Sonidos

Ricardo Rodríguez Pereyra

Dedicado a Marta Zabaleta, allá, en Epping

Al principio era el eco multiplicando las voces de mis hermanos jugando en una cantera a cielo abierto, que me parecía tan grande como un planeta. Después de la muerte de papá y la mudanza de regreso a Montevideo, era el viento ululando en los vidrios cubiertos con persianas de madera, el rugir de las olas de la playa cercana, los chirridos de los trolley buses pasando por la avenida, la frenada de esos trenes celestes cuando se detenían en la esquina, trayendo a mamá cada noche de su trabajo. Era la voz del diariero voceando las noticias. La más terrible de todas cuando murió Marilyn a la que solo conocía en las fotos de las revistas.... El repiqueteo de los tacones de mamá avanzando por el largo pasillo.

 

La boquilla ruidosa del calentador donde el sastre de la puerta de al lado, cada noche durante mas de un lustro, cocinaba las verduras, el sonido de las radio con las canciones en hebreo, y la voz del viejo canturreando sobre la música.

 

El crujido de las tablas del piso de la habitación que un día se desmoronó y mostró los cimientos húmedos de la casa. La increíble admiración por esos territorios cavernosos donde apareció el perdido lápiz de dibujar.

 

El graznido de las viejas películas en blanco y negro, que proyectaban en un telón movido por el viento, recortado contra el inmenso misterio del mar en la noche.

 

El sonido del pescado que mamá compraba a los pescadores en la rambla de la playa cercana, cocinándose después, en el aceite hirviendo

 

Las botas de los soldados entrando en todas las casas del barrio en aquellas noches de invierno. Y en la mía aquélla mañana.

  

Los orgasmos de las bestias del zoológico apareándose en la noche, escuchados desde mi cama iluminada por la luna.

 

Las gaviotas volando recortadas contra el horizonte, y de nuevo las olas mientras el sol calentaba el cuerpo solitario.

 

La sirena del Vapor de la Carrera, llevándome y trayéndome de una orilla a la otra.

 

El rugir de los aviones levantando vuelo y aterrizando en geografías diversas.

 

Los rezos de los musulmanes en Estambul a cualquier hora del día y de la noche.

 

Las sirenas de la policía en el boulevard Saint Michel. La voz de Edith Piaff resonando en mi memoria. Pero ella estaba en esa tumba negra del Pere Lachaisse.

 

El tableteo de las yemas de los dedos, desde las máquinas de escribir de todas las décadas, hasta las minúsculas teclas de la computadora.

 

El teléfono llamando en esa madruga de Navidad, trayendo a través del río una voz casi desconocida, sacándome del sueño, para anunciarme que mi hermano mayor, acababa de morir de un infarto antes de cumplir los cincuenta y con muchos libros por leer.

 

La respiración de los viejos queridos recorriendo los caminos de la memoria, antes de dormirse para siempre....

 

Los sonidos del llanto, y por suerte de nuevo, a veces, los sonidos de la risa y del amor.

© Ricardo Rodríguez Pereyra
Buenos Aires, mayo 2005.

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