Orfila Bardesio, como la poesía |
¡Dame mi paso en esa catedral, / mis pies en esa tierra, |
Durante
años, coincidiendo con el invierno y la temprana retirada del sol,
siempre que visité (nunca antes de las cinco de la tarde) aquel
apartamento montevideano del barrio Pocitos, yo sabía que la mayor
cantidad de luz, cultura, calidez y afecto los encontraría en el
domicilio de Orfila. Y así fue. En
la calle José Ellauri, muy cerca de Bvar. España, los árboles
abundantes conocían la profunda mirada de la poeta, que posaba en ellos
innumerables senderos para sus reflexiones, proyectos y diálogos. La
vivienda respondía al universo bardesiano: dignísima sencillez, contacto
permanente con libros, fotografías, música, cualquier vehículo donde la
belleza y el humanismo fueran fuentes de vida, soportes del ánimo,
horizontes. Hasta
allí fueron mis pasos y los de amistades muy queridas a lo largo de más
de veinte años. Allí vivió y trabajó una de las cinco o seis poetas más
esenciales de las letras uruguayas e hispanoamericanas y, en lo
estrictamente personal y literario, una de las tres o cuatro voces que más
me interesaron e interesan de aquel país, cuya poesía escrita por
mujeres es de las más relevantes del idioma. Esta es una afirmación nada
caprichosa, ni mucho menos “patriotera”, sino avalada por el criterio
de lectores extranjeros de primer nivel, que repararon en las cualidades
de autoras uruguayas con mayor tino y entusiasmo que la propia y tantas
veces sorda sociedad. En
la madrugada de este miércoles 14 de octubre, en su Montevideo natal (había
nacido en 1922), fallecía Orfila Bardesio. Sus hijos comunicaron
sobriamente por mail la muy triste noticia. Me invadieron el silencio y
los recuerdos como si el océano intentara ocupar una pequeña botella de
vidrio. El
mes pasado Orfila llamó por teléfono para preguntar si recibí un libro
suyo (en agosto envió un
volumen editado en la década de los ochenta). Le dije que sí, que ya tenía
ese título desde su publicación, y que la carta adjunta me dejó muy
contento. La poeta estaba pletórica de energía desde el otro lado de la
línea, nada indicaba que aquella brevísima charla sería la última que
mantendríamos. En
junio, aprovechando un viaje fugaz a Montevideo (muy pocos días para ver
a mis familiares más directos; pedí que no se comunicara mi presencia en
tan corta ocasión), saqué tiempo de no sé dónde para visitar a Orfila. Esa
merienda final, entrañable como las anteriores, presidida con el característico
té, escones caseros y/o tostadas que la anfitriona ofrecía a sus
invitados, nos reencontró en un diálogo privado donde nuestra amiga
compartió varias opiniones que hoy cobran implacables resonancias. En
determinado momento de la charla Orfila giró su cuerpo hacia un amplio
ventanal paralelo a la calle. Sin dejar de mirar en esa dirección, comentó
que meses atrás había estado releyendo poemas suyos de distintos libros
y que, en general, no llegó a entender el significado de fondo que hizo
posible aquellos textos... Todavía
con su cabeza orientada a las vecinas arboledas, añadió que quizás había
un único poema que ella podría atribuirse, un texto que seguía
considerando sustancial en toda su obra. Hizo varias pausas, bajó la
mirada y luego la dirigió hacia mí para preguntarme si podía recitarlo.
Algo extrañado, aunque lleno de curiosidad y gratitud, le dije: por
supuesto. Creí entenderle que el título del poema era “Retrato”[3]. No explicó a qué libro pertenecía. Con lentitud, firmeza y el tono más adecuado al poema, Orfila impregnó el ambiente con los siguientes versos: |
SUEÑO
Al poeta Jules Supervielle Mi
estirpe es un jardín de hojas profundas que
bajaron a besarse la sombra, con ternura. Mi
antepasado, un elefante de
escandalosa piedra y de roca animal. —
Mi antepasado fue un espacio ensordecido
por el peso—. Mis
abuelos paternos fueron robles. Mis
abuelos maternos, dos manzanos. Mi
madre, el último eslabón de la cadena, me
alumbró de un trigal. Yo
dudé ser espiga o mujer. Lloré
de no poder ser mundo, y
me crecieron largos brazos. Lloré
de no poder acostarme a
ser todo, y el surco, generoso, entró
en mi cuerpo. ¡Hace
tanto que vengo! ¡Hace
tanto que vengo que
todavía no he nacido! Mi
luz es de una estrella que
no ha brillado aún y
mi día es ayer. Cuando
me llaman, mi
nombre tarda siglos en llegar. Las
cabras de mi nombre no me encuentran. —
De silencio es el nombre de todo—. Busco
las manos mías, para darlas. Para
poder andar en el presente busco
mis pies entre los siglos. Mis
pasos todavía no han llegado a mis piernas. ¡Naufrago
en tantos ríos para
encontrar mis lágrimas! Si
a veces digo algo, es
sólo una noticia... ¡tanta
distancia me separa de la boca, tantas
palabras, de la voz! Mis
ojos, detrás mío, viajan entre
raíces y animales, apurados, para
que pueda ver cuando me muera. Mi
corazón demora. Mi
cuerpo tiene forma de paciencia de
caracol que espera ante una puerta. Mi
vida es un recuerdo errante
en la memoria de la tierra. Mi
pensamiento aguarda despertar
de su sueño en otro sueño. Mientras
tanto, alcanzadme las cosas vibrantes
del día, vosotros, hojas
de sueños diferentes. —
El día es una carta para mí—. Vendrá
la muerte enérgica y cederá la puerta. |
Apenas
superada la magia de aquella audición, traté de expresarle torpemente cuánto
me había gustado el poema y que lo recordaba de alguna lectura mía.
Pero, al mismo tiempo, yo estaba reconociendo en esos versos, en la forma
que la autora los comunicaba, un premonitorio anuncio de despedida.
La
sensación ya provenía de su poemario publicado este año[4] y de la
puesta al día con su memoria juvenil, con sus años de formación, en las
crónicas aparecidas pocos años atrás y que la autora tituló “El
pasado cultural uruguayo”.[5] En
ese presente de junio montevideano 2009 “su corazón ya no se
demoraba”, sus ojos vislumbraban la puerta, la estrella brillando detrás. Aquel
poema pertenecía a una trilogía, “Uno”, galardonada en cada edición
con el correspondiente primer premio del Ministerio de Educación y
Cultura de Uruguay. En ella descubrí algunos de los mejores poemas que yo
haya leído jamás. Sumando el libro “Juego” (1972), estamos ante la
columna vertebral de la poesía de Orfila, y ante cuatro de los poemarios
más relevantes de la historia uruguaya, aunque quizás debería decir
continental o universal. En
un ensayo inédito[6], el profesor y crítico literario español Jorge
Rodríguez Padrón, apuntaba al respecto: Entre 1954 y 1971 se cumple el trayecto
primordial, y central, de la obra de Orfila Bardesio: la realización de
un libro escrito en tres etapas que son, a la vez, otros tantos momentos o
movimientos (modulaciones) de la totalidad a la cual se refiere su breve y
esclarecedor titulo, “Uno”. Todo había comenzado en “Poema” (así,
en singular), y este segundo poemario a la misma idea nos acerca:
escritura que busca plenitud, experiencia que no debe reducirse a una
parte de la vida, ni ambicionar un lugar en la poesía de su tiempo. La
propuesta resulta mucho más atrevida que eso, y más renovadora en
consecuencia: crear un espacio en donde esta palabra satisfaga su
necesidad de ser, centrada en sí misma y en la visión que hace el poema,
o los poemas que son el poema. No separar, unirlo todo; pero sin que las
unidades menores cedan un ápice en su autonomía, haciendo que confluyan
en la mayor que las acoge, abierta maravilla en donde empieza a
vislumbrarse el territorio total de la existencia.
La poeta más aislada de la “Generación del 45”, la más fiel a su independencia, la que permaneció durante más de setenta años escribiendo una poesía que nunca le abandonó, se ha ido físicamente hace unos días. Ella fue una de las dos personas que más cartas me escribieron (todas manuscritas) en esta vida, junto a Rolando Faget, también poeta e inolvidable amigo nuestro (nacido en 1941), que se adelantó unos meses en el largo viaje.
Pienso
en ellos sabiendo que no han tenido ni tendrán la repercusión de las
partidas de Idea Vilariño y Mario Benedetti (las dos figuras más
notorias de aquella generación uruguaya) en este funesto 2009. Pero vuelvo a leer la dedicatoria, la caligrafía firme de Orfila en este pasado otoño montevideano y en su último poemario: “con amistad fuerte como la poesía”.
La
veo entera entre estos papeles suyos, entre sobres y libros, fotos, pájaros,
tierras, cielos y abrazos. Entera en su fe y en su palabra. Poeta
verdadera donde las haya. Como deseo que la encuentren, más adelante, sus
nuevos lectores, quienes sabrán quererla. Para
ellos y ustedes informo de un título de Orfila, “Dieciséis odas y una
canción”, publicado hace pocos años y disponible en internet.[7] Y
aquí mismo entrego unos versos recientes de la poeta, de pie en el
umbral, remitidos por sus hijos en este miércoles del adiós. En adelante, cualquier pájaro hablará de Orfila, de su largo y bello tejido vital, fuerte y hondo, como la poesía. |
EL
TEJIDO[8] Ahora que
estoy tejiendo, los
puntos me
salen de
la sangre y
de los ojos, los
números. Ahora que
estoy tejiendo,
veo el
tiempo dar
pasos inevitables en
las carreras, sola, por
sus relojes sometida más
que las aves y
los peces, voy
con lágrimas y
nadie se da cuenta que
el tejido mide
mis horas y
son pájaros de
mi vida: lo que les doy. |
Notas: [1] Foto: Orfila Bardesio en el Parque del Rhin (Köln, Alemania),
17 de julio de 1993. [2] Fragmento del poema “Paisaje”, del libro “Juego”,
Montevideo 1972. [3] Originalmente titulado “Retrato (De “Uno / Libro
Segundo”, Montevideo 1959), tomado de la “Antología Poética”
(Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo 1994), donde aparece con su título
definitivo: “Sueño”. [4] “La canción de la Tierra”, Cal y Canto, Montevideo 2009.
Hay otra edición del mismo año, publicada en Cataluña bajo el título
de “La cançó de la Terra”, ed. bilingüe catalán/castellano, con
traducción y prólogo de Liévana Medina. [5] “El pasado cultural uruguayo”, edición al cuidado de Liévana
Medina, Montevideo 2006. [6] “Convivio”, libro inédito dedicado a las obras de
Concepción Silva Bélinzon, Orfila Bardesio y Circe Maia. Sin ninguna
duda: la más notable aproximación a la poética de estas autoras. [7] “Dieciséis odas y una canción”, 1ª ed. en formato pdf,
Palabra Virtual, México 2005. http://www.palabravirtual.com/pdf/odas_bardesio.pdf [8] Inédito, julio de 2009. |
Héctor Rosales
Barcelona, 18 de octubre de 2009
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Rosales, Héctor |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |