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La
fiesta del colegio |
Unas manos con múltiples surcos pliegan la tela. Luego, la atraviesan con una pequeña aguja de hilo rojo. Los ruedos y sobrehilados resbalan por su delantal. A cada costura, deja caer sus dedos gruesos, en son de plancha. Las cintas de raso corren por la pequeña falda, desconociendo la máquina de coser. Los movimientos lentos, pero seguros, van dejando un acabado perfecto al traje de baile. - Doña Asunta, ¿el sombrero también lleva cintas rojas? - Eco, Maricarmen, cuesto año, tuto lleva cinta. - ¡Lucerito queda bella con el traje! ¿Está orgullosa de su nieta? - Eco. - La vi practicar la danza. Ella es la más pequeña del grupo y la que baila mejor. - Mio cara bambina es multo bela. Recita, canta y baila. - Sus bucles dorados caen espléndidos sobre las mejillas. El rostro enmarcado por el sombrero le da un toque angelical. La niña era la más brillante de la clase, con sus apenas siete años, hacía demostraciones de niños de doce. Sus hermosos ojos azules, le iluminaban la cara. - Doña Asunta, ¿y el compañerito?, ¿que le parece? Salió igual al padre. - No, non e vero, non e vero. Sin padre non e filio. - Pero es igual al finado. - No, non e posibile, non e posibile, las paperas no ... Carlitos, el primo y compañero de baile de Lucerito, no contaba con el amor de su abuela. Los mimos y cariños eran todos para la nieta. La abuela era así. Todo o nada. El niño, para la abuela, era producto del engaño, de la traición. Su hijo, postrado en una cama durante tres años, no podía haber engendrado a Carlitos. Pero él había pedido tanto por un hijo. - Quiero dejar parte de mí en la tierra. - Acepta, no ves que me voy pronto. La madre de Carlitos se resistía a la prueba. Al caer la tarde, doña Asunta, mira a través de la ventana y canturrea en italiano. Es anuncio del regreso de los niños. Ella extiende sus brazos para rodear a la nieta, al tiempo que el pobrecito pide un beso. Luego, él, con la cabeza baja, a punto de lágrimas, desabotona su túnica, estira la corbata y se va arrastrando el maletín. - Doña Asunta, ¿vio la mirada de Carlitos? Tiene el mismo pelo oscuro y la piel de luna. - Io non debo mirare. - Es su pelo, solo que Ud. ahora tiene canas. También las... son iguales. - Non e mi nieto. - Aunque no lo fuera, que lo es, es un pequeño niño. ¡Tan tierno y dulce! Su madre le compró un hermoso traje para el baile. Es un caballerito. La madre del niño, no había asumido la maternidad. Ella cumplía con los deberes de madre, pero aquel nacimiento había quebrado la naturaleza, aún iba contra su moral cristiana. A ella tampoco le fluía el amor. Los lazos de sangre se habían cortado al coincidir el nacimiento, con la pérdida de su esposo. Carlitos crecía triste, sin luz. Nunca sonreía. En cambio, Lucerito, desbordaba en sonrisas. La madre, después de muchas discusiones, había aceptado. La religión no le permitía un método artificial para concebir, pero él, ¡le había rogado tanto! Cada día que pasaba, suplicaba, imploraba. La abuela aún no entendía los avances genéticos de la ciencia. Muchas veces le habían intentado explicar... Los días pasaron, hasta que llegó la fiesta. En la casa todos se preparaban, a cual quería lucir mejor. Maricarmen era la encargada de vestir a los niños. Ella había pasado por todas las fiestas de los hijos de Doña Asunta y ya estaba práctica. Revivía aquellos tiempos de nana, aunque ya no tenía asignada esa tarea en la casa. Todos juntos, partieron hacia el colegio. Al llegar, encontraron gente hasta el jardín. Al fin, pudieron sentarse, en la quinta fila, reservada para la familia de los niños. Allí estaba todo el vecindario, hasta el ginecólogo que había atendido a la mamá de Carlitos. Ella, al ver al profesional, quedó sin respiración. La abuela notó el cambio de miradas. - Doña Asunta, al fin la tengo frente a mí. Hace varios años que esperaba este momento, aunque el lugar no es el adecuado, quiero explicarle que es la clonación. |
Lylián Rodríguez Méndez
lylirod@vera.com.uy
Publicado en el libro "Suave Despertar. Cuentos para Meditar" (2003)
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