Una poética |
La chica hermosa que caminaba por la bahía detuvo su andar; dirigió su atención a una madera flotante y esperó a que la corriente la arrimase. Fue en vano, un viento del norte empujó la madera al río adentro. Entre los escombros de la orilla se sentó, y su mirada abarcaba el puerto y el cerro. Observó la planta de combustible y al barco que marchaba por el canal. Se preguntó qué era la poesía y dejó su mente libre como las gaviotas que volaban hacia le crepúsculo. “La poesía es un ritual verbal y de las potencias del alma”, pensó. “También es una doncella frágil con cabellos de serpiente”. Tirando piedras al agua se dijo: “La poesía es una onda de sensaciones”, “o bien una catedral ornamentada por signos misteriosos”. Y mientras seguía tirando piedras al agua pensaba: “Es un lenguaje primitivo y antiguo como el idioma de los ángeles”. “La poesía necesita un intérprete para que la belleza refulje con su luz”. “Generadora de mundos anímicos se hace noble y verídica como un atardecer”. La noche cerraba el día en tanto las luces de la bahía creaban una sinfonía singular refractándose en el río. Y pensó: “Para que exista poesía el intérprete debe ser influido por entidades suprahumanas que le permitirán componer el poema, es decir, la forma del contenido”. “Es un brindis con el espíritu y un almuerzo con el intelecto”. “Es conciencia y lógica amalgamadas con el inconciente y la impresión fugaz que hacen que el pensamiento poético se convierta en un discurso que evade leyes conceptuales y alumbra rincones de la verdad sin desvelarla del todo”. Por un momento su vista se posó sobre una estrella y reflexionó: “Es un acto netamente humano como sembrar o pescar”, o bien, “una visión sobre la vida y la belleza sin necesidad de escritura, simplemente una postura vital desde la cual se puede extraer la belleza de los desagradable y espurio”. “Hay potas que desnudan la verdad hasta el esqueleto y por eso se hace repulsiva y escatológica”. “Un ascensor que sube o baja como el ánimo, un vehículo que va o viene como un dolor”. “Es misterio, posesión, fármaco; se viste de amante o de muerte, es hogar o tumba, paisaje urbano o naturaleza, reflexión e impresión, coloquio o metalenguaje”. En tanto pensaba un murciélago le rozó la cabeza perdiéndose en la oscuridad. Y se repitió a sí misma: “La poesía es leyenda o mito, a veces jeroglífico para los iniciados o discurso abstruso para los neófitos” “Es creación en base a una experiencia”; y encendió un cigarro mientras contemplaba una constelación, murmuró: “Es el lenguaje donde el objeto es por analogía, por metáfora, el concepto y la cosa es esencial en su nombre, su significado y su significante no son arbitrarios. Nombra a las cosas por su verdadero y misterioso nombre”. “Mientras haya perfume, sonido, sabores, paisajes y texturas habrá poesía. El intérprete o poeta que perciba esto se convertirá en antena de la humanidad, en un miembro sagrado que aprehenderá la esencia de la vida”. Y tirando la colilla del cigarro a un rincón de los escombros afirmó para ella misma: “La poesía es una maldición, un estigma, una herida sin cicatrizar; quien la prueba se adiciona y es capaz de desdeñar otros discursos. Piensa poéticamente y lo vive; se embriaga de vicios y virtudes y hasta se cree superior. Habla consigo mismo cuando escribe, como un loco, y explora regiones del espíritu que a veces están vedadas”. Y con desdén agrega: “La poesía se convierte en hechizo, es sustancia adictiva, en una maldición difícil de quitar, en videncia o mancia en vigilia, en dolor por no poder escribir; la poesía nos habita de diferentes formas ...” Y aquí se calló cuando el relámpago iluminó el cielo. |
Federico Rivero Scarani
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