Pedro Piccatto y Susana Soca / Hacia la oscura raíz |
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Fueron dos voces solitarias y contemporáneas,
con un año de diferencia en sus nacimientos, un mismo país natal: Uruguay,
y una pasión que los sostuvo en vidas breves truncadas por mala suerte. Esa
pasión fue la poesía. Sus vidas, distintas y separadas entre sí, tal vez
proyectaban sombras parecidas cuando hacia la segunda mitad de la década de
1930 ya cultivaban versos personales y una serie de amistades con criterios
literarios que apuntalarían el curso de sus respectivas obras. En 1937 Piccatto publica su primer y único
poemario en vida: “Poemas del ángel amargo” (el segundo, editado póstumamente
en 1944, llevaría el nombre de “Las anticipaciones”), mientras Susana
Soca inicia en Francia la edición y dirección de su revista “La Licorne”,
que conocería una segunda época en territorio montevideano a partir de
1953 y con el título de “Entregas de la Licorne”. Tanto los dos poemarios de Piccatto, como la
importante labor de Susana Soca al frente de su revista, encontraron un
intermitente reconocimiento a lo largo de los últimos cincuenta años de la
cultura uruguaya, y siempre en círculos reducidos, aunque nuestros autores
integraran antologías, tuviesen reseñas y artículos especializados o
recibieran algún que otro homenaje, en este caso la poeta. Para presentar a los lectores de MALABIA estos
dos seres tan singulares, de intensas vidas interiores y malogrados
destinos, además de los textos que hemos seleccionado y las pequeñas
fichas bibliográficas que verán más adelante, he procurado dos fuentes
que ilustran de primera mano el perfil de los poetas. En 1988 el profesor, ensayista y poeta
uruguayo Juan María Fortunato publicó en Montevideo un libro fundamental
referido a Piccatto, su título: “Pedro Piccatto: la vida a una sola
carta”. Allí se recoge el testimonio de un amigo esencial, el también
poeta (muy popular por otras razones) Líber Falco, quien recuerda con estas
palabras a su compañero de letras y cafés: “Conocí
a Piccatto alrededor de 1929. Corrían entonces nuestros veinte años, con
ese desasido vivir que busca sin buscar nada preciso, y donde en el andar
está el ensueño; eso que entonces se tiene y sin embargo se persigue,
porque todo se juega en un plano donde la conciencia no vigila, sino que
también ella, sueña (...) Yo creo
que sus poemas muestran acabadamente la experiencia de un alma solitaria,
que buscó trascender los elementos de toda una vida, para juntarlos ahí
donde podían serle más fieles: en la poesía.
Y
recuerdo cierta vez en que le oí decir –sin jactancia y sin queja
alguna– que a no ser por la poesía, su vida no tenía objeto.” El narrador uruguayo Mario Arregui, en
“Pedro Piccatto (notas para un retrato en blanco y negro)”, entre otros
conceptos, añade estas líneas al retrato: “Todos
venimos y nos vamos, y entre dos oscuridades tratamos de ejercer de alguna
manera el oficio de vivir. Piccatto también lo trató, pero la vida había
sido dura con él: de niño, un accidente le fracturó la columna vertebral.
Despojado, robado, enfermo, tuvo que llevar su existencia en una incesante
tensión de heroísmo y ser el luchador de lo cotidiano que a nosotros se
nos da por añadidura. Y tuvo que ser también, frecuentemente, aquel que,
de pie en la ribera, mira pasar el río. (...) Lo
conocí una noche en el rincón de un café, donde –bajo un espejo grande
y sucio que se hacía mágico hacia las madrugadas– se reunía un grupo de
jóvenes poetas y blasfemos. (...) Vi un hombre pequeño y delgado vestido
de azul, larga cara pálida y construida desde dentro, ojos acerados de
mirada recta y firme, pelo rubio oscuro que caía a veces como plegadas alas
diabólicas sobre la frente inquieta y obstinada, voz que se tornaba
violenta en los desgarrones y se alargaba en el brusco ademán. Toda su
figura parecía moverse en un espacio de batalla y de muerte creado por una
vida exasperada, intensa y gesticulante, una vida especial, vedada a
nosotros, que se desarrollaba para él en algún sitio, y a la que estaba
atado por hilos invisibles. De inmediato nació en mí la certidumbre de que
aquel hombre pequeño poseía, para grandeza y sufrimiento, una personalidad
duramente afirmada por la desnuda frecuentación del dolor y el constante
contacto con los filos de su parte de misterio. (...) Firmemente
centrado en su ecuación personal, tuvo, entre otras, la valentía de la
invariabilidad, y su limitación y su esplendor. Vivió al margen de las
pequeñas cobardías y complicidades cotidianas que van desgastando el alma
y poniendo barro y mansedumbre de charco en los actos. Por eso, conservó
siempre limpieza e ímpetu. (...) Pero es
necesario agregar algunos rasgos de la vida que no conocimos. Sabemos que
amaba las flores y cuidaba su jardín con preocupación que iba más allá
de la estética y alcanzaba hasta donde una flor puede confundir su
arquitectura con los oscuros designios de Dios. Sabemos que sufría el
tiempo baldío y solía consumir las tardes en lentos vagabundeos y
desplazamientos en busca de viejos amigos y conversaciones. Y sabemos también
–este hecho no puede faltar como final en este retrato elemental– que a
veces jugaba con los niños de un modo jubiloso y entregado, como hombre
sufriente y como poeta.” La personalidad mundana de Susana Soca,
viajera inteligente, muy atenta a culturas e idiomas diferentes, hija de un
médico prestigioso y conocedora de algunas de las más importantes figuras
del arte del siglo XX, contrasta notoriamente con la existencia apartada de
Piccatto, prisionero del sur montevideano, que lo atrapó desde su
natalicio. Otra poeta uruguaya, la excelente Orfila
Bardesio, con quien mantengo una larga y entrañable amistad, me habló en
distintas ocasiones de Soca. Incluso hemos cruzado algunas cartas, hace algo
más de diez años, donde apareció esta autora en medio de anécdotas y
comentarios sobre sus poemas. En una de aquellas misivas, fechada el 20 de
abril de 1996 en Montevideo, Orfila realizaba una semblanza de su amiga, que
entrego a continuación. Al mismo tiempo, con este documento inédito
no dejan de alumbrarse (indirecta pero expresivamente) las alas de aquel “ángel
amargo”, tan lejano/cercano a la poeta, los dos parientes en el vuelo
hacia la oscura raíz. Escribe Orfila Bardesio: “Me
dices que te hable de Susana Soca: Era
delgada, alta, de ojos grises, manos de huesos largos, hablaba como si le
dictaran las palabras desde un lugar lejano, la mirada siempre detenida en
ese sitio impreciso, a veces estallaba en una carcajada irónica, frente a
la reacción que podrían provocar sus palabras. Me tenía
un afecto especial. A menudo me invitaba a tomar el té en su casa de
Carrasco o del Centro, en la calle San José –casi Florida–. Por un
gran ventanal que daba a una fuente, en la mágica casa de Carrasco, yo veía
caer las hojas secas; ardía el fuego en la chimenea, y Susana me decía sus
poemas. Recuerdo sobre todo uno bellísimo que había escrito en París:
“Busco el color del mar”... Me hacía
confidencias sobre los poetas y pintores que había frecuentado en sus
veinte años de residencia en París; recordaba especialmente a Paul Eluard
y a Picasso. Era
sumamente intuitiva, decía con una certeza que nunca vi en otra persona,
las percepciones sobre los seres que conoció y que la rodeaban, de un modo
asombroso e inesperado; sabía lenguas antiguas como el griego y el latín,
dominaba perfectamente el ruso, y antes de que Boris Pasternak recibiera el
Premio Nobel, ella lo iba a ver a Moscú y traía sus poemas, que publicaba
en “La Licorne” y en “Entregas de la Licorne”, que editaba en
Montevideo. La vestía
Christian Dior, pero era su elegancia la suprema sencillez. Tomábamos
el té en una salita aledaña a su cuarto, en la vieja casona de la calle
San José, bajo el amparo de una hermosa mujer de largo cuello de cisne y
traje amarillo, de Modigliani; creía que este cuadro era una réplica; me
enteré después que era un cuadro auténtico de Modigliani. Era inmenso y
bellísimo; ocupaba toda la pared del cuarto; bajo su “protección” no
podía suceder sino lo más auténtico de sí mismo. Ella se sentía
orgullosamente feliz de poder ofrendar tanta belleza. Auténticos eran también
los numerosos cuadros de Picasso y de Chirico que pendían de los muros de
su casa de Carrasco. Cuando
me casé, ella fue mi madrina de bodas, junto con el Dr. Alfredo Cáceres,
mi padrino. Me llamó la noche antes de la boda, para despedirme, alta ya
noche, con una ternura que no olvido. Después
de la boda, en la Iglesia de maderas de Carrasco, (“Stella Maris”), nos
hizo una fiesta increíble (en la casa de Carrasco) a la que invitó a todos
los poetas amigos; entre poemas que ellos decían, y sus palabras de
despedida, se percibía una sensibilidad extraordinaria. Cuando
embarcó hacia Rusia en busca de colaboraciones de Pasternak nos dijo que
tal vez no volviera, que viajaba demasiado en avión. Nos estrechó
fuertemente las manos: “Por si no nos volvemos a ver...”, nos dijo. Luego
de su muerte (quemada viva en el accidente de Lufthansa), se publicó “La
Licorne”, con textos de despedida, de grandes escritores europeos como
Jules Supervielle, y de escritores americanos como Jorge Luis Borges, –que
compuso un espléndido poema en su memoria, en el que comparó el fuego con
un tigre–. En los textos de esos escritores se decía que Susana Soca ¡se
había despedido para siempre de todos ellos! Estaba tan segura de que iba a
morir, que pidió información en París sobre cuál era la Cía. que tenía
en su plantel los mejores aviadores y la que nunca había tenido ningún
accidente. Se le informó que era Lufthansa, y en un avión de esa Cía.
partió desde París. Al llegar a San Pablo, llamó a su casa, para avisar
que todo iba bien y ¡que la esperaran! Pero al
hacer el trasbordo en Río de Janeiro, la pista era un lodazal, había
llovido tropicalmente, el avión no pudo despegar y patinó infinitamente,
hasta estallar en llamas. Era como Casandra, una profetisa que veía su
propia muerte, y no la podía evitar. Podría
escribir un libro con lo que conversábamos sobre poesía. Era, como ves, un
ser misterioso, lleno de encanto y de gracia. Como ocurre aquí, ahora, en
nuestro país, no se habla de su poesía, como tampoco de la poesía de
Esther de Cáceres. Llegará
un día en que aparecerán críticos lúcidos, y la traerán a suceder de
nuevo, como entonces...” Pedro
Piccatto Varios
poemas de Las anticipaciones |
(ÁNGEL
AMARGO, VI) Melodía
de darnos... la
sagrada melodía de darnos. Ese
es el gran acierto de las almas. Es
llevar para siempre en nuestra vida el
esplendor abierto de una fruta.
(MIEL
ESTÉRIL, IX) El
aire,
enorme ala se
duerme bajo la claridad de la flor. De
ahí viene ese afán de quietud que
tienen los jardines. En
el fino relámpago de un beso se
tocan, noche
a noche,
estrella y flor. De
ahí viene ese afán de amor que
tienen los jardines. (JARDÍN
Y MAR, XII) El
agua es bella aunque no tenga flores. Lo
piensa el mar pero su sueño es otro. Vivo
andar de amapolas perseguidas sueña
que le retiene una sirena. Y
cada ola quebrándose en la espuma le
hace gozar la rosa azul deseada. (EVIDENCIAS,
III) Hay
horas de
flor casi en comienzo; de
mariposas que se mueren solas; de
jazmines prestados a la nube y
de azules perdidos para el agua. Horas de
aroma abierta, fiel. (ÁNGEL
AMARGO, XIV) Esa
mano que
en el alba del mundo repartió
la amargura y
la belleza eligió
la amatista para
darle el imperio de los sueños. Y
dándole el imperio de los sueños le
dio el imperio de la poesía. ...
Un silencio de flor, de cielo y nube se
mueve y se levanta en su interior. (ÁNGEL
AMARGO, XVII) Ah
corazón, deja que tus luces siembren otras estrellas sobre el cielo. Deja
corazón que tus luces vayan prendiendo rosas sobre la soledad y
sean ellas el dulce puente por donde cruzará la claridad del hombre. Deja
corazón que tus luces se abracen a la hierba que sostiene el rocío con
amor, y
sea el recuerdo extasiadamente doloroso de la vida un
silencio lejano, no más... Ah
corazón deja que tus luces vayan prendiendo rosas sobre la soledad, y
acuérdate que eres sólo un rumor que no debió nacer. |
Pedro
Piccatto (1908-1944). Poeta. Nació y murió en Montevideo. Todos,
sus críticos y los escritores amigos que narraron su breve trayectoria de
vida, señalan lo duro que fue para el poeta, de extremada sensibilidad,
soportar la inquerida soledad que le deparó su deformidad física. Perteneciente
a la generación del Centenario, su poesía parecería liviana y tendiente
al escapismo por la vía del ensueño; sin embargo, apenas se penetre en su
floresta de dalias o rosas, en sus menciones distorsionantes de hadas o de
ángeles, puede encontrarse al hombre sufrido y sufriente: “tan
indefenso, tanto, tanto / como una flor en calle abierta”. Difícilmente
olvidará el lector de Las anticipaciones, que reúne su breve obra, versos tan
reveladores de una pasión sorbida hasta lo hondo; inquietantes por lo que
proponen o disponen: “Heridas
comparables a las que sufre Dios / cuando crea el dolor de un inocente”. O
estos otros, conmovedores: “Yo tenía
/ un descanso / Bajo qué corazón / bajó qué pie / pude perderlo?”.
Washington Benavides Bibliografía
(poesía): Poemas del ángel
amargo.
Montevideo, 1937 Las anticipaciones.
Montevideo, Palacio del Libro, 1944.
___________
De
Nuevo
Diccionario de Literatura Uruguaya Alberto
Oreggioni, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2001. Susana
Soca Tres poemas de Noche cerrada |
REFLEJOS Sobre
el llano fulgura el
falso hielo de
la más clara niebla, ya
sólo vamos por
un camino de lentos bosques hacia
esferas de niebla que
se detienen en
la sustancia lúcida. Giramos
horas y horas con
una lámpara y
en el largo reflejo otra
luz otra lámpara sin
tregua miro, de
vidrio y opalina corona
y límite de
la no vista llama. Lo
que alumbra yo ignoro y
nadie sabe, del
brillo que trasluce y
no se muestra encandilado
el corazón, por
un instante devorador
el tiempo juega
despacio juega
a ser devorado. Hinca
sus dientes la
inútil agudeza y
se detiene en
la carne de vidrio. El
aire espeso ríos
de transparencias deja
entrever con
ellas comunica la
ausente luz hasta
que algún aliento los
vuelve ciegos mientras
el día en
la noche se funde y
un solo día como
el otoño pesa. Con
todo lo que ignoro haré
una esfera de
opalina, una esfera que
ha de rasgar la
lluvia como si
fuera alguna mano... Y
no se quiebra, se esconde. Con
el fulgor perdemos al
mismo tiempo colores
sucesivos retoños
últimos del
bosque ya talado. ALEGRÍA La
lámina segura del sueño que se quiebra ha
partido la noche como un fruto redondo. En
mitad de lo oscuro al extremo del ansia hubo
una sombra, blando reverso de esplendores, memoria
de una noche de Epifanía. Despertar
en el túnel del más largo temblor aguardando
los climas devastados e iguales luego
el golpe el asombro la inmersión el relámpago, a
todo lo entrevisto extiendo abrazos nuevos entran
de nuevo en mí las caras y las cosas por
el amor de la mirada mía alguna
vez reunidas. Sonrío
a las imágenes y he de volver con júbilo a
unir aquello que estaba separado, tierras
sin agua ya bruscamente florecen para
entrar en mis ojos algún remoto viento acercará
los cinco extendidos jardines. La
luna de mis álamos su esbeltez me devuelve grabados
que no olvido, inmóviles ciudades y
en las ciudades, altas las ya quemadas torres. Hacia
mi boca ausente el olor de la tierra y
del lejano mar han de volver despacio. Conmigo
el mar disperso, atraviesan sus olas las
formas que algún día me fueron favorables. Mi
sombra se aligera del peso de mi cuerpo aunque
fui quebrantada por aquello que amaba, los
dones de ansiedad fueron los vanos dones e
intactos sin servir giraron sobre sí. Jadeante,
esplendorosa, la marea del amor no
me ahoga y regresa a través del espanto a
sumergirme entera en la alegría; acaso
las tinieblas un instante entreabiertas me
dejaron pasar; ahí donde se toca el
cristal con el agua nacen arpas y fuentes. Basta
un hilo del agua, un hilo de la música para
seguirte en una noche desconocida. Tú,
mal buscado, tú que siempre busco, en
otro tiempo yo repetía si
tú no vienes con nadie iré. Supe
que despertaba en desiertos privados de
voz y extrañamente regocijada al fin, feliz
de nunca estar en nada, siento
ahora que ves como la propia sombra partida
del destino de mi cuerpo inclinado sobre
lo inmóvil salta y sin esfuerzo baila. NOCHE
Y CRUZ Por
el camino de una noche mía anuladora
exacta, entro
sin gestos, sin golpear en vano, en
la noche de todos. Como
ninguna pródiga en modos de morir, cuando
en secreto el aloe da renovados zumos para
llegar a innumerables bocas, cuando
el nocturno pecho dentro de mí jadea, la
cruz de la noche entra en la cruz de mis manos sobrellevada
a tientas y de pie. Es
la noche sin tregua, la que busca cien muertos para
aprender hasta qué extremo un solo agonizante
puede respirar. Cuando
persigue el hombre sin cesar al hombre la
misma trampa sirve para el uno y el otro la
misma ausente mano hace
cortar el cuello del lobo y de la tórtola. Y
la rutina ordena con
más rigor que la pasión difunta. Cuando
persigue el hombre en cada sitio al hombre, a
los unos da muertes que no serían la suya, al
uno quita el alma, al otro sepultura. Una
metralla ciega hasta en los muertos cava y
la mano de un niño cuelga de frescos olmos. En
súbito tumulto se
incendia la noche desde adentro. Se
reduce el antiguo lugar para la sombra, como
muros y troncos se parten las tinieblas. Desaparecen
ellas, las casas y los bosques. Una
noche con ojos abiertos para siempre, ha
de seguir en busca de los perdidos párpados. Ahora
es el tumulto y
la cruz de la noche silenciosa, en
la cruz de las manos. |
Susana
Soca (1907-1959). Nació en Montevideo y murió en un accidente de aviación
sobre las selvas del Amazonas. Fue hija de un distinguido médico, Francisco
Soca. Su
permanente contacto con escritores y artistas europeos fructificó en una
revista, La Licorne, que
apareció en París en 1937, y que renació en Montevideo en 1953 como Entregas de la Licorne (diez volúmenes), reflejando los selectísimos
gustos de su editora, hasta su muerte. Al
ocurrir ésta, tenía preparado su primer libro, que es en realidad una
antología “arbitrariamente diferida”: En un país de la memoria, que se publicó a poco de su muerte. En
1962, sus familiares reunieron sus inéditos en Noche
cerrada. El
mundo de la cultura que fue su ámbito natural –hablaba a la perfección
varios idiomas, aprendió ruso para conocer a Boris Pasternak– no se
trasluce visiblemente en su poesía, que por el contrario responde a otras
solicitaciones: “la angustia humana en su más acongojada e inmediata
encarnación, la guerra; en el orden de lo particular, existían ciertas
cavilaciones de carácter ultraindividual y obsesivo; y al extremo opuesto
de lo uno y lo otro, se insinuaba un llamado a la alegría, a cierto
esplendor que llega simultáneamente de personas, cosas, paisajes, a una
evasión en los jardines pasados y presentes”. A
su fidelidad introspectiva corresponde una expresión que somete
musicalidad, flexibilidad, brillos varios, a su acendrado, estricto decir.
Ida Vitale Bibliografía
(poesía): En un país de la
memoria.
Montevideo, La Licorne, 1959. Noche cerrada.
Montevideo, La Licorne, 1962. Prosa...
(prólogo E. de Cáceres), Montevideo, La Licorne, 1966.
___________
De
Nuevo
Diccionario de Literatura Uruguaya Alberto Oreggioni, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2001.
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Héctor Rosales
Barcelona, 9 de mayo 2009
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