Rolando Faget |
Estaciones
de la luz Durante
su movida existencia el poeta Rolando Faget no ha dejado de buscar una luz
con forma de flor en los caminos del mundo. Lo
declaraba en uno de sus versos: Con todo
una flor roja he de buscar. Y con
una bufanda de ese color, el mínimo equipaje, su eterno corazón
adolescente y la mirada fija en los horizontes, partió y volvió mil
veces a la capital anclada más al sur. Los
rasgos de las ciudades están trazados por sus habitantes. Pocos poetas
uruguayos, muy pocos, como Faget, han comunicado el alma de Montevideo con
la economía expresiva, la musicalidad y los sentimientos tan fieles a una
ciudad joven, compleja, configurada por emigrantes, ausencias y sueños
con más problemas que alientos. País
balcón al mar / colinas jóvenes y quieta tierra buena. Ahí
la síntesis del Uruguay. Un país que tiene la mitad de su población en
la capital y ésta mirando a
un río como mar. Es fácil, entonces,
confundir capital con país, aguas dulces con saladas, verdadera
construcción con hábito de ensimismarse en utopías.
Desde
un balcón se puede ver un campo de tierra fértil, pero difícilmente se
siembra o se cosecha, se levanta una fábrica o una escuela en ese balcón.
Se trata de un ámbito contemplativo, un espacio reducido en una casa o
edificio, donde son más comunes las pausas, los descansos o cualquier
otro esparcimiento, que las actividades estrictamente laborales.
La
juventud de las colinas indica la edad de la nación. Y la tierra, asumida
como buena por naturaleza (también se puede asociar tierra a sociedad),
está quieta, detenida en sus expectativas y en el tiempo. Faget
nace y se proyecta en esa encrucijada. Con el agravante de la decadencia
económica del país, la corrupción política, la dictadura militar, el
exilio, las rupturas de la memoria. No podrán devolvernos la alegría, afirma en su poema “Lo que murió”, mientras a lo largo y ancho de su obra perseguirá los ecos de esa alegría, los años que robó el destino, los instantes de la dicha fugaz, el tan puro no sé de la nostalgia. Poeta viajero por vocación. Pero también por oscuros, implacables designios. El viaje como motor de su búsqueda incesante y de un sentimiento de culpa que no se desgasta con sus pasos: desasosiego andante compulsivo / reprochables virajes de arraigo y desarraigo. Poeta urbano por genética convicción. En un poema no incluido en esta antología reconoce: estoy hecho de asfalto y lo celebro. Su ciudad natal está profundamente presente en todas sus rutas y en cada ciudad que visitó. Montevideo podría ser, no obstante, lo único que realmente existe a la postre. Desde allí caminos bifurcaban / y reunían, o con efecto carcelario: ciudad como un cajón (...) porque estoy quieto y sin salida.
Ante
cualquiera de las significaciones de su capital geográfica y espiritual,
la poesía aportó a Faget las alas más eficientes para sus viajes de
fondo. Con ella recorrió las estaciones de la condición humana, los túneles
de las contradicciones, los rieles solitarios, los bancos de madera o
piedra donde viejos relojes estiraban las sombras de sus agujas.
Una voz narrando generalmente en primera persona, una voz atenta a sus señas de identidad, vigilando en nombre propio o colectivo: No engañarse. Velamos.
Una
palabra comprometida con la luz, porfiada en las constantes referencias al
sol, al verano, a las mañanas. A pesar de tanta noche transcurrida, una
poética anudada al lucero de la esperanza. Para
estos puertos Faget propone:
calificar lo mínimo / hablar claro / cantar muy limpio. Y
en buena medida lo consigue en el fluir de sus letras. Mi
selección de sus textos se concentra en las lecturas de diez colecciones
comprendidas entre 1971 y 2002. Tal experiencia permite definir una
escritura instintiva, despareja en sus logros formales, aunque con
hallazgos, tonalidades y ritmos derivados de un genuino poeta. Sin
intención de extenderme en mis gustos particulares (que jamás niego a la
hora de trabajar en un autor), los resultados de esta primera antología
global de Faget exponen lo que creo más representativo de su mejor poesía. Hemos mencionado la importancia de su símbolo más frecuente, su talismán, la fuente (de raíz mística) donde brotará insistentemente la necesidad de iluminar la vida: sale el sol mientras tanto / de piel en piel / de mano en mano.
El reverso de esa moneda literaria (Faget es muy diestro para expresar contrastes) sería esta lúcida advertencia: No hay sol sino minutos luminosos. Guardarlos. En
las siguientes páginas el lector tendrá una cita con diversos rastros
vitales que quedarán
titilando más allá de los años.
Guardarlos, sí, como aliados en la
noche.
Nadie
dude el lucero.
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HR. / Barcelona, 7.07.2008
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