| |
Domingo veinticinco de diciembre.
Se nos acaba el siglo.
Qué hago aquí bajo el morado
follaje del alto ciruelo que se inclina
cabeceando como un viejo
filtrando el sol que enciende
un suave rosa antiguo en sus hojitas nuevas
y un verde jubiloso salpicado
por todo el tierno césped.
Más alto y luminoso que el ciruelo
sin una sola nube el amplio cielo
con su pequeña luna en el creciente
como pintada en tiza junto a una
chimenea tiznada de hollín.
Cómo llegué hasta aquí.
Mi pie desnudo roza
acaso por error el paraíso.
El pasto recién cortado y húmedo.
Miro la luna inmóvil,
colgada en el azul que empalidece
vertiginosa y quieta y el silencio
de la tarde ocultando sus rumores.
Un incesante crepitar sugiere
la caída del agua en una fuente
pero son las semillas de la hiedra en el muro
que se secan y caen sobre la tierra ardiente.
Y sigue estando allí la misma luna
blanca y fugaz cual una
pequeña mancha de tiza
que traza jugando un niño ciego.
No se ha movido y los minutos pasan.
Falsa imagen de calma y verdadera
ilusión de armonía en esta tarde
dominical vacía y plena
donde sólo disuena mi cerebro
que zumba y se pregunta cómo
cómo llegué a este claro
armonioso jardín. Cincuenta años hace
tiemblo al pensarlo
que mi sangre palpitó maravillada
ante una telaraña tejida con la luz
y el silencio de la tarde las palabras
como frutos maduros
no se sabe de dónde venían.
Un enjambre que aún hierve en mi cabeza.
Y afuera el mundo un perro ladra
con justa indignación un niño
chilla en la tarde calurosa
y el agrio griterío de los pájaros
y el violento estallido de un petardo
que no quiere decir nada.
El ciruelo sacude pensativo su cabeza.
Pero aún resplandece temblando con la brisa
el verde tierno de la hiedra en los muros del jardín.
Las cotorras salvajes destempladas
expulsaron de la ciudad a la suave paloma
que antaño entonaba su gemido de eterna congoja.
Un leve soplo mensajero de la noche
refresca mi frente estaba ahí
el día pleno estaba en mí
el verano
este claro sereno paraíso
que brota de mi pecho como una
fuente y me dice es así porque debe ser
así
mientras mi hermano
se hunde paso a paso en el dolor,
su oscuro sigiloso insaciable
dolor
y nadie puede
nada nadie puede
nada.
La nube pasó.
La luna era una nube.
No quiero ver ni oír ni estar
en este imperdonable paraíso.
Existe sin embargo la armonía
la eterna inexplicable la sagrada.
No sé dónde ni cuándo y sin embargo
la busco todavía.
Los pájaros rompieron el espejo
y un grito como un niño enceguecido
temblaba desangrándose perplejo,
con los ojos trizados, malherido.
Líquido galgo, huye la luz clara
y llega desde el fondo de la noche,
engendro del silencio, sombra rara,
el verso con su mueca de fantoche.
Tendrás que dialogar con el vacío
cuando el miedo te apriete la garganta
y en tus sienes estalle el desvarío.
Mas sonreirás también, darás la mano
y dirás que esta sombra no te espanta
y buscarás la luz, en vano, en vano
Esta rutina gris de horas perdidas
en estrechos, sombríos corredores,
recoge por salario sus heridas
y breve luz de turbios resplandores.
Así pasan de largo nuestras vidas
consumiendo su tiempo entre labores
mezquinas. Como ciegas o suicidas
van gastando esperanzas y sudores.
A solas con tu sombra, sin testigo,
en el silencio de tu pobre pieza
esconderás tu voz buscando abrigo.
Pero si hoy te fatiga esta tristeza
¿a dónde irás mañana? No habrá fiestas
ni plazos diferidos ni respuestas.
Es preciso velar hoy más que nunca
en medio del silencio, esta penumbra
que nos cruza, nos pierde, nos separa.
Esta voz no es la nuestra,
la de ayer, la de hoy, nuestra emisaria
de profundos silencios como frutos
maduros en la sombra.
Los que callan
suelen pasar de largo apresurados,
los relojes les marcan el compás
-no hay tregua, es una trampa - los que callan
se buscan sin palabras, se despistan
y se cierran las puertas.
Y por eso esta voz no es más que un eco,
un leve desvarío del silencio
entre cuatro paredes sin respuesta,
mientras cruza la noche con sus gritos
lejanos,
sus calles peligrosas
y sus arduos secretos.
Pero el canto
dispersará las sombras que nos ciegan,
velará sin pensar en la fatiga
y morirá al llegar la madrugada.
Requisitoria contra
el miedo. Consigna:
hacer un pacto con los escarabajos.
Requisitoria contra
el gimoteante guiñol que cotidianamente
ensayamos frente al espejo
inventándonos perfiles
penosamente ajenos. Consigna:
destrozar los perfiles,
dejar en paz los espejos.
Requisitoria contra
la objetividad. Uno no puede
tener en cuenta todos los factores
y sonreír al mismo tiempo.
Porque andamos azorados y ciegos,
huyendo como ratas en el humo
y queremos saber con quién estamos
y contra quién. Consigna:
cuidado con los escarabajos.
Requisitoria contra
la paz. Porque en tiempos de paz
se nos confunden
las cifras y resulta abrumadora
la contabilidad de los muertos.
Porque la paz maneja su guadaña
tan sigilosamente que
ni nos damos cuenta
de que nos sangra el tímpano. Consigna:
ahogar las moscas en agua mineral.
Y por fin, requisitoria contra
la filantropía.
Por las razones obvias que anteceden
porque las plañideras están roncas
y llenas de deudas,
porque la pobre víctima se pudre
a pleno sol y escandalosamente
quiere bailar, ciega de luz y ya
no es tiempo de consignas.
|