Juan

 
Juan: 

Mi vejez me hizo un loco. Mi vejez me hace acordar cada instante de mi madura inmadurez. Cada día tengo un recuerdo loco de cada día, y cada recuerdo me aleja de esta loca e insensata vejez. Cada momento que estoy acá, en este mundo de locos, me enloquezco con sensatez, me doy cuenta de que no quiero morir. 
Soy viejo, tan viejo que ya ni pelo tengo, no sé ni que es ser jóven, sólo por un vago recuerdo que por las mañanas me invade. Me acuerdo cuando tenía la esperanza de vivir, de querer, de tenerlo todo sin tener nada, de sólo pensar que todo estaba en querer, no en tener. Me acuerdo que todo lo que me rodeaba me alcanzaba, que cada paso que daba, que cada vez que miraba pensaba en mi vejez, pensaba en lo perfecto que iba a ser... morir, haber vivido y que todo haya llegado a su fin. Me acuerdo que vivía en un mundo imaginario donde todo lo tenía o donde nada me faltaba. 
Ahora estoy acá tan lejos de ahí como antes de acá. Es difícil creer en algo que en realidad no existe. Pero hoy sólo busco una razón de morir y de no ser una sola sombra que pasó por el mundo, que ni siquiera dejó un par de huellas en él, sólo un nombre...
Y antes de hacerlo, quiero contarte algo de mi. Soy tu abuelo y creo necesario que sepas algo de mi vida.
Cuando tenía diciocho años me fui de mi casa a buscar nuevas aventuras, y mi madre me escribió una carta: 

Ro: 
Te vas y con vos voy yo, siempre, por más lejos que te vayas, yo voy a ser tu madre y vos mi hijo. Cuidarte fue una de mis mayores metas, quererte fue sólo un pequeño precio de estar viva. No creas que no te entiendo, entiendo que quieras olvidar tu pasado para vivir un futuro un poco mejor, y para eso te tenés que alejar de acá. Lo entiendo, lo comprendo, pero no lo acepto y con ello no quiero decirte que no te quiero, o que por esto te voy a olvidar; al contrario, quiero decirte que te quiero con locura y con resignación, resignación a perderte. El mayor miedo de los padres es perder a sus hijos, que crezcan, que los olviden, pero yo entiendo que no te pierdo, aunque tenga ese miedo, sé que tenés que crecer. Espero que esto te sirva, te sirva mucho, que cambie tu vida, que la haga mejor, o peor, pero en definitiva que la haga distinta, que la haga valiosa. Que encuentres el sentido de vivir.
Ro, mi hijo mayor, te voy a extrañar. Espero que por lo menos cuando hables de mí, no hables con desprecio. 
No me odies por no haberte podido dar todo, y sobre todo espero que me entiendas, entiendas que no siempre pude estar ahí, no porque no quise si no porque no supe cómo estar. Sé que cuando tu padre se fue, tuviste que crecer más rápido, que te costó. Sé que no te gusta hablar de él, pero en definitiva es tu padre, el único. Nadie, por más que yo quiera, va a poder reemplazarlo.
Sé que no te sirve de consuelo, pero me ayudaste mucho todo este tiempo, y nunca nadie va a poder cambiar eso, nadie va a cambiar la personita buena e inocente que tenés dentro, ni los años. Sólo, y quiero que lo sepas, lo que tenés adentro es rencor, odio, pero no maldad.
Bueno, espero que esta carta te haya podido explicar más como soy, cómo me siento cuando me levanto, cuando no les puedo dar lo que quieren. 
La mayoría de mi vida, en realidad, lo único que esperé de ella es haber podido ser una buena madre; la mitad de las veces siento que fracasé, que mi vida fue un gran fracaso. 
Perdonarme va a ser difícil, pero con el tiempo me vas a poder entender, y cuando entiendas me vas a poder perdonar.
Te quiero
Tu madre, la única, Alicia 


Esa carta que escribió mi madre antes de que yo me fuera son las últimas palabras que ella me dirigió y siempre las recordé... 
Me fui a un pueblo muy chiquito junto al mar. Me quedé en una casa de madera muy chica, que por la ventana entraba el ruido de las olas rompiendo en la arena.
Una noche escuché música en una casa y fui hasta ahí para mirar. Unas personas me invitaron y yo solo entré...



Lo conocí sin querer, en una fiesta olvidada, perdida por la música vieja y gente comiendo. Un par de cervezas calientes, pizza con muzzarela hecha por la abuela, hamburguesas de papá y una torta boba que costó toda una tarde de trabajo. Gente riendo, gente pensando, gente que nunca había visto y si la había visto nunca pensé en estar con ellos. Gente querida, gente contenta, gente triste. Todo fue una combinación de alegría con odio, de tristeza con amor, fue algo raro lo que pasó esa noche. Esa noche en la que se veían estrellas bajo un telón gis de nubes perdidas. Las estrellas apagadas y el cielo iluminado, la luna en todos sus tonos de blanco, los árboles que hacían figuras con sus sombras.
Todo parecía sorprendente pero a nadie de aquel lugar parecía importarle, todos se preocupaban por su parte de lugar allí, a nadie parecía importarle si la noche era perfecta o no. Solo querían pasarlo bien, así fue... como te conocí, así fue como lo conocí. Te conocí en una noche que a nadie le importaba si era de noche o de día, que nadie se ponía a pensar un segundo si era feliz, porque de ser así no podían disfrutar de la felicidad. Solo importaba la felicidad propia, porque tampoco nadie pensaba si el otro era feliz... esa noche marcó muchas cosas en mi vida, tantas que nadie puede imaginar...
Realmente no me acuerdo con mucha seguridad lo que pasó, tal vez parte de lo que cuente ahora fue más mi imaginación que otra cosa, ya que el tiempo paso tan deprisa... el tiempo pasa deprisa como sin preguntar antes de dar un paso. Si preguntáramos a la gente que tan deprisa pasa el tiempo, algunos dirían que pasa tan rápido como un segundo, otros dirían que pasa tan rápido como queremos y otros, los que no son del todo felices, dirían que el tiempo pasa ten despacio que hasta tienen tiempo de mirar el reloj, mirar cada segundo, un segundo interminable. Yo digo, y no lo afirmo porque no soy quién, que el tiempo es parte de la vida, la vida no es para siempre, el tiempo tampoco, no pasa ni rápido, ni despacio, ni pasa como nosotros queremos, sólo pasa, porque así debe ser, como una obligación. No pasa en un segundo, ni en un minuto, ni en una hora ni en un año, eso es un vulgar invento de los hombres, que como siempre pretenden ser importantes y para ello debieron inventar la "hora", el tiempo...

Después de cortar la torta y bajarla con un buen vino, fumar algún cigarro, hablar de algo, reír, cantar "que los cumplas feliz", obligar a alguien a comer un poco de torta, tirar vino, tirar la torta, jugar, etc. Todas las cosas que se hace después de una buena fiesta... 
Fuimos a la playa, una playa llena de ruidos extraños, ruidos que hacen pensar que la vida es un poco más que una mierda, que hacen pensar en esa persona querida, la persona con la que pasarías horas mirando el cielo y escuchando ese ruido que más que ruido es una melodía perfecta para el romance loco y perdido. Un par de troncos y un fogón en la arena fría, una rueda e historias locas, historias de terror, de amor, una carcajada a algún chiste. Gente juntando leña, y por supuesto, un loco enamorado recitando poesías de amor a su novia. Un perro, un ladrido, un extraño "fuera" conocido y alguna payasada. Horas mirando como la leña se consumía extrañamente y como sorprendentemente te hacía sentir un calor loco. Una buena canción, un bostezo, un poco de sueño, melancolía. Cuando parecía que no había nada que decir, cuando parecía que nadie tenia nada que contar ni de que reír, mi papá empezó a contar una historia, una de esas cursis tan cursi que llega al alma y te hace pensar que el amor existe esos días que crees que es solo una fantasía. Cuando te ponés a pensar que el amor es sólo para algunos, unos pocos, los que tienen suerte...

La gente más vieja empezó la retirada, la famosa ida a acostarse, a querer soñar. Subir la duna que está entre la playa y la calle. Mirar atrás y ver como un pequeño grupo queda quieto, intacto, como sin querer irse de ese lugar mágico que está hecho para hacer locuras. Uno que no es grande y que no es chico que quiere estar ahí y dormir ¿qué hace? ¿Se queda y busca nuevas aventuras, o duerme y sueña con imposibles?. Creo que en ese momento mi mente quedó en blanco, no pensé quién era, que quería hacer y sin pensarlo volví al fogón casi apagado. Me quedé ahí, viendo qué hacían, algunos aburridos se fueron, otros empezaron a caminar por la orilla mirando cómo las olas rompían casi en sus pies, poco a poco el fogón quedó vacío, ya sin gente. Seguí al grupo de gente ya reducido. Poco a poco, el pequeño grupo, se fue separando en parejas, y yo, ahí caminando sola bajo las estrellas, no lo voy a negar, tenia un poco de miedo... pero seguí caminando como sin saber adónde vas pero sí adónde querés llegar. Él caminaba unos pasos adelante mio, me miró, lo miré, me esperó, lo esperé. Nos encontremos como sin querer, no sé por qué locamente supimos que teníamos que estar juntos, que teníamos que hacer este recorrido, pasar esa noche juntos los dos, de la mano, hablando, riendo, abrazándonos, no sé, de cualquier manera, pero teníamos que estar juntos... 
Una mirada penetrante una, una sonrisa perfecta, hicieron que esa noche fuera soñada, con su sonrisa, con su mirada, pensé que lo conocía de siempre. Sentí una extraña sensación de soledad y de amor, me sentí volando. Caminamos sobre las huellas ya marcadas, sin pronunciar palabra, sólo íbamos abrazados sabiendo que uno cuidaría del otro sin importar el miedo o el peligro que corriéramos. El ruido de un encendedor, la luz de un cigarro prendido, una pitada, una sonrisa, un beso y las estrellas de testigo. Nos sentamos en una duna baja, miramos el cielo, el frío empezó a subirnos de los pies a la cabeza, la nariz roja y las manos heladas, aunque sòlo era una noche de octubre. Un silencio largo, un olvido oculto. Despues de un rato en silencio le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Rodrigo... y él me pregunto el mio y le dije que me llamaba Julia.

Después de esa noche nos seguimos viendo, sobre todo en verano. Pero el verano pasó y había que empezar las clases. Ese años me mudé a Montevideo.

Durante el verano trabajé en la playa vendiendo caravanas y collares, que era lo único que sabía hacer. Con esa plata me alcanzaba para pagarme la casa y poder vivir. Pero el verano se estaba terminando. 
Cuando Juana me dijo que se iba para Montevideo no lo podia creer, no sé cómo ni cuándo, pero me habia enamorado de ella, la amaba. No podía permitir que ella se alejara de mi.
Así que me fui para Montevideo, alquilé una casa barata que quedaba enfrente a la suya. Mi casa era mucho más chica y un poco más gris que la de ella, pero la tenia cerca. Ella estudiaba en un liceo muy lejos y yo trabajaba de mañana y estudiaba en un liceo al que podía ir caminando.
Pasó un año, el año mas feliz de mi vida. Nos veiamos en las noches y jugábamos a contar estrellas mientras nos jurábamos amor eterno. 
Una noche ella salió al balcón para saludarme y no se precisamente cómo, pero se cayó. 
Ella estaba ahì y yo la miraba. Salió con un cigarrillo en una mano y los fósforos en la otra. Cuando levantó la mano para saludarme se le cayeron los fósforos, se le cayeron en un hueco que quedaba en el borde del balcón. Los trató de agarrar y se cayó. Yo no lo podia creer. Bajé lo más rápido que pude, la miré y ella me miró. Aunque estaba muy mal. Me dijo que iba a estar bien y que yo tenía que estar bien.
Cuando vi la ambulancia que llegaba, sentí una sensación muy rara. Todavia tenia esperanza que ella estuviera bien. 
Pasaron unos días, ella estaba en el hospital y todo seguía igual, yo estaba tan triste que no sabía qué hacer. 
Una mañana de primavera que corría un suave viento y el sol brillaba suavemente, ella murió...
Pasó tan deprisa el tiempo,el verano había llegado, volví al pueblo chiquito donde la conocí... 
Me sentía solo como un árbol en otoño cuando pierde las hojas, tan frio como el polo. No había nada que hacer esa noche de verano perdido en un pueblo chico frente al inmenso mar... mi casa que tan solo quedaba a cinco pasos de la playa parecía haber perdido la forma, no habia cuartos ni ventanas, ni baños, ni puertas, ni cocina... parecía una enorme cueva en la que sólo estabamos mis recuerdos, mi pasado y yo. Nos encontrámos a solas y no habia forma de escapar de aquel lugar que me enloquesia lentamente...
A lo lejos se veia una poco de fuego, y a treves del ruido del mar, se escuchaba una dulce melodia. Recorrí los cinco pasos mas largos de mi vida y sentí la arena tibia.
No podía seguir solo porque sentía que me iba a enloquecer. Asi que lentamente me acerqué al fogon. Habían unas personas cantando, fumando y tomando un poco de alcohol pero, aunque a simple vista parecian no se qué, eran muy buenas personas. Tenian más o menos mi edad. Nos hicimos amigos, tan amigos que no pasabamos un día sin vernos. Ellos me hacían alejar del mundo, eran tan locos, tan felices y tan especiales...que me hacian ser feliz. Me convencieron de que la vida es linda, divertida y que está para vivirla. Con ellos volví a ser feliz, nunca olvidé a Julia, pero pude acordarme de mi vida.
Entre ellos había una chica que era tan loca y tan libre al mismo tiempo que no pude no enamorarme de ella...
Cuando fuimos un poco más grandes nos casamos y tuvimos muchos hijos y vivimos en una casa grande frente al mar.
Hoy soy viejo y ella murió y no sé cómo vivir, porque me acuerdo de ella y se que le gustaría que siga vivo, pero pienso en mi y sin ella no puedo vivir. Fui tan feliz con ella. La amo...
No creo que pueda seguir en este mundo sin su libertad y su amor... 
Juan: vos conocías a tu abuela, era todo para mi. Su libertad, su amor y sus locuras. Cada día tenia una nueva historia para contar.
Antes de despedirme quiero que sepas que te quiero mucho...
Tu abuelo.

Martina Repetto

 

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