Entraron al Estadio muy serios: como correspondía a un matrimonio juicioso. Además, la gente que va al football de noche ya es seria de por sí. Parece que con la ausencia del sol se ahuyentara también la alegría bulliciosa de las tribunas. El público nocturno es grave como el que concurre a los cines.
Entraron muy serios y desaparecieron entre la gente.
Pero fue llegar Nacional al field y el hombre, como impulsado por un resorte, se puso de pie.
Lo saludó con un aplauso frenético. Después chupó violentamente el cigarrillo y cuando el fuego estuvo bien vivo sacó algo del bolsillo. Era un cohete.
Un golpe de viento le descolocó el sombrero que el tipo manoteo pegándolo sobre la cabeza, todo torcido, con la moña para el frente. Parecía un tricornio. Arrimó el cigarro a la mecha y antes de que arrojara el cohete explotó en su mano.
En seguida otro. Y otro. Está poseído por un furor pirotécnico que le embarga los sentidos.
La señora sentada, lo observa. Uno supone que lo estará juzgando mal, que íntimamente se sentirá avergonzada de las chiquilinadas de su esposo que, a lo mejor, en la vida privada, es un correcto profesor de aritmética.
El gesto de la dama no es expresivo en ese sentido. Está tan estirada que es difícil saber si se halla conforme o no.
Está tan estirada como su vestido nuevo. Su gesto, como este, es el de salir, no el de entrecasa.
En tanto el esposo sigue arrojando cohetitos en medio del buen humor general.
Deben estar mojados, o tener tierra, o algo raro les pasa, porque algunos revientan ahí mismo, pero otros parten rectos hacia el cielo y otros vuelven atrás y explotan sobre el mismo operador, dando una vuelta de carnero.
La gente está muy contenta con ese espectáculo. Casi diríase que se burla de ese ingenuo partidario. Y ríe y lo aplaude.
Entonces la señora, con esa expresión digna que no la abandona, disimuladamente mira de reojo a su esposo, le da un tirón del saco y ahuecando la voz le dice:
—Viejo; tira el petardo.
Y la mirada del hombre se ilumina y busca de nuevo, nervioso, en los bolsillos y extrae un cohete más grande y lo arrima al cigarro con la ansiedad y la avidez de un sabio que espera el resultado de su invento.
El matrimonio ha vivido su cuarto de hora fuera de la vulgaridad. |