Cronología bio/bibliográfica fundamental de
Horacio Quiroga |
"En cuanto a la parte biográfica son de lamentar algunas inexactitudes, de poca monta tal vez, pero lamentables siempre.
Es posible que, entendido así el autor biografiado gane en pintoresco; pero pierde en verdad, que es el punto capital." 1878. El 31 de diciembre nace HORACIO SILVESTRE QUIROGA FORTEZA en la ciudad de Salto. Es el cuarto hijo del matrimonio constituido por Prudencio Quiroga, vicecónsul argentino en aquella ciudad hacía ya dieciocho años, y de Juana Petrona Forteza, a quien familiares y amigos llamaban Pastora. Según apunta Jorge Lafforgue, su padre era "descendiente lejano del caudillo (de la provincia argentina La Rioja) Juan Facundo Quiroga, que en 1845 Sarmiento había erigido en figura clave de su texto más famoso: Facundo". Aun más, como lo ha demostrado María M. Garibaldi de Sábat Pebet, los Quiroga y los Sarmiento estaban emparentados; las dos familias se habían instalado en el sur de América en el siglo XVI. (Entronque de Quirogas y Sarmientos, Buenos Aires, 1951.)
La casa natal, sita en la calle Uruguay, con frente al norte (...) que sigue hoy estando en el centro (...) de la ciudad, había sido adquirida por la "Sociedad Prudencio Quiroga y Hna.", a Emilio Castellanos (...) el 21 de marzo de 1874. Allí, en una pieza al fondo de la propiedad, comercio y habitación al mismo tiempo, había nacido Horacio Quiroga" (Enrique A. Cesio, "Los bienes de Horacio Quiroga", en
Brecha, Montevideo, año II, Nº 76, abril 10, 1987, p. 29).
Luego de pasar un par de semanas en Salto decide radicarse en Montevideo. Vive con Julio Jaureche en una piecita larga y angosta" de pensión. Los amigos salteños se reencuentran para formar su segundo cenáculo, el "Consistorio del Gay Saber", así bautizado por un nuevo integrante del grupo, salteño también: Federico Ferrando. Por las tardes -y hasta las diez de la noche a lo sumo- se reúnen ruidosamente en el Café Sarandí, a pocas cuadras de la modesta sede de la agrupación literaria. Con el seudónimo Aquilino Delagoa (portugués), Quiroga publica un cuento en la revista
Rojo y Blanco (Nº 17, 7 de febrero ) y, en noviembre sobre un total de setenta y cuatro originales remitidos desde "toda América", obtiene el segundo premio del concurso de narraciones organizado por la revista La Alborada, con el relato "Sinrazón, pero cansado". En el jurado se encontraba Eduardo Ferreira junto a dos de los escritores más prestigiosos del Uruguay: Javier de Viana y José E. Rodó. El primer premio lo obtuvo el desconocido e irrelevante Oscar G. Rivas.
Mueren dos hermanos de Quiroga que llevan el nombre de sus padres (Pastora y Prudencio), el último era un bienio mayor que el escritor. Cuando declina el año aparece
Los arrecifes de coral, libro de poemas y breves narraciones, con una ilustración en la podada del pintor Vicente Puig que representa la provocativa imagen de una joven ojerosa, con uno de sus senos semidescubierto. El 5 de marzo Federico Ferrando se prepara para batirse a duelo con el poeta Guzmán Papini y Zás, luego de una fuerte polémica en la prensa por motivos literarios, la que concluye en insultos de consecuencias irreparables. Quiroga examina el arma de su amigo en la casa de éste en la calle Maldonado y, sorpresivamente, se le escapa un disparo que hiere de muerte a Ferrando. "Horacio Quiroga (...) tuvo que ser retenido a la fuerza, porque se quería eliminar tirándose a un aljibe que existía en la vivienda", recordó casi noventa años después Anastacia Albín, testigo directo del hecho. ("Un testimonio oculto: Así mató Quiroga a Federico Ferrando", en Brecha, Montevideo, Año VII, Nº 331, 3 de abril de 1992, p. 22.)
Estuvo detenido unos días hasta que su abogado (el doctor Manuel Herrera y Reissig, hermano del poeta) logró demostrar su inocencia. Una vez liberado, Quiroga partió de inmediato a Buenos Aires, donde pasó a vivir provisoriamente en casa de su hermana Maria. El "Consistorio", destruido por la doble ausencia, se disuelve.
Algunas versiones -no muy fundamentadas- aseguran que intentó incorporarse al ejército gubernamental durante la guerra civil que durante casi todo el año asoló Uruguay. Pero cuando se dispuso a integrarse, la guerra había terminado con la muerte del jefe insurrecto Aparicio Saravia (setiembre, 10). Sin embargo, no hay ninguna alusión a los acontecimientos de armas en las cartas a José María Fernández Saldaña de ese período. Aun más: en 1911 dirige dos cartas a su pariente en las que no vacila en decir que "si yo anduviera por (Montevideo) me declararía profundamente colorado y furioso batllista" (enero, 15); y en otra: "pasé la edad y época de la cobardía, siendo así que ahora no hay nada para mí más bello que la honradez-sinceridad en el orden moral, y la democracia en orden político" (marzo, 16).
A fines del año regresa a Buenos Aires, mientras que por su lado Albedo Brignole (retornando de Europa) se instala en la misma ciudad. Los amigos conviven otra vez en un pequeño departamento y concurren a la casa de Lugones a las tertulias que ofrece el escritor. Con otros intelectuales rioplatenses (Juan José de Soiza Reilly, Roberto J. Payró, Florencio Sánchez, etcétera) se reúnen en un Café de la calle Maipú. El 18 de noviembre colabora por primera vez en
Caras y Caretas. Semanario festivo, literario, artístico y de
actualidades, que representó un modesta pero sostenida fuente de ingresos a la vez que una importante vidriera para sus ficciones durante más de tres lustros. En 1928 Quiroga recordó: "En todo tenía injerencia", anotaron sus amigos; hasta en el nombre exótico que tomó de un personaje de su admirado Dostoiewski. Nada queda para entonces del dandy decadentista que viajó a París en busca de éxito literario y volvió sin un peso, nada queda del enfant terrible de la lejana juventud salteña, ni del bohemio excéntrico de aquel breve pasaje montevideano. Ahora, el desmelenado profesor bonaerense, el tertuliano intelectual de la ciudad se ha transformado, auténtico selfmade man, en rudo colono de la selva virgen, en empresario reiteradamente fracasado que sigue buscándose, que parece haberse encontrado. De cada derrota saca más fuerzas para seguir experimentando en la fabricación de dulce de maní y miel, en la plantación de yerba mate y de naranjas, en la destilación de este cítrico, en la fabricación de carbón, en la caza y en el cautiverio de algunas especies domesticables (un coatí, un búho). En mayo renuncia a la cátedra que retiene en el colegio bonaerense. El mismo año obtiene el nombramiento de juez de paz y oficial del registro civil en la jurisdicción de su residencia (San Ignacio). Llega al cargo por nombramiento directo del gobernador de Misiones, Juan José Lanusse, y desempeña sus funciones con muy poca dedicación, anotando en pedazos de papel los menesteres del registro (casamientos, nacimientos, defunciones) y guardándolos en una lata de galletitas. Su cuento "El techo de incienso" refleja estas acechanzas. En ese entonces se integra al medio donde se había radicado; observa, inquiere en la naturaleza que explora como un niño deslumbrado y en los hombres que estudia con detenimiento. Son éstos los tipos humanos característicos de la región (el peón del obraje, el "mensú" que ya había conocido en el Chaco), los "raros" que llegaron de lugares remotos y se quedaron allí; son la materia para los cuentos que se alinearán en Los desterrados, 1926. Dos de estos extraños hombres, Pablo Vanderdorp y Juan Brun, serán recreados literariamente como Van Houten (en el cuento homónimo) y Juan Brown (en "Tacuara Mansión"). Todavía en 1949 vivían en la zona cuando Emir Rodríguez Monegal la visitó en misión de estudio: "(...) Brun pasaba sus mejores horas leyendo. Alguien le había prestado la biografía de Quiroga que escribieron sus amigos (...) y la estaba leyendo lentamente (...) No conocía los cuentos de Quiroga porque éste no hablaba de literatura sino con los literatos, y a veces ni con éstos". El escritor se vincula con otros habitantes "muchas veces desterrados como él: Vicente Gozalbo, también salteño, encargado de farmacia, juntos fundan una sociedad en comandita para la explotación de la yerba mate, La Yabebirí (...) Su vecino Isidoro Escalera (...) Carlos Giambiaggi, otro uruguayo, salteño, pintor, excelente ilustrador de alguno de sus relatos, inicia a Quiroga en la escultura y participa en varios inventos y negocios del amigo. Paul Denis, hombre muy rico que al morir deja su fortuna a las prostitutas de Lieja".
Quiroga se había hecho tiempo para escribir en su nueva estancia selvática. De 1912 son sus festejados cuentos "A la deriva" (aparecido en la revista
Fray Mocho, Nº 6, junio, 7), "El alambre de púa", pero también la novela en "folletín" "El remate del Imperio romano" y tres artículos misioneros: sobre la caza, las hormigas carnívoras y la plantación de yerba mate. Todo indica que está llegando al punto culminante de su madurez narrativa y vital. El 15 de enero de 1912, tenía 34 años recién cumplidos, cuando nació su primer hijo varón: Darío. Pero esta vez se trató de un parto convencional, Ana María se trasladó a Buenos Aires a donde fue acompañada por su madre, quien había quedado viuda un año atrás.
Una vez desaparecida su esposa decide quedarse en la selva, criando en toda soledad a sus dos pequeños hijos. Continúa escribiendo y publicando gran parte de los relatos "para niños" que integrarán más tarde los
Cuentos de la selva, seguramente los mismos que en las largas horas de compañía le narraba a sus propios hijos. El relato "El desierto" (publicado en
Atlántida, Buenos Aires, enero 4, 1923) contiene grandes trazos de estos momentos. A fines de 1916 decide volver a Buenos Aires.
Construye la embarcación "La Gaviota", con la que realiza algunos paseos en el Paraná en compañía de ciertos amigos. "Por aquellos años -anota Rodríguez Monegal- Quiroga asiste a la primera conmoción social importante de la Argentina: una huelga tranviaria en que de algún modo se registran los primeros ecos rioplatenses de la revolución rusa de 1917".
El 23 de mayo le escribe al crítico uruguayo (y político batllista) Alberto Lasplaces, intentando afanosamente borrar la imagen de bohemia decadentista que había quedado fijada en su pasaje montevideano: "No pruebo jamás alcohol, ni lo he hecho nunca. Lo que puede haber en algunos cuentos de alucinación, es simple cuestión de adentro (...) Estas zonceras se las he contado precisamente para que Ud. no se equivoque, amigo. De lo que más me enorgullezco en esta vida es de mis correrías por el bosque, donde he tenido que arreglármelas yo solo. Y desde luego, son las narraciones de monte las que me agradan más". La carta concluye con una referencia a "los cuentos para niños que tengo intenciones de publicar en estos meses (...) Su posición oficial me puede dar buenas luces".
Publica luego su libro de cuentos El Salvaje y las primeras versiones de varios relatos que seis años después integrará a
Los desterrados: "Tacuara-Mansión" (agosto, 27), "La cámara oscura" (diciembre, 3), "El hombre muerto" (junio, 27).
Regresa de Europa el joven escritor Jorge Luis Borges. Trae en su maleta literaria los principios del ultraísmo, renovación vanguardista en la poesía que pronto cundirá entre los más nuevos y removerá todas las formas del discurso literario, en particular lucha contra el realismo y el modernismo agonizante. La jerarquía de Quiroga entre los de su oficio sería severamente cuestionada por este grupo, que exaltaría en su lugar a Güiraldes (quien el mismo año en que apareció
Los desterrados publicó su novela Don Segundo Sombra) y a Macedonio Fernández. Un extraño azar conectó a Quiroga con Macedonio en una oficina pública de Posadas, así se lo narró a Lugones en una carta de octubre 7, 1912: "El fiscal es hombre cuasi de letras Macedonio Fernández, que me inquietó, al conocerlo, con un juicio sobre Rodó: Es, todo él, una página de Emerson". Macedonio era, por entonces, un escritor inédito.
En esa misma casa de Vicente López lo había visitado una tarde, hacia 1925, el entonces jovencísimo escritor argentino José Bianco: "Recuerdo que en el tren fui leyendo Lucienne de Jules Romains (...) Lo recuerdo porque Quiroga no conocía la novela y yo le hablé de ella con entusiasmo. La casita era modesta, pero muy agradable. Había estanterías de pino (fabricadas por él) y libros encuadernados en arpillera (también encuadernados por él) (...) Por entonces, él no conocía a los escritores franceses que yo empezaba a leer con deslumbramiento: Giraudoux, Proust, Morand". En las confesiones epistolares (como ésta), siempre ostentó un severo pudor sobre sus intenciones estéticas, disfrazándolo -o atribuyéndole mayor entidad de la que sentía- con ropajes empresariales. No obstante, cabe destacar que, como afirma Martínez Estrada, "Lugones y él fueron los campeones de los derechos del trabajador intelectual". Y, como lo ha testimoniado Amorim, exigía pago adecuado por sus colaboraciones, enorgulleciéndose ante sus colegas de obtenerlo de vez en cuando. A principios de este año acusó recibo de la conferencia que dictó su compatriota, el escritor y crítico Carlos María Princivalle, dentro del ciclo de exposiciones que celebró oficialmente el centenario de la independencia política nacional en 1930. Allí (como antes con moderación lo había hecho Alberto Lasplaces en su ensayo de 1919) se hecha mano al mito Quiroga y se cometen varios errores "en la parte biográfica (...) lamentables siempre" (le hace notar el damnificado a Princivalle en carta del 5 de junio). No obstante, desde este ensayo breve (publicado en forma independiente e integrado en uno de los tres volúmenes colectivos Historia sintética de la literatura uruguaya, Plan de Carlos Reyles, Montevideo: A. Vila editor, 1930) Quiroga alcanza el estatus oficial en la literatura uruguaya, el mismo que Alberto Zum Felde (el crítico más importante) le niega en su Proceso intelectual del Uruguay aparecido ese mismo año con el curioso argumento de que a partir de Los Arrecifes de Coral, su obra pertenece a la literatura argentina. En la segunda mitad del año Quiroga decide trasladarse a Misiones con su mujer y su hijo, lo que define en enero del año siguiente. Salvataje desesperado de su matrimonio, hastío de la vida ciudadana, rechazo a las presiones en su trabajo consular, pueden ser las causas probables del traslado final.
A esta opción por la soledad, por la hurañía, se la compensa con el mismo cargo, la que podía ejercer en la selva con idéntica jerarquía y salario. Todavía entre los nuevos gobernantes uruguayos le queda algún influyente contacto.
En la correspondencia con Martínez Estrada menciona de continuo ciertos inconvenientes con personas de su relación (Liborio Justo, Samuel Glusberg) por su resistencia al comunismo y al estalinismo. Distanciado de su antes pregonada "furia batllista", quizá por desencanto ante los últimos acontecimientos, seguramente por su imposibilidad de integrarse a partido alguno, anota. "Como bien ve, un solitario y valeroso anarquista no puede escribir para la cuenta de Stalin y Cía" (Carta a Martínez Estrada, julio 13, 1936). Sufre, también, la contradicción de trabajar con las manos pero no ser un trabajador proletario, como de continuo se lo hacen notar los peones que le reclaman que "deje el trabajo para los mensú". El 31 de marzo el doctor Gabriel Terra, Presidente de la República, disuelve el Parlamento. Cogobiernan a partir de entonces el riverismo, el batllismo terrista y el herrerismo. Otros sectores batllistas, blancos y toda la izquierda pasan a la oposición al régimen de facto. El mismo día se suicida Brum. Las otras amistades de Quiroga quedan absolutamente marginadas del poder. Al cónsul misionero le queda poco tiempo en el usufructo del cargo.
Sólo un cuento, "Las Moscas (Réplica de "El hombre muerto")" publica en todo el año. "(..) Yo no soy uruguayo ni argentino (...) La sección uruguaya debe apreciar como es debido la conquista de un raro pájaro como yo", le escribe Quiroga a César Tiempo el 20 de agosto de 1934. Y muy cerca de su muerte, el 21 de noviembre de 1936, le hacía saber a Asdrúbal Delgado que había recibido "la excelente noticia de mi reincorporación oficial a la literatura uruguaya. Aún sin agasajos, me alegro del hecho. Al fin y al cabo hasta los elefantes van a morir todos al sitio donde dieron sus primeros trotes". Por la intermediación de Amorim y de Ferreiro, cada uno por su lado, merced a la expresa simpatía de Martín R. Etchegoyen, el gobierno lo nombra Cónsul Honorario, liquidándole cincuenta pesos al mes y permitiéndole que inicie trámite jubilatorio. Todo "en mérito a sus notorias y relevantes condiciones intelectuales". Por ese tiempo comienza a padecer una "hipertrofia en la próstata"; su mujer lo asiste aunque la relación sigue enfriándose; su hija Eglé se divorcia y "con el varón (Darío) no nos entendemos", le confiesa a su "hermano" M. Estrada. |
1936. En la correspondencia con Ezequiel Martínez Estrada arma el diagnóstico de sus propios achaques, haciendo gala de su autodidáctica erudición médica (dice deleitarse leyendo tratados de medicina y de agricultura, no dice lo mismo ni de su literatura ni de la ajena). Al mismo tiempo se jacta de su todavía intacto potencial erótico que la afección señalada no ha menguado. Pero la crisis de pareja llega al límite y su mujer vuelve a Buenos Aires llevándose a la niña consigo. Días después, describe la total soledad en la que está sumido refiriendo la espera de la correspondencia: "Yo sólo estaba con las manos sobre las rodillas, sin cartas, ni familia, ni nada. Pienso, hermano, en que he tenido un hogar durante nueve años, y que he sido abandonado por mi familia. Lo que lloro no es seguramente la mujer con la que no nos entendemos hoy un ápice, sino lo de antes, y la época en que nos amamos" (12 de agosto). La soledad no pudo derrotarlo, tampoco lo hace ahora. Relata paseos por el Paraná, sus últimos trabajos, su devoción siempre viva por Dostoiewski y por el Brand de Henrik Ibsen; le agrada descubrir nuevos narradores norteamericanos como Hemingway y Caldwell; se irrita con su viejo maestro Lugones por "la torpeza de su prosa actual". La guerra civil española lo conmueve, confirma su devoción republicana: "No quiero nada de militares, mi grande fobia, y tampoco de curas" (19 de agosto). A fines de setiembre viaja a Buenos Aires para atenderla enfermedad que los "buenos clínicos" que hay en Posadas no se atreven a tratar. Se interna en el Hospital de Clínicas, allí su mujer lo cuida con devoción, allí goza de la permanente compañía de sus compadres: "Charlábamos de literatura, empero; y ése fue el tema central de nuestras charlas en el Hospital de Clínicas". A menudo salía del Hospital a dar alguna vuelta, a visitar algún amigo. Tal vez fue entonces que un joven ignorado, Juan Carlos Onetti, quien vivía en Argentina en ese tiempo, lo vio fortuitamente "en una esquina de Buenos Aires. Lo había leído tanto, sabía tanto de él, que me resultó imposible no reconocerlo con su barba, su expresión adusta, casi belicosa (...) Era inevitable ver, mientras él esperaba el paso de un taxi sin pasajero, que su cara había estado retrocediendo dentro del marco de la barba. Continuaban quedando la nariz insolente y la mirada clara e imposible que imponía distancia. Y cuando apareció el coche y Quiroga revolcó su abrigo oscuro para subirse recordé un verso de Borges (...) que dice, en mi recuerdo, "el general Quiroga va en coche al muere".
Según Alfredo Mario Ferreiro, probablemente a fines de este año o a principios del siguiente: "Amorim se lo llevó a "Las Nubes", a su casa de la calle Paraguay, en Salto, cerca de la estación ferroviaria, en la parte norte de la ciudad. Ahí lo tiene a Quiroga un tiempo (...) Vicente Batistesa, quien se hace amigo suyo en el Hospital, le atiende con solicitud enternecedora (...) le tiende la cama que Quiroga destiende a menudo para recostarse vestido. (...) Quiroga, cuando se siente mejor, puede salir del Clínicas, donde está como en su casa. Sale y torna a entrar. (...) El mal avanza, sordo, implacable, decididamente. El que mejor lo sabe de todos, es el propio Quiroga". La travesía final hacia su lugar de origen fue posible en tanto Enrique Amorim gestionó ante el ministro de Instrucción Pública de Terra, Eduardo V. Haedo, el apoyo imprescindible para tal destino postrero. Las cenizas del escritor fueron conducidas desde el Cementerio de la Chacarita personalmente por Amorim y Alfredo Mario Ferreiro (quien lo consignó en una precisa crónica) en un automóvil particular y dentro de una copa de bronce que, mal soldada, dejó escapar algunas cenizas del muerto que manchó los trajes de los amigos. Antes de llegar a la Aduana fue reparada por un hojalatero e introducida en una urna tallada en madera de algarrobo con la forma de la cabeza de Quiroga, obra del escultor ruso-argentino Stefan Erzia. Cubierta por la bandera uruguaya la urna viajó en el mismo barco que quienes la repatriaban, rodeada por las multicolores valijas de los pasajeros. "El 1º de marzo lo traeríamos a Quiroga, Amorim y yo, hasta el Parque Rodó, donde lo aguardaba una muchedumbre más curiosa que acongojada. (...) (Nos acompañaban) Borges, Gernuchoff, Fernández Moreno, Ipuche, Morosoli, Manuel de Castro, Tiempo y tal vez algunos otros (...)" (Ferreiro). El discurso de despedida fue leído por el poeta y narrador Pedro L. Ipuche, quien no ahorró elogios, ni asociaciones estéticas desconocidas: "Quiroga integra, hipostáticamente, una luciferina trinidad con Lautréamont y Julio Herrera y Reíssig". ("Horacio Quiroga", en El yesquero del fantasma. Entretenimientos, Montevideo: Ministerio de Instrucción Pública, 1943, p. 164). Mientras tanto el gobierno uruguayo no trasladó la renta diplomática a Maria Elena Bravo, dejándola en una situación económica comprometida, al tiempo que la casa de San Ignacio -de acuerdo con el testimonio de Martínez Estrada- "fue literalmente saqueada. Penetraron en ella vecinos que hasta poco antes formaban parte de sus amigos regionales, después linyeras y maleantes, y se llevaron cuanto pudieron alzar". Pocos papeles personales sobrevivieron a esta inclemencia y, asimismo, al descuido de su familia, desprolijidad tal vez debida a las múltiples fracturas que ésta padeció por largo tiempo. Otros documentos sobrevivieron en el cuidadoso empeño y afecto de sus amigos, en el paciente rastreo que durante años llevó adelante Roberto Ibáñez (1907-1978), quien salvó para siempre una multitud de cartas, testimonios, iconografía y objetos personales. Signos sin los cuales no podría reconstruirse el itinerario vital del escritor. |
por Pablo Rocca
Horacio Quiroga
Selección, prólogo, bibliografía, cronología y notas de Pablo Rocca
Instituto Nacional del Libro - 1994
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Horacio Quiroga en Letras Uruguay
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