La
propuesta de Italia |
Su
primera impresión se tradujo en un despreció infinito hacia todo lo que
le rodeaba. Esa
proposición para irse a Italia era lo único que le faltaba para
graduarse de crack auténtico; era como el espaldarazo consagratorio. Y
enseguida comenzó a sentir que este Montevideo que alguna vez le pareció
tan grande y misterioso, ahora le resultaba chico,
mezquino, despreciable. Era como un extranjero en su propio país. Le
hubiera gustado salir a la calle con un revólver en cada mano a romper
faroles. Experimentaba un raro impulso destructor, irrespetuoso, salvaje. Así había asimilado la tentadora proposición del Ambrosiana. Pero, después que divulgó sus alegrías, después que confió su secreto a cada uno que le salió al paso, entonces, como si de tanto repartir su optimismo resultara que se quedó sin nada; comenzó a sentirse deprimido, sin ánimo, sin fe, para la empresa que supuso tan fácil. Desde la ventanita de su rancho del Buceo en esta noche clara contempla el mar que lo separaría de la patria. Es ancho, muy ancho y muy negro. Mirándolo fijo da miedo. Allá lejos, un vapor iluminado parece temblar sobre las aguas. Es como un gusano de luces qué se arrastra penosamente en la noche. A bordo, todo debe ser alegría y bienestar. Mujeres bellas, sonido de copas finas, música, perfumes. El Cafún se sintió en ese ambiente. Se ve sentado en el amplió comedor con la pierna cruzada y un cigarrillo que se consume lentamente entre sus dedos. La gente lo mira y comenta en voz baja: "es el crack que se va". Las damas lo desean. El señor pelado que las acompaña las increpa celoso. Él, continúa, displicente, observando el humo del cigarrillo... En
ese momento, El Cafún oye una voz familiar: —Negro;
parece qué t' hubieras güelto poeta. Es
la grela que asomó su cabeza de nutria por encima de las cobijas. —Qué gusto tenés en estarte, en la ventana con este frío? Venite al poliye, venite. Es
la eterna Mimí criolla, afinada de pasar hambre, estilizada de lavar
pisos, que tiene para todos un poco de amor y que en cambio no pide nada. Adentro
del rancho, hay olor a kerosén, a jabón amarillo y a polvos baratos.
Siempre lo hubo, pero está vez es más notable para El Cafún, embriagado
por los perfumes imaginarios de aquella nave que se va. Que se va, tal
vez, para Italia.... —Ay
negro!; no tires de las cubijas que me se pintan los quesos por abajo. Allá,
irá a vivir, sin duda, a algún hotel de lujo, como esos que se ven en el
cine. Mujeres llenas de pieles y caballeros de etiqueta pasarían por
delante de su departamento y le dirán “Buona sera". Su
alojamiento tendría que ser muy bacán.... ¿cómo qué? Abrió los ojos
en la oscuridad buscando un símil y se le representó la piecita del
rancho.. Mentalmente, fue ubicando sus detalles. Ahí, a la derecha, el
fonógrafo. Está gangoso. Quizás tenga las amígdalas inflamadas, por el
aire marino. Al lado, la cortina que da
para la cocina y donde todos se secan las manos. Así es que tiene
ese olor a perro mojado. Atrás de esa cortina fue donde se le declaró a
Leonor. Qué
noche aquella!: Eso no vuelve más. Leonor no le daba beligerancia a nadie y eso acució su deseo. Esperó el momento, y cuándo la halló sola le dijo: —¿No
me da un beso? A
lo que ella respondió resuelta: —No
acostumbro! Sin
embargo... en Italia las mujeres son más ardientes, según se dice. Y más
dulces y poéticas. Cuando
le son infieles al marido, salen con un tulcito en la cara para verse con
su amante. Así, al menos, está en las novelas. Después, el marido, que
es un gran comerciante... (porque allá hay de todo; no es como aquí, que
los italianos son lustradores o fruteros...) el marido, que es un
comerciante o un abogado, —andá a saber!— la recibe en la biblioteca,
paseándose con las manos atrás y le dice una punta de cosas en italiano. —Viejo;
¿por qué no apoliyás? Parece que hubieras comido tachuelas— resuella
de golpe la grela y vuelve a esconder la cabeza, bajo las cobijas. A
veces, el marido engañado, jura que va a matar el amante y la mujer cae
de rodillas. Como aquella vez la Maruja. Se tiró para impresionar al
"Casi - casi" pero se le clavó un maíz en la rodilla y dio un
pique desorbitado. Él creyó que la traía la carga y reculó; ella lo
seguía para postrársele delante. Anduvieron así como cinco minutos. Al
final, se arregló todo; la Maruja lo arrinconó contra la pared y se le
orrilló a los pies, diciéndole: —Pegame, si es tu gusto, pero no me
abandones. Fue
aquí mismo, en esta misma pieza. Esa noche había ravioles con caldo de
cabeza porque teníamos visitas. La que me tocaba a mí, llevaba un
sombrerito redondo, pegado atrás, lo que la asemejaba a San Mateo con el
redondel ese que se ponen los santos, en la nuca. —Estense
cómodas — les dijo el "Finito" y les trajo una salida de baño
a cada una. —Los
loros se miraron, como si en vez de eso les trajeran perejil para que se
suicidaran. Las
cosas del "Finito"! Fui yo quien le puse del "Finito".
Y a mí ¿cómo me dirán en Italia? A Mascheroni lo llamaban “Tío''
porque decían que era muy joven para llamarle "padre", apodo
que le hubiera quedado mejor. A Faccio le pusieron "Tom Mix",
porque usaba un sombrero muy ancho. A mí?... Quién sabe! Me gustaría
algo así como Ventarrón o Tempestad. Algo
que diera sensación de fuerza, de pujanza, de avasallador. —Ay
viejito! Sacame el codo de las costillas!... Allá
no hay costillas. Eso sí, dicen que escasea la carne. Y el mate también.
Venden la yerba en la botica como medicina. ¿Y
si uno se enferma? Es triste, che, morir lejos de la patria. Mirá Tito
Frioni... Allá lejos... Pobre Tito! Sin conocer el idioma, sin un amigo
de estos de aquí, que te dan un baño de pies por cualquier cosa y que te
curan más con sus palabras que con sus medicinas! Y yo no sé. Total no
es obligación irse. Si me quedara aquí viviría lo mismo. O mejor. Quién
te dice? Lo voy a pensar un poco. No me voy a tirar así, a lo loco. Vamos
a ver mañana. —Pero, negro, me vas a voltiar de la catrera con esas vueltas! |
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América
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