El Uruguay del futuro |
El Estado -cuando referimos a él pensamos en el Estado stricto sensu y en todos los organismos públicos o semi-públicos- ejerce entre nosotros, diversas funciones en régimen de monopolio o de concurrencia imperfecta: moneda, luz, energía, teléfonos, refinación de petróleo, fabricación de alcoholes, agua potable, transportes, seguros, industrialización y pasteurización de leche, abasto de carne, navegación, puertos, etc. |
No retornaremos a la libre empresa. Y poco importan las declaraciones y las declamaciones que al respecto se hagan. Uruguay contiene en su seno ya, las bases y los gérmenes de una nacionalización o socialización progresiva, las virtuales potencias de una sociedad que marcha a tientas hacia el socialismo. En esa marcha estamos obligados a conocer la experiencia ajena; pero no estamos obligados a copiar los modelos ajenos. Ni los modelos ni los métodos. Hay una forma de colonialismo de derecha; pero también una forma y no menos peligrosa, de colonialismo de izquierda. "Esta situación (en América Latina), escribe por estos días un comentarista político de vuelo y fuste, no puede sorprendernos en un área "refleja" y dependiente como la nuestra. No sólo los viejos liberales fueron "alienados" cultural y políticamente; también lo han sido, con mayor o menor acento, todas las corrientes principales de pensamiento y de acción. La falta de "capacidad creativa" o, si se quiere, con mayor pretensión, de disposición para aproximarse y descifrar la realidad con la disciplina de la metodología científica, ha sido un trazo dominante de la vida latinoamericana, de la cual sólo nos estamos dando cuenta hoy día, cuando cada vez más claramente chocan los esquemas "importados" o demasiado generales con la complejidad particular de estos países". Las nacionalizaciones cumplidas, aquí en nuestro país, ya no podrán destruirse; pero hay otras que empiezan a golpear a nuestras puertas. Tratemos de "descifrar" la realidad, nuestra realidad, la realidad Uruguay 1965. Decimos una vez más; miremos a los hechos y desoigamos las palabras y sobre todo no pongamos atención en los ecos. Tomemos cuatro sectores: comercio exterior; bancos; explotación agropecuaria; organización industrial. Hablar hoy de extender las nacionalizaciones a cualquiera de esos sectores puede parecer extravagancia o delirio. Pero ¿qué ha ocurrido y qué ocurre al margen de nuestros estériles debates? -Exportamos carnes y lanas, algunos tejidos, algunos productos agrícolas, industrializados o no. Todas las exportaciones, y en primer término las llamadas regulares, verbigracia, carnes y lanas, se hacen y sólo pueden hacerse bajo la protección del Estado. Algo más dice el análisis: en las exportaciones de carne tienen participación primordial, ciertos organismos que en una u otra forma ya están nacionalizados. ¿Es impensable que en determinado momento, todas estas exportaciones se hagan bajo la dirección y el contralor de una autoridad nacional? ¿Por qué el Estado que subsidia la industria frigorífica, directa o indirectamente, que fija tarifas de venta, acuerda cambios preferenciales, no puede unificar todo el proceso, a través de una organización especial en cuya constitución intervengan los interesados: productores, técnicos, obreros y aun los consumidores? En la exportación de lanas la situación ofrece algunas variantes. Más que en el sector carnes intervienen allí los particulares. Pero no hay exportación sino dentro de un marco de contralor constante del cual dan repetidas pruebas los tipos cambiarnos, los aforos repetidamente modificados o las repetidamente modificadas detracciones. Frente a las fluctuaciones de los precios internacionales ¿no está aconsejado crear para los tiempos malos un fondo de sostén con los excedentes de los tiempos buenos? Y, ¿por qué no ha de ser también una entidad de naturaleza pública, la que maneje ese fondo y tome a su cargo la-comercialización de las zafras? ¿No ocurre lo mismo o algo parecido cuando se trata de colocar los excedentes de arroz o los de trigo o los de aceite? ¿No ocurre ya que esos excedentes se venden a través de gestiones que el Estado cumple, mal o tardíamente con otros Estados? ¿Y no suele cometerse al Banco de la República la adquisición de las cosechas y su posterior comercialización? ¿Por qué no dar otro paso, un modesto paso adelante y adoptar como norma lo que es ya costumbre? Un Estado que exporta, está en condiciones de negociar las importaciones que el país necesita. ¿Qué hemos hecho con las importaciones desde hace más de treinta años, a partir de la crisis del 30? Las hemos controlado; las hemos contingentado; hemos querido, en ocasiones, ajustarlas a convenios bilaterales de Estado a Estado o de Banco a Banco; llegamos a convertir una ilusión en norma legal: comprar a quien nos compra. Por otra parte, el Estado que exporta a través de ciertos organismos estatales o paraestatales tiene en la importación un peso no menos y acaso más decisivo. Los Entes Autónomos son grandes importadores. Los combustibles que requiere Ancap suman cerca de 40 millones de dólares, es decir en números redondos, la quinta parte de las importaciones totales del país. Si se agregan las importaciones que realizan Ferrocarriles, Amdet, U.T.E., Municipios, O.S.E., el propio Estado, se encuentra que ya gran parte de las importaciones necesarias escapan a los particulares. -¿Qué características tiene nuestra organización bancaria? Un banco del Estado que ejerce el monopolio de la emisión y dispone de la facultad de controlar, cuantitativa y cualitativamente el crédito, de fiscalizar todo el desarrollo de la banca privada. No cabe discutir si cumple o no esas tareas con eficacia. La verdad es que esas tareas le están encomendadas. La verdad también que son los hechos los que han obligado a que le fueran encomendadas. Si de algo pecan las soluciones adoptadas es de timidez. No se han adelantado a las exigencias. Marchan a la zaga de éstas. A juzgar por balances y números parecería que la banca privada ha relegado a la Banca Oficial a un lugar secundario y que así seguirá aconteciendo. Pero esta interpretación tropieza, según creemos, con la realidad. La Banca privada afronta hoy una grave crisis interna, que el redescuento entre otras medidas, ha permitido disimular. De esa crisis dan testimonio, las fusiones realizadas y las que se proyectan y las caídas de varias instituciones. Si no han caído más es porque el República ha corrido en auxilio de las amenazadas. La expansión de la Banca privada, su extensión a través de sucursales y agencias, el alza del costo del dinero parece haber alcanzado el límite. No se podrá pagar más interés del que se ha llegado a pagar por los depósitos; porque no obstante el desvío de las financieras, ya resultará difícil seguir colocando ese mismo dinero a tipos superiores a los actuales. ¿Qué ha ocurrido en las crisis bancarias de los últimos tiempos? El República ha tenido que liquidar -por mandato legal y por necesidad- a esos Bancos, liquidarlos y lo que es más significativo, respaldarlos. Concederles avales y garantías; otorgarles créditos extraordinarios; tomar la cartera; redistribuir el personal; facilitar la venta de agencias y sucursales, ¿Qué operación realiza el República cuando le presta a un banco en dificultades, -dentro o al margen de las disposiciones legales- gruesas sumas de dinero para atender los reclamos de los depositantes? Sustituye a los acreedores del Banco en crisis, y los sustituye con ventaja para dicho Banco y con riesgo para él. Los depósitos al 10, al 12, al 15 o al 18, se convierten en préstamos del Banco nacional, al 6 o al 8. El Banco particular sobrevive, cuando es posible, por las transfusiones de sangre que se hacen a costa del República. ¿Para qué entonces mantener a ese Banco particular? ¿Por qué no convertirlo si es que la liquidación puede evitarse, en una institución claramente nacionalizada, cuando ya la nacionalización en la práctica está consumada? Tanto más consumada si el República en lugar de ir derechamente a la liquidación, controla directamente la gestión del Banco en causa, y asume a través de interventores o de directores especiales los aleas y riesgos de la empresa. ¿Por qué confundir industrias con industriales y bancos con banqueros? ¿A quién se trata de salvar? Salvar a los ahorristas y asegurar el trabajo a los funcionarios está bien, es necesario y exige o puede exigir sacrificios. Pero ¿por qué empeñarse en salvar a los responsables del descalabro? Tampoco cabe confundir desgracia en la gestión con gestión desgraciada y menos si en ésta asoma el dolo. El agricultor castigado por el granizo o la sequía merece protección. No la merece el que abandona el surco, no carpe y deja que las hormigas le devoren el plantío. El Banco es un servicio público y el dinero de los depositantes no pude utilizarse para financiar empresas de quienes lo dirigen. -Cuando comentamos los siete últimos proyectos de Reforma Agraria, señalamos que un país ganadero y sin presión demográfica no puede intentar esa reforma tomando como modelo a lo que se ha hecho o proyectado en países agrícolas. Tenemos nosotros, Uruguay, en América Latina y en el mundo una fisonomía propia, olvidada por la bibliografía, aun la de nuestro continente sobre el lema. Por razones obvias, desconocen nuestra especialísima realidad, los técnicos de Cepal y de Fao, para citar dos organizaciones de distinta raíz. Creemos que aquí el propósito no debe ser el de aumentar el número de propietarios. Por el contrario, podemos y debemos aspirar a que el propietario de la tierra sea uno solo: la nación o el Estado. Por tanto, no ha de buscarse la división de la propiedad sino, a la inversa, su unificación. El logro de este objetivo, impuesto por razones que no sólo son económicas, se ve en nuestro caso, favorecido por las características de nuestra organización y de nuestra explotación. Nuestra organización de relativamente pocos propietarios. Nuestra explotación, que no se aviene con la pequeña propiedad. También -¿por qué no?- la experiencia de los nuevos tiempos. Las unidades económicas de cierta extensión pueden ser más rentables y eficaces que las unidades de menor extensión. Y en determinadas circunstancias por los capitales que exigen y los conocimientos técnicos que requieren, las únicas eficaces y rentables. Tenemos además la suerte, hemos dicho, de no contar, salvo en ciertas regiones con un pequeño campesinado. No cometamos el error de crearlo artificialmente. Tenemos también la suerte, de contar casi una población rural reducida. No cometamos el error de pretender aumentarla. Las condiciones sociales y económicas están dadas en el país para una nacionalización más o menos acelerada de la explotación agropecuaria que a fin de cuentas, nos parece, sólo puede asumir dos formas: o la explotación directa por el Estado o la explotación en régimen cooperativo que exige, no lo negamos, madurez y responsabilidad todavía no frecuentes en los participantes. Mucho puede hacerse desde ya, con muy poco. Bastaría modificar la integración del Directorio del Instituto de Colonización para suprimir la influencia funesta y anquilosante del 3 y 2; volcar a ese Instituto el producido íntegro de las detracciones; pagar las tierras expropiadas con títulos de deuda y con sujeción al valor de los aforos. De las tres bases la última será la que más resistencia encuentre; pero debe tenerse presente: -Que, y la repetida experiencia lo demuestra, ninguna reforma agraria, que no ha de confundirse con promoción agraria, puede cumplirse si se pretende pagar el valor actual de las tierras. Es la manera más eficaz e hipócrita de impedir toda reforma. -Que ya la vieja ley de expropiaciones de 1912, establecía principio semejante. Disponía ella -aunque luego en este punto fue derogada en 1919- que la cuantía de la indemnización nunca podría ser superior al valor fijado a las propiedades empadronadas para el pago de la Contribución Inmobiliaria con más un tanto por ciento de bonificación. Estas tres medidas de simple y breve redacción, nos parece que están indicadas por los hechos y que permitirán más que proyectos dilatados, verbosos e incoherentes, una transformación sustancial de nuestras estructuras agrarias. -Sin perjuicio de volver sobre el tema, cabe decir que condiciones y circunstancias semejantes a algunas de las antes indicadas también aparecen en el campo industrial. Referimos ya a la industria de la carne. Agreguemos que a nuestro modo de ver, otras seis industrias, por lo menos, tienen decisiva influencia en la economía nacional de los capitales que emplean, el número de personas que ocupan y su viabilidad: la textil, la de aceites, la del azúcar, la de los tabacos, la de la cerveza y la de la goma. Las más de ellas -verbigracia la textil- viven de la protección en ciertos aspectos desmesurada que les acuerda el Estado. Las seis se desarrollan en régimen de oligopolio y en el caso del azúcar y de los tabacos, de la cerveza y de la goma, se acercan al monopolio. En cuanto puede preverse, la evolución acelerará la acumulación de capitales y la concentración. Estarán maduras esas industrias para ser nacionalizadas, nacionalización ya impuesta en algunos casos. |
El Uruguay del futuro será lo que deba ser y si no no será nada. Pero lo que hemos querido mostrar hoy, son algunas de las fuerzas que en el seno de nuestra confusa organización, preparan la sociedad del futuro. Este Uruguay, neblinoso y confuso marcha por etapas que le serán propias, según fórmulas que deben serle propias, hacia el socialismo. Las nacionalizaciones cumplidas revelan con todos sus errores y vicios, imputables fundamentalmente a la organización política, el camino. Estas nacionalizaciones son irreversibles. Otras vendrán traídas por la necesidad. Aquí como en otros lados, la libre empresa ha muerto. Restos de ella sobrenadan. Nuestra tarea y la de los que vienen es apresurar esas nacionalizaciones y romper previamente, el régimen corruptor e infecundo del 3 y 2, resabio de una concepción politiquera y mezquina que detiene el avance y ha frustrado y frustra la gran empresa de liberación. Nuestro camino revolucionario es el camino de las nacionalizaciones. Y al decirlo justo es recordar a Batlle que hace más de cincuenta años abrió ese camino. Vio, previó y realizó. |
Carlos Quijano
MARCHA, 2 de abril de 1965.
Reproducido en Cuadernos de Marcha
Noviembre de 1985
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