Amores de estudiante, flores de un día son |
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Cristinita, ¡usted no sabe como me apena!. -
Pero dígame de que se apena, Romualdo, por favor, que me deja muy triste. -
Es que para mi es muy difícil explicarlo, en especial a usted. -
Pero Romualdo, nos conocemos hace tiempo, ¡como no va a poder
expresarlo!. -
Cristinita, tan tierna, tan santa, tan bonita. Cristinita, hace ocho años
que le profeso un puro amor que surge de lo más profundo de mi ser. Ocho
años que visito su casa con permiso de sus padres como mandan las más
sagradas tradiciones sociales. ¡Cristinita!, yo nunca le he faltado el
respeto. -
¡Lo se, Romualdito, lo se!, por eso le pregunto que es lo que tanto le aflige. -
Es que esto que me corroe por dentro es insoportable ya. Lo pude ocultar
en los inicios, luego incluso cuando nuestras relaciones fueron poco a
poco haciéndose más íntimas -
dentro del cristiano recato - e incluso después de que ya intimáramos lo
suficiente, como para tener acercamientos amorosos a espaldas de sus
progenitores - picardías propias de los jóvenes - hasta el día en que
no se de donde saqué fuerzas para pedirle que viniésemos a escondidas a
este sitio mas nuestro, más íntimo. ¡Cristinita!... ¿puedo tutearla?. -
Claro, Romualdo. -
Entonces trataré de lograr decírtelo aquí en mi pieza de pensión,
donde hemos llegado luego de tanto amor, de tanta pasión escondida, de
tantas ansias. Aqui donde por fin luego de años podemos estar solos,
podemos expresar sin tapujos nuestros sentimientos, podemos intimar como
hace tantos meses lo deseo, sintiendo la dulce voz de Gardel desde la
vitrola. Intimar a plena luz mucho mas de lo que lo hemos podido hacer en
el sillón de tu santa casa. -
¡Hay Romualdo, ya no te conozco!, ¡que te sucede!. -
Ya no me conformo con besos, con caricias, no me conformo con que tu me
reconfortes haciendo explotar mis necesidades masculinas cuando estamos a
solas y los mayores duermen. ¡Oh tierna Cristinita!, no sabes cuanto
placer me ha dado tantas veces tu boca, incluso me he sentido un cerdo
corruptor al enseñarte esas prácticas sexuales a las que tu dócilmente
te has sometido y ¡tan solo para complacerme a mi, a mi egoísmo!. ¡Por
este egoismo he manchado tu recato mantenido como blasón por todo este
tiempo!. -
¡Hay Romualdito, que yo también he gozado!. -
Pero si, Cristinita mi amor, claro que si, no puedo negar que me has dado
muchísimo placer, pero yo se valorar muy bien que pese al deseo que debes
sentir, estoicamente has guardado tu sexo para cuando juntemos para
siempre nuestras vidas en el altar, frente al Señor. ¿Crees que no tengo
en cuenta que para satisfacerme también te has prestado a efectuar
relaciones por donde la naturaleza no lo indica? ¿Crees que no se que
toleras ese sufrimiento solo para darme felicidad? ¡Por eso te amo y por
eso mi vergüenza es mayor, Cristina!, por eso me apena mucho lo que tengo
que confesar... -
¡Por Dios y la Virgen, Romualdo!, dímelo de una buena vez que no aguanto
tantos nervios. -
Es que el deseo me ha invadido y me priva de mis mas elementales nociones
de caballerosidad, de humanismo, de modales. Me siento tosco, me siento
grosero. Por una parte creo que no te merezco, y por otra te deseo tanto
que me siento capaz de las mayores locuras... ¡hoy estamos solos y te
deseo tanto, Cristinita!. -
¡Romualdo, si yo también quiero ser tuya completamente desde hace
tiempo!. ¡Tómame, Romualdo, tómame ya mi amor!. -
¡Eso es lo que me tiene enloquecido, Cristinita, ese es mi secreto diabólico!,
para lograr un placer total necesito algunas cosas extrañas, que no se en
que momento mi mente se deformó como para aceptarlas... Cristina, ¡te
pido perdón Cristina!, no me odies, pero mi secreto es que para gozar
completamente tengo que tener una bombacha tuya en la cabeza y sentir que
me azotan con algo contundente en la espalda y las nalgas... ¡oh
Cristina, cuanta vergüenza me invade! . No me siento digno de tu amor,
Cristina. -
Pero no, Romualdito, ¿eso era simplemente lo que te agobiaba?, ¿esa
pequeña picardía?. Si todos tenemos secretos, mi amor. -
¿Tu también Cristinita? - ¡Claro, mi vida!, yo, para empezar, soy travesti. |
Senén Rodríguez
Costa de oro, agosto 29 de 2003
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