Ensaya la
Troupe |
Cuando el grupo estuvo en
la calle, "Fatiga" apagó la lámpara, y en el fondo negro del
galpón brilló la lucesita del cigarro.
Después, un portazo. Atravesamos el camino
blanqueado por la luna donde se balancean dos álamos sonámbulos;
recorremos muchas cuadras tiradas entre el rancherío silencioso del
barrio pobre, y todavía bullen en los oídos, como espuma de jabón, los
cantos vivos y alegres de estos reos líricos. Sobre todo el sostenido
final, que hubo que ensayarlo diez veces porque no afiataban. Allí, donde
se dividen las voces y levantan los primos su cuerda al cielo y la hunden
los bajos en una nota grave y temblorosa que les hace fruncir la barba
contra el pecho. De un ranchito nos
atropella un perro. A la carrera, furioso con los paseantes nocturnos, se
da contra el alambrado y queda ahí ladrando. "Fatiga", qué está de mal humor porque mañana se tiene que levantar temprano, me pega un codazo para comunicarme su reflexión: —Este barrio es así:
cuanti más pobres son, más perros tienen. Ocasiones pienso si serán pa
cuidar los tesoros. Los muchachos del cuadrito
me agarraron por su cuenta, llevándome a presenciar los ensayos de la
troupe. Son
quince, es decir, los mismos jugadores más el tesorero y los tres
suplentes. El
verano, ha puesto un paréntesis en las jornadas oficiales de la canchita.
El carnaval viene a traerles una hora de expansión sentimental. Me
gustan esas cosas. Me gusta ver a esos muchachos con el alma abierta como
una flor de amor, al artilugio del fuelle y los violines. Me
gusta verlos así, tiernitos alrededor de una misma emoción, dando a las
estrellas la queja de sus canciones enamoradas. Me
gusta ese ambiente que se contagia y se filtra en el corazón, y nos lleva
en alas de la música y de los versos, a buscar el portoncito que todas
las noches nos ve llegar con un cariño nuevo y dejarlo así, a los pies
de la chiquilina para levantar su pedestal de diosa. —Negro:
lleváme con vos! —Lo
pensaste bien, mi negra? Cuando el grupo estuvo en
la calle, "Fatiga" sopló la lámpara y se fundió en la negrura
del galpón. En
las orejas aletean los últimos versos, como mariposas, y el alma todavía
se disuelve en la ternura de la música. Es una noche linda, clara.
Alcanza a divisarse, de la calle, los cercos salpicados de madreselvas que
perfuman el aire tibio. Y
vienen los recuerdos... Fue una noche de Carnaval. El portoncito lo
vio llegar, como siempre, con su bagaje de cariño al hombro. —Negro: lleváme con vos! —Lo pensaste bien, mi negra? —Te lo dije mil veces y ahora te lo
repito: te quise, te quiero y te quedré! Bajó la cabeza atolondrado. Adentro sentía
el baile loco de su corazón, quemado por el fuego de aquellos ojos
queridos que lo miraban resueltamente. —Vamo a esperar, vieja... Fue una noche de Carnaval. El, se fue a
dormir con la emoción de aquel cariño. Ella, tentada por las amigas, fue
al bailongo de disfraz de "Los Rosales. Ahora, no quisiera continuar recordando. Sin
embargo, lo arrastra un deseo malsano de vivir. Pasaron unos meses. La piba estaba enferma. Enferma de su pecado
y de su traición. Vaya a saber cómo se enteró él de la felonía! A lo mejor, ella misma se lo confesó. Son
tan audaces las mujeres cuando saben que uno las quiere! —Decime
quién fue! —rugió desesperado. Ella,
abatida, sollozaba.
—Decime
quién fue Dios, Dios mío!
La
pobrecita madre en ciernes, no se atrevía ni a levantar sus ojos quemados
por el llanto.
—Decime
quién fue, te digo!! Yo haré que repare esta falta! —No sé —musitó al fin la paloma engañada. —No sabés, eh? No sabés? —No.. Hay una expectativa breve y
angustiosa.
—No...
—repite ella recuperándose lentamente. El
respira fuerte, jadea. —No
sé —concluye entre sollozos— porque fue un mascarita ... en la
"Plazoleta Viera"... Es
una noche clara y linda. Los cercados alargan al caminante el beso
perfumado de madreselvas.
Y todo ello incita al recuerdo, al alma abierta por las canciones como una flor de amor. |
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América
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