudona. Pero, y ahí está la cosa, voy porque no llueve. ¡No llueve! Es increíble que no llueva ahora. ¿Cuánto hacía que no paraba? Acá han llovido pingüinos de punta. Llovió más que en el invierno. Si usted se fija, hoy, lo que es hoy, no ha llovido. Apenas una garúa de mañana. Y ahora, solazo. Puro ozono. Pero mire: ya pronto vamos a estar bajo el agua de nuevo. ¿Ha visto? Para el lado de allá, tremendo nuberío se nos viene. Tendría que estar mi tía para cortar. ¡Cuervo! Es cómico: apenas usted vuelve la cabeza, ya le gruñe. Yo ya le dije al cliente: cuando llueve, no hay lechuga. Lechuga haber, hay cuando no llueve. Pero llueve y llueve, y así como le hablé del fenómeno de viento, de los huracanes que van y vienen y cumplen. Ahora le digo que este otro es fenómeno de agua. Y ha hecho mucho daño -no sé si usted sabrá-, para el lado del Mercosur. Afectó principalmente a los países, y más a Méjico. Bah, afectó en realidad a todos los países del Mercosur, para no nombrarlos a todos. Y qué va a pasar: enseguida le explico. De aquí a marzo, o sea todo el verano, lluvia. Todito inundado. Ni lechugas, ni pepinos, ni tomates, ni zapallos, ni arvejas, ni cebolla. Nada va a salvarse. El Niño, cumplidor, lo que va a traer es agua, porque, como le estoy explicando, es fenómeno de agua, en forma de lluvia, mucha. Hasta marzo, setiembre, octubre. Y ya después, lo que viene es sequía, ¡qué! ¡Va durar, lo que ni se sabe! Una vez yo iba caminando por las chacras y veo a un vecino, el Miguel, que ya marchó y en paz descanse, y que estaba trabajando con los zapallos, o eran pepinos, así de altos. ¿Y? ¿No va a cortar, vecino? No, me dice, si ellos van a crecer más, ya va a ver. Corte, le dije. Y él que no. "Ya vas a ver, porfiado", pensé yo. Sí, vecina: hay que prepararse para lo peor, ¿no es verdad? Y más él, tendría que haber sabido. Porque tenía un bulto. Yo le había dicho, antes: "Vecino -le dije-, "hágase el análisis, que va a ver cómo se mejora". Y no escuchó a esta vieja que sabe. Tuvieron que hacerle un trepoma y le sacaron un óvulo del cerebro. Y al tiempo espichó. ¿Sabe por qué? Por un chajá que tenía. Un bicho malo... No dejaba que nadie se acercara, se ponía así de inflado, con las plumas alborotadas, como se ponen ellos, ¿vio? Bueno, y así, gritaba y el furioso se le abalanzaba a uno. Y fíjese que una vez le dió un picotón al Miguel que casi le saca un ojo. Y de ahí le vino lo del óvulo. Después lo hizo matar al chajá. Me pidió que le zumbara a Cuervo, y éste no se hizo rogar. Lo despanzurró en menos de lo que canta un gallo. Es que el Miguel no era generoso, que Dios lo perdone. Dormía. ¿Qué me quiere decirme? Espere que le alcanzo lápiz usted me escribe. Despacito. ¡Cuervo! Cueeervo.... Y porque decía que mientras dormía no gastaba. Y es cierto. Fíjese usted que apenas una se levanta, va, hace pichí y ahí nomás ya está gastando agua. Después prende un fósforo, lo mismo, el primus, alcohol, querosén, agua: gastando. Yerba: gastando. Un elástico de un rulero que se rompe, tirarlo: gastando. Y así. Por eso el Miguel dormía lo más posible: para no gastar. Igual con los pepinos. No cortó, para tener más, y así le fue. Vino el Niño y trajo lo de él, agua. Y charcos y ranas, qué ranerío. ¿Vio cómo hablan entre ellas? Cruacracrá, cruicacó. ¡Es un quilombo de ranas! Pero yo las aguanto. Escriba, escriba nomás. Despacito, eso sí. Hay que tener tolerancia con los animales, ¿no le parece? Con Cuervo soy muy de tolerarlo, por ejemplo. Yo antes era muy pocas pulgas. Apenas las ranas se ponían a dar el concierto iba y les hacía algún daño. Pero, visto cómo viene la vida... Ahí andan, ellas. Y las vacas. Chapaleando. Con el agua por la cintura. Yo no sé qué pasará con la leche que hacen, con tanta agua. Con lo rica que es la lechona. Recién ordeñada: habrá probado, ¿no? La de las vacas del Miguel era algo espectacular. Pobre Miguel. Le cuento; al tiempo de haberle dicho que cortara paso remando por ahí por las chacras, entre las vacas flotando, lo veo, y le pregunto. ¿Y? ¿Las lechuguitas? "Y... ya las di vuelta", -me dijo-, "qué le va a hacer". Las había enterrado en la tierra, qué digo, en el barro, mejor, porque cuando viene la lluvia -yo no sé si usted sabe- tierra, quedar, no queda. Y es el Niño, que cumple. A ver, a ver qué me puso anotado acá. ¿Que tiene que irse? Y sí. ¿Quién no tiene que irse, vecina? Yo también tendría que irme, pero ya ve: Cuervo no me deja. Si yo me voy, Cuervo se queda al firme. Vigilándola. Y si yo no estoy, no sé que pueda pasar. Pero voy a tener que irme igual. ¿Qué horas son? ¡Ya las once y media pasadas! No es que él me haga caso. No. Hacerme caso no me hace. ¡Para nada! Si le digo que se vaya a la cucha, es como si no le dijera nada. No entiende, o si entiende se hace el distraído y no me da corte. Le explico: yo lo conozco. Cuando le da la loca, de dejar a alguien bajo vigilancia, él no afloja. Una vez tuvo al Miguel ¿así como la tiene a usted y al bebé ahora? Bueno, lo tuvo toda una mañana y toda una tarde, clavado. Apenas él se movía, ya Cuervo estaba tenso, gruñendo, listo para morderle la cara, y quien dice la cara dice una pierna, o igual el cuello. Ah, es bravísimo. Usted no sabe la cantidad de perros que ha matado y lastimado, por deshuevarlos. Aquella vez, con el Miguel, hubo que esperar a que tuviera hambre. Le traje carne, a la hora, y no me hacía caso. Después empezó a llover. Yo pensé que el perro iba a aflojar, pero no. El Cuervo, bajo las nubes, firme. Y dale y meta y ponga lluvia. Se empapó, el pobre Cuervo. ¿Y eso, vecina? ¡Tiene los ojos llorosos, vecina! Vamos, no es para tanto. No exagere: no es como para ponerse a llorar... Si él no se resfrió ni le pasó nada al fin. Él lo que tiene es paciencia y aguante. Es un perrito muy resistente. Toda la tarde aquella, lloviendo, fuerte. Yo me fui para las casas. ¿Qué iba a hacer ahí? No iba a estar en delegación, esperando que se le pasara el capricho a Cuervo. Cuando tuvo hambre, de tardecita ya, entonces sí lo dejó, al Miguel, y vino a comer, porque sabía que yo le tenía guardado un pedazo de corazón, que es lo que él come. No, si él...Y el hombre, mire si la gente es mala, fue y quiso denunciarme en la comisaría. Dijo que el perro al final se había excitado y que se le prendió a una pierna del pantalón y que se le movía, refregándose y no sé que chanchadas que le manchó el pantalón y esas cosas. Usted me entiende. ¡Pero! Qué le van a hacer caso. Se le rieron en la cara. Mire: ya se tapó el sol. En cualquier momento se larga la lluvia de nuevo. Y yo, en vez de ir a lo mío, meta lengua. Es que una a veces tiene ganas de expresar las ideas, y para eso habla. Pero yo le hablo de Cuervo y del Miguel como de mentira, ¿vio? Pero en realidad, si usted piensa un poco -y usted piensa, permítame que la distinga en eso- se va a dar cuenta que esta vieja está hablándole de otra cosa. A veces es el tiempo de viento y huracán, a veces de fuego, a veces de agua, a veces un chajá loco, a veces de un perro guardián, que puede ser Cuervo o como le digo Cuervo le digo cualquier otro. Así, a veces la gente habla de una cosa pero en realidad está hablando de otra, y una ni cuenta se da. Eso es inteligencia: cuando en vez de decir acá una dice allá, en vez de decir entonces dice ahora. ¿Y qué hora es a todo esto? Uy. Bueno, doña, se me hace tarde, tengo que ir a buscar la lechuga. Los dejo por acá. Bien acompañados, eso sí. Usted no se mueva y sobre todo no abra la boca que es el pretexto que él está esperando. Solo vea que la criatura no vaya a llorar porque ahí sí que... Va a ver cómo no les pasa nada. Nadie va a hacerles daño: con Cuervo acá, imagínese. Le dejo el mate, tome. Está un poco lavado. Habría que darlo vuelta. ¡Cuervo! Gruñonazo. Cebe despacito, vecina, con movimientos muy suaves, por seguridad. O igual, si no se anima, no cebe. A ver cómo los encuentro a la vuelta. ¡Hasta luego! ¡Ah! El chorrito, contra la bombilla. Como dice el tango: con un temblor de lágrima. |
Leonardo Rossiello
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