El
paradigma de la racionalidad comunicativa
por José
Luis Rebellato (En La encrucijada de la ética, Montevideo, Nordan, 1995, pp. 95-100) |
Una
racionalidad comunicativa como nuevo paradigma en Ciencias Sociales y
Filosofía
El paradigma de una racionalidad comunicativa y dialógica se contrapone al paradigma predominante hasta nuestros días en la reflexión filosófica y en las ciencias sociales. Este último es el paradigma del pensador solitario, que encontró en Descartes uno de sus principales iniciadores. Para este filósofo se accedía a la verdad a través de criterios de claridad y distinción manifestados a una conciencia encerrada en sí misma. Con lo cual, el criterio de evidencia establecía un conjunto de dualidades que marcaron profundamente el desarrollo del pensamiento filosófico posterior: sujeto versus objeto, razón versus sentido, conciencia versus cuerpo, el yo versus el otro, el individuo versus la sociedad, racionalidad versus afectividad, etc... Este paradigma del pensador solitario marca profundamente a la filosofía kantiana, que descubre el factum moral en una conciencia solitaria, no abierta dialógicamente a los demás. Tan sólo como presupuesto metafísico Kant llegará a afirmar la comunidad del reino de los fines[1] .
En
relación a las teorías acerca de la sociedad, Habermas distingue cuatro
modelos generativos. El modelo del sujeto cognoscente y juzgante, que en
el pensamiento contemporáneo se expresa en la fenomenología (Husserl, A
Schütz, Berger, Luckmann). En el caso de una teoría social de corte
fenomenológico, se entiende que el proceso de construcción de la
sociedad consiste en la generación de una imagen de la realidad por la
que los sujetos se orientan en el relacionamiento entre sí. El proceso de
generación es atribuido a las operaciones de los sujetos. Este primer
modelo, centrado en el sujeto, puede derivar en una conciencia
individual generalizada (una suerte de yo trascendental) o en una
conciencia colectiva (un sujeto genérico constituido históricamente).
El
segundo y tercer modelo caracterizan respectivamente a la Antropología
Cultural estructuralista y a las teorías sistémicas de la sociedad.
Ambos comparten la tesis de que los procesos de generación de la sociedad
resultan a partir de un sistema de reglas o de estructuras exentas de
sujeto. Las estructuras representan sistemas anónimos de reglas, ya
se trate de sistemas autorregulados, ya se trate de estructuras lingüístico-gramaticales
donde el sujeto está ausente.
El
modelo de una conciencia en solitario o de un sujeto constituyente de la
realidad social no logra salir del estuche monádico; los modeles
estructuralistas y sistémicos, aún cuando supongan estructuras de
lenguaje, no se corresponden con los hablantes reales, puesto que el
sistema de reglas gramaticales y el lenguaje cotidiano exige hablantes
competentes. Ni el paradigma solipsista ni el paradigma estructuralista
pueden explicar la realidad de sujetos dialógicamente interrelacionados a
través del lenguaje. (Habermas, 1989 c, 31-2).
Tan
sólo el cuarto modelo permite la comprensión de las interacciones
sociales. Se trata del modelo de la comunicación lingüística
cotidiana. Sumariamente podría describirse de la siguiente manera:
a)
Es un modelo que parte de las situaciones en que hablamos unos con otros.
b)
Los sujetos son capaces de lenguaje y acción, formándose como tales en
la comunicación lingüística cotidiana. Se trata de sujetos de acción y
de lenguaje capaces de saber cuando una acción se corresponde o se aparta
de determinadas normas, y de sujetos de lenguaje que, si bien pueden no
conocer las reglas gramaticales de un lenguaje natural, poseen un know
how que les permite distinguir intuitivamente un acto de lenguaje de
otro. Son, por lo tanto, hablantes competentes[2].
c)
El telos del lenguaje es la comunicación en cuanto búsqueda del
entendimiento.
d)
Se diferencia, en tal sentido, de otras formas de acción, tales como la
acción teleológica y la acción estratégica. Respecto a la acción
teleológica, la diferencia radica en que el lenguaje no puede ser
considerado como un fin a alcanzar, puesto que constituye nuestras formas
de pensar y de coordinar acciones. Mucho menos aún puede considerarse al
lenguaje como instrumento para alcanzar el entendimiento, dado que el
entendimiento no puede lograrse fuera del lenguaje. También se distingue
de las acciones estratégicas que tienen como característica perseguir y
lograr determinados fines, adoptando para ello los medios eficaces y
necesarios. Mientras que las acciones estratégicas se orientan al éxito,
las acciones comunicativas se orientan al entendimiento. Mientras que las
acciones estratégicas requieren una postura objetivante ante la situación
y ante los otros, las acciones comunicativas exigen una postura
participante.
d)
En el modelo comunicativo, el entendimiento se logra de forma
intersubjetiva, formulando pretensiones de validez con disposición a
problematizarlas y a problematizar las pretensiones de los otros sujetos,
sobre una base dialógica. Los actores se orientan hacia el reconocimiento
intersubjetivo, buscando un acuerdo, no impuesto, sino construido, dado
que todo acuerdo necesariamente descansa sobre la base de convicciones[3].
Quizás
queda ya claro que la racionalidad comunicativa supone una determinada
concepción del lenguaje que se distingue adecuadamente sea de las teorías
que interpretan al lenguaje como ligado a estructuras sin sujetos (tal es
la lingüística inspirada en De Saussure), sea de aquellas teorías que
están preocupadas por elaborar un lenguaje formalizado, referido a
enunciados de tipo descriptivo y aseverativo (tal es el caso de la filosofía
analítica del lenguaje).
En
esta interpretación de la acción comunicativa están incidiendo las teorías
acerca del lenguaje entendido como uso. El lenguaje es esencialmente
realizativo, de ahí la insistencia tanto de Apel como de Habermas en el
giro lingüístico-pragmático que se encuentra en la base de la teoría
dialógica de la acción.
Al
respecto es suficiente aquí una breve referencia a John Austin, John
Searle y al Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas. El título
de una de las obras de John Austin es How to do things with words (Cómo
hacer cosas con las palabras). Su obra se orienta a polemizar con aquellas
concepciones del lenguaje que lo interpretan como meramente descriptivo,
cometiendo así una falacia descriptiva, dado que el lenguaje
cotidiano es esencialmente realizativo[4].
La
categoría básica que orienta las investigaciones de John Searle es la de
acto de habla. La unidad de la comunicación lingüística no es ni
el símbolo, ni la palabra, ni la oración, sino más bien la emisión
de un símbolo, de una palabra o de una oración. La emisión de una
palabra u oración bajo ciertas condiciones constituye un acto de habla.
El carácter realizativo del lenguaje desmiente la tesis de que los
enunciados descriptivos excluyen enunciados de carácter valorativo. Por
el contrario, según John Searle, el lenguaje se encuentra acribillado de
ejemplos en contrario, pues nos encontramos con enunciados imperativos,
interrogativos, desiderativos, etc. Incluso la verificación de la validez
de un argumento ya supone de por sí un carácter evaluativo. Los hechos
morales son de carácter institucional (tal es el caso de la promesa),
constituidos por determinadas reglas que permiten la derivación del deber
ser a partir del ser (John Searle, 1980, 26, 178-201).
En
acuerdo con esto, Habermas sostiene que todo agente que actúe
comunicativamente tiene que entablar en la ejecución de cualquier acto de
habla determinadas pretensiones de validez en el sentido de: estarse
expresando inteligiblemente; estar dando a entender algo; estar dándose
a entender; y entenderse con los demás. (Habermas, 1989 a,
351-432).
El análisis del lenguaje en cuanto realizativo ha encontrado un aporte sugerente en Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas. Para este filósofo, no puede hablarse del lenguaje o de una estructura común del lenguaje, sino de los juegos de lenguaje que tienen entre sí parecidos de familia. Dichos juegos de lenguaje se encuentran ligados a formas de vida distintos. Imaginar, pues, un juego de lenguaje es imaginar una forma de vida[5].
Como
todos los juegos, el lenguaje supone reglas constitutivas. Ahora bien,
Wittgenstein sostiene que las reglas y los juegos no pueden emplearse y
jugarse en forma solitaria, sino que necesariamente requieren la
intervención de otros sujetos. Una regla supone una cierta permanencia al
ser adoptada por un sujeto como base para la orientación de la acción.
Con la finalidad de determinar si alguien se desvía de la regla o adapta
su comportamiento a la misma, se requiere de la intervención de –al
menos– un segundo sujeto quien, al compartir dicha regla, puede
problematizar o aprobar el comportamiento del otro, así como también
someter el suyo a discusión. En resumidas cuentas, el mismo concepto de
regla implica sujetos actuando competentemente en forma intercomunicativa.
(Habermas, 1989 c, 63)[6].
En
este enfoque, lo que a Wittgenstein le interesa es destacar que el
lenguaje se comporta según el modelo de reglas de juego y de la
competencia de los sujetos que intervienen en ese juego. Las reglas de
juego establecen los signos y las operaciones y a ellas tenemos que
recurrir si queremos comprender una determinada jugada. Un jugador que
entiende las reglas no tiene por qué saber describirlas. Lo que debe es
demostrar competencia en el empleo de las reglas. Se comporta en forma
competente quien domina una regla o una técnica. Y a la vez, entender
competentemente una regla es saberla emplear. La competencia en el empleo
de reglas supone el dominio de una técnica y saber generar nuevas
situaciones a partir de una regla determinada. Alguien entiende una regla
cuando puede generar nuevas operaciones. El así sigue... es lo que
identifica la competencia del jugador o de quien emplea una técnica.
(Habermas, 1989 c, 66-67)[7].
El
modelo del lenguaje comprendido sobre la base del modelo de las reglas de
juego, permite entender adecuadamente que quien participa en el lenguaje
no pude tener una actitud neutral o de mero observador. La única actitud
que corresponde a los sujetos competentes es la de participar en el juego
de lenguaje. Al hablar, ya estamos participando intersubjetivamente en la
constitución de significados y en la coordinación de acciones. No hay
una evidencia accesible a una conciencia solitaria. Toda evidencia está
necesariamente mediada por interpretaciones y éstas requieren de reglas
de lenguaje. Ahora bien, puesto que las reglas son constitutivas del
lenguaje, no es correcto afirmar que la finalidad del lenguaje es
entenderse. En el concepto mismo de entendimiento está implicada la
categoría lenguaje. (Habermas, 1989 c, 69).
Estas
consideraciones me parece que ayudan a entender por qué, al integrar el
giro lingüístico-pragmático, la Ética Comunicativa entiende que está
colaborando en la emergencia de un nuevo paradigma. Ya no se trata de una
conciencia que, en solitario, decide cuales son las normas que deben
orientar su acción. No estamos ante un imperativo que se revela a un
sujeto trascendental que busca universalizarlo en máximas sean
compartidas por la humanidad. Todas estas figuras responden al paradigma
solipsista. Más bien, estamos ante sujetos que dialógicamente, en virtud
de la mediación del lenguaje, desempeñan competentemente la coordinación
en la acción social, problematizando y siendo problematizados.
Esto,
a mi entender, significa un avance sustantivo en el enfoque de la acción
social. A ella no accedemos desde concepciones valorativas ya asumidas
privadamente y proyectadas luego en el intercambio social. Por el
contrario, somos seres esencialmente sociales y dialógicos y estamos
dispuestos a someter racional y competentemente nuestras creencias a un
intercambio con los demás. Sin dudas, la ética que aquí se está
afirmando rechaza las categorías absolutas. Por ello resulta comprensible
que Hayek sustente que la pretensión de introducción a la racionalidad
en el mecanismo autorregulado del mercado sea expresión de arrogancia.
Sucede que la ética neoliberal no acepta la dialogicidad de la
normatividad. Más bien es una ética monológica, cerrada en sí misma,
adherente a los criterios sistémicos del mercado. El mercado no es un
sistema comunicativo, sino un sistema competitivo.
En forma coherente, Habermas sostiene que las categorías de dinero (mercado) y poder (estado), son medios deslingüizados en tanto no pueden aceptar una regulación dialógica. En tal sentido, las éticas comunicativas intentan ser una respuesta frente a la irracionalidad contemporánea que –tanto para Apel como para Habermas- se expresa en el modelo complementario del decisionismo/cientificismo, en las posturas del escepticismo radical y en la nueva emergencia del nihilismo en la corrientes posmodernistas. |
Bibliografía
Austin,
J. Palabras y acciones, Buenos Aires, Paidós, 1971. Habermas,
J. Teoría de la acción comunicativa, Buenos Aires, Taurus, vol.
I. 1989a. Habermas,
J. Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos,
Madrid, Cátedra, 1989c. Searle,
J. Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980. Wittgenstein,
L. Investigaciones Filosóficas, México, Crítica, 1988.
Notas: [1] Ver al respecto Thomas McCarty, 1987, 447-9. Resulta muy importante la crítica llevada a cabo por Wittgenstein contra la posibilidad de un pensamiento privado, sobre la base de la mediación de un lenguaje comunicativo. Con la aceptación del paradigma cartesiano basado en la existencia de estados mentales en solitario, se ha introducido subrepticiamente un modo filosófico de plantear y resolver los problemas: «¿Cómo se llega al problema filosófico de los procesos mentales del conductismo? El primer paso pasa totalmente desapercibido. ¡Hablamos de procesos y estados y dejamos indeterminada su naturaleza! Quizá alguna vez lleguemos a saber más sobre ellos –pensamos. Pero justamente con ello nos hemos atado a un determinado modo de considerar las cosas... El paso decisivo en el truco del prestidigitador se ha dado y precisamente el que nos parecía inocente.» Hablando específicamente de estados mentales que se experimentan en solitario y que luego se exhiben a otros (por ejemplo, el dolor expresado a otros), afirma: «Esta exhibición privada es una ilusión» (Wittgenstein, 1988, 308-309).
[2] «Una situación de entendimiento posible exige que a lo menos dos hablantes/oyentes establezcan una comunicación simultáneamente en ambos planos: en el plano de la intersubjetividad, en la que los sujetos hablan entre sí, y en el plano de los objetos (o estados de cosas) sobre los que se entienden. La pragmática universal sirve a la reconstrucción del sistema de reglas que un hablante competente ha de dominar para cumplir ese postulado (de la simultaneidad de comunicación y metacomunicación). Para esta cualificación que ha de poseer el oyente voy a reservar la expresión de competencia comunicativa». (Habermas, 1989 c, 83).
[3] Ver Habermas, 1989 c, 454.
[4] Es preciso considerar –según Austin– el acto lingüístico total. En cuanto tal, el acto de lenguaje es el acto de decir algo (acto locucionario); pero es también la acción de llevar a cabo un acto al decir algo, como cosa diferente de realizar el acto de decir algo (acto ilocucionario); y por último se orienta a producir ciertos efectos y consecuencias sobre un determinado auditorio o interlocutor (acto perlocucionario) (John Austin, 1971, 138-45).
«La verdad o falsedad de un enunciado no depende únicamente del significado de las palabras, sino también del tipo de actos que, al emitirlos, estamos realizando y de las circunstancias en que lo realizamos.» (John Austin, 1971, 192). .
[5] «Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de las palabras (...) es uno de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna. Llamaré a estos juegos de lenguaje y hablaré a veces de un juego primitivo como un juego de lenguaje (...) Llamaré también juego de lenguaje al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido» (L. Wittgenstein, 1988, 7) «En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo cual empleamos la misma palabra para todos, sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco o de estos parentescos, los llamamos a todos lenguaje (...) El resultado de este examen reza así: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle. No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión parecidos de familia (...) Y diré: los juegos componen una familia». (L. Wittgenstein, 1988, 65-67).
[6] «Por tanto, seguir la regla es una práctica. Y creer seguir la regla no es seguir la regla. Y por tanto, no se puede seguir privadamente la regla, porque de lo contrario creer seguir la regla sería lo mismo que seguir la regla» (L. Wittgenstein, 202). Esto va unido a la imposibilidad de pensar en un lenguaje privado, en solitario.
«Pero, ¿sería también imaginable un lenguaje en el que uno pudiera anotar o expresar sus vivencias internas –sus sentimientos, estados de ánimo, etc– para su uso propio? ¿Es que no podemos hacerlo en nuestro lenguaje ordinario» Pero no es esto lo que quiero decir. Las palabras de ese lenguaje deben referirse a lo que sólo puede ser conocido por el hablante, a sus sensaciones inmediatas, privadas. Otro no puede, por tanto, entender ese lenguaje. ¿Cómo se refieren las palabras a las sensaciones? (...) ¿Cómo aprende un hombre el significado de los nombres de sensaciones? Por ejemplo, de la palabra dolor (...) Un niño se ha lastimado y grita; luego los adultos le hablan y le enseñan exclamaciones y más tarde oraciones. Ellos le enseñan al niño una nueva conducta de dolor. (L. Wittgenstein, 1988, 243-4).
[7] «La gramática de la palabra saber está evidentemente emparentada de cerca con la gramática de las palabras poder, ser capaz. Pero también está emparentada de cerca con la palabra entender (Dominara una técnica). Pero hay también este empleo de la palabra saber: decimos Ahora lo sé –y similarmente Ahora puedo hacerlo y Ahora lo entiendo.» (L. Wittgenstein, 1988, 150)
«Es lo que llamamos seguir una regla algo que pudiera hacer sólo un hombre sólo una vez en la vida (....) No puede haber sólo una única vez en que un hombre siga una regla (...) Entender una oración significa entender un lenguaje. Entender un lenguaje significa dominar una técnica.» (L. Wittgenstein, 1988, 199) |
por José Luis
Rebellato
La encrucijada de la ética
Montevideo, Nordan, 1995, pp. 95-100
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