La doma |
Los
animales de todas las especies, han de tener un concepto bastante triste
de nosotros, los hombres. Han
de pasarse mirando el almanaque, temblando ante la aproximación de las
fechas que imponen divertirnos. Porque
la diversión del hombre se hace siempre y fatalmente, a costa de los
pobres irracionales. Estamos igual que en la infancia. Salvajes y crueles.
No hemos cambiado mayormente desde aquello de atarle una lata en la cola a
los perros para verlos huir despavoridos, y en echarle maíz en las orejas
a un burro para divertirnos con su locura y chumbear, a hondazo limpio
desde la azotea, a la cotorra de la vecina que, a pesar de ser muy
conversadora, no encontró palabras para denunciarnos. Estamos igual. No
podemos divertirnos sin mortificar a los animales. Llega Navidad o Año
Nuevo y empiezan a trepidar corrales y gallineros. Llega Semana Santa y
tiemblan hasta los montes y los ríos. Y
en fin, cualquier momento de expansión que se nos presente, lo primero
que nos viene a la cabeza es esta duda: —¿A
qué animal podemos embromar hoy?
Esto
— palabra más o menos — me decía el sordo Materia echado sobre las
barreras de La Rural, con los puños uno sobre el otro y el mentón
apoyado en el de arriba. —
Y después hablan de la brutalidad del fóbal o del box — concluyó —
, donde no hay que matar pajaritos, ni pescados, ni conejos. Donde el
hombre se juega la parada mano a mano, frente a otro hombre igual, y sin
ventajas. Sabía que el sordo habría de reflexionar en tal forma. Conozco su sicología y adiviné el efecto que debía producirle esa doma de potros amaestrados.
De
repente abren el brete y surge fina, ágil, esbelta, la figura de un
animalito. Es
gracioso y lindo como una señorita. Al sentirse libre emprende una carrera triunfal; el pelo suelto, el gesto vivo, ligeras las piernas. Armonioso, bello. Dan ganas de ponerlo sobre un tintero.
Corre
un trecho; hasta donde alcanza la soga. Allí se
frena de golpe, se alza majestuoso, manotea en el aire y cae de lomo,
revolviéndose como un gusano. A
Materia le produce una mala impresión. Como si una de esas lindas pebetas
que corren libres por la orilla, desnudas y frágiles —también ellas
con el pelo suelto y el gesto vivo, —pegara un dedazo en un adoquín y
quedara ahí, saltando en una pata, mientras se agarra y se besa y le
sopla la otra. Es un cuadro que se rompe; es una obra de arte que se
destreza. Y tiene razón el sordo viejo y cañita. Es así, no más.
En
seguida se le tiran encima ocho, diez gauchos, rudos y torcidos como
postes. Parece
que van a ultrajarlo. Lo
hacen parar. Lo toman de las orejas, del cerquillo, de la cola. Y
tiran. Se lo quieren repartir como al caballito de cartón. Cuando
aparece a la vista ya está ensillado. Lleno de ataduras, es un matambre. Entonces
un gaucho que camina balanceándose y que se ríe para adentro, se le sube
encima. Pesa más él que él caballo. Lo dobla. En una de esas, la cabeza
va a tocarle el anca. Y
dele guasca. Dele garrote, amenizado con gritos de mascarita. El
potrito es criollo. ¿Pa qué vas armar pamento? — piensa. ¿Pa que este
bárbaro te desnuque? — Y viendo que no puede sacarse esa plaga de
encima se deja estar. Y le hace la huelga de la tranquilidad.
Así
todos. Y eso regocija a Materia. El,
— reo viejo y curtido por los biabazos de la mala suerte,— también
fue potro. No hace muchos años. También bellaqueó contra el destino y
quiso desprendérselo del lomo. ¿Para qué? Cuanto más se rebeló más
fuertes fueron los golpes para amansarlo. Cuanto más corcoveó más
pesada la carga que le doblaba el cuerpo. Y tuvo que entregarse. De
todas maneras tuvo que someterse a la voluntad del domador. Y cargar con
él, como una mochila prendida de la espalda. Entonces, ¿pa qué vas a armar pamento? ¿Pa que te desnuquen? |
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América
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