El arte de hablar
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"

Marcha Montevideo Año XXVI Nº 1258  11 de junio de 1965 pdf

Uno quiere discutir, no hay nada que hacerle. Uno quiere razonar, interpretar, proponer soluciones, esto sobre todo. Y para el caso, el momento que se está viviendo es excepcional. Le cuestión bancaria ha despertado la iniciativa de cada uno, y ceda, uno tiene su solución. Y sí no le permiten exponerla —que es lo normal cuando hablan cinco o seis al mismo tiempo— el tipo se ahoga, se traga las letras, estira el pescuezo como un pato atorado:

—¡Jam’hablá jam'hablá a mi!— reclama imperioso. Y en seguida se dirige al bolichero, que detrás del mostrador es siempre un juez imparcial. el único espectador desprevenido, y le pregunta dónde está la democracia. Y el bolichero, hombre de mundo, le da la razón con un movimiento de hombros que más bien quiere decir:

¡Anda a saber...! El hombre quiere teorizar sin darse cuanta de que la teoría es su peor enemigo.

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Un día el tipo se llena la panza de tomates, un suponer, y si es posible robados porque son más ricos. Si mal no viene, de la quinta de Larrañaga al fondo, donde el patrón tiene una escopete cargada con sal gruesa que. si te agarra, te deja salado para toda la zafra, lo mismo que un tocino. Y entonces la pibe, cada beso que te da, tiene que salir de raje a tomarse un vaso de vino porque le produjo una sed bárbara. Esa vez el tipo se llenó de fruta prohibida y se siente dichoso y asegura que tienen razón los vegetarianos. Pero entonces viene un amigo que lee revistas científicas (¿sabés? pa poder discutir hoy o mañana en el café, con conocimiento de causa) y lo apura alarmado:

;Bruto: ¿no sabés que el tomate te da el reuma?

Y a los dos o tres días, no más, el sujeto no iiene más remedio que admitir:

—¿Sabés que tenias razón? ¡Ya me está doliendo un hombro?

—¿No será del laburó?

Y... puede ser, ¿verdad?

Contesta que si, que puede ser, de falso que es, nomás. Porque le de calor confesar que hace trece meses y medio, (va pera catorce) que no trabaja, como quien dice. (Aunque confía que ahora, cuando venga la Quince, alguna cosita liviana va a conseguir).

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El tipo, hace años que se viene soplando la grapita con soda y cada vez se siente mejor y más bien dispuesto. Pero otro día llega ese amigo fatal, que se asombra sinceramente de verlo tan salvaje:

—¿No sabés que después de los cuarenta la soda es un veneno?

—¿No me digas!

Y a los tres o cuatro días llega tirado a la cesa, con los hombros revolcados en la cal de blanqueo, y el nudo de la corbata torcido sobre un hombro, como ios cowoboys del biógrafo, y se le confiesa a la patrona:

¿Sabés que tenia razón el Fiducio, que la soda es un veneno?

Viejo; ¿no será grapa que te hizo mal?

¡Te digo que no, vieja. que fue la soda!

A todo esto, es la teoría la que se impuso. La teoría, enemiga del hombre. Porque el hombre es feliz con sus cosas hasta que se presente alguno a demostrarle científicamente que no lo es, que no puede serlo. Y entonces, lo cree. Porque a pesar de que todos somos discutidores y queremos aclarar, siempre hay el que triunfa porque nos da la razón.

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De esta gane que impone su criterio haciéndonos creer que es el nuestro, siempre he sentido especial simpatía, mezcla de curiosidad y admiración, por los corredores de comercio que en esta época, en que la propaganda es todopoderosa, han proliferado. Admiro en ellos la locuacidad, la vivacidad para la réplica y ese permanente buen humor para soportar con una sonrisa, aun las guarangadas, y festejar los peores chistes, manteniendo la línea en todo momento. Y sobre todo me atrae esa facilidad de demostración que poseen. En su portafolios cabe un mundo de comprobaciones y ahí está la verdad absoluta. Y se ponen a hablar y a exhibir pruebas, y cada frase tiene su confirmación. Ellos se refieren a la calidad de un artículo —un antibiótico, una tijera o un hilo sisal— y desabrochan la cartera y de inmediato aparecen las muestras. El pro y el contra: el cómo es y el cómo podría ser: el bueno y el malo. Si el comprador se decide por éste, —más barato siempre—. claro que ya deja de ser tan malo y, andando los minutos, empieza a ser también bueno. Pero no solo eso lleva en la cartera: lleva, lo mismo, el justificativo de una demora en las entregas, de una falta en el peso, de una falla en la calidad. Para todo posee una anotación que, por lo general, el único que la entienda es él, como honradamente lo confiesa. Y aún después que la conversación se hace familiar y se toca el tema de la guerra, del dólar, las coberturas o le cota 72, 12 de UTE, que en estas cosas tienen siempre mucha importancia, el hombre no deja quieta su cartera, que desprende y vuelve a abrochar como invitándola a hablar.

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En un mismo plano están los corredora de avisos, más pacientes porque no dan más que una promesa. Allí es donde encontré el tema para esta crónica: el alarde de elocuencia que fue preciso en una confitería de barrio para obtener el aviso para un periódico también del barrio. El comerciante no aflojaba,  argumentando, sensatamente, que por allí todos conocían la casa: el corredor le probó, sin embargo, que anunciando podía aumentar las ventas. El mismo se prestó a describir con palabras casi poéticos, cada uno de los artículos, el pelador, la vista, la influencia que tendría sobre los niños, las novias, las mujeres, o aun mismo en los hombree. Se confeccionó así una larga lista de bombones, dulces, masas, confites de toda clase. Había caramelos de chocolate, de leche, de limón, rellenos y sin rellenar. Aquello le hacía agua la boca a uno. y el confitero, embalado en su inspiración, las sienes enrojecidas, los ojos brillante, veía, sentía, que todavía faltaba algo, un toque ultimo, que rematara el aviso, como un final de drama, y se paseaba nervioso, con las manos atrás, como lo haría, exactamente un dramaturgo.

—¿Qué?— le interroga el corredor, condescendiente, contemplativo — ¿Quiere agregar algo más? ¡Todavía hay tiempo!

Entonces el hombre agarró coraje y señalándole el papel con un dedo despótico, le ordenó:

—Si, yo quiero agregarle: "Ili'y a auasi de caramels".

crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"

Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XXVI Nº 1258  11 de junio de 1965 pdf

Gentileza de  Biblioteca Nacional de Uruguay

Ver, además:

                      Julio C. Puppo "El Hachero"

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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