El café y la confitería del Ruso |
Mis
lectores septuagenarios (Rómulo Rossi escribió estos recuerdos por, el
1930) habrán de pasar un buen rato cuando, al leer estas líneas, les
refresque la memoria con algún episodio en los cuales, muchos de ellos,
habrán actuado y que se refieren al “Café y Confitería del Huso”,
instalado en un viejo edificio colonial, de techo de tejas acanaladas y
con paredes de más de un metro de espesor, que se levantaba en la calle
Sarandí entre Juan Carlos Gómez e Ituzaingó, precisamente en el mismo
terreno que hoy ocupa el Club Uruguay. Se trataba de un edificio de dos
plantas, siendo ocupada la alta por una partera que anunciaba al público
su profesión mediante un gran letrero que lucía la figura de un niño
recién nacido, envuelto en pañales.
Naturalmente
que esto del rorro y de los pañales, más que por la impresión que
recibieran los ojos del transeúnte, se deducía de la relación que con
tales cosas tenía el letrero; porque, tal vez, el pintor y la partera se
encargaron de divulgar el verdadero significado.
La
sartén bíblica. -
Pero no sigamos ocupándonos de la partera, que nada tiene que ver con la
finalidad de esta crónica, y encaucemos nuestra memoria hacia aquel simpático
cafetín del Ruso, en donde, además del café, se servían minutas a
altas horas de la noche, tales como pescado frito y en escabeche,
chorizos, huevos fritos, bifes a caballo o al colchón, papas fritas,
tortillas, etc.
Realmente
que la cosa no tendría nada de particular si no relatáramos la característica
de la elaboración de las minutas, las cuales se confeccionaban todas
ellas, sin excepción, en una gran
Mozo...
Un par de huevos fritos!...
Y
tras, tras, estrellaban las cáscaras de dos huevos que iban a volcarse en
aquella veterana sartén. Al rato caía otro cliente que prefería un
chorizo con papas fritas, y tal predilección no implicaba para la casa
ninguna dificultad pues para solucionarla estaba la sartén con su grasita
lista. Y lo mismo ocurría con los pedidos de pescado frito, tortilla,
etc.
De
modo que las comidas del café del Ruso tenían su sabor especialísimo y
único que, por cierto, la clientela encontraba exquisito, tal vez por que
en un plato, por ejemplo, de pescado frito, gustaban reminiscencias de
chorizos, de bifes a la milanesa y a la criolla y de cuanto fuera capaz de
recibir aquella sartén que, casi, casi, por lo milagrosa y pródiga bien
pudiera llamársele bíblica.
Eran
tertulianos del Café. – Eran tertulianos asiduos del Café y Confitería del Ruso, el más
tarde General Fortunato Flores, el General Tezanos, el comandante
Quinteros, Casariego, el Coronel Luis Queirolo, don Juan Furriol, Ruperto
Nogués, Antonio Mayobre, el General Clarck, el coronel Usher, Blas Márquez,
el coronel Zoilo Pereyra, que era el comisario de la sección, los
hermanos Laordell, Guillermo Mac Klean, Andreu, Viscayar, Larrobla, José
Accinelli, José Mancilla y otros más que escapan a la memoria de nuestro
informante.
Y
prestaba plata sin cobrar intereses. - El ruso, que no tenía de
ruso más que el pelo, fue un genovés que se había hecho estimar por
toda la clientela, de la cual era un verdadero amigo; y tan amigo, que
hasta prestaba plata sin cobrar intereses.
Bien
es verdad que el genovés no tenía un pelo de tonto y que sabía de
memoria a quiénes podía auxiliar con su dinero sin perderlo. Pero con
ello no queremos decir que se cerrara a la banda, pues a los individuos
que él estaba plenamente convencido que no le restituirían la cantidad
de la cual se desprendía, les solía prestar también, aunque cantidades
ínfimas. Y con todo, no perdía plata el ruso, porque de esos mismos
individuos alguna utilidad sacaba, si no en dinero en algún servicio. Y
que no perdió lo evidencia el hecho de haberse labrado una buena fortuna,
haciendo que sus hijos recibieran una esmeradísima instrucción, hasta
hacerlos obtener un título universitario, que con su inteligencia y hombría
de bien han sabido honrar en todos los momentos.
El
ruso era un hombre incansable para el trabajo, y prueba de ello es que las
puertas de su comercio no se cerraban ni de día ni de noche. Allí era
casa de comida y banco, en donde los noctámbulos encontraban en las
minutas la fuerza motriz indispensable para proseguir el tren de
“gaita”; y algunos pesos en calidad de préstamo.
La
especialidad de la casa eran las perdices en escabeche, que saboreaba en
las horas de la madrugada, la muchachada que, de vuelta del bajo y de las
academias de baile, hacía allí su última estación.
Debajo
de un ombú de la Plaza Matriz. - Por entonces la Plaza Matriz, dividida en cuatro canteros, tenía en
el centro de los mismos un ombú, bajo cada uno de los cuales, y ya que no
había otro vestigio de vegetación en el lugar, solían tomar el fresco,
en las tardes de verano, algunos vecinos.
Cierta
noche, varios muchachos bien, algunos de los cuales, ya septuagenarios,
nos han relatado el episodio, resolvieron comer perdices a costa del ruso.
Y cuando las sombras de la noche empezaban a esfumarse para dar paso a las
barras del nuevo día, aquellos pudieron sacar furtivamente de encima del
mostrador, una enorme sopera que guardaba abundante cantidad de perdices
en escabeche; y con ella marcharon en dirección al ombú que daba hacia
el sur, en donde empezaron a hacer los honores a los exquisitos volátiles.
Pero no contaban con la huéspeda. No bien empezaron los noctámbulos el
descuartizamiento, a dedos, de las perdices, en medio de una jarana a
media voz, para no ser oídos desde el café, se les presentó el Ruso en
persona, provisto de una gran canasta que contenía pan, cubiertos y hasta
dos botellas de buen vino.
Má.,.
cume é eso, mochachos, comiendo veramente cun tanta incomoditá. . . Pues
nun fartaba má que mis clientes cumieran veramente come i cane. Qui les
deco il pan, lu cubierto, el vin ...
Y
dicho esto, el Ruso volvió a sus lares, satisfecho de su obra, pues con
ello no solamente no pasaba “pei sunso”, como él decía, sino que,
dividiendo el gasto total entre el número de los comensales, cobraba las
perdices, el vino y el pan.
Fin
de fiesta.
- Por la misma época ejercía, las funciones de cochero un célebre
auriga conocido por todo el mundo con el apodo de “El Canario”, quien
recorriendo con su carruaje ni las horas de la madrugada las calles del
bajo y las proximidades de las academias de baile, recogía a los
muchachos bien que, por un exceso de libaciones alcohólicas, se
encontraban en un estado tal de inconsciencia que les imposibilitaba a
marchar por sus cabales hasta sus domicilios. El Canario los recogía
entonces, los metía dentro del carruaje y ya frente a la casa de su
dormido pasajero, quitando a éste del bolsillo la llave de calle, abría
el zaguán y depositaba cuidadosamente la carga humana en el piso, a cuyo
contacto fresco no demoraba en reaccionar el joven calavera.
El
Canario, a quien por sus importantes servicios querían fraternalmente
todos los muchachos farristas, cuando veía fresco a su pasajero le decía:
Che,
hermano, mira que me debés el viaje de las otras noches.
Ah...
¿Fuiste tú?
¡Y quién había de serlo!... |
por Rómulo Rossi
De "Recuerdos y Crónicas de Antaño de
Almanaque del Banco de Seguros del Estado 1956
Ver, además:
Vicente Rossi en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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