Martí, poeta visionario por Ángel Rama
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Cuando observamos ahora, con la perspectiva que nos concede este centenario, la obra de José Martí, que no ha cesado de crecer desde la muerte del héroe en Dos Ríos el año 1895, nos sorprende el invariable y profundo acento poético que la distingue. Fue Martí poeta ante todo, poeta en prosa y verso, y en ocasiones poeta más intenso en sus discursos políticos y en sus cartas privadas que en sus libros de versos. Hoy ya no parece una herejía decir que su labor política, su encendida devoción humana, su afán de heroísmo y de martirio, se explican y adquieren su mayor calidad por esta naturaleza de poeta. Como decir que la obra más persistente que cumplió fue la de perfeccionar esta cualidad superior de lo humano con que se vio señalado desde su adolescencia: ser poeta. Recibió con humildad esta carga pesada, respetó sus exigencias, trató de comprenderla, le fue fiel y sincero y le dio su vida sin ocultar ni desfigurar nada en ella. Pero esta sinceridad y llaneza con que hizo su obra no le impidió contar sus sílabas como el clásico español y medir armoniosamente los períodos de su prosa, al punto de que hoy podemos definir su naturaleza poética con las palabras justas de Baudelaire: perfecto químico y alma santa. Cuando concedemos importancia decisiva en la personalidad de Martí a su calidad de poeta, estamos otorgándole a la palabra un sentido más amplio que la mera calificación de versificador en que ha venido a parar, volviendo así por sus legítimos fueros; sentido que concuerda con el que le atribuía Martí al decir "escribo con mi sangre y muero”. Porque la de Martí fue escritura viva, es decir, expresión escrita del intenso decurso de su existencia y en la fuente de su literatura están las mismas vivas aguas teresianas, no por simple influencia literaria, sino por comunidad de sentimiento y de expresión. Un signo distingue su escritura: la vocación lírica, la apetencia de canto pleno en prosa y verso y cuando no lo logra y su canto se rompe como ocurre frecuentemente en sus cartas o en sus versos libres, la efusión lírica no se habrá perdido y se habrá hecho trágicamente dolorosa. La actitud poética que nos parece más cercana a la de Martí, es la de los profetas bíblicos y pensamos sobre todo en aquellos reformadores de lengua violenta y conminatoria que tras Oseas ponen el acento en la vinculación amorosa del hombre, considerándola como clave de su justificación y recuperación. Como en ellos, es la suya "poesía al día” nacida directamente del momento en que vive, como necesidad de comunicar a los demás su pensamiento, pero un pensamiento que no analiza ni disgrega sino que crea instaurando una verdad organizada y viviente y que aparece como modelado por el sentimiento. A él se podría aplicar la observación de Vaz Ferreira sobre cómo el sentimiento calienta el estilo, y aún podría agregarse que en Martí lo origina en buena parte, porque en él, el sentimiento inventa y estructura la forma, y al repasar su obra, estos términos se nos presentan como intercambiables. Dejó dicho que "el que ajusta su pensamiento a su forma, como una hoja de espada a la vaina, ese tiene estilo” y podemos decir, si pensamos en su obra, que su estilo surge del ajuste perfecto de pensamiento y sentimiento. Es aleccionante observar en sus escritos cómo la tensión intelectual del autor, lúcidamente comprensiva de la realidad, descubridora de una verdad soterrada, adquiere al expresarse su típico nerviosismo y violencia contenida, modelándose bajo la presión de un sentimiento desbordado: cómo su pasión humana y sobrehumana no macula la pureza y destreza del pensamiento sino que lo intensifica y le confiere su tono resuelto. Poesía al día, decimos también, no sólo por su relación con el momento en que se escribe sino sobre todo porque surge ya realizada del poeta y no será objeto de retoque como ha confesado repetidas veces haciendo de ello capítulo especial de su estética. Esta instantaneidad poética es la que distingue medularmente su creación literaria y nos explica su personalísima modulación que varía sin cesar en ritmo, en impulso, en acento, en medida, sin que pierda en ningún momento su nítida individualidad. Martí sigue continuamente un ritmo de expresión íntimo, lo trasunta en cada una de sus páginas con tal autenticidad que termina siendo siempre distinto y siempre igual a sí. Ha logrado una escritura que refleja, con exactitud, la entonación de su voz. En algunos casos, en verso sobre todo, el poeta madura dentro de sí la composición poética a la luz de su conciencia, pero en otros y especialmente en su prosa de periodista genial, sus frases surgen como sin preparación, de una fuente honda y viva que es la esencia de Martí y cuyo imperativo acata. La comunicación del pensamiento, de donde parte Martí, se da con un doble signo fatal que lo integra al punto de parecer imposible disociarlo de su persona. Por un lado la profundidad profética —metafísica como quiere Whitehead— de su pensamiento poético sólo puede existir, encarnar, por obra de un lirismo encendido. No se trata de una mera cuestión retórica, sino que para Martí la poesía se ha trocado en modo de ver y por lo tanto de comprender y hacer comprender, con un rigor y una clarividencia superior a su capacidad racional. Actúa como una iluminación de ese pensamiento modelado por el sentimiento. El otro rasgo del signo fatal, es la parte importante concedida a la inspiración inconciente, a la capacidad para escuchar y dejar proferirse en él voces que no le pertenecen, sobre las cuales no ha ejercido su fiscalización, de tal modo que el pensamiento no pertenece totalmente al dicente pero lo integra con un impulso formativo. "Respeto a mis pensamientos —escribe en sus Cuadernos de Trabajo— como superiores a mí, e independientes de mí, y como guardaría un depósito. Hay ideas que yo elaboro, y compagino, y urdo, y acabo, y son las más pobres de las que pasan como mías. Otras vienen hechas, acabadas de suyo, sin intervención alguna de mi mente, y se salen sin mi permiso, sin preparación y sin anuncio, de mis labios”. Y en otro lado, tratando de explicarse, se pregunta: "Será que en nuestro interior se está sentado, como guardián, un consejero íntimo, que por nuestros labios revela a nuestra mente las leyes que han de guiarla”. Así se nos aparece, como custodiado por una musa personal y compañera, a la que se vuelve para entablar su coloquio íntimo, a la que corporiza a veces en su verso, y que pone en él la mayor seguridad y lo conforta en su queja o en su acre censura del mundo. En el profetismo martiano ha de incidir vigorosamente la tónica dominante de su poesía: el visualismo. La actitud visual, gozadora y descubridora del mundo por medio de la luz, es típicamente martiana —corresponde a su impresionismo literario— y explica la pureza y transparencia que progresivamente va alcanzando su obra a través de los años. Este visualismo fijado en la apetencia de luz, de una luz esencial y transhumana, rige los restantes valores característicos de su obra, incluso el diestro juego de sonoridades. Los valores eufónicos ocupan en ella un lugar importante, pero derivan a la invención de ritmos populares y simples, marcados con mucha fuerza, que no se explican por sí mismos ni por las preocupaciones centrales del autor, sino como traducción sonora de este criterio de luminosidad. La intensidad de su apetencia de ver, de ver con claridad y verdad, hace surgir en Martí al visionario, al poeta que traspasa la realidad y es traspasado por los significados e imágenes de ella. Se vincula así a una realidad superior y rectora de la conducta, de cuyo sentido espiritual depende la aclaración y el ordenamiento del mundo circundante, tan confuso y contradictorio. Martí visionario aparece tanto en sus opiniones políticas y sociales, como en su entendimiento esencial de lo humano, o en sus observaciones sobre arte, o en sus palabras sobre el destino del continente americano. Vió más allá de los límites estrechos del momento histórico en que le tocó actuar, y a esta calidad de visionario responde su actualidad que lo hace contemporáneo de nuestro hombre, que terminará por hacerlo contemporáneo del hombre, eternizándolo. La capacidad para ver aquello que para los demás no existía, significó un desgarramiento permanente en su vida. —"Para esta vida es la espina, y para la otra será la masa del pescado”— pero nunca ceja en su esfuerzo por develar lo invisible, por descubrir el verdadero rostro de lo real. En esta labor de visionario debía ser la poesía el instrumento más penetrante del conocimiento, el que le permitió manejarse con tino en una zona particularmente riesgosa. La profundidad de sus visiones, cuando llegan a la zona de la intuición mística, se traduce en un acrecentamiento de su don poético, que impone un doble movimiento: penetración de la realidad y posterior cristalización de la experiencia. Su lirismo, regido por la vocación de claridad, actúa en la segunda instancia de este proceso como un poder de fijación de la experiencia en sus términos exactos; nos parece que el exceso de luz inmovilizara su poesía en una cristalización que sin embargo es capaz de respetar, sin vulnerarla, toda su emoción viva. Porque la actitud visionaria de Martí significó siempre un esfuerzo para superar las tinieblas en que veía moverse el mundo, y obtener una nueva visión mediante la intelección de la luz. Intentó superar la desconsoladora experiencia de Francisco Sánchez: "¡Cuántas veces pensé en la luz y siempre la dejé impensada, desconocida, incomprendida!”. La aspiración fundamental de Martí fue llegar al pleno aire, a la plena luz, a la plena armonía, y cuando repasamos los escritos de sus últimos diez años sentimos frecuentemente que lo ha logrado con una siempre nueva y sorprendente intensidad. |
por Ángel Rama
Revista Entregas de La Licorne 2ª Época Año I Nº 1 - 2
Montevideo, Uruguay - noviembre de 1953
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