A la guerra en taxi |
A
la guerra en taxi
fue estrenada por Teatro del Umbral
(www.bibliotecah.org.uy.uy/teatro; correo-e: drama@montevideo.com.uy), con
dirección de Sandra Massera y Marcel García, en mayo de 2002 en el
Teatro Cervantes de Montevideo. Participó luego en el festival XIII
Temportales Internacionales de Teatro de Puerto Montt, Chile, y realizó
gira por las ciudades de Valdivia y Ancud. Realizó luego presentaciones
en los teatros Florencio Sánchez y El Sótano de Montevideo.
Personas
inspiradoras de los personajes Amedeo
Modigliani Escultor
y pintor italiano. Trabajó en París entre 1906 y 1920, con una estadía
de un año en el sur de Francia. No fundó ningún grupo ni firmó ningún
manifiesto. No tuvo seguidores. Sus obras figuran entre las más cotizadas
de la pintura del siglo XX. Tuvo una hija. Murió de tuberculosis. Chaim
Soutine Pintor
bielorruso. Trabajó en París entre 1913 y 1943. Pintaba lo deforme y lo
podrido. Gran amigo de Modigliani. Produjo muy poco desde 1930. Maurice
Utrillo Pintor
francés. Trabajó en París entre 1904 y 1955. Hijo de la pintora Suzanne
Valadon. Desde muy joven padeció gravemente de alcoholismo. Pintaba
paisajes desiertos de Montmartre, casi siempre a partir de postales. Fue
salvajemente explotado, durante los últimos treinta años de su vida, por
el marchand griego Pétridès. Fue íntimo amigo de Modigliani. Ilya
Ehrenburg Poeta,
novelista y periodista ruso. Trabajó en París entre 1908 y 1917 (entre
otros períodos). Conoció a Modigliani, a quien trató con frecuencia
durante su estadía en París. Dejó registro de esa relación en sus
memorias. Ehrenburg se relacionó libremente con la mayoría de los
artistas que trabjaban en París, sin afiliarse a ningún movimiento. Moïse
Kisling Pintor
polaco, que trabajó en París desde 1910. Fue muy amigo de Modigliani.
Tuvo moderada fortuna cuando comenzó a ser adquirido por coleccionistas
judíos. Junto con Conrad Moricand, realizó la máscara mortuoria de
Modigliani. Pintó un cuadro a dos manos con Modigliani. Conrad
Moricand Astrólogo
francés que realizó junto con Kisling la máscara mortuoria de
Modigliani. Fue retratado ácidamente por Henry Miller, quien lo conoció
a través de Anaïs Nin en los años 30. Jean
Cocteau Poeta,
dramaturgo y director teatral francés. Fue amigo de Modigliani.
Participaba con entusiasmo del círculo de Picasso. Intentó integrar a
Modigliani a los círculos conspirativos de los pintores emergentes que
intentaban el copamiento del ambiente artístico parisino. No tuvo éxito.
Dedicó una breve monografía a Modigliani, publicada en 1958. Max
Jacob Poeta
y dibujante francés. Fue muy amigo de Modigliani. Judío de origen, se
convirtió al catolicismo. Su padrino de bautismo fue Picasso. Murió en
un campo de concentración para judíos durante la segunda guerra mundial.
Jeanne
Hébuterne Pintora
francesa. Produjo muy poca obra. Fue compañera de Modigliani desde 1917,
y madre de su hija. Se suicidó al día siguiente de la muerte de
Modigliani, a los 22 años de edad, embarazada de 9 meses. Lunia
Czechowska Polaca.
Amiga de Modigliani durante los últimos cinco o seis años de su vida.
Fue protectora, consejera y colaboradora de Modigliani y Jeanne. De sus
memorias –escritas para relatar su relación con Modigliani- es posible
deducir que sentía un profundo amor no correspondido por Modigliani. Germaine
Labaye Francesa.
Amiga de Jeanne. Ha aportado, a través de sus hijos, algunos documentos
acerca de la vida de Jeanne y su relación con Modigliani. Obras
citadas en el texto Numerosos
diálogos de los personajes se refieren explícita o implícitamente a los
siguientes textos: 1.
Dante Alighieri, Commedia
(La divina Comedia). 2.
Charles Baudelaire, Les
fleurs du mal (Las flores del mal). 3.
Arthur Rimbaud, Une
saison en enfer (Una temporada en el infierno). 4.
Max Jacob, Poesías. 5.
François Villon, Poesías. 6.
Amedeo Modigliani, Poesías. 7.
Lautréamont, Les
chants de Maldoror (Los cantos de Maldoror). 8.
Jean Cocteau, Opium (Opio). 9.
Ilya Ehrenburg, People and life 1891 – 1921. 10.
Jacques Lipchitz, Modigliani. Es
recomendable que los actores se familiaricen con estos textos,
especialmente con la poesía, que forma parte esencial del universo verbal
e imaginario de los personajes. PERSONAJES Amedeo,
pintor Chaim,
pintor Maurice,
pintor Max,
poeta Jean,
poeta Jeanne,
pintora Germaine,
amiga
de Jeanne Lunia,
amiga de Amedeo Ilya,
poeta Moïse,
pintor Conrad,
amigo de Moïse Obrero,
Alguienes 1, 2 y 3, Desconocido En
la puesta en escena de Teatro del Umbral, los siguientes grupos de
personajes fueron actuados por un actor: Marcel García: [Chaim,
Moïse y Alguien 3]; Nelson González: [Maurice,
Ilya, Jean y Alguien 1]; Roberto Foliatti: [Max,
Desconocido, Conrad, Alguien 2 y Obrero]; Sandra Massera: [Germaine
y Lunia]. Alfredo Álvarez actuó Amedeo
y Lila García actuó Jeanne.
ESPACIO Escenas
1, 2, 3, 4, 7 y 9 Un
café con al menos dos mesas y seis sillas. Escenas
1 y 13 En
comunicación con el café, una calle a la que dan varias puertas de
casas. Escenas
6 y 8 El
estudio de Amedeo, separado de otro ambiente por una puerta. En el
estudio, una silla sobre la que hay un bastidor donde pinta Amedeo; sobre
un cajón, una piedra a medio esculpir. Herramientas e instrumentos de
escultura y pintura. Puede haber una cama donde posa Jeanne, u otra silla.
Escenas
5, 10 y 12 Una
habitación en un nivel elevado, con una ventana hacia el exterior.
Escena
11 Una
morgue con una camilla o mesa alta.
Hechos
reales La
obra relata episodios de la vida de Amedeo Modigliani, tomados de diversas
fuentes documentales a partir de una investigación cuidadosa. Sin
embargo, la obra no tiene una intención didáctica. La puesta en
escena debería acercarse más al mundo espiritual de los artistas de ese
período –cubismo, dada, futurismo, fauvismo, expresionismo- que a un
naturalismo de registro histórico.
A
la guerra en taxi Escena
1 CALLE. Un
obrero arrastra una carretilla. En la caja hay un cuerpo de mujer con el
vientre abultado de nueve meses de embarazo. Recorre una calle hasta una
puerta que da acceso a un vestíbulo desde donde arranca una escalera. Con
dificultad, levanta a la mujer, la carga en brazos y sube la escalera
hasta el final. Golpea la puerta que da al descanso de la escalera. Nadie
responde. Vuelve a golpear. El cuerpo pesa. La puerta se abre, y el hombre
inicia un paso hacia adentro, pero la puerta se cierra con estrépito. El
hombre vacila, pero luego emprende el regreso. Baja, coloca con cuidado el
cuerpo de la mujer en la carretilla y se aleja de la puerta de calle. Camina
un buen rato, hasta que llega a otra puerta, donde nuevamente se encuentra
despedido. Más recorridas, nuevos rechazos. Finalmente se detiene a
descansar en un rincón. No
lejos de allí, Amedeo
y Ilya
toman vino a la mesa de un BAR. Ilya El
Infierno es la mejor parte. Ya el Purgatorio se ablanda, se parece
a una excursión por el campo. Amedeo
Es
un viaje por la montaña. Ilya No
deja de ser una excursión campestre. Pero el Paraíso es
insoportablemente rosa. ¿Es que Dante gastó tanta energía en escribir
el Infierno que la fue perdiendo a medida que avanzaba? Me parece que se
trazó un plan, pero sin tener idea del lío en que se iba a meter, y
luego quiso ser consecuente con su plan pero no estuvo a la altura del
desafío. Amedeo Cual
quien practica el peligroso juego de
mirar eclipsarse el sol, persiste, y
de tanto mirar se queda ciego, tampoco
mi mirada a ver resiste la
última luz, que habló: “¿Por qué se ciega tu
vista en querer ver lo que no existe?”[1] Dante
estuvo realmente en el Paraíso; y no un paraíso cualquiera; su
paraíso, construído por él, hecho de los más bellos versos jamás
escritos. Ilya ¿Es
el Paraíso? Quedarse ciego no parece una bienaventuranza. Amedeo ¿Quién
dijo que no hay terrores paradisíacos? Pero la visita de Dante al Paraíso
fue tal vez peor infierno que sus visitas al Infierno. En el Infierno podía
sentirse afortunado al comparar la suerte de los condenados con su propia
vida en la Tierra. Pero en el paraíso la comparación no lo favorecía: ¡Ay,
cómo yo me turbo en lo más dentro al
mirar de Beatriz el rostro amado y
no poderlo ver, aunque me encuentro en
el mundo dichoso, y a su lado![2] Ilya Reconozco
que oirte decir esos versos cambia bastante la idea que tenía de ellos. Amedeo Cualquiera
forma sustancial, por ende distinta
a la materia y a ella unida, virtud
en sí específica comprende, que
no es sino en sus obras advertida y
sólo se demuestra en el efecto, cual
de la planta en el verdor la vida. Así,
de donde venga el intelecto de
los juicios primeros, nadie sabe, ni
la primera inclinación o afecto, pues
son en todos instintiva clave, como
hace miel la abeja: algo indistinto donde
ni elogio ni censura cabe.[3] Purgatorio,
canto dieciocho. Ilya
¿Todo
está en la Comedia? Amedeo Hay
tanto, que podemos creer que está todo. Pero mira (saca
un libro ajado del bolsillo). Aquí está lo que allí falta. Ilya ¿Qué
libro es ese? Amedeo Los
cantos de Maldoror.
Es un libro sólo del Infierno, como te gusta a tí. De Isidore Ducasse,
un hombre extraño, que vivió su infancia en una ciudad sitiada. Lo
descubrí por casualidad. Una mañana me desperté embotado por el efecto
de una pesadilla. Había soñado que me despertaba por la noche, bajo una
luz de luna, en una casa pequeña que estaba en medio de un jardín
infernal. Me levantaba y caminaba hacia una puerta oculta por una cortina.
Una cortina terrible: de seda pesada, de terciopelo tal vez, color sangre,
casi marrón, quizá sangre coagulada. El viento lunar movía lentamente
la cortina, con amplias ondulaciones serpenteantes. El borde inferior
trazaba eses lentas y majestuosas. La tela era, lo supe al acercarme,
ordinaria y basta, y lo que yo había tomado por terciopelo no era otra
cosa que una textura asquerosa producida por el roce. Corría, en el sueño,
la cortina, y veía entonces una estantería donde reposaban algunas
cabezas en cuatro o cinco anaqueles. Tomaba una cabeza entre mis manos, y
comenzaba a roer el cráneo, mojándome los labios con la costra viscosa
de la sangre, produciendo un crujido al clavar los dientes en la textura
pilosa. (Ilya está afectado por
la asquerosa visión).
Me
desperté con la impresión de esa pesadilla. Debo decir que en realidad
no era una pesadilla. El sueño me daba una sensación extraña de poder.
Esa mañana, caminando luego del desayuno, me detuve a hojear algunos
libros viejos. Me encontré con esto: (hojea el libro, busca hasta que
llega a una página marcada; lee:) “Con una cabeza, cuyo cráneo roía,
en la mano, subí por los ascendentes peldaños de una elevada torre.
Llegué, con las piernas fatigadas, a la plataforma vertiginosa. Miré la
campiña, el mar; miré el sol, el firmamento; empujando con el pie el
granito, que no retrocedió, desafié la muerte y la venganza divina con
un abucheo supremo y me precipité, como un adoquín, en la boca del
espacio”. [4]
(Permanece en silencio) ¿Te das
cuenta? ¿No te parece que, como Dante, Lautréamont habla del peligro de
ver? Ilya ¿Lautréamont? Amedeo Era
su seudónimo. No sé qué significa. Aunque en el libro nombra la ciudad
sitiada, Montevideo, y tal vez el mont
del seudónimo tenga algún significado secreto asociado a ese raro nombre
de ciudad. También en esa palabra hay ecos de visiones y de alturas. Ilya Ese
fragmento que leíste me hizo recordar a Baudelaire: Oigo
al cráneo en cada burbuja que
gime y que ruega: “¿Este
juego ridículo y feroz cuándo
acabará? ¡Pues
lo que tu boca cruel en
el aire esparce, mosntruo
asesino, es mi cerebro, mi
sangre y mi carne!”[5] Mientras
Ilya
y Amedeo
hablan, la mujer de la carretilla (Jeanne
) comienza a moverse muy lentamente, se incorpora, se pone de pie, se
quita la barriga de embarazada, y comienza a arreglarse hasta convertirse
en una estudiante de pintura. Una amiga (Germaine
aparece y comienzan a hablar en voz baja, a reir y hacer bromas. Luego, se
dan el brazo y caminan juntas. Jeanne La
Academia sólo es buena porque me permite escapar por unas horas de mi
casa. Pero no encuentro allí nada nuevo. Germaine
Nada
nuevo... ¿Y tu príncipe japonés? Jeanne (Riendo)
Es cierto; pero no tiene nada que ver con la pintura... Germaine Creo
que todo comenzó con una sesión de desnudo. Jeanne No
te lo imaginas... Todos creen que yo fui a posar para él, pero en
realidad fue lo contrario. Le pedí que posara para mí. Tenía
curiosidad. En la Academia, los desnudos masculinos son tan impersonales.
Además, allí no se puede ver bien... ¡Usan taparrabos! Germaine
¡Qué
ridículo! Jeanne Foujita
se quitó toda la ropa y me dejó explorar a gusto. No voy a engañarte:
al principio me resultó un poco incómodo, sobre todo porque... Germaine No
me lo digas... ¿Él se puso...? Jeanne Yo
intentaba copiar lo que veía con la mayor fidelidad. Pero tuve que
borrar, volver a empezar... Su cuerpo cambiaba. Germaine No
me digas nada: cambiaba de tamaño... Jeanne Y
de forma... (ríen). La
amigas se acercan a la mesa de Amedeo y Ilya,
que continuaban su conversación y la lectura de Maldoror. Ilya
¡Germaine!
Ven, quiero presentarte a mi amigo. (Amedeo se pone de pie,
respetuosamente, para saludar a las muchachas). Jeanne,
Germaine. Amedeo, artista pintor. Amedeo Es
un placer conocerlas, señoritas. (Las dos muchachas le dan la mano a Amedeo, y luego se
sientan a la mesa. Dirigiéndose a Ilya:
) En realidad, la escultura es mi actividad más seria. (Saca
un paquetito de papel de un bolsillo, lo desenvuelve y ofrece unas
bolitas) ¿Haschish? (Todos
se sirven y degustan la golosina. Amedeo
sirve vino para las muchachas). Amedeo
“Cantaba
un día el alma del vino en las botellas...” (Amedeo
espera que Ilya
continúe). Ilya
“¡Hombre,
hacia tí yo envío, oh querido desheredado, Ambos
“bajo
mi cárcel de vidrio y mi cera encarnada, “una
canción llena de luz y fraternidad!”[6] Ilya Es
curioso que a un pintor le guste tanto la poesía. Amedeo La
poesía y la pintura es la misma cosa. Más curioso es que tanto al pintor
como al poeta, y al banquero y al obrero les guste por igual el vino. Lo
que a mí me resulta extraño es lo poco que les gusta a los poetas la
pintura. Ilya A
mí me gusta la pintura. Amedeo Hablo
de otra cosa. Mira: (vuelve el
rostro hacia Jeanne). Tú, poeta, miras el rostro de Jeanne. En
seguida se te ocurren miles de palabras, cientos, al menos; te dan ganas
de cantar la belleza, la pureza... (vacila,
se sumerge en la contemplación de Jeanne),
la fiereza, la pasión, la timidez, el descaro, la ligereza, la
profundidad, la agudeza, la gravedad (vuelve
en sí). En fin, te dan ganas de hablar, de poner en palabras lo que
ves, tal vez lo que sueñas.
Ilya Amedeo
En
cambio yo, cuando veo un rostro que me gusta, que me arrebata, que deseo,
que admiro o que me atrae por cualquier motivo, quiero de inmediato
tocarlo con la mirada. Cuando pinto, es como si acariciara con los ojos.
Lo que hacen mis ojos se completa con lo que hacen mis manos. Por donde
pasan mis ojos, mis manos pasan luego, digerido por mí, convertido en la
pintura. Eso es pintar: apropiarse del cuerpo de otro. Germaine
Pero
eso es un poco egoísta. Amedeo No
más egoísta que el deseo de hacer el amor. Lo distinto de ese egoísmo
es que termina resultando en una entrega completa. Es cierto, quiero
pintar a Jeanne porque me gusta su rostro, y nada me gustaría más que
acariciarlo suavemente. Pero si lo hago por medio de la pintura, mi deseo
se satisface más, y el mundo termina teniendo una pintura de Modigliani. Ilya Pero
¿qué diferencia hay con los poetas? Amedeo Los
poetas parece que no necesitan tocar. Las palabras son una manera de
mantener la distancia: permiten que las personas se comuniquen sin
necesidad de tocarse. Germaine Entonces
tú no le dices cosas dulces a tu amante cuando le haces el amor... Ilya Pues
yo podría escribir una poesía sobre una mujer que tu comenzarías a
desear desde el primer verso. Amedeo No
sería tu mujer, sino una mujer que yo imagino desde el trampolín de tus
palabras. En cambio, si yo pinto una mujer, su imagen será más poderosa
que tu imaginación. La pintura se impondrá sobre tus ideas, y estarás
deseando a mi mujer. Ilya Escucha: Niña
blanca de cabellos rojos, cuya
ropa agujereada deja
ver la pobreza y
la belleza, para
mí, poeta pobre, tu
joven cuerpo enfermizo lleno
de pecas tiene
su dulzura[7]. Es
la pelirroja de Baudelaire, no la que tú quieras imaginar. Es el mismo
caso que con tu pintura. Tu retrato siempre será una idea acerca del
modelo. Haces una nariz con un trazo en forma de jota; muchas narices podrán
ser representadas por ese trazo; yo le daré a tu trazo la nariz ideal que
pueda, o que quiera, dentro de los límites de tu dibujo. Del mismo modo
que “niña blanca de cabellos rojos” te permite llenar con una serie
de imágenes la idea de la muchacha de Baudelaire. Amedeo Puede
ser. No lo discuto. Tal vez para el lector..., para el que mira la
pintura... Pero para quien la hace, no hay dudas de que pintar es
acariciar por adelantado, hasta lo más hondo, al modelo. Jeanne ¿Entonces
no es lo mismo pintar un hombre que pintar una mujer? Porque las caricias
serán diferentes... Claro... en el caso... (se
da cuenta de que todo depende de la preferencia sexual del pintor, y por
eso se pone incómoda). Amedeo No,
para mí no es lo mismo, claro. La relación que yo necesito con mis
modelos es muy íntima, y, al menos en mi caso, las relaciones íntimas
con varones son diferentes a las relaciones íntimas con mujeres. Ilya Todos
los pintores, creo, necesitan una relación íntima con sus modelos. Amedeo Pero
mira la banda de Picasso. Ellos pueden pintar lo mismo un trozo de pan que
una mujer desnuda o un paisaje. Yo no encuentro sentido más que en la
gente. Los cuerpos, los ojos, los gestos. No podría pintar otra cosa. Y
mira ese horrible cuadro de Picasso, El
burdel de Aviñón. ¿Se puede imaginar un maltrato peor al cuerpo
humano? Es porque ellos no encuentran diferencia entre un cuerpo de mujer
y una baúl de viaje. Les da igual. Me hace gracia cuando algunos dicen
que sólo sacan lo que tienen dentro, que no tienen intenciones de crear
un nuevo estilo. ¿Pero cómo carajo saben qué tienen dentro? ¿Cómo
saben siquiera si tienen algo dentro? (comienza a enfurecerse) Estas cosas me ponen furioso. Por eso me
gusta la escultura, la piedra. Dentro de la piedra está la obra. ¿Qué
hay dentro de mí? ¡Nada! ¡No hay nada! Entonces lo busco dentro de la
piedra. (salta de la silla, hace los
gestos de martillar la piedra) ¡Con el martillo y el cincel rompo la
cáscara, saco lo que hay adentro, lo obligo a salir, porque dentro de mí
no hay nada, nada! Jeanne
se para, rodea sus hombros con su brazo, lo obliga suavemente a sentarse.
Todos beben en silencio. Salen
todos, menos Amedeo. Escena
2 En
el bar. Maurice,
Chaim
y
Amedeo. El
primero está bastante borracho. Los tres beben. Chaim
permanece en absoluto silencio mientras los otros
hablan, con una sonrisa bobalicona en el rostro. Cuando habla, lo hace
atropelladamente, empujando las palabras unas contra otras. Maurice ¿Sabes
por qué tomo, yo? Amedeo No
sé, no sé: porque eres un borracho. Maurice Es
que. La pregunta que te hago... La pregunta es, justamente, la siguiente,
permítame el señor patricio que se la exponga en términos alternativos:
¿Sabes por qué soy un borracho, yo? Amedeo No
me hagas la pregunta de nuevo. Maurice Porque
yo voy ahí, ahí a la lavandería, donde está la banda de Picasso. Voy,
¿no? Y qué pasa. Eh, ¿qué pasa? Amedeo No
sé qué pasa, ¿qué pasa? Maurice Ah,
me vas a decir que no sabes qué pasa. ¿Nunca fuiste a la lavandería de
Picasso, con la gorda Stein y la Fernanda? Está buena la Fernanda, la
puta que lo parió a Picasso. Cada mujeres... Amedeo A
tí no te interesan las mujeres. Maurice ¿Qué?
¿Qué estás insinuando? ¿Qué soy puto? ¿Ehé? Amedeo Que
no te interesa nada más que el vino y la pintura, eso digo. Maurice Ah.
(largo silencio). Bueno. ¿Fuiste
o no fuiste? Amedeo Sí,
cuando recién llegué a París. Después dejé de ir. Maurice ¿Y
por qué dejaste de ir, eh, por qué? Amedeo No
sé qué tiene que ver con los motivos por los que eres un borracho. Maurice Todo,
tiene que ver todo. Porque Picasso te atrapa, te quiere afiliar, no te
deja solo. Claro, tiene miedo que te vayas con Matisse. ¡Matisse! Pero más
miedo tiene de que te vayas solo. Entonces te habla, te habla, te habla, y
te va llenando la cabeza, con que la pintura negra, con que la perspectiva
italiana, con que la revolución, con que los tiempos nuevos, y la cabeza
se te pone redonda, los bigotes se te caen, las rodillas se te aflojan, y
Picasso sigue, y sigue, y sigue, y de vez en cuando mira a la gorda Stein,
a ver si lo está escuchando, y la gorda lo escucha y sube y baja la
cabeza, y se come una bola de haschish, mastica y sube y baja la cabeza, y
Picasso te sigue hablando, y hablando, y hablando, y lo único que yo
quiero es un pedazo de cartón, una postal para copiar, unos pinceles y
pintura, qué cara es la pintura, así que no hay nada de eso, sólo la
gorda y Picasso que habla y habla y habla, y entonces... Amedeo ¿Entonces? Maurice Entonces
me tomo todo el vino, porque nadie escucha con más calma que un borracho.
Y yo quiero escuchar, me esfuerzo por escuchar. Igual después Picasso se
enoja, porque no me acuerdo de nada de lo que dijo, pero yo le digo: Pero
Pablito, no te pongas así, Pablito querido, entre españoles... Amedeo Tú
no eres español. Maurice Se
lo digo para molestar, él tampoco quiere ser español. Le digo: entre
españoles nos entendemos; tú no me hablabas a mí, le hablabas a la
tertulia, y le hago así (gestualiza con sus manos dos grantes tetas). Pero Picasso se enoja,
y me echa. La verdad es que me echan de todas partes. Amedeo Lo
que no entiendo, Maurice, es esa manía tuya por pintar lugares sin gente. (silencio).
Esas calles desiertas, desoladas... (silencio) Ni un ser humano, nadie... (Amedeo
comprende que la ausencia de gente es una manera de pintar gente, la gente
que conoce Maurice).
Bueno, sí , es todo una mierda. Chaim
Ayer
pinté mierda. Maurice ¡Qué
vocación, qué vocación por los orígenes! Chaim
Iba
por la calle, ¿no? así, por la calle, ahí, abajo, atrás de la plaza,
¿no? y veo un caballo de esos anchos, esos del norte, así, de los
carros, ¿no? y el caballo va y camina, y sin parar, caminando, así, ¿no?,
va y caga. Tremenda cagada, así, pláf, en la calle, ¿no?, y otra, pláf,
y otra, pláf, y otra, pláf. ¡Un verde, Amedeo, un verde increíble! Yo
dije: tengo que pintar esta cagada, yo tengo que pintar esta cagada. Pero
no tenía nada, ni pincel ni nada. Y el verde, pero no sé cómo decir, el
verde era el verde más brillante, el verde más verde del mundo. Verde.
¿Y qué iba a hacer? Fui y agarré un poco de mierda, y me la metí en el
bolsillo (muestra el bolsillo, del
que caer unos trozos secos de bosta), y allá seguí. Fui a lo de
Rosalía, porque algo tenía que comer, pero no más entrar viene Victor,
esa bestia, y me dice que tenía olor a mierda y que me fuera. Yo creí
que era una broma, porque siempre me dice que tengo olor a mierda, pero
no: me echó. ¡No pude comer! Me pasé la mañana buscando algo de comer,
y no pude. El día entero buscando algo para comer. Y cuando llegué a la
habitación, y saco la mierda, miro, ¿no? y qué veo: ¡el verde
desapareció! Se había secado. No me gustó la desparición del verde.
Era un verde que daban ganas de llorar, un verde, Amedeo, un verde,
Maurice... ¡Qué verde! (comienza a
sollozar). Amedeo Bueno,
Chaim, bueno... el mundo está lleno de caballos... Chaim
(recuperándose
bruscamente) Cierto.
Pensé, mirando el verde desaparecido: Si un caballo, bestia primitiva,
puede producir un verde tan bello, ¿cómo no podré yo, ser superior
dotado de espíritu, hacer un verde aún mejor? Así que me fui al
potrero, ahí, ¿no?, ese, atrás de la iglesia, y me comí unos pastos. Amedeo ¡Ajj!
¡Bestia! (Maurice
ríe silenciosamente). Chaim
Dije:
con este pasto, voy a cagar verde como el caballo, y voy a estar
tranquilo, en mi habitación, con mi verde bien protegido, cerca de las
pinturas, y voy a pintar el bello verde que fabrique. Esperé toda la
noche, y de mañana me vino una descompostura tremenda, así que dije: ¡Gracias,
Dios mío, por el verde que has de darme! y puse un cartón en el piso y a
producir. No fue lo que yo esperaba: todo marrón, con pedacitos de pasto
crudo. Qué mal que se digiere el pasto, pensé, ¿no? un poco
desilusionado, pero después, observando mejor, me dí cuenta de la
belleza del marrón que tenía delante de los ojos. ¡Qué marrón, Amedeo,
qué marrón! ¿Cómo puede este mundo desgraciado darnos cosas tan
bellas? Amedeo No
se puede pintar mierda, Chaim. No está bien. La mierda siempre será
mierda. El mundo está lleno de mierda, ¿para qué, encima, pintarla? Chaim
Pero
no me importa la mierda, Amedeo, me importa el verde, el marrón. Amedeo Para
eso, ¿qué necesidad de mierda tenías? ¿No te bastaba pintar verde, o
marrón? Chaim
¿Tú
me dices eso? Acá adentro no hay nada (se
toca la cabeza). Nada. Está todo afuera, en el mundo. Lo único que
hay pasa por acá (se toca los ojos). Si no veo, no puedo pintar. ¿Qué sentido
tiene? Si no hay algo, no existe, si estuviera sólo acá (la cabeza) no pasaría por acá (los
ojos); ¿qué necesidad de pintarlo, entonces? Amedeo Tienes
razón. Pero hay que elegir. No pintas sólo verde, pintas también mierda.
Chaim
Sí,
claro, ¿y qué te hace suponer que la mierda es peor que un rostro de una
de tus amigas? ¿Y por qué el rostro, o las tetas, y no los pies, eh? ¿Por
qué no pintas los pies? No he visto ningún cuadro tuyo en el que hayas
pintado los pies de una mujer. Amedeo Es
que los pies... ¿Ves? Ahí hay un buen argumento: los pies me gustan.
Beatrice tenía bellos pies. Pero los pies son... los pies son masculinos,
no, los pies son penetrantes, no, los pies simbolizan...
¡No se puede pintar los pies! Basta de hablar de pintura.
Parecemos unos críticos de arte. ¡Al vino! ¿O no somos artistas, por
Dios? Beben
un rato en silencio. Maurice
¿Te
has enterado de la última orden del General Gallieni? Amedeo No.
¿Qué ha ordenado el futuro nombre de bulevar? Chaim
Creo
que será una avenida. Amedeo Tiene
el exotismo adecuado para un bulevar. Maurice
Habrá
que esperar al final de la guerra. Tal vez no le alcance ni para un callejón.
Pero escucha: ha ordenado enviar refuerzos al Marne. Amedeo Sí,
yo quise ir. De hecho, me presenté. Chaim
Te
rechazaron porque eres extranjero. Amedeo No;
al parecer tengo tan mala salud que temen por mi vida. Maurice
Ya
sabes que el suicidio está penado severamente. ¡Guillotina, juíisssss!
Pero lo que quería decirte es que ¿a que no adivinas qué hizo para
transportar a los soldados? ¡Contrató a todos los taxis de París! ¡Todos
los soldados a la guerra, en taxi! Salen
Maurice
y Chaim
.
Escena
3 En
el bar. Max
y Amedeo.
Max habla casi
siempre con cierta leve afectación, como si estuviera declamando una poseía. Max
En
el Infierno, Dante y Virgilio inspeccionaban un nuevo barril. Dante daba
vueltas alrededor. Virgilio meditaba. No era más que un barril de
arenques salados. Eva, siempre bella, habita estos lugares, doblada por la
desesperación, aunque encuentre en su desnudez el consuelo de un nimbo.
Apretándose la nariz, declaró: “¡Oh! ¡Esto huele mal!” y se alejó.[8] Amedeo Puedo
entender que no te gusten las mujeres; pero me parece de mal gusto
odiarlas hasta tal punto. Max
Ah,
si no fuera por Cécile, hoy tal vez no tendría esta inclinación nefasta
por el oscuro y fruncido ojo violáceo. ¡Pero no importa! Tengo algo
mucho más importante para decirte. Amedeo Antes
de que empieces con tu largo discurso, bello, no lo dudo, mas largo como
la huella que surca la nalga, cual láctea lágrima del ojo violeta[9]:
¿qué parte del cuerpo femenino te gusta más? Max
Los
pies, claro. Amedeo Lo
sabía. Continúa. Max
Déjate
de curiosidades vulgares. Me ha ocurrido lo más tremendo que puede
ocurrirle a alguien: he visto a Dios. Amedeo No
me extraña. No creas que eres el primer judío que lo ha visto. Max
¡Judío!
¿Qué tiene que ver la herencia de la sangre cuando el Redentor se
manifiesta con la luminosidad que me ha cegado y a la vez me ha hecho ver
su luz? Amedeo ¿Redentor?
¿Has visto al Cristo? ¡Aleluya! ¡Finalmente, y nada menos que en París,
el verdadero Cristo ha hecho su aparición! Imagino que estarás ya
escribiendo la Buena Nueva. Max
No
te burles: he visto a Cristo, pero no al que esperan los judíos; he visto
que los Evangelios no son falsos: Cristo ha venido, hace mil novecientos años.
Lo que dicen los cristianos es cierto. Los judíos estábamos equivocados. Amedeo Tampoco
serás el primer judío antisemita. ¡Suino traidor! Max
Déjate
de bromas. Lo ví con estos ojos. Contemplaba la pared de mi habitación,
mientras meditaba acerca de un problema legal que se tramitaba en esos días
en el bufete. Miraba la pared, pensando: como esta limpia y lisa pared
blanca de yeso recibe la mirada de mis ojos, así el tribunal ha de
recibir el alegato del abogado defensor del pobre mercachifle acusado
injustamente de estafa: impasible, blanca e incambiable. Supe que nuestro
cliente sería condenado por la lisura inmaculada de la justicia, ciega
hasta para la verdad. Y entonces algo comenzó a ocurrir en la blancura.
No fue luz, al principio, sino una oceanificación de la sustancia sólida.
Allí apareció entonces la Figura. Unos ojos me miraron, y una mano, en
cuyo centro había un ojo de luz, me señaló el camino. Ví a Cristo. Amedeo Tendrías
todavía un poco de éter. Max
¡No
estaba drogado! Amedeo Max,
¿por qué no hay cucarachas en tu habitación? Max
Porque
soy un tipo limpio, al contrario que la pandilla de mugrientos que viene a
París a hacerse pasar por artistas. Amedeo No
¡Porque están todas dormidas por el éter! Max
No
entiendo por qué los imbéciles piensan que hay que evitar bañarse para
hacer arte. No me importa lo que creas: yo he visto a Cristo, y he
decidido bautizarme. Amedeo Lástima
que no pueda ser tu padrino: yo aún soy judío. Max
Ya
tengo padrino. Amedeo Algún
cura de bonitos pies. Max
Dejé
a Raymond, dejé los vicios. Ya sabes: fui sodomita, con pasión pero sin
alegría. Pablo será mi padrino. Amedeo ¡Picasso!
Pero Picasso es ateo. Max
Picasso
aún no sabe bien cuál es el camino, pero ha sido bautizado, y será mi
padrino. Amedeo Tú
eres su padrino, la señora Stein es su madrina, y todos nosotros deberíamos,
según él cree, ser sus ahijados. Max
Te
estoy hablando de algo muy serio: ya no soy judío, sino cristiano, como
Espinoza. Amedeo Espinoza,
sabes, es antepasado mío. Nunca dejó de ser judío, aunque haya sido
bautizado. Max
Espinoza
antepasado tuyo... ¿De dónde sacas ese disparate? Amedeo En
Livorno hice una pequeña investigación, porque entre mis apellidos está
el de Espinoza. Es completamente seguro que está en la familia. Max
Los
judíos somos todos parientes. Amedeo ¿No
es que ahora eres cristiano? Max
Me
refiero a la sangre. Amedeo ¿No
ves? Es inevitable. Por supuesto, hay judíos que no tienen inconveniente
en hacerse cristianos, hay judíos avergonzados de ser judíos, como la señora
Stein, y habemos judíos patricios. Pero somos todos judíos. Y voy a
decirte una cosa, para que la pienses durante los años que te quedan de
vida, antes de encaminarte al paraíso cristiano: no importa el tamaño de
la cruz que te cuelgues al cuello: para todos, siempre serás un judío.
Si no mueres de viejo, te matarán por judío. Cuídate del próximo
pogrom. Sale
Max
. Escena
4 Entran
Desconocido,
Hombre
e Ilya. Amedeo
hace el retrato de un Hombre
que está sentado frente a él. En otra mesa, Ilya y un Desconocido.
Ilya
se levanta y se acerca a Amedeo. Ilya Amedeo,
hay alguien que quiere hablar contigo. Amedeo Hm.
Estoy trabajando. Ilya Creo
que deberías atenderlo. Amedeo Dile
que son veinte francos y un vaso de vino. Dibujo a lápiz. Un óleo,
veinte francos y una botella de vodka. Ilya No
creo que quiera un retrato. Más bien quiere hablar contigo. Amedeo Yo
no hablo: pinto. Ilya Modi,
el hombre está enojado. Amedeo Y
si no terminas con esta historia yo también voy a estar enojado. ¿Tendrás
un cigarrillo? Ilya No,
no tengo cigarrillos, y además fumar te hace mal. Amedeo ¡Ah,
ahora me cuidas! Sin embargo, recién me estabas impidiendo trabajar. Ilya
(tratando
de que el Desconocido
no oiga) El
hombre es el amante de Gaby. Amedeo ¿Qué?
Bueno... (deja de dibujar, se agita, nervioso) Y... ¿qué dijiste que
quiere? Ilya Hablar Amedeo ¿No
querrá matarme, más bien? Ilya Tal
vez, después de hablar. Amedeo No
entiendo por qué quiere hablar. No voy a decirle más de lo que ya
seguramente sabe. Ilya Quizás
te pida algo, te ofrezca algo o te exija algo. Amedeo Tres
cosas muy distintas, pero igualmente desagradables. Hombre Señor
Modigliani, no se preocupe por mí; atienda sus asuntos, y cuando vuelva a
estar libre, continuamos. Amedeo Es
usted muy amable. Le agradezco su comprensión. Se trata de un asunto
que... en fin, creo que usted comprenderá. Hombre Entiendo
perfectamente. Amedeo
se pone de pie, se arregla el traje, y con gesto altivo camina hacia el Desconocido. Habla de
pie. Amedeo Amedeo
Modigliani, pittore ilatiano. Judío. Juif. Jew. Desconocido (Sorprendido
por la declaración de Amedeo)
¿Judío? ¿Y qué tiene que ver...? (Se repone de su sorpresa) Señor: tengo fundados motivos para creer
que el nombre de Modigliani ha
sido relacionado con el de la dama que he amparado con mi protección... Amedeo ¡Ah!
¡Gaby! Su belleza sólo puede ser descrita por el ardor de un poeta: Amo,
¡oh, belleza pálida!, tus cejas rebajadas, de
donde fluyen las tinieblas; tus
ojos que, aunque negros, pensamientos me inspiran que
no son por completo fúnebres.[10] La
calidez de Gaby compite con su belleza. ¿No cree usted que resulta
imposible imaginar una ternura semejante? Ningún hombre, especialmente si
se trata de un artista, podría evitar el sacudón que produce un
encuentro con sus ojos. En verdad, no puedo menos que sentirme halagado
por el vínculo entre su nombre y el mío, y puedo asegurarle, señor, que
usted mismo, tanto como la propia Gaby, podrán verse retribuídos por su
asociación con el nombre de un gran artista, y... Desconocido Es
posible, señor, pero quisiera que usted comprendiera que no voy a
permitir... Amedeo Permitir,
una palabra que no deseamos escuchar, estoy de acuerdo. Permitir
significaría dominar, pues sólo puede permitir o no permitir quien tiene
poder sobre el permisionario, y, ¿cabe siquiera imaginar que Gaby pueda
ser sometida a un poder sobre esta tierra? Quisiera honrar no a Gaby, sino
a la tierra que la ha visto nacer, al suelo que disfruta sus andares, al
aire que tiene permitido penetrar en sus pulmones, a la luz que puede
tocar sus ojos, con un brindis (va enérgicamente hacia su mesa, trae un vaso, se sirve de la botella
del Desconocido
y brinda) ¡Por
Gaby, la mujer más hermosa y encantadora de París! ¡Salud! Desconocido
Salud...
Señor: quisiera que me prestara atención... Amedeo Saberlo
unido a Gaby es suficiente para que le brinde todas mis atenciones. Debe
usted saber que he pintado varios desnudos de Gaby, que sería para mí un
honor mostrarle, e incluso cederle alguno de ellos, a un precio razonable,
en virtud de la celebración común que estamos haciendo de esa mujer
maravillosa, que... Desconocido ¡Señor!
¡Escúcheme! ¡De ninguna manera voy a permitir que...! Amedeo Por
cierto, le aseguro, señor, que en muy poco tiempo, más allá del valor
afectivo que seguramente habrá de tener para usted el cuadro que voy a
darle, será poseedor de una obra que valdrá miles de francos, y que va a
inmortalizar a la que usted ama. Pero, ¿por qué no bebe? Se lo ruego,
compartamos el vino, y brindemos nuevamente por la que compartimos, la que
he tenido los honores de amar y también de inmortalizar. (Revuelve
los bolsillos buscando cigarrillos, encuentra un paquete y lo extiende al Desconocido.
¿Un
cigarrillo? Ah, está vacía. El
Desconocido
saca un paquete de su bolsillo, derrotado, y le ofrece a Amedeo.
Fuman. Pasan unos segundos de silencio, y luego el Desconocido
habla. Desconocido Sírvase
otro vaso. (le sirve vino a Amedeo).
Es un Château Clos de Corvé. Amedeo 1904
¡Excelente vino! (saca una bolita
del bolsillo) ¿Haschish? (el Desconocido acepta y
comen).
Escena
5 Jeanne
en su habitación, delante de una ventana. Dibuja. Piensa en voz alta, o
tal vez lo que dice es como si lo estuviera registrando en un diario. En
todo caso, no se dirige a los
espectadores. Al parecer, los pelos están prohibidos en París. Ayer se inauguró la exposición en la galería de Berthe Weill. Quizás si no se llamara Berthe, como el cañón alemán que nos bombardea a diario... ¡Pelos! El gran desnudo de la ventana fue una buena idea.. Dio resultado, demasiado resultado. En cuanto Berthe descorrió las cortinas, la gente comenzó a detenerse. En pocos minutos había una multitud. Amedeo cree que se detenían porque consideraban buenas sus pinturas, pero no vale la pena engañarse. Se detenían porque se trataba de mujeres desnudas. Nunca lo habíamos pensado, pero fue la primera vez que se exponían mujeres desnudas en una vidriera a la calle. No es lo mismo que si están en el interior de la galería, o en un museo. ¡Pelos! Eso fue lo mejor. Amedeo tuvo un ataque de risa histérica. Había ido gente importante, algunos coleccionistas que seguramente iban a comprar. Estaba incluso el ministro de las Colonias, Henry Simon. Afuera seguía reuniéndose más y más gente. La galería es muy chica, de manera que aunque quisieran entrar, no había lugar. Hubo algunos gritos, insultos, abucheos. Entró un policía de la comisaría que está justo en frente a la galería. Habló en voz alta, preguntando por el dueño. Berthe se acercó. “El señor comisario le ordena retirar ese desnudo de la vidriera”, dijo el policía. “¿Qué? pero, ¿por qué?” “¡El señor comisario ordena que ese desnudo se retire de inmediato!” Berthe no discutió. Retiró el desnudo, ante los gritos de la muchedumbre, y aplausos destinados al policía. Adentro, algunos creían que el cuadro se había vendido y por eso Berthe lo retiraba, pero era extraño, porque usualmente la obra se retira una vez terminada la exhibición. No había terminado de acomodar la tela en un rincón del local, cuando tuvo que hablar nuevamente con el policía, que estaba de vuelta. “El señor comisario le solicita que se presente de inmediato en la comisaría”. Berthe imaginó que las cosas iban a empeorar. Cruzó la calle. Yo la acompañé. Vino también el policía, y un hombre rígido y de cara colorada que había estado en la calle entre los mirones. El comisario nos recibió en su escritorio. El policía dijo: “Adentro está lleno de la misma clase de pinturas, señor comisario”. “¿Quería verme?”, pregunto Berthe. “Sí. Le ordeno que retire toda esa porquería de la vista del público”. “Me permito informarle, dijo Berthe, que hay conocedores que no consideran porquerías esas obras, sino más bien lo contrario. ¿Qué hay de malo en esas pinturas?” El comisario pareció de pronto a punto de explotar. El hombre rígido y colorado adquirió tonalidades moradas. “¡Esos desnudos... tienen p-p-pe-pelos!”. Tomé a Berthe del brazo y me la llevé de allí, mientras ella gritaba: “Yo también tengo pelos, ¿debo desaparecer?”. Cerramos el local, bajamos las cortinas, descolgamos los cuadros en medio de una gritería infernal de la gente de la calle, mientras los invitados se iban retirando después de saludar en silencio a Amedeo. De cualquier manera, se vendieron cuatro dibujos. Un par de meses de respiro.
Escena
6
Amedeo.
Está parado delante de un pedestal en el que hay un trozo de piedra
blanca. Sostiene una maza y un cincel. Rodeado de oscuridad, la piedra
parece ser la única fuente de luz. Amedeo
la observa, atentamente, camina con lentitud a su alrededor, busca la
forma que contiene. Con movimientos suaves y lentos se dispone a comenzar
a cincelar. Golpea, sacando esquirlas y trozos de piedra. El polvo
comienza a dispersarse, formando una nube a su alrededor. Amedeo
sigue martillando, hasta que un acceso de tos lo hace detenerse. Cuando se
recupera, reanuda su trabajo, pero nuevamente la tos lo sacude y le impide
trabajar. La tercera vez que se interrumpe su trabajo, la escena se
oscurece, y sólo se escucha la tos agónica del artista. Escena
7 En
el café. Amedeo,
Max, Chaim, Jean, sentados
en semicírculo, cada uno con los elementos de su adicción a mano. Max
Max
Jacob. Éter: líquido volátil. Se empapa un trapo blanco (saca
una botellita del bolsillo, la destapa y empapa un pañuelo con su
contenido, tapa el frasco y vuelve a guardarlo) y se respira un rato.
(se coloca el trapo contra la nariz y respira; cada tanto, lo retirta
para hablar). Se trata de un proceso, no es un acto. Hay que
permanecer con el blanco trapo un buen rato. respirar con calma, mientras
se examina el mundo. ¿Qué es el mundo? Las cosas, el espacio, las
personas, el frío, el calor, el dolor y el placer. El mundo otorga dolor,
las cosas del mundo duelen, pero después de respirar la blancura volátil
del éter, uno se da cuenta de que el dolor no es más que una ilusión.
¿Qué otra cosa podría ser, si desaparece tan sólo por causa de
respirar en un trapo blanco? Si el dolor fuera real, nada lo haría
desaparecer. Si
Dios quiere resucitarme al
paraíso subiré, rosa blanca, con
un nimbo dorado, rosa blanca y blanco lirio[11]
Y
desaparece el dolor de estar muerto, el dolor de haber muerto porque no
dejaron que fuera otro, y por suerte no me dejaron, para mostrarme que
nunca uno es otro. Desaparece la vergüenza de haber amado lo igual.
Siempre tuve vergüenza de ser lo que fui. Ví a Cristo y a la virgen María
en la pared de mi cuarto, y por eso dejé de ser judío. Desaparece el
dolor y la vergüenza y yo también desaparezco, y porque respiro esto he
podido sobrevivir hasta que me mataron a pesar de mi vergüenza. El dolor
desaparece, y si se sigue respirando, desaparece el placer, todo
desaparece, se va la luz, el sonido se apaga, el movimiento cesa. Se
accede a la más absoluta inmovilidad, en la más alejada lejanía del
cuerpo y del alma. Es la eternidad. Luego de la eternidad, uno ya no
recuerda nada, y por eso vuelve a buscar el trapo blanco, el líquido volátil,
y contempla el mundo que pronto se irá, por un rato, para siempre.
La
nada. La nada sólo puede provenir de un olvido del cuerpo. (vuelve
a sacar el frasco, a mojar el trapo, y a respirar). Chaim
Chaim
Soutine. Vino: la caída de los
dioses. (agarra una botella de vino
que tiene a su lado en el piso, la destapa y se sirve un vaso. Bebe. A lo
largo de su monólogo, va bebiendo y se sirve más cuando el vaso se vacía).
Antes del vino, los dioses tenían el néctar, pero los hombres no tenían
nada, de manera que vivían embotados por la sobriedad. Pero luego, en la
tierra, Dioniso descubrió la vid y el vino. No podía haber hecho algo
mejor: tan desdichado era, tan perseguido. Disfrazado primero de niña
para escapar de la ira de la diosa, luego convertido en cabrito,
desterrado siempre, fue gracias al vino que se convirtió en conquistador
de la India y luego tuvo su retorno triunfal. Sólo a un dios se le pudo
haber ocurrido que el jugo de una fruta puede transformarse de tal manera.
Cuando se aplasta una uva, lo que más sorprende es la tintura violácea
que brota de la piel. Tuvo que haber sido el color. Un color tan intenso,
un jugo tan poderoso debe haber estimulado la visión. El néctar pasó al
olvido. Seguro que fue el vino, que hace olvidar las ilusiones. Los dioses
se emborracharon. El vino hizo que los dioses se parecieran a los hombres:
los hizo tambaleantes, balbuciantes, somnolientos. Yo no necesito sentirme
superior. ¿Para qué? Todos somos inferiores. No quiero sentirme más que
nadie, pero no viene mal que los que se creen superiores sean puestos en
su lugar por el vino. Tambaleantes, balcuciantes, somnolientos. Si hay una
idea de vida luego de la muerte, se puede creer en que haya vino después
de la uva.
La
singular mirada de una mujer galante que
resbala sobre nosotros como el rayo blanco que
la luna ondulante manda al lago tembloroso, cuando
en él quiere bañar su belleza indolente; el
último saco de monedas en manos de un jugador; un
beso libertino de la flaca Adelina; los
sonidos de una música calma y nerviosa, parecidos
al grito lejano del humano dolor, Todo
eso no vale, oh botella profunda, los
bálsamos penetrantes que tu panza profunda guarda
al corazón alterado del poeta pío.[12]
Jean Jean
Cocteau. Opio: rapidez lenta de la gota que sangra la flor. (Jean
se echa en el suelo, de lado, y procede a armar una pipa. calienta la
bolita de opio, la derrite sobre la cozoleta de la pipa, y comienza a
fumar, mientras habla) Envenenamiento exquisito. A dos cosas hay que
acercarse sin temor: a las fieras salvajes, y al opio. De lo contrario, el
opio ataca y devora. Fumar opio es abandonar el tren expreso que corre
hacia la muerte. La vida deja de ser esa enfermedad mortal. Hay dos puntos
quietos en el Universo: el lugar del que cuelga el péndulo de Foucault, y
la mente del fumador de opio. Sólo en estado de absoluta quietud es
posible deslizarse, no: estirarse, no: expandirse, no: extenderse como una
mancha de aceite espiritual desde la litera, como una colonia de bacterias
en multiplicación, invadiendo todo el espacio de la habitación,
traspasar la puerta, impregnar los escalones en descenso hacia la calle,
ser atmósfera que respiran los transeúntes, y comprender absolutamente,
y de esa manera ser, entonces, dios. Aborrezco la originalidad. La rehúyo
todo lo que puedo. Una idea original hay que emplearla con las mayores
precauciones, para que no parezca que uno anda con un traje nuevo. Como
estoy quieto, veo perfectamente que lo nuevo nada significa, sino que lo
significante necesariamente es único. “Ya lo he hecho”, “Eso ya se
hizo”, frases estúpidas repetidas en el mundo artístico como si
tuvieran algún sentido. Terror a no ser uno, a ser otro: ¿puede haber
miedo más ridículo? Si hay un punto quieto en mí, es gracias al opio; y
si hay otros fumadores, habrá otros puntos quietos, así como puede haber
infinitos péndulos de Foucault. Relatividad: es la moda, ¿verdad? La
importancia del fracaso es capital. Si no se comprende su secreto, la estética
y la ética del fracaso, no se ha comprendido nada, y la gloria es inútil.
Pero si me muevo constantemente, ¿cómo puedo llegar a ver algo? Y sin
embargo, me muevo, en mi absoluta quietud, en la perfecta inmovilidad de mí
mismo, invadiendo el universo. Y si el opio nos embota y destruye nuestro
sentido de los valores, entonces no hay nada mejor. ¿O puede soñarse con
algo mejor que la retirada de nuestro sistema de valores? Lo prefiero,
prefiero mi temporada en el infierno: Escribía
silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba
los vértigos.[13] Amedeo Amedeo
Modigliani. Haschish. Brotes y flores de una planta vulgar. Vida nueva,
vida prometida. Donde hay flores, está a punto de explotar la vida, o
acaba de explotar. (Extrae del bolsillo una bolita de haschish, la sostiene son dos dedos
mientras habla, y luego se la come; durante su monólogo, va sacando
haschish del bolsillo, y comiendo las bolitas). ¿Alguien cree casual
que el vientre de una mujer se ofrezca en forma de flor? Por eso es estúpido
regalarle flores a una mujer. ¿No tiene ella suficiente con la suya? Aquí
hay flores y brotes, pero la golosina no se compone sólo de vida nueva y
prometida.
La
receta me la enseñó en Venecia el Baronet Croccolo. Solía pasear con él,
luego de las clases en el Reale Istituto di Belle Arti. Íbamos a la
Giudecca, donde encontrábamos tres cosas: bellas muchachas, ciencias
ocultas, y haschish. Había una casa a la que se llegaba luego de
atravesar unos corredores estrechos, y subir una escalera de madera que
pasaba por encima de un muro, como si se hubieran olvidado de ponerle
puerta a la casa... Del otro lado del muro había un jardín con árboles
y enredaderas, pastos altos, viejas losas de piedra, y un círculo
despejado, en el que había inscrita una estrella de cinco puntas. Nos
sentábamos alrededor del círculo, y una de las muchachas bailaba desnuda
en el centro, cantando los nombres de los ángeles caídos: Samael, Satael,
Amabiel... Allí aprendí el significado de los sefirot, y también esta
receta (muestra una bolita de haschish): azúcar rubio, para que la
infancia no se olvide; jugo de naranja, para que el sol se mantenga
dentro; canela, clavo de olor, cardamomo y nuez moscada, para conservar el
espíritu de oriente; pistachos, porque son de la misma tierra que el cáñamo;
y piñones, como señal de amistad y bienvenida a las tierras del mediterráneo.
Todo esto se mezcla con hojas y flores de cáñamo, y con el aceite de
haschish, y se saborea largamente. Su
mero sabor anuncia las transformaciones que se producirán más tarde: al
masticarlo se liberan las esencias, y uno siente el espacio interior de la
boca, y luego el esófago, y el estómago, y finalmente se percibe que el
cuerpo es un espacio rodeado de piel, una catedral, y luego ya no hay
afuera o adentro, sólo un delicado dibujo, muy preciso, de contornos
perfectamente definidos, con rellenos de color muy suave y bien extendido,
en veladuras delicadas. Se percibe claramente la dualidad de la forma y el
color, y se entiende finalmente que coexisten permanentemente varias
realidades, que confundimos empecinadamente y nos negamos a admitir. desde
lo alto de la montaña negra, el rey Aquel
que ha sido elegido para reinar, para comandar llora
las lágrimas del que no llegó a las estrellas y
desde la sombría corona de nubes caen
gotas y perlas en
la noche de calor excesivo[14]
Escena
8
Estudio
de Amedeo. Amedeo,
Jeanne y Lunia.
De un lado del escenario, Amedeo
pinta a Jeanne. En algún
momento, Jeanne
pinta a Amedeo.
Lunia
está en el otro extremo, delante de una puerta que la separa de los otros
dos. Cada tanto, aparece Alguien,
y tiene una conversación con Lunia. Alguien Buenas
tardes. Quisiera ver a Modigliani, el pintor. Lunia Lo
lamento. Modigliani está trabajando. Alguien ¡Ah,
qué interesante! No esperaba tener la suerte de verlo pintar. ¿Me
permite pasar? Lunia Modigliani
está pintando, y no desea ser molestado. Alguien No
voy a interrumpirlo; sólo quisiera verlo trabajar. Lunia Modigliani
está pintando con una modelo. No es un buen momento para interrumpirlo. (Mientras
Lunia
dice esto, Amedeo y Jeanne
se acercan y se besan). Alguien Escuche:
me interesa el trabajo de Modigliani. Estoy dispuesto a comprar algunos de
sus cuadros. Creo que mirar discretamente mientras el artista trabaja no
va a molestarlo. Y por otra parte, incluso tal vez logre entusiasmarme aún
más. Quizá compre más cuadros si lo veo pintar. Lunia Entiendo
su interés, pero este no es el momento. Modigliani necesita privacidad y
tranquilidad para trabajar. Si usted me dice su nombre y su dirección, yo
hablaré con Modigliani y concertaré una entrevista. Alguien Ah,
¿así que Modigliani tiene secretaria? No creí que estuviera en tan
buena posición económica. Lunia No
se trata de una cuestión económica. Y no soy más que una amiga. Alguien El
tipo anda por los cafés, mendigando una moneda, pero su señora
secretaria no permite que los clientes lo vean... Lunia ¡Modigliani
nunca mendiga! Ya le dije que no soy su secretaria. Alguien Créame:
así no va a llegar a ninguna parte. Le voy a explicar una cosa: de las
dos partes que forman este negocio del arte, esta (se
golpea el bolsillo) es la más importante. (Saca
unos billetes del bolsillo y se los ofrece a Lunia).
Tome. Lunia ¿Qué
me da? No lo voy a dejar pasar. Alguien Tómelo
igual. A mí me sobra. Dígale a Modigliani que con este dinero contrate
una secretaria en serio. Lunia (Agarra
el dinero, lo cuenta y se lo guarda en un bolsillo. Alguien se soprende de
que Lunia
haya tomado los billetes).
Bueno. Alguien
sale, con gesto airado. Entra
Alguien
2. Alguien
2 Buenas
tardes. Vengo a ver al artista pintor Modigliani. Lunia Lo
siento. Está ocupado. Alguien
2 Bueno,
desocúpelo. Lunia ¿Qué? Alguien
2 Vamos. Lunia ¿Quién
es usted? Alguien
2 No
me escuchó. Llame a Modigliani. Lunia Usted
no me escuchó: está ocupado. Alguien
2 Señorita: Lunia Señora.
Alguien
2 Si
usted lo prefiere... Señora: ¿le pregunté el estado actual del artista
pintor? ¿Me interesé acaso por la ocupación o desocupación del artista
pintor Modigliani?
Silencio.
Alguien
2 espera una respuesta. Lunia
no se la da. No.
No le pregunté, no me interesé. de manera que haga el favor de llamar al
pintor Modigliani. Lunia No. Alguien
2 ¿No? Lunia No. Alguien
2 Usted
no tiene la menor idea de con quién está hablando. Lunia No
he tenido el placer de recibir esa información. Alguien2 ¡Llame
de inmediato a Modigliani! Lunia Modigliani
está trabajando y no puede ser interrumpido. Alguien
2 Le
compro lo que está pintando en este momento. ¿Cuánto vale? ¿Cien? ¿Doscientos?
¿Quinientos? Lunia Lo
que está pintando en este momento no se vende. Alguien
2 Créame:
así no va a llegar a ninguna parte. Le voy a explicar una cosa: de las
dos partes que forman este negocio del arte, esta (se
golpea el bolsillo) es la más importante. (Saca
unos billetes del bolsillo y se los ofrece a Lunia).
Tome. Lunia (Agarra
el dinero, lo cuenta y se lo guarda en un bolsillo. Alguien 2 se soprende
de que Lunia
haya tomado los billetes).
Bueno. Alguien
2
sale, con gesto airado. Entra
Alguien
3. Alguien
3 Buenas
tardes. ¿Aquí trabaja el señor Amedeo Modigliani, artista pintor?
Lunia Sí.
Este es su taller. Alguien
3 Qué
bien. Hace tres días, en el establecimiento del señor Alain Leclerc,
donde se expenden refrigerios y se ofrecen espectáculos artísticos, sito
en la calle Saint Rustique veintitrés, distrito dieciocho, París, el señor
Amedeo Modigliani tuvo la delicadeza de constituirse en uno de sus
clientes. Lunia ¿Qué? Alguien
3 Que
este señor fue a tomarse unas copas. El martes. Lunia Ah.
Bien. Alguien3 Durante
su permanencia en el mencionado local, el señor Modigliani ofreció sus
servicios como retratista, mediante la realización de una ronda entre los
parroquianos. Lunia Sí,
es parte de su trabajo. Alguien
3 Eso
le pareció al señor Leclerc, propietario del establecimiento. Pues bien,
el señor Modigliani no contó con la fortuna de conseguir un modelo para
su trbajo. Lunia Una
pena para los no retratados, y para la posteridad. Alguien
3 ¿Eh? Lunia Nada.
Continúe. Alguien
3 Gracias.
En fin, que el señor Modigliani terminó por sentarse en un rincón a
dibujar sin tener ningún modelo. Mientras tanto, debo acotar, el señor
Modigliani solicitó al señor Leclerc una buena cantidad de vodka,
racionado en dosis de cinco centilitros, como es habitual. Lunia Ajá Alguien
3 Sí. Lunia Comprendo. Alguien
3 Me
alegro. En determinado momento, el señor Modigliani se puso de pie –no
sin cierta dificultad, debo decir-, se acercó al mostrador y le ofreció
una serie de papeles al señor Leclerc, diciendo: “no tengo un puto
centavo, pero si acepta estos dibujos, en unos meses lo harán
millonario”. El señor Leclerc le dijo que su ambición en esta vida no
es convertirse en millonario, sino cobrar los productos que despacha en su
establecimiento, incluídos los tres cuartos litros de vodka que el señor
Modigliani había bebido en la jornada. Lunia Comprendo.
¿Cuánto es? (saca unos billetes
del bolsillo). Alguien
3
(rechazando el dinero con un gesto) Permítame
continuar. El señor Modigliani se sintió molesto por la respuesta del señor
Leclerc, y comenzó a alzar la voz. Alguien mencionó la palabra
“borracho”, y entonces el señor Modigliani tomó una mesa, que
desafortunadamente estaba servida con una cena para cuatro personas y sus
correspondientes botellas de vino, la alzó con entusiasmo y la colocó
sin demasiado cuidado sobre la mesa de donde había venido la alusión.
Luego trepó al mostrador, se aflojó el cinturón y procedió a exhibir
sus nalgas ante la concurrencia, mientrtas profería gritos en un idioma
extranjero. Luego saltó y escapó corriendo. Lunia ¿Y
usted cuánto cree...? Alguien
3 Cuatrocientos. Lunia
saca todo el dinero del bolsillo, lo cuenta, luego saca de otro bolsillo más
billetes y se los da a Alguien
3, que saluda con un gesto amable y sale. Amedeo
y Jeanne están abrazados
en el otro extremo.
Escena
9 En
el café. Jeanne,
Chaim, Max, Amedeo, Lunia, Ilya en torno a una
mesa de café. Beben vino. La conversación se va animando progresivamente
a medida que el vino hace su efecto. Ilya La
voz del siglo veinte es horrenda. Las Sirenas que escuchó Odiseo eran
monstruos asesinos, pero su canto era tan bello que los hombres corrían
con gusto a la muerte. En cambio, las sirenas que anuncian los bombardeos
a París son como un garrote que te da justo en el medio del alma. Max
Los
Zeppelines son más activos que las Sirenas: nos arrojan la muerte. No
esperan que vayamos hasta ellos. Lunia Ayer,
cuando apareció el Zeppelin –desde la ventana del apartamento lo podíamos
ver perfectamente, flotando sobre la isla Saint Louis- Leo fue a buscar su
revólver, y comenzó a dispararle. Hanka y yo le decíamos que había que
refugiarse en el Metro, pero Leo permanecía callado, disparando con
calma, recargando el revólver cuando se vaciaba el tambor. Jeanne Ortiz
y Cendrars, que estaban en casa en ese momento, hicieron lo mismo.
Corrieron a la habitación de Ortiz, y subieron a la azotea a dispararle.
Al rato, todo el vecindario estaba lleno de gente en los techos y las
terrazas, disparándole a la cosa. Yo no sé a qué altura estaría, pero
me daba la impresión de que la mayoría de los tiros iba a caer en alguna
parte de la ciudad. Quizás hasta mataron a algún niño. Amedeo A
mí me gusta el ambiente del Metro cuando hay bombardeo. Maní para pasar
el rato, muchachas besando a sus novios, suegras comprensivas, que, en las
cercanías de la muerte, no privan a sus hijas del amor. Allí nos
fotografiamos una vez con Jeanne. Chaim
Cuando
volví a mi habitación, ayer, ¿no? me encontré con que ya no había
casa de enfrente. Una bomba, o algo. Cuando entro a mi habitación, hay
una corriente de aire. Creí que había dejado una ventana abierta, pero
no: los vidrios se habían pulverizado. ¡Un desastre! Polvo por todas
partes, y unas manchas como marrones, casi rojas, que eran chorretes
largos y de gotitas chiquititas, que formaban la silueta de la ventana en
la pared opuesta. Como el empapelado había sido de fondo amarillo, ¿no?
pero por la edad natural y las sabrosas comidas que a veces debo sacarme
de las manos, eh, y no dispongo de servilletas, y también para limpiar
algunos pinceles y otras cosas, tiene una tonalidad verdosa cálida, con
muchas motitas de otro cromatismo. Aquello era realmente impresionante, ¿no?
Me pareció que los chorretes podían ser de sangre, pero no estoy seguro.
Como la sangre cambia rápido de rojo a negro, me apuré a pintarlo. Max
La
guerra va a terminar pronto. Los soldados no quieren
seguir peleando. Los alemanes también se van a dar cuenta de que
no tiene sentido seguir. Los alemanes siempre piensan más despacio, pero
al final se van a dar cuenta. Ilya Los
ingenieros, los científicos, los deportistas y los artistas van a tomar
el poder. Los políticos ya están acabados. Están en bancarrota. La
gente ya no confía en los políticos. Amedeo Ustedes
son unos ingenuos. ¿Creen que alguien va a venir a decirles: “Estimados
amigos, he aquí el mundo, tomen posesión”? Me hacen reír. Los únicos
que toman decisiones en estos días son los soldados que se hieren a sí
mismos para escapar de la muerte, y los fusilan por eso. Cuando la guerra
termine, todos vamos a ser encerrados en una gran prisión. Nostradamus
tenía razón: todos vestiremos el uniforme de convicto. Ilya La
gente ha cambiado. Están despertando. Lunia Es
cierto: el capitalismo ya no es capaz de crear nada más que destrucción
y muerte. Pero crece la conciencia de los pueblos. Estamos en el umbral de
grandes cambios. Nadie sabe dónde comenzarán: si en París, en las
trincheras, o en San Petersburgo. Amedeo La
“conciencia” es un mito. En Alemania había un montón de socialistas,
pero cuando escucharon “un dos, un dos...” se pusieron a marchar a
toda máquina. Lo peor todavía está por verse. Max
No,
lo peor ya pasó... Amedeo Los
socialistas son como cotorras. Se lo digo a mi hermano, diputado
socialista. Cotorras peladas, como Mussolini. Jeanne No
entiendo cómo el arte podría servir para algo. ¿Arte en París? Todos
hacen pinturas de máscaras africanas, plumas aztecas, collares
peruanos... Max
Es
cierto: toda la Europa creativa y poética vuelve los ojos hacia el mundo
negro, hacia lo primitivo, lo primordial, lo esencial... Amedeo El
agotamiento de los ahítos, las barrigas llenas de los burgueses, las
cabezas llenas de los académicos... Lunia Pronto
se producirán grandes cambios: quizá en las trincheras, tal vez en Moscú,
o en las calles de París. Amedeo Hablas
como los futuristas, que se están muriendo en las trincheras, felices
como perros a la vista del amo. Su amo es la muerte. Max
Las
máquinas, en manos de ingenieros, de científicos, de artistas, marcarán
la ruta del nuevo mundo. Chaim
Nada
cambiará porque nada cambia ni cambió jamás. Salvo en París, aunque no
por mucho tiempo, supongo. Jeanne Yo
prefiero dibujar. No sabría qué hacer con una máquina.
Chaim
Sí,
hay que dibujar y pintar. El mundo es impresionante, con guerra o sin
guerra. Me vinieron ganas de pintar. Creo que me voy. (se
queda donde está). Lunia La
conciencia está despertando. Tal vez en las estepas, los cosacos que
hacen temblar la tierra con los cascos de sus caballos están despertando
la conciencia. Tal vez en las trincheras, o en los cafés de París. Max
Las
máquinas no tienen conciencia. Pero pronto la tendrán. Ilya Los
americanos van a entrar en la guerra muy pronto, y los asiáticos, y todo
el mundo arderá: se avecinan cambios profundos... Amedeo Sí:
vamos a ser menos. Pero todos estaremos en una gran cárcel. Lunia La
conciencia está despertando. Max
Basta
con la cárcel. ¿De qué cárcel estás hablando? Ilya Esta
es la peor de las cárceles: la de la explotación, la miseria, la
desesperanza. Chaim
(a
Max
) En
la cárcel se puede pintar, ¿no? Amedeo ¿Y
después de la guerra? ¿Ya no habrá miedo, ni explotación, ni miseria? Jeanne Hay
que hacer algo. Lunia Hay
que aprovechar el despertar de la conciencia. Ilya ¡La
conciencia es un mito! Jeanne Si
no hacemos algo pronto, cualquier Zeppelin nos hará polvo en un instante
y ni siquiera estará Chaim para pintar las manchas de colores que
dejaremos. Amedeo Es
inútil hacer o dejar de hacer: cárcel antes, cárcel después.
Nostradamus tenía razón.
Max
Por
lo menos, podemos morir en el intento por cambiar las cosas. Chaim
Cambiar,
cambiar. ¿Para qué cambiar? Cambiar para que nos nos desviemos, cambiar
para volver a lo mismo. Amedeo ¿Cambiar?
¿Morir? ¿Morir por quién, matando a quiénes? Ilya Pero
podemos gritarle al mundo que peleamos por nosotros, no por los generales. Jeanne Yo
no quiero matar a nadie. Sólo quiero dibujar. Lunia Puedes
dibujar la conciencia naciendo en las trincheras. Max
¡Parados
en el borde de las trincheras, gritaremos al viento...! ¿Qué gritaremos? Amedeo ¿Cuántos
somos? Chaim
¡Mierdra!
¡Mierdra! ¡Mierdra! ¡Mierdra! ¡Mierdra! Amedeo Cinco. Max
Seis. Ilya ¿Qué
gritaremos? Todos ¡Taxi!
¡Taxi! ¡A la guerra! Salen. Escena
10 Jeanne
delante de una ventana. Dibuja. Piensa en voz alta, o tal vez lo que dice
es como si lo estuviera registrando en un diario. En todo caso, no se dirige a los espectadores.
Fernand
Leger volvía de la guerra. Marie Wassilieff decidió organizar un gran
recibimiento en su cantina. Encomendó a Picasso y a Beatrice Hastings, la
estúpida inglesa que fue amante de Amedeo, la tarea de planificar la
fiesta y hacer la lista de invitados. Todo muy lindo: manteles negros,
servilletas rojas, platos blancos. Muy cubista. Pero no invitaron a
Amedeo, ni a Chaim, ni a Maurice, ni a otros cuantos de los que no son de
la banda, incluídas varias modelos. Decidimos organizar una expedición.
Primero pasamos por la Rotonde, y luego nos fuimos a la cantina de Marie.
Un lugar bastante esnob, por cierto. Nos paramos delante de la puerta.
Chaim y Maurice se pusieron a los lados, y a una señal de Amedeo,
abrieron de golpe las dos hojas. Amedeo recitó, como ante las puertas del
Infierno de Dante: Lasciate
ogne speranza, voi ch’intrate[15] Y
entramos. En cuanto Alfredo Pina –el amante de Beatrice- vio aparecer a
Amedeo, se puso pálido (el pobre imbécil pensaba que Amedeo estaba
celoso) y sacó un revólver del bolsillo. Amedeo, en cuanto lo vió,
perdió el control, y se lanzó hacia él gritando: Quei
mi sgridò: «Perché se' tu sì gordo
di
riguardar più me che li altri brutti?»[16] Pina
apretó el gatillo, pero nada ocurrió. Amedeo cayó sobre él como una
furia, recitando a gritos la Comedia, mientras Marie desarmaba, como una
experta, al idiota. Un grupo de mujeres se hizo cargo de Pina: lo
levantaron en andas y lo arrojaron a la calle a través de una ventana.
Beatrice despareció no se
sabe dónde. La fiesta continuó, y al rato Braque y Derain bailaban
apache con unos huesos de cordero. Cuando
nos fuimos, a esos de las siete de la mañana, Amedeo se despidió con
estos versos: Exasperado
como un ebrio que ve doble, volví
a casa, cerré con espanto mi puerta, enfermo
y aterido, febril mi alma turbada, ¡por
el misterio herida, y por la absurdidez![17] Escena
11 El
cadáver de Amedeo descansa sobre una mesa o camilla de hospital. Conrad
y Moïse trabajan sobre
su cara. Están intentando sacar un molde de yeso del rostro de Amedeo.
Conrad
Se
pega. ¡Se pega! ¿No le pusiste el aceite?
Moïse
Sí,
le puse, le puse. Pero no lo saques todavía; está fresco. ¡Astrólogo
de mierda, hereje! ¡Lo vas a romper! Conrad
¿Alguna
vez hiciste esto? Yo tampoco. No me enloquezcas. Moïse
Hay
que esperar que se seque. Conrad
Es
que la gente del hospital dijo quince minutos, y ya va como media hora. En
cualquier momento aparecen y nos sacan a patadas en el culo. Moïse
A
mí no me saca nadie. Conrad
Espera
que entren los esbirros del pabellón psiquiátrico. Ahí veremos si te
sacan o no te sacan. Moïse
Se
nota que me conoces poco. Si Modi pudiera oírme... Bah, sé que me está
escuchando... Si pudiera responderme, estoy seguro de que le daría un
ataque de risa, al recordar algunas cosas... Conrad
Cuentos
de judíos. Hice la carta astral de la máscara, y no salió nada bueno.
Marte y Venus... Moïse
No
me vengas con estupideces asiáticas. No me creo una palabra de los
planetas y los destinos. Conrad
¿Ah,
no? ¿Y qué me dices de la cábala? Moïse
Idioteces,
juegos para matar el tiempo y achicharrar el cerebro. Conrad
Y
a mí me decías hereje... Creo que ya está bastante duro (manipula
la máscara de yeso). ¿Lo sacamos? Moïse
Espera
un poco, al menos hasta que lleguen los esbirros. Conrad
Es
que me gustaría hacerle otro calco. Para asegurarnos. Moïse
Está
bien. Entre
los dos retiran la máscara mortuoria y la colocan en el suelo, a un par
de metros de la camilla. Luego,
agarran más yeso fresco y lo ponen sobre el rostro de Amedeo. Luego miran el
molde, apreciativamente, de espaldas a Amedeo.
Mientras hablan, el cadáver de Amedeo
se incorpora, con la cara oculta por el emplasto de yeso, y comienza a sacárselo
con ambas manos. Moïse
Creo
que está bastante bien. Conrad
Se
ve mejor de lo que se lo veía estos últimos días. Moïse
Era
un tipo muy bello. Conrad
Es
cierto. Moïse
Para
saber cuando había llegado Modi a un lugar, tenías que mirar a las
mujeres. En cierto momento, todas balbucían, se olvidaban de lo que
estaban hablando, dirigían los ojos, como si un hilo atrajera todas sus
miradas desde un mismo puño, hacia la puerta. Entonces podías estar
seguro de que había llegado Modi. Amedeo ¿Se
puede saber qué están haciendo ustedes dos? Gran
sobresalto de Moïse y Conrad. Amedeo ¿Qué
pasa? ¿No se alegran de verme animado y conversador, como en los viejos
tiempos? (pausa, mientras termina de limpiarse el rostro y se pone de pie)
Entiendo. Un fantasma. Uy qué miedo, un frío invade la habitación,
la palidez lívida del rostro del que fuera..., la mirada vidriosa,
perdida, desorientada, del fantasma de... ¡Modi! Déjense de tonterías,
quieren, y díganme cómo va la cosa. Moïse
¡Modi...!
Pero... ¿no era que no creías en nada? Amedeo Uf.
Basta. ¿Qué tiene que ver lo que yo creía con lo que ocurre realmente?
Yo creía que iba a vender mis cuadros. Antes: yo creía que iba a ser
escultor. ¿Y qué pasó? ni fui escultor ni vendí mis cuadros. Por
cierto: ¿aumentaron mucho? Conrad
¿Desde
tu muerte? Es un poco pronto –al fin de cuentas, moriste sólo ayer-
pero ya se ofrecen diez mil y veinte mil por los retratos de tamaño
medio. Amedeo Está
bien. ¿A cuánto había llegado? A cien, una vez; a cuatrocientos, con
aquel loco. Cierto: cuando la exposición en Londres, hace unas semanas
–y no hay que olvidar que la noticia de mi enfermedad voló, antes aún
de que realmente supiéramos todos que iba a morir- se prometió un cuadro
a mil. Fue por ese crítico literario, creo... Roger Try, no, Fry, Roger
Fry. ¿Se vendió, o fue sólo una promesa? Conrad
Creo
que finalmente lograron sacarle veinte. Amedeo Es
justo. Bueno, ¿qué hacemos? Moïse
Eh...
Modi... no creo que... Amedeo Comprendo,
no digas nada. Pero al final, morirse no es tan gran cosa. No lo tengo muy
claro, saben. Pasar de un lado al otro produce una especie de amnesia...
una amnesia acerca del otro lado, no sé si me entienden. Porque yo me
acuerdo de todo, perfectamente. Vean, si no: Viejo
océano, tu forma armoniosamente esférica, que alegra el grave semblante
de la geometría, me recuerda en exceso los minúsculos ojos del hombre,
semejantes a los del jabalí por su pequeñez y a los de las aves
nocturnas por la perfección circular del contorno. No obstante, el hombre
se ha creído siempre hermoso. Por mi parte, supongo, más bien, que el
hombre sólo cree en su belleza por amor propio; pero que no es realmente
bello y lo sospecha; ¿por qué, si no, mira el rostro de su semejante con
tanto desprecio? ¡Te saludo, viejo océano![18] Lo
recuerdo perfectamente. Pero no sé si del otro lado recuerdo a Maldoror
de la misma manera... Moïse
Modi,
¿qué haremos, ahora que te vas? ¿Cómo vamos a celebrar cada noche, cómo
vamos a casarnos? Amedeo ¡Ah,
Moïse, viejo ladino, tú tampoco te olvidas! (ríen). Conrad
¿Qué
pasa? ¿De qué hablan? Moïse
Cuéntale,
Modi, cuéntale la fiesta, que Conrad no me cree capaz de detener a un par
de enfermeros. Conrad
Bueno,
no es que no creyera... Amedeo ¡Ah,
tu casamiento, Moïse, tu casamiento! ¿Cómo hiciste, hijo de puta, para
convencer al viejo Gros de que te dira a su hija? Moïse
¿Convencer
al viejo? ¿Pero es que tú no conoces a Renée? Amedeo Bien
la conozco, aunque no tanto como Fournier... (risas
de ambos) Moïse
(a Conrad,
mientras Amedeo
sigue hablando)
Fournier
se quiso ir de una fiesta en casa, antes de que amaneciera; Renée le dejó
un ojo negro. Amedeo ...pero
recuerdo que una noche entraste a la Rotonda gritando “¡Mierda, me caso
con la hija de un oficial!” Moïse
Es
que acababa de heredar los veinticinco mil francos de Chandler –el viejo
no sé que capricho tenía conmigo- y Gros creía que mi familia era rica.
¡Ventajas de que te crean amarrete y prestamista! Amedeo Conrad,
mira: luego del casamiento, nos fuimos todos a la Rotonda, sólo para un
aperitivo, porque Moïse nos había invitado –y éramos casi cien, entre
pintores, escultores, poetas, bailarinas, modelos y otros vagos- a una
cena en Leduc. Tomamos un vaso
de vino, bailamos un poco, y nos fuimos a cenar. Yo recuerdo que estaba al
lado de Chana, la escultora. Ella estaba muerta de miedo. ¿De dónde
sacará Moïse todo el dinero para pagar esta cena?, nos decía en voz
baja a su esposo y a mí. Nosotros no nos preocupábamos. Yo estaba con,
¿con quién estaba? Con Elvira, creo. Todavía no vivía con Jeanne... ¿Qué
habrá sido de Jeanne, ahora que pienso? ¿Saben algo de Jeanne? Los
amigos vacilan, permanecen en silencio. Amedeo No
importa. Elvira... muy linda, Elvira, no sé si has llegado a conocerla,
Conrad. Bueno. Comimos como reyes. Al final, luego de los postres, Moïse
sube a una mesa, y grita: “Ahora bailaré la danza de la castidad”. Se
sacó la camisa por fuera de los pantalones, bailó un poco entre los
vasos y los platos, y después dió un salto descomunal en dirección a la
puerta, agarró a Renée de la muñeca, y gritó: “¡Ocúpense de la
cuenta, los esperamos en casa!”. Desapareció. Hubo una pausa, y después
un grito: “¡Sálvese quien pueda!”. Todos corrimos, pero había un
policía en la puerta. Conrad
Esa
historia la escuché. Pero lo que nunca nadie me dijo es cómo lograron
salir de allí. Porque la fiesta continuó en lo de Moïse, ¿verdad? Amedeo Tienes
una buena fuente: yo. Escucha. Al principio,
el patrón del Leduc exigió una
cifra tan astronómica que resultaba imposible. Con lo que podíamos poner
entre todos no alcanzaba para el consumo de uno solo de nosotros. Picasso,
afortunadamente, estaba allí. Se llevó aparte al patrón, y le habló
unos diez minutos. Luego, vino hasta donde estábamos nosotros, y nos
dijo: “Los artistas, de este lado; el resto, de este otro”. Nos
separamos en dos bandos. El de los artistas era, por cierto, el más
nutrido. Después dijo: “Los escritores, los músicos, los bailarines y
los mentirosos, de este lado; los pintores, dibujantes y escultores, de
este otro”. Quedamos, entonces, en franca minoría. De todas formas, éramos
cerca de veinte personas. “Convencí al patrón de que cada uno de
nosotros le haría un retrato; el problema es que, si alguno de los
retratos no lo deja satisfecho, tendremos que pagar el total de la
cuenta”, nos dijo Picasso. Un problema delicado. Pero se trataba de
Picasso: los que no le temían, lo respetábamos, porque has de saber que
el arte de este siglo tiene un dueño, y ese es Picasso, aunque a mí no
me guste. En fin. Nos reunió aún más juntos unos de otros, y dijo, casi
en un susurro: “Por una vez en la vida, les pido que se dejen de pajerías
y mientan, mientan todo lo que puedan, y hagan un retrato del imbécil que
lo deje contento”. ¿No era un pedido razonable? Así que veinte
pintores y dibujantes nos pusimos frente al patrón, que, serio y con el
ceño fruncido, miraba hacia una lejanía ficticia, ya que las paredes del
Leduc estaban mucho más cerca que la meta de su preclara visión. Y
resultaron, en veinte minutos de angustia, veinte retratos que, si no me
equivoco, dentro de muy poco habrán de convertir en millonario a aquel
gerente. Conrad
¿Lograron
salir sin pagar? Amedeo ¡Por
supuesto! ¿O crees que un artista no es capaz de mentir? El hombre quedó
anonadado ante la veintena de dibujos que lo mostraban como un Napoleón,
como un Mazarino, como un César, como un Cristo, como un Moisés, como un
Colón, como un Carlomagno. Conrad
¿Cómo
era el tuyo? Amedeo Me
costó mucho. Hice un conde-duque de Olivares.
(todos ríen). El asunto es que nos fuimos para lo de Moïse, que nos
estaba esperando con la confianza que da el pleno conocimiento de la
capacidad de supervivencia de los amigos. Había música (estaba el imbécil
de Satie, pero por fortuna tocaba una puta vieja que se dedica a la música
desde que tiene las tetas por las rodillas), y el ambiente prometía:
infinitos cajones de vino de Borgoña, regalo de un admirador de Renée,
que, resignado ante su pérdida, había querido parecer simpático –¡y
lo logró!-. Estuvo bueno. Una
pausa, con sonrisas de Moïse y Amedeo, que recuerdan el episodio. De pronto, Amedeo
ve la máscara, y avanza un paso, mientras habla.
Amedeo ¿Pero
qué están haciendo? (su movimiento
es tan brusco que Conrad
da un paso hacia atrás y pisa el molde de yeso que había hecho.
El molde se rompe. Amedeo
se da cuenta de que provocó un percance, y retrocede, tímido. No sabe qué
hacer. Finalmente se decide: avanza otro paso y habla). ¿Se rompió?
A ver... (Se agacha ante los fragmentos, mientras Conrad retrocede un
poco. Amedeo
recoge los pedazos de la máscara.)
Pero esto... esto es una máscara... Moïse, Conrad, esto es una máscara...
(Se incorpora de pronto, resupera su
postura erguida y aristocrática de costumbre).
Yo lo puedo arreglar. Al fin de cuentas, soy escultor. (Gira,
manipulando los trozos dando la espalda a sus amigos, hasta que se vuelve,
con la máscara reparada, que extiende a Conrad). Toma...
está lista. Hagan lo que tienen que hacer con ella. (Mira alrededor, luego hace un saludo con la mano a sus amigos, se
sienta en la camilla y se recuesta, hasta quedar totalmente horizontal,
inmóvil, muerto). Moïse
y Conrad salen. Escena
12
Jeanne
(Está
parada en una habitación, delante de una ventana que da al exterior; debe
dar idea de un piso alto)
Estudiaba
en la Academia Colarossi cuando fui a mi primera fiesta de carnaval. Hice
mi propio disfraz de campesina rusa. No recuerdo por qué elegí ese tema.
Tal vez por las botas y la falda corta. Tenía diecisiete años. Allí ví
por primera vez a Amedeo. Era tan bello, tan... era ... Lo que soñaron
los dioses cuando crearon a los hombres, así era él. Nadie podía dejar
de mirarlo en la calle, o cuando entraba a un café, o en medio de una
fiesta llena de disfraces exóticos: traje de terciopelo ocre, bufanda
roja, camisa amarilla, sombrero negro. Era un príncipe.
Yo
no podía soñar siquiera con que me dirigiera una palabra. Estaba siempre
rodeado de mujeres hermosas, terribles mujeres devoradoras, de pupilas
brillantes, abiertas por completo, rendidas ante el más mínimo gesto de
Amedeo... Creo que esa certeza de saberlo inaccesible fue lo que me
permitió llegar a conocerlo. Abandoné toda esperanza. Dejé de soñar,
antes siquiera de haber comenzado a imaginar sus caricias, tan sólo una
mirada suya. Era tanta la distancia que nos separaba. Pasaron dos años,
durante los cuales lo veía en los cafés o en la academia, a la que a
veces él también se acercaba para ejercitarse en las clases de desnudo.
A veces lo veía furioso en un café, discutiendo con un gendarme, o
peleando con otros parroquianos, casi siempre en defensa de Maurice o de
Chaim. Lo ví cuando se peleó con Beatrice, y al otro día, cuando comenzó
su aventura con Simone. Lo veía con Elvira, con Marie y con Marevna, con
Anna y con Tamara. Miles de mujeres, todas las mujeres de París, y las
extranjeras, las jóvenes y las viejas. Pero yo miraba eso con los ojos de
una niña, como si se tratara de una obra de teatro, una novela, o una
visión de otro mundo.
Entonces,
por casualidad, un día nos presentaron, y luego nuestros amigos se
fueron, y los dos quedamos solos, y él me miraba, y yo sentí que de
pronto no había ninguna distancia y que el mundo había crujido, se había
desencajado de sus goznes, y que una niebla desaparecía de mis sentidos.
De pronto veía todo con una nitidez extraordinaria, y veía sus ojos mirándome,
y me dí cuenta de que el tiempo es un vértigo, de que no hay mañana, no
hubo ayer. Sentía el aire entrar a mis pulmones como un aliento de fuego,
sentía palpitar la tierra bajo mis pies, y cada poro de mi cuerpo
agitarse y vivir. Me dí cuenta de que recién comenzaba a vivir, de que
los diecinueve años que había vivido hasta entonces no eran nada en
comparación con cada instante. Entonces
viví mil vidas, hasta ayer. Ayer me dí cuenta de que pasaron poco más
de dos años. Ayer supe que dejé de vivir. Ayer murió Amedeo.
No
siento pena por él, ni por mí. No siento nada. No estoy desesperada. Sólo
que, desde ayer, el tiempo ha vuelto: habrá mañana, hubo ayer. Pero hoy
no existe. Nada tiene sentido. Si
siguiera viviendo, más tarde o más temprano olvidaría a Amedeo. Lo más
horrible, luego de su muerte, es pensar que si hubiera vivido muchos años
más, quizá también habría terminado por olvidarlo. Él también lo sabía.
Me leyó una vez un trozo de su libro preferido: “El navío en peligro
dispara cañonazos de alarma; pero se hunde con lentitud... con majestad.
Ignoran que el bajel, al hundirse, provoca una poderosa circunvalación de
las olas alrededor de sí mismas; que el cenagoso limo se ha mezclado con
las turbias aguas y que una fuerza procedente de abajo, respuesta a la
tempestad que ejerce arriba sus estragos, imprime al elemento
entrecortados y nerviosos movimientos. Así, pese a la provisión de
sangre fría que atesora de antemano, el futuro ahogado, tras más amplia
reflexión, debe sentirse satisfecho si prolonga su vida, en los
torbellinos del abismo, la mitad de una respiración ordinaria”.[19]
Es
mejor irse de una vez. Tendremos
divanes profundos cual tumbas, lechos
repletos de aromas ligeros, y
flores extrañas sobre las repisas, que
bajo los cielos más bellos se abran. Usando
a porfía su calor postrero, nuestros
corazones serán dos antorchas, que
reflejarán sus dobladas luces en
nuestros espíritus, espejos gemelos. Una
noche mística, de rosa y de azul, intercambiaremos
un único rayo, cual
largo sollozo, repleto de adioses; y
más tarde un ángel, abriendo la puerta, leal
y gozoso, vendrá a reanimar, los
sucios espejos, las llamas extintas.[20] (
Se arroja por la ventana). Escena
13 Detrás
del muro al otro lado del cual cayó Jeanne, sale el hombre de la
carretilla, con el cuerpo de Jeanne, como en la Escena
1. Recorre una calle hasta una puerta que da acceso a un vestíbulo
desde donde arranca una escalera. Con dificultad, levanta a la mujer, la
carga en brazos y sube la escalera hasta el final. Golpea la puerta que da
al descanso de la escalera. Nadie responde. Vuelve a golpear. El cuerpo
pesa. La puerta se abre, y el hombre inicia un paso hacia adentro, pero la
puerta se cierra con estrépito. El hombre vacila, pero luego emprende el
regreso. Baja, coloca con cuidado el cuerpo de la mujer en la carretilla y
se aleja de la puerta de calle.
Camina
un buen rato, hasta que llega a otra puerta, donde nuevamente se encuentra
despedido. Más recorridas, nuevos rechazos. Finalmente dej la carretilla
y sale. Jeanne
comienza a moverse muy lentamente, se incorpora, se pone de pie, se quita
la barriga de embarazada y camina hacia el centro del escenario. Amedeo
entra desde el lado opuesto. Se reúnen en el centroa. Suena el Vals Nº 2
de la Jazz Suite Nº 2 de Shostakovich. Con movimientos ceremoniales y
aristocráticos, Amedeo
invita a Jeanne
a bailar. Bailan cada vez con más abandono, hasta el final de la pieza. Referencias:
[1]
Qual
è colui ch’adocchia e s’argomenta di
vedere eclissar lo sole un poco, che,
per veder, non vedente diventa; tal
mi fec’ ïo a quell’ ultimo foco mentre
che detto fu: «Perché t’abbagli per
veder cosa che qui non ha loco?” Divina
Comedia, Paraíso, XXV,
120
[2]
Ahi
quanto ne la mente mi commossi, per
non poter veder, benché io fossi presso
di lei, e nel mondo felice! Divina
Comedia, Paraíso, XXV, 138
[3]
Ogne
forma sustanzïal, che setta è
da matera ed è con lei unita, specifica
vertute ha in sé colletta, la
qual sanza operar non è sentita, né
si dimostra mai che per effetto, come
per verdi fronde in pianta vita. Però,
là onde vegna lo ’ntelletto de
le prime notizie, omo non sape, e
de’ primi appetibili l’affetto, che
sono in voi sì come studio in ape di
far lo mele; e questa prima voglia merto
di lode o di biasmo non cape. Divina Comedia, Purgatorio, XVIII, 51 [4] Maldoror, Canto I, estrofa 15. [5]
Jéntends le crâne à chaque
bulle Prier
et gémir: -“Ce
jeu féroce et ridicule, Quand
doit-il finir? Car
ce que ta bouche cruelle Éparpille
en l’air, Monstre
assassin, c’est ma cervelle, Mon
sang et ma chair!” Baudelaire, El amor y el cráneo
[6] Baudelaire, El alma del vino
[7]
Blanche fille aux cheveux
roux, Dont
la robe par ses trous Laisse
voir la pauvreté Et
la beauté Pour
moi, poëte chétif, Ton
jeune corps maladif, Plein
de taches de rousseur, A
sa douceur Baudelaire, A una mendiga pelirroja.
[8] Max Jacob, Jugement des femmes
[9] Referencia a Rimbaud, L’Idol, Sonnet du trou du cul
[10] Baudelaire, Las promesas de un rostro.
[11] Max Jacob, Cimetière.
[12] Baudelaire, El vino del solitario.
[13] Rimbaud, Una temporada en el infierno. Todo el monólogo de Jean está basado en Opio, de Jean Cocteau.
[14]
Du haut de la montagne Le
ROI, CELUI qu’Il élut pour regner pour
commander pleure
des larmes de ceux qui n’ont
pu réjoindre les Etoiles et
du haut de la sombre couronne de nuages Tombente
des gouttes et de perles sur
la chaleur excessive de
la nuit Modigliani, dorso de un retrato de Cingria.
[16]
Divina
Comedia, Infierno, XVIII, 118:
“¿Por
qué”, gritóme aquella cosa cerda, “me miras más que a los demás polutos?” [17]
Exaspéré comme un ivrogne
qui voit double Je
rentrai, je fermai ma porte, épouvanté, Malade
et morfondu, l’esprit fiévreux et trouble, Blessé par le mystère et par l’absurdité! Baudelaire, Los siete viejos.
[18] Maldoror, Canto I, estrofa 9.
[19] Maldoror, Canto II, estrofa 13.
[20]
Nous aurons des lits pleins
d’odeurs légères, Des
divans profonds comme des tombeaux, El
d’étranges fleurs sur des étagères, Écloses
pour nous sous des cieux plus beaux. Usant
à l’envi leurs chaleurs dernières, Nos
deux coeurs seront deux vastes flambeaux, Qui
réfléchiront leurs doubles lumières Dans
nos deux esprits, ces miroirs jumeaux. Un
soir fait de rose et de bleu mystique, Nous
échangerons un éclair unique, Comme
un long sanglot, tout chargé d’adieux; Et
plus tard un Ange, entr’ouvrant les portes, Viendra
ranimer, fidèle et joyeux, Les
miroirs ternis et les flammes mortes. Baudelaire, La muerte de los amantes. |
Carlos Rehermann
Gentileza de www.carlosrehermann.com
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