No lo niego, señores

poema de Mercedes Rein

No lo niego, señores,
me gusta esta alimaña
que me roe el cerebro. Las palabras,
después de un largo y duro adiestramiento,
son capaces
de ponerse a bailar sobre la punta

de un alfiler o tejer en el aire

un dibujo más fino que la sombra

de una telaraña. Son capaces

de inventarme la luz a medianoche

y clavarme su acero en la garganta.
Y por eso un día de éstos
voy a ver si las llevo conmigo a la feria
y allí entre mil pregones
y frutas y verduras
y flores y gallinas desplumadas,
pisoteando jazmines
y cáscaras, papeles, vidrios rotos,
ofreceré mi pobre mercancía,
sacaré mis palabras amaestradas,
para bailar en medio de la plaza
y tramar una farsa,
                            un guiñol,
                                      una agonía,
inventar diez cabriolas,
un alma desangrada y pordiosera,
una sombra secuaz, volatinera.
Con estos y otros tantos artilugios
de antigua magia y nueva juglaría,
me basta con juntar unas monedas
e ir jugando al azar
mi esperanza. Por esas calles de Dios,
sin mirar donde caen, ir perdiendo al pasar
mis palabras. En el rocío de las madrugadas,
impregnando la tinta de los diarios
rodarán por alguna alcantarilla —
                                              y eso es todo.
Señores, en el fondo
— y no me entiendan mal — 

la poesía
es cosa tan sencilla y cotidiana 

como el pan y la sal.
Y tan sagrada.