Marosa di Giorgio: “ Quisiera contar cómo nacían las cosas”. Sylvia Riestra |
En la semana del 15 al 19 de agosto de 2005, se cumplía definitivamente el vaticinio que hiciera Wilfredo Penco veintiseis años antes, en el prólogo de “Clavel y tenebrario” de que “(e)n los años venideros, más tarde o más temprano, una aureola mítica rodear(ía) el prestigio literario de Marosa di Giorgio Médicis.” En esa semana, en la Biblioteca Nacional, la necesidad de recordarla y de compartir ese recuerdo, congregó tarde a tarde, desde las 18 hs. hasta la noche, a escritores, profesores, psicoanalistas, videístas, actores, editores, amigos, familiares, músicos, pintores, fotógrafos, y sobre todo, lectores. Fueron jornadas académicas, donde se expusieron estudios sobre su obra, se exhibieron películas, fotografías, pinturas, manuscritos, se hicieron representaciones teatrales, y se oyeron emotivos testimonios. El 17 de agosto se cumplía un año de su muerte.
La
obra de Marosa es vastísima, compleja, apasionante, asombrosa. Empieza a
publicar en 1954
1
y muere pocos días antes de que se
publicara su último libro.
No
se parece a nadie. Se han buscado referentes literarios. Lautreámont,
Delmira, los surrealistas, pero acaso sólo se encuentre algún matiz,
alguna hermandad poderosa. Su obra asombra y desconcierta donde vaya, pero
particularmente en nuestro país, donde aún hasta la literatura fantástica,
tiene un corte racionalista, intelectual. Es rara la naturalidad de lo
fantástico de esta escritura, una falta de lógica sin culpas, sin
necesidad de explicarse; raro el mundo que muestra, el modo en que lo
hace, las perspectivas que asume; esa visión a veces microscópica y
panteísta de todo lo existente: “no pasa nadie, sólo, de vez en vez,
cruza el aire alguna guinda, un santo pequeñísimo”
(De
La mesa de esmeralda
). Sus textos son híbridos, como los califica Echavarren. Es incómodo encontrarles el género literario justo. No lo hay. Cuentan historias como los cuentos, van conformando un universo como las novelas, y tienen el poder primitivo, conmovedor de la poesía. A partir de la recreación de las chacras de Salto donde vivió su infancia y adolescencia, se ingresa a un espacio y un tiempo míticos. Desde el primero hasta el último de sus libros, se ahonda, se hurga, se explora un mundo que se puebla de “cosas desconcertantes : azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la escuela misteriosa [...], asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas” (De Historial de las violetas ). Historias sagradas, situaciones extrañas y extremadamente naturales se suceden. Todo es terrible, extraordinario, extraordinariamente real, y revelador de algo. “Y cuando nos mudamos a otra vivienda, tampoco nadie comentó nada. Lo cuento, ahora, que, ya, parece un cuento” (De Clavel y tenebrario ). Aunque a veces pueda no entenderse bien de qué tratan sus textos, no hay duda de que son verdaderos, de que están animados por una fuerza brutal, por una pulsión incontenible. “Estaba sentada delante de la viña, y podía aparecer el monstruo delante de esas viñas. Su edad era la que, justamente, atraía a los monstruos, según decían siempre” (De Camino de las pedrerías ). Todo es lo que es y es símbolo. La nube, la huerta, la mariposa, la liebre, la boda, el miosotis. Todo parece reproducirse permanentemente, todo es creación continua, inspiración, partenogénesis, mitosis, como se llame. Leer un poema de Marosa es asistir al día en que se creó el mundo: “Entonces, era el alba de la vida” (De Clavel y tenebrario ) .
Es
difícil saber si el sujeto poético, referido muchas veces como Marosa,
es una persona, un hada, una flor, una liebre. Tampoco importa. Es todo
eso. Hay un animismo primitivo. Muchachas que se enamoran de caballos
desdeñosos, murciélagos que fuman y copulan con la dueña de casa, los
animales que hablaban, los hongos de carne levísima que eran parientes de
la familia. “En las noches de enero, las diablas daban a luz, aquí
cerca, y allá lejos, bajo sus negras melenas, sus largas pestañas”.
(De
Clavel y tenebrario
).
“La luna cayó sobre mí; la pasé a
Nidia, que me la vovió, hasta que se fue al suelo, trizándose como un
plato
”.
“De todas partes, surgen animales
entrelazados”
(De
La mesa de esmeralda
).
Escritura
donde cada cosa es y no es. Rural y urbana. Profundamente antigua y
absolutamente contemporánea, futura, extemporánea. Poemas paradigmáticos,
a la vez que fragmentos de una novela, de una historia de la creación.
Profundamente católica, sus páginas están habitadas de ángeles y vírgenes,
pero sobre todo, de diablos “Dentro del espejo está el Diablo. El que
aparece, de tanto en tanto, por la casa” (
De
Mesa de esmeralda
). Son varios libros y uno nuevo y el mismo
cada vez.
Multifacética, multiforme, Marosa también incursionó en las performances . En realidad su voz, su lectura, ya eran naturalmente performáticas. Con sólo leer en voz alta, generaba un mundo, una atmósfera fascinante de comunión, de ceremonia de iniciación, de nacimiento del verbo. Hasta su aspecto era de otro mundo, su voz honda, su presencia. Su cabellera intensa, larga, pelirroja, la asemejaba a un cardenal del campo; sus ojos inquisitivos, sus lentes punzantes, a una lechuza de la noche o de la Acrópolis. Destellaba, irradiaba, hasta atemorizaba, como sus textos. |
[1] Marosa nació en Salto, Uruguay, en 1932, y murió en Montevideo en 2004. Publicó: Poemas , 1954 . Humo , 1955. Druida , 1959. Historial de las violetas , Magnolia , 1965. La guerra de los huertos , 1971. Clavel y tenebrario , 1979. La liebre de marzo , 1981. Mesa de esmeralda , 1985. La falena , 1987. Está en llamas el jardín natal , Membrillo de Lusana , 1989. Misales , 1993. Camino de las pedrerías , 1997 . Reina Amelia , 1999 . Diamelas de Clementina Médicis , 2000. Rosa mística , 2003. Flor de lis , 2004. Bajo el título de Papeles salvajes se recopilaron en dos tomos, casi todos sus libros . |
Silvia Riestra
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