L. S. Garini o Héctor Urdangarín
Las vidas de un
escritor secreto
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AUNQUE SUS delgados libros de cuentos contaron con el elogio (y el desconcierto) de la crítica desde el momento de su aparición en la década del sesenta, L.S. Garini (1903-1983) es un escritor casi desconocido por el público lector. Reticente para publicar (empezó a hacerlo ya maduro) lo fue también para publicitarse y es muy poco lo que se sabe de su vida. El arte moderno que conoció en París, ciudad en la que vivió en dos ocasiones, lo estimuló para construir una narrativa cuyo objetivismo lo emparenta en cierta medida con el
nouveou roman, y que hoy día puede ser considerada como precursora de una línea no realista impuesta en los últimos años en la literatura uruguaya. |
En 1937 todo había cambiado. No es que la añosa capital de la haute culture estuviese mal, pero para esa fecha el Viejo Mundo se había vuelto demasiado peligroso, y París quedaba en el corazón del riesgo. Por otra parte, la vanguardia artística, salvo Breton y algunos girones del movimiento surrealista, había optado por transformarse en vanguardia política reduciendo sus voltajes creativos. Ya en vísperas de la Segunda Guerra Mundial la fiesta había terminado.
Lo complejo era situar al escritor en esa realidad o, en todo caso, lo arduo era definir la realidad desde la visión de este nuevo raro. Tan difícil e incómodo era que pudorosamente Arturo S. Visca anotó en la nota preliminar de su
Antología del cuento uruguayo (1968):
Pero Visca aportó 1903 como fecha de nacimiento del escritor secreto en la segunda de sus antologías del cuento nacional, dato que nadie desmintió. Tampoco nadie había desmentido los cálculos de Rama (que llevarían el "natalicio" a 1909), ni los del propio autor que dijo en el reportaje antes citado:
"Tengo 69 años (ergo: "nací en 1908") y sigo acumulando
textos". En 1983 volvió a susurrarse apenas otra información: Garini, Héctor Urdangarín había muerto. Había vivido sus últimos años en una modesta casa en Camino La Cabra con escasos medios para subsistir, según el testimonio del escritor Julio Ricci, tenaz seguidor de Garini y editor de su último libro. "Para el caso de este cuento de Garini, QUEDA EXPRESAMENTE PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL. NI AUN MENCIONANDO LA FUENTE. Si bien los derechos sobre el mismo no son de nuestra pertenencia, así fue acordado entre Hum-bral y la persona que nos lo acercó" ¿Cuál era el origen? ¿Quién decide el destino de sus aparentemente múltiples inéditos? Desde el hipotético principio oficial, el que Garini estableció con Una forma de la desventura (1963), la crítica le fue favorable aunque no entusiasta. Una crítica acostumbrada a la narrativa urbana (Onetti, Benedetti, Martínez Moreno), que todavía miraba con desconcierto las experiencias de Felisberto Hernández o Armonía Somers, no podía aceptar así, de buenas a primeras, el extraño mundo de L. S. Garini. A estos últimos antecedentes se lo afilió, no sin cierta razón. Pero en rigor la crítica quedó bastante desconcertada ante sus ficciones y el misterioso manto, con aroma a posible nuevo mito, que cubría la identidad del escritor. Así, a José Pedro Díaz, Mario Benedetti, Cotelo y Visca, les incomodó la rígida sintaxis de los cuentos de Garini; se consideró que fatigaba el uso del "etcétera" y de las conjunciones. Desde el principio descolocó una tendencia que Benedetti define como "curiosa mezcla de afán de narrar y designio de ocultar". No se advirtió entonces que había un juego de máscaras también en sus relatos, donde un narrador, generalmente en primera persona, intenta objetivarse a través de un extraño distanciamiento que busca diluir la historia, reducir a la mínima expresión los datos de los personajes para expresar el absurdo y el grotesco, el dolor y la desventura. La suya es una curiosa forma del objetivismo que se adelanta a las experiencias del ahora viejo nouveau roman, y que (con firmes probabilidades) se nutre del ilustre antecedente de esta tendencia de la narrativa francesa: Tropismes (1939), los breves relatos de Nathalie Sarraute. Existe con ellos una relación de consanguinidad, porque en los relatos de Garini como en los de la escritora francésa, ocurre algo que describe Juan José Saer: el alejamiento "de las leyes de la sintaxis, tal como la entienden los amigos del 'buen decir' (...) La prosa tartajeante de la señora Sarraute, plagada de comas que no señalan el descanso calculado del discurso sino las vacilaciones propias de la conciencia". Así escribía Nathalie Sarraute en la gran urbe, en los mismos días en que Héctor Urdangarín, con el dinero de una herencia en el bolsillo, visitaba las exposiciones de pintura y aprendía del cubismo a observar los objetos. Los mismos días en que deambulaba silencioso y espiaba a la distancia ("soy un observador frío". dice en su magistral cuento "Equilibrio") la vida en las casas sórdidas, las casas de pensión que brotan en los cuentos de Garini. Seguramente en aquellas jornadas parisinas empezó a ensayarse en la escritura de sus relatos, en algún ignorado lugar de la "ciudad Luz" comenzó a pulirlos obsesivamente gestando infinitos borradores hasta alcanzar ese estilo vago y contradictorio que parodia al discurso esquizofrénico. Una noche de 1988, en su segunda estadía fugaz en Montevideo, Salvador Garmendia afirmó que si L.S. Garini "hubiera nacido en París, estaría traducido a todas las lenguas". El consagrado escritor venezolano ignoraba que un exacto medio siglo atrás Garini había soñado lo mismo, en la ciudad a la que Garmendia volvería de inmediato para cumplir con sus funciones de agregado cultural, en el París que le regaló la vocación de escritor.
La mirada de los otros |
por Pablo Rocca
El País Cultural Nº 162
11 de diciembre de 1992
Ver, además:
L. S. Garini en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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